Capítulo Veintiocho
Lisa vivía en Londres y yo en Nueva York, aunque pasaba una cantidad de tiempo considerable en Londres porque Tori y Karen me estaban consiguiendo mucho trabajo allí. Estaba tan feliz de tener a Lisa conmigo, tanto que el océano que había entre nosotras no importaba. Estaba en la cúspide de mi carrera, pero ella hacía todo aún mejor con su manera de ver la vida logrando que las cosas resultaran excelentes. Tenía tanta alegría y estaba tan llena de vida todo el tiempo; su sonrisa entraba a la habitación antes que ella. Nunca antes había tenido cerca a alguien así tan optimista siempre. Permanecía feliz. Continuamente compartiendo e irradiando su actitud positiva y buen ánimo. Era graciosa hasta más no poder. Amaba todo eso de ella.
A medida que nos acercábamos al año 2000, había muchos rumores acerca de que el mundo se iba a acabar. Aun siendo la persona más optimista del planeta, ella también lo creía, así que tuvo una idea. Antes de que el reloj marcara la media noche del milenio, decidió decir la verdad sobre su sexualidad; no quería que se acabara el mundo sin que su mamá supiera que ella era gay. Un día a mitad de semana, de la nada, Lisa anunció que estaba lista para hablar con su familia.
Estaba impresionada por su valentía al tomar semejante decisión. Me sentí más cobarde que nunca, pero lo justifiqué con el argumento de que en Inglaterra tenían la mente más abierta, por lo que la confesión resultaba mucho más fácil para Lisa. Su mamá vivía cerca de allí, en Manchester, así que no necesitó planear mucho para hacer el viaje. Ese fin de semana fue a ver a los suyos para darles la noticia. Primero emborrachó a su mamá y luego le dijo que era gay. Así no más. Le tomó algún tiempo emborracharla pero sólo un par de minutos darle la noticia. Me llamó a Nueva York inmediatamente después y me dijo que ya lo había hecho. Su mamá había sobrevivido a la noticia pero estaba tan borracha que se había caído esa noche por las escaleras. Nos reímos de la ironía, de que no le hubiera dado un paro cardiaco sino que se hubiera podido hacer daño al caer por la escalera, lo bueno era que estaba sólo un poco lastimada. Además, había tomado muy bien la noticia.
Eso me dejó con una carga muy pesada. Lisa tenía por entendido que yo lo haría; sólo necesitaba el momento adecuado y, por supuesto, la valentía. Por semanas estuve buscando en mí misma la fortaleza que Lisa había demostrado. El hecho de ser venezolana hacía las cosas un poco más difíciles, las presiones eran diferentes. Lisa respetó mi decisión.
Una noche en París, casi un mes después de que Lisa se lo dijera a su mamá, yo estaba en los camerinos esperando para desfilar en un mega show organizado por el diseñador Jean Paul Gaultier. Fue por el mismo tiempo en el que mi película The Mummy (La momia) se estaba estrenando. Lisa estaba conmigo en el show mientras me alistaba. Mi peinado era enorme y alborotado, y me habían puesto muchísimo maquillaje. Se habían tomado cuatro o probablemente seis horas en la silla de maquillaje para dejarme lista. Sería un show salvaje y elaborado. El trabajo de Gaultier era muy osado pero, a la vez, de una autenticidad increíble. La mayoría de las personas extremadamente exitosas también son extremadamente únicas en su carácter y en su arte. Eso es lo que los hace especiales. Gaultier era especial.
Se me ocurrió, probablemente por primera vez, percibiendo todo en los camerinos, que yo también era única y especial y necesitaba honrar lo que me habían dado. Mientras estaba sentada allí, alistándome para desfilar, tenía una gran sensación de orgullo pensando en mi trayectoria hasta ese momento; probablemente la única latina en ese show enorme, emocionada de ser parte de algo tan sorprendente. Gaultier era un genio, pero también estaba haciendo exactamente lo que quería hacer. Me hizo darme cuenta de que yo también podía ser yo misma. Ese fue el momento en el que lo decidí. Todo encajó de repente. Miré a Lisa antes de salir a la pasarela.
—Estoy lista.
La mentira se había prolongado por demasiado tiempo y me había hecho mucho daño psicológico. Busqué en lo más profundo de mi ser para encontrar el valor y contarle la verdad a mi familia. El lugar más extraño e inesperado me había dado esa fortaleza.
Ella asintió con la cabeza. Sabía exactamente lo que mis palabras significaban.
Fue uno de mis shows favoritos. Desfilé sintiéndome fuerte y libre; incluso bajé y me senté en el regazo de una mujer. Fue una liberación instantánea y estimulante, sin mencionar lo liviano que todo se sintió de repente. Lisa se estaba riendo cuando terminé y me dijo que no podía parar de pensar «Guau, ¿qué le estará pasando?», mientras me veía.
Llena de determinación, hice planes inmediatamente después del show. Era tiempo de ir a Venezuela a decirle a mi mamá que yo era gay. Estaba lista.
***
La ambulancia estaba esperando cuando llegué. Sin tener idea de qué tan grave sería, antes de viajar a Venezuela pedí que hubiese una afuera de casa esperando. Tenía miedo de que a mi mamá le diera un paro cardiaco cuando escuchara la noticia.
Fernando vivía en un lugar bastante curioso de Porlamar en la Isla de Margarita que estaba muy cerca de la costa. Se había casado con la mujer más increíble, Mary, y ya tenían una niña, para ese entonces. Navidad estaba cerca, así que mi mamá estaba allá acompañándolos. Deseaba conversar con ella cara a cara y quería que fuera la primera persona de mi familia con la que hablara, apenas aterrizara en el país.
Exceptuando ese reportaje de prensa en el que intentaron sacarme del clóset cuando estaba con Sandra, había podido ocultar mi sexualidad en Venezuela a pesar de la popularidad que había alcanzado allí. Si mi mamá ya lo sabía, claramente me había respetado lo suficiente como para no presionarme o preguntarme al respecto. Nunca dijo una sola palabra.
Subí las escaleras para llegar al apartamento y me relajé un poco cuando sentí el olor de la cocina dándome la bienvenida a casa. Mi mamá estaba haciendo pan dulce, siempre había sido una de sus recetas preferidas. Lo calentaba y le ponía mantequilla y queso. Debió estar cocinando para mi hermano porque a él, al igual que a todos mis hermanos, le encantaba. El olor me hizo sentir segura.
Antes incluso de quitarme la chaqueta o dejar mis cosas, le dije a mi mamá que se sentara, que teníamos que hablar. Estábamos en la sala. Era tarde, así que Fernando y Mary ya se encontraban en la habitación.
Nos sentamos una al lado de la otra en el sofá. La luz era tenue; la planta en la esquina proyectaba una sombra perfecta en la sala. Pude haber cambiado de parecer, como lo había hecho ya en muchas ocasiones; estaba muy nerviosa pero a la vez muy decidida. Esta vez era diferente a todas las anteriores en las que tan sólo pretendía tomar en consideración la posibilidad de decir la verdad, estar asustada ya no era una excusa lo suficientemente buena. No había vuelta atrás ni otra manera de manejar la situación.
Así que después de respirar profundo, sencillamente dije:
—Mamá, es cierto. Soy gay. —Esas fueron las únicas palabras que salieron de mi boca.
Hubo un gran silencio dentro del apartamento, así que, por un instante, pude oír lo que sucedía afuera, deseando brevemente poder estar allá. Oí fuegos artificiales a la distancia, que eran muy comunes por esa época del año. Esperé a que mi mamá dijera algo, mientras oía todas las explosiones en la lejanía, interrumpidas de vez en cuando por la bocina de un carro, con gaitas que se escuchaban durante las fiestas decembrinas sonando muy fuerte por todas partes. La música se intensificó gradualmente y se desvaneció cuando el carro terminó de pasar. Luego mi mamá rompió el silencio en la sala cuando empezó a llorar. Sentí pánico. Mi mamá no se expresaba mucho, era una mujer orgullosa, estoica, así que no estaba segura de si iba a decir algo, ni siquiera sabía lo que estaba pensando en ese momento, o qué sentía ante mi noticia. La gente Wayúu no revela mucho su intimidad. Las mujeres indígenas son muy calladas y retraídas. A veces no te miran a los ojos debido a su timidez. Así que cuando finalmente alzó su cabeza para hablar, luego de un minuto, supe que lo que iba a decir era algo muy importante para ella.
—Mi pobre hija. Solamente me puedo imaginar lo duros que han sido para ti todos estos años, todo este tiempo tratando de decirme algo sin poder hacerlo —dijo mientras sostenía mi mano.
Estaba impresionada por su paz y sensación de calma, sin mencionar lo generosa y amorosa que fue en ese momento. Estaba muy conmovida por sus palabras.
—No entiendo, es cierto. No puedo decirte que alguna vez lo entenderé —dijo—. Es difícil para mí entender ese mundo, pero estoy aquí para apoyarte y amarte.
Palabras muy valiosas. Debió haber sido tan difícil para ella decirlas, como mujer latina, como mujer indígena. También recuerdo vívidamente la felicidad que sentí cuando miré por la ventana hacia abajo desde el piso sexto y la ambulancia, como si hubiese estado dirigida por una rápida llamada mía, se fue, recordándome que las cosas estarían bien, que la verdad había sido lo mejor. En el mismo momento, escuché un disparo, algo usual allá durante las celebraciones decembrinas, entonces le dije a mi mamá que permaneciera alejada de la ventana, por si acaso; no tendría sentido que sobreviviera a mis noticias sólo para que una bala perdida la alcanzara…
A la mañana siguiente, sucedió algo sorprendente. Mi mamá y yo fuimos a la playa de El Yaque; sólo de niña había visto a mi mamá entrar al agua. Alta y extremadamente hermosa, con la piel perfecta, su cara clara y esculpida, con su cabello recogido en un moñito, moviéndose suavemente mientras entraba hasta donde sus tobillos se encontraban completamente sumergidos, para agacharse y luego poner agua en la cara y en los brazos. Miraba y se movía con armonía, como si se tratara de la imagen de una obra de arte. Tenía gracia la manera en la que lo hacía. Nunca en mi vida había pensado acerca de la forma en la que mi mamá se comportaba en la playa. Sencillamente, era lo que ella hacía en el mar desde que tenía memoria. En docenas de fotos familiares mi mamá aparece echándose agua en la cara pero en ninguna de ellas entra por completo al mar. Jamás metía más que sus pies. Y eso que pasamos mucho tiempo en la playa mientras crecimos.
Así que esa mañana mi mamá llevó un pequeño vaso de whisky, solo un poco, tal vez un trago. No bebía; muy pocas veces la había visto tomar. No pensé mucho en ello, pero me causó curiosidad. El vaso tenía un anillo flotante para que no se derramara, como el vaso de un niño pequeño.
Estábamos en una bahía y la marea estaba muy baja. Pusimos nuestras cosas sobre la arena, y luego pasó algo muy extraño. Mi mamá caminó hacia la bahía con su pequeño vaso de whisky, y se sentó en el agua llana. Nunca antes la había visto hacer esto. Allí estaba mi mamá, en su silla que era el mar, dándole vueltas despacito a su vaso de whisky. Había niños alrededor jugando y las personas estaban disfrutando la playa como lo hacían todos los días. Pero nadie era consciente de que algo extraordinario había sucedido. No hice ninguna pregunta; sólo fui con ella y me senté a su lado.
Me contó una historia:
—Patricia, cuando era niña y vivía en la Guajira, había un río llamado Cañito. Para poder atravesarlo, teníamos que tomar un barquito, —dijo—. Una mañana estaba con tu tío y con una mujer mayor y teníamos que cruzar el río, pero no había botes. Ocho jóvenes militares trataron de ubicar algunos para ayudar a las personas a pasar. Estaba haciendo mucho calor. Los ocho hombres, pensando en que se podían refrescar, decidieron nadar al otro lado para traernos los botes.
Mi mamá es una persona de pocas palabras. Así que, estar allí, me maravillaba, pues pude escuchar una historia sobre su niñez. Hasta donde yo sé, nunca le había contado esa historia o nada de su niñez a ninguno de nosotros, jamás. Así que estaba cautivada, escuchándola y a la vez todavía asombrada de que ella estuviera en el agua.
—Tenía sólo cinco años. Vi a ocho hombres entrar al agua para ir por los botes, pero sólo cinco regresaron —me dijo—. Tres se habían ahogado por las algas. Quedaron atrapados y nunca pudieron salir.
Siendo tan pequeña, ese día tuvo que ver sacar del río los cuerpos de esos jóvenes, y desde ese momento, le tuvo pánico al agua. Mi mamá me relató esa historia mientras estaba en el agua tomando un whisky. Tenía lágrimas en los ojos porque me di cuenta de lo que le había costado compartir eso conmigo. Me dijo que nunca antes había contado a alguien ese suceso. Y seguro que mi tío tampoco la había contado a mis primos. Mi mamá le tuvo miedo al agua durante todo ese tiempo y no se lo dijo a nadie por cincuenta y tantos años hasta ese momento. Incluso cuando subió al yate conmigo no me quiso decir que le tenía miedo al agua. Por supuesto, tuvo un severo ataque de pánico.
En ese instante me di cuenta, sentada con mi mamá en el agua, de que había sido necesario que yo le contara que era gay para que ella pudiera entrar al agua y se animara a contar algo sobre su vida. Entonces entendí que al no decir lo que queremos ser o lo que realmente somos, estamos haciéndoles daño a las personas que amamos. Era casi como si no decirlo hubiese sido egoísta de mi parte. El hecho de haberle confiado a mi mamá que era gay, le permitió a ella contarme su mayor miedo en la vida. Ni siquiera el día del yate, cuando obviamente estuvo aterrada, sintió que podía compartir ese secreto. Pero mi valentía le dio a ella valor.
Después de eso, entró al agua con más frecuencia, nunca muy adentro, pero sí lo suficiente como para tomar un baño. Algo más sucedió. Esa mañana en el agua, se inició una nueva relación con mi mamá, de alguna manera me volví su confidente. Fue necesario que una de las dos se abriera para empezar una nueva etapa de comunicación entre las dos; además, viniendo de una comunidad indígena, eso tiene un gran significado.
Cuando creces siendo indígena, no te expresas. Sencillamente no se hace. Somos muy tímidos por naturaleza, muy callados. Hay muchas culturas así, especialmente para las mujeres, en las que revelar sus emociones está mal visto, también es así en la comunidad latina como en muchas otras culturas y religiones. A las mujeres les enseñan a ocupar muy poco espacio y a no molestar.
Luego de que fui sincera con mi mamá, empezamos a expresarnos más, incluso a abrazarnos, lo que en realidad nunca habíamos hecho. Con mis hermanas también.
Contarles a Fernando y a mi papá fue algo completamente diferente. Luego de que le conté a mi mamá, fui a Maracaibo a almorzar con mi papá en un restaurante local.
—Papá, ¿recuerdas ese reportaje en el periódico que decía que estaba saliendo con una mujer? Bueno, es cierto. Soy gay —lo dije antes de que ordenáramos.
—Eso es temporal mija. Es temporal —dijo, como si no le hubiera dicho nada.
—No, papá, soy gay. Discúlpame por haberte mentido.
—Es temporal —insistía, sin poder casi ni mirarme a los ojos mientas hablábamos.
Eso fue todo. Nunca más hablamos del tema. Continuamos con nuestro almuerzo, dejando la tensión en el aire. Esa ligera tensión perduró durante mucho tiempo, peor aún, él continuó haciendo referencias negativas sobre las personas gay, en chistes y ese tipo de cosas. Mi papá, y una gran parte de la cultura latina, lo habían hecho durante años. Pero considerando que era doloroso para mí, había esperado que no lo hiciera más. Lo acepté durante años hasta que un día finalmente le dije:
—Papá, no puedes seguir haciendo esto porque me estás insultando. Estás insultando a tu hija.
No me respondió y nunca más discutimos mi sexualidad. Viendo el lado positivo, él siempre ha sido muy tolerante e incluso ahora quiere a mis parejas. Mi papá, como cualquier otro padre, hizo todo lo que pudo en todos los frentes. Le tomó su tiempo, pero lo hizo.
Fernando fue un poco más duro y se alteró mucho. Cuando finalmente le dije que era gay, las cosas no resultaron muy bien. Hablé con él justo después de la conversación con mi papá; se enojó bastante y dijo:
—¡Ah! Con razón has estado ayudando a mamá todo este tiempo. Porque te has sentido culpable todos estos años. Por eso es que la ayudas.
El dolor de esa afirmación me hirió muy profundo. Las acciones siguientes fueron devastadoras. Luego de esa breve conversación, dejó de hablarme durante un año entero. Ni una sola palabra. Yo tenía mucho dolor. Hablaba con Mary frecuentemente, pero Fernando no me hablaba. Mary me dijo que también sentía mucho dolor. Habíamos sido muy cercanos. Mary sugirió que le escribiera una carta. Así que lo hice, desde el corazón. Reconocí lo duro que debió haber sido para él. Le dije que también era difícil para mí, pero era quien era. Le aseguré que lo que había hecho por mi mamá había sido por amor. Más que todo, quería a mi hermano de vuelta. Lo extrañaba, eso fue lo que escribí.
Si no hubiera sido por Mary, quien trabajó diligentemente detrás de cámaras para lograr que él me aceptara, probablemente nunca habríamos vuelto a hablar. Pero finalmente lo hicimos. Fui a casa para las fiestas. Primero sonrió, luego, poco a poco, regresamos a donde nos habíamos quedado. Por un breve tiempo después de eso, todavía algo quedó en el aire, pero lo resolvimos hasta que finalmente volvió a ser mi mejor aliado. La lección que aprendí es que no todos reaccionarían de la misma forma en la que reaccionó mi mamá. Necesité tiempo para procesar mi verdad y Fernando necesitó tiempo para procesar la suya. Mi papá también. Pusimos todo sobre la mesa, le dimos tiempo al tiempo y finalmente el amor prevaleció.