Capítulo Veinticuatro
Viajamos con Sandra a Venezuela y la presenté sólo como una de mis amigas, muy famosa, que vivía en Los Ángeles. El hecho de vivir en dos ciudades diferentes ayudó a aliviar la sospecha. Esto ni siquiera era algo que mi familia considerara posible en mí, que hubiera una chica en mi vida, así que la ansiedad que sentía era algo que yo misma generaba. Para ellos, era un estilo de vida inimaginable. Para mí, era el que vivía abiertamente en Estados Unidos, para, luego, visitar a mi familia y callármelo todo. No estaba bien, pero era manejable y necesario.
Al principio, al visitar mi casa, Jorge llamaba a saludar. Había comenzado una agencia de modelos que preparaba chicas para los concursos. En el viaje con Sandra, mientras se quedaba en mi casa escribiendo, fui a visitar la oficina de Jorge por primera vez. Estaba ansioso de verme. El espacio era pequeño, pero mi imagen estaba en todas partes. Me había descubierto, y estaba orgulloso de ese éxito, había prosperado en lo que habíamos logrado juntos.
Jorge no lucía bien cuando me buscó en la sala de espera para saludarme. Se veía frágil. Me besó en ambas mejillas y me llevó a su oficina, donde habló entusiasmado sobre lo que había hecho allí. Hubo, sin embargo, una ligera tensión en nuestra conversación, no estaba segura por qué.
—Aquí es donde enseñamos a las chicas a desfilar, Patricia —dijo. Había una mini pasarela montada.
—Me encantaría venir a hablar con ellas en algún momento si tú me necesitas.
—Eso sería genial. Me gustaría que participaras si tienes tiempo.
—¿Te estás cuidando, Jorge? —le pregunté.
Se sentó en una silla. Hizo un gesto para que yo también me sentara. Miró al suelo cuando habló.
—Soy VIH positivo, Patricia —dijo—. Me acabo de enterar.
Aunque debí haber sentido compasión, lo primero que experimenté fue mucha ira. Había visto a los hombres deteriorarse por cuenta de esa enfermedad, a la vez que soportaban humillaciones por tenerla. Fue horrible. Viví la época en que todo esto empezó a surgir, y debí haber sentido algo más por Jorge en ese momento. El enojo que experimenté en su contra era el mismo que tenía contra el mundo y contras todos los que había visto morir de esa terrible enfermedad.
—Jorge, en la época en que vivimos, ¿cómo pudiste ser tan imprudente? —Mi juicio fue injusto.
No había nada que él pudiera decir. Sabía que se le estaba juzgando.
Hablamos un poco más. Le dejé en claro que mi amistad y gratitud hacia él eran infinitas, pero salí confundida pensando en qué otra cosa podía hacer por él, también en la rabia que me producía el hecho de que mi amigo tuviera el VIH. Había echado a perder todo su esfuerzo profesional y había contraído una enfermedad que pudo haber evitado. Le debía más comprensión y amor que el que le demostré ese día. Seguimos hablando por teléfono con frecuencia, pero sin mucho entusiasmo de mi parte. Sabía que él iba en una espiral descendente. No podía imaginar qué tan rápidamente en ese entonces.
***
La primera Navidad que fui a casa sin Sandra fue una agonía. El ambiente, en esas fechas tan especiales siempre era de celebración. Sandra llamaba con frecuencia. Me entristeció que se estaba perdiendo toda la diversión, la comida y la felicidad de mi casa. Mis dos realidades estaban en desacuerdo. Era horrible. Acostumbraba hablarle en inglés; sabía que mi mamá no podía entender lo que estaba diciendo, todavía sentía ansiedad al teléfono, como cuando era una adolescente, con un chico. Siempre tenía pánico de que mi mamá contestara el teléfono en la otra habitación y escuchara algo que le molestara. Era abrumador para mí el hacer malabares con las preocupaciones que llevaba a casa conmigo.
Mi mamá preparó su deliciosa sopa de pollo aquella noche. El olor de su comida me dio una sensación de calidez y confort, sobre todo en el momento en que entré al comedor preguntándome ¿por qué no podía contarle sobre mi vida? ¿Por qué no podía decirle a mi mamá que yo era gay? Me gustaba tomar la sopa con un pan venezolano llamado arepa, y con cada bocado, la idea de que era deshonesta y mentirosa se hacía más profunda, a la vez, sentía como si fuera una buena idea comentarle algo y revelarme tal como era. Entonces me preocupó que todo el éxito que había logrado fuera reemplazado por la decepción absoluta. Que mi mamá hubiera conseguido por fin un lugar agradable para vivir y no tuviera que luchar, no tendrían importancia, si su hija estaba enamorada de una mujer.
Así que en vez de confesarlo, en los momentos en que el estrés me estrangulaba en la cocina de mi mamá o cuando nos sentábamos todos sonriendo alrededor del árbol de Navidad, me ponía mi Discman, encendía la música, salía, y corría escaleras arriba y abajo, perdida en mis pensamientos, sola en mi realidad. Cuando tenía ganas de compartir mi secreto, rápidamente le decía a mi familia que necesitaba hacer ejercicio para bajar lo que había comido en Navidad, subiendo y bajando, una y otra vez, hasta que eliminaba las calorías que había consumido. Estaba tan concentrada en mis pensamientos que no me daba cuenta de que mis piernas me estaban matando de la intensa y frecuente actividad.
Soy un bicho raro, me decía una y otra vez mientras entrenaba con intensidad para elevar mi ritmo cardiaco al máximo. A veces, en medio del ejercicio, incluso llegué a cuestionar mi relación con Sandra. En cuanto a mi vida en Estados Unidos, el estar en Venezuela una temporada, tomé en consideración la posibilidad de estar también un poco desubicada; sola en un país extranjero al que todavía no pertenecía. Mi familia supuso que las escaleras eran parte de mi afán por mantenerme delgada para mi trabajo, pero era simplemente mi escape, un lugar para pensar en mi doble vida: Sandra y mi secreto. Me sentía desesperada, como una perfecta extraña en mi casa con la gente más cercana a mí. No pertenecía a ninguna parte. Después de una hora en las escaleras la noche de la primera festividad, decidí olvidarlo todo, me reuní de nuevo para celebrar, y volví a ser hija y hermana. La puerta de la casa de mi mamá era como un túnel de transformación: atravesarlo significaba deshacerme de mi verdadero yo y convertirme en la hija exitosa, amorosa y heterosexual que pensé que se esperaba que fuera.
Cuando no estaba en las escaleras, estaba en los aviones. Fumaba, bebía café y alcohol tratando de no sentir nada. Mi vida se trataba de caminar sin parar, huyendo de mi verdad cada vez que podía.