Capítulo Nueve

Poco después del concurso, Rossana me contó que iba a asistir a un casting en el que esperaba verse con un cazatalentos de Italia. Él iba a elegir chicas para trabajar como modelos en Milán. Imaginé que con el tiempo tendría oportunidad de presentarme en audiciones similares, por eso me sorprendí mucho cuando al día siguiente, Jorge me llamó para pedirme que fuera a la reunión a la que Rossana planeaba asistir. Por supuesto, me sentí confundida, no supe qué hacer, ella era una amiga muy querida y por el entusiasmo que mostraba estaba segura de que quería ser elegida. Habíamos concretado ir a una cita con Vittorio Zeviani. Entré al lugar sin saber cómo comportarme, tampoco llevé un portafolio para mostrar mi trabajo porque no tenía experiencia previa como modelo. En realidad, no deseaba ir; asistí porque Jorge insistió. Hubiera preferido esperar alguna otra cosa diferente, algo que mi amiga no quisiera tan en serio. Temí que esto arruinara nuestra amistad. Ya existía cierta tensión entre las dos por cuenta de un chico llamado Luis con el que ella salía en aquel momento; no me llevaba bien con él y no me gustaba la forma en que todo el tiempo acaparaba su atención, manteniéndola alejada de mí.

Ahora resulta algo nebulosa la forma en que las cosas sucedieron ese día, la manera en que logré entrar en el salón con Vittorio Zeviani, sobre todo porque cuando me senté allí y finalmente me llamaron a verlo, lo único en lo que podía pensar era en Rossana. Pero tan pronto me reuní con él, empezó a preguntarme acerca de mis opiniones con respecto a lo de Milán, de dónde era yo, y si podría enfrentar el hecho de mudarme al extranjero ya que acababa de cumplir dieciocho años; de nuevo empecé a pensar que nunca volvería a bailar. Me sentí horrorizada al saber que podría obtener el trabajo de Rossana, de todos modos, era imposible prever un futuro como ese para mí, hasta ese momento, no tenía en mente otra cosa diferente a vivir en casa. Caracas era ya el extranjero para una chica como yo.

Pasaron los días. Empaqué mis cosas y me fui a Maracaibo. Rossana se mostró impaciente, me llamó todo el tiempo y me habló de su sueño de viajar a Milán para modelar porque, después de todo, era italiana y quería conquistar el país de sus raíces. Por supuesto, Rossana supo que asistí a la reunión, pero no porque yo le hubiera contado; nunca tuve la oportunidad de hablarle al respecto. Una tarde Jorge llamó y me dijo que a Vittorio le interesaba visitarme en Maracaibo y encontrarse con mi mamá para hablar de Milán. Estuvimos de acuerdo, pero antes de la reunión, llamamos a la organización del Miss Venezuela para averiguar si eran personas de fiar; nos respondieron afirmativamente. Se trataba de una agencia importante y venían a vernos, era mi gran oportunidad. Mi mamá preparó café, y cuando Jorge llegó con él, todos nos sentamos en la sala de estar. Vittorio fue directo al grano mirando fijamente a mi mamá mientras hablaba.

—Nos interesa su hija. Nos gustaría que fuera a Milán y trabajara como modelo —dijo. Vamos a pagarle todo lo necesario para que se traslade. Sólo tiene que devolver el dinero una vez que empiece a ganarlo y darnos el 20% de comisión por sus trabajos. Es como funciona esto, podemos explicarle la parte financiera a usted más en detalle.

Mi mamá no era ninguna ingenua; así era como a las niñas las secuestraban y vendían para trata de personas. Se reunían con agentes que simulaban representar entidades legales, eran llevadas fuera del país, les quitaban sus pasaportes, y luego tenían que trabajar gratis para pagar los gastos, no en modelaje, por supuesto. Era aterrador, pero se trataba de la triste y horrible realidad del mundo. Mi mamá miraba asustada, pero escuchaba, no se involucraba de alguna manera que sugiriera que aceptaría o que me dejaría ir con ellos.

—Gracias por visitarnos —dijo—. Vamos a discutirlo esta noche y le responderemos en la mañana. ¿Le parece?

—Por supuesto —dijo el agente y se fue cortésmente. Jorge salió con él.

Cerró la puerta y se quedó callada por un rato. Entonces le comenté:

—Mamá, quiero hacer esto. Si puedo producir aunque sea un poco de dinero, nuestra situación puede mejorar muchísimo. Piensa en el dinero, mamá.

Estaba preocupada, aseguró que lo pensaría; luego me repitió que yo no debía llevar la carga de la familia y que todo iba a mejorar. Pero en mi mente esa era mi responsabilidad. Necesitaba ayudar a mi mamá, a mi gente, a quien lo necesitara. Si había algo claro en mi vida, era eso; quería ofrecer lo que pudiera.

Así que llamé a Jorge enseguida para decirle que mi mamá estaba preocupada. Regresó inmediatamente para convencerla de lo importante que podría ser esa oportunidad. Además, tenía algunas noticias que nos sorprendieron:

—Patricia fue la única seleccionada, —dijo.

—¿Rossana no? —Le pregunté. Jorge negó con la cabeza.

—No. En todo el país, sólo tú. No eligieron ninguna otra chica.

Yo sabía lo que eso significaba, mi mamá también: esta oportunidad era más grande que la del Miss Venezuela. Jorge se fue, y mi mamá prometió que tendría una respuesta en la mañana. Cenamos esa noche sumidas en nuestros pensamientos. Después de la cena, llamé a Rossana; marqué su número, pero la llamada no pasó, le dejé un mensaje con su padre.

Finalmente, alrededor de las 9:00 de la noche, sonó el teléfono. Lo agarré al primer timbrazo.

—¿Alo? —Dije, esperando que fuera Rossana.

—Hola —dijo la voz de un hombre—. Es Luis. —Era el novio de Rossana.

—Oh, hola. ¿Está bien Rossana? —Le pregunté—. He estado tratando de conseguirla.

—Está bien, sí. Salió con unos amigos. Lo cual es bueno porque quería hacerte una pregunta. ¿Te gustaría ir a cenar alguna de estas noches? …Sola conmigo. —Preguntó.

El idiota me invitó a salir. Como si yo estuviera dispuesta a herir o a traicionar a Rossana de esa manera. Estaba furiosa. Sabía que Rossana amaba a ese imbécil.

—¿Cómo te atreves a llamarme? Tu novia es mi mejor amiga. —Tiré el teléfono.

Sabía que aquello no era una buena señal. Rossana estaría completamente desconsolada porque no iría a Milán y peor aún, su novio me estaba coqueteando. ¡Sin duda me detestaba! Estaba desesperada por hablar con ella, pero a pesar de mis muchas llamadas, no pude encontrarla.

Más tarde esa noche, como lo hacía de costumbre, me senté junto al tocadiscos. Tenía dos discos que siempre ponía cuando todos se habían ido a dormir. Me quedaba allí en la sala con el apartamento en silencio, y escuchaba a Supertramp una y otra vez, a pesar de que no entendía la letra en inglés. Mi hermano Carlos, quien me enseñó a amar la música, me había regalado el disco. Sonreía mientras miraba mi mano mientras ponía la aguja en el disco. Carlos solía bromear conmigo sobre mis manos; mis hermanas las tenían hermosas, como mi mamá, yo no. Carlos siempre iba un poco más adelante de todos nosotros, el más guapo, talentoso e inteligente. Nunca tuvo que estudiar, tenía memoria fotográfica, súper inteligente, dibujaba como todo un arquitecto y era campeón en deporte, dueño de un espíritu que lo congeniaba con todo el mundo. Siempre dijo que Supertramp me traería algo de paz cuando tuviera cosas en qué pensar. Tenía razón.

Mamá salió en su pijama; estaba oscuro, con la luz de la ciudad iluminando levemente la sala, apenas le escuché decir:

—Vamos a dormir ya, Patricia.

—No —le dije—. Me voy a quedar aquí un rato más.

—Es bastante arriesgado eso de irte para Italia, ¿sabes? Acabas de cumplir dieciocho años, eres muy joven, no hablas italiano, tampoco has terminado tus estudios.

—Mamá, ésta es una gran oportunidad. Me eligieron sólo a mí. A nadie más.

—¿Cómo sabemos que van en serio? —Preguntó—. ¿Y si estuvieran mintiendo? ¿Qué tal que te lleven y no vuelvas nunca más?

—Mamá, es una agencia muy importante.

Sabía que no teníamos manera de comprobarlo, pero la palabra de Jorge y de los organizadores del Miss Venezuela me parecía suficiente. Confiaba en que mi suerte y mi confianza me mantendrían a salvo de cualquier mal.

—Mamá, si me puedo ir, puedo ganar mucho dinero y conocer el mundo. —Ella apenas me escuchaba—. Tengo muchas ganas de ir.

—Voy a pensarlo. Llamaré a tu papá. —Terminó por decir.

Entendía, por su cara, que no quería que me fuera, y que la decisión era demasiado importante como para tomarla sola. Pero cuando me senté allí en la noche a pensar, sabía que me dejaría ir, estaba segura de que comprendería que debía ir y que yo no estaba destinada a la común rutina de ir a la universidad y trabajar en una oficina. Era consciente de los muchos estragos que estaba ocasionándoles a todos, y me preguntaba si tendría la valentía para oponerme a mi mamá si se negaba. Entonces, desterré ese pensamiento y regresé a la idea de que ella me conocía mejor que nadie, y que iba a hacer lo correcto para mí. Mi mamá sabía que yo tenía una misión y que no iba a cumplirla en ese edificio, mucho menos en ese lugar.

Me quedé dormida junto al tocadiscos esa noche y desperté con el salto de la aguja. Mi mamá se levantó temprano, y vino a la sala antes de arreglarse, se sentó en el borde de la silla a mi lado.

—Si esto es algo que realmente quieres hacer, ve. Solo voy a pedirte que tengas mucho cuidado. Europa es un continente muy antiguo, las personas son diferentes. Creciste allí, pero no lo recuerdas. Si algo sucede, te vienes de regreso de inmediato —dijo—. ¿Está claro?

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no lloraba. Yo estaba tan emocionada que no podía creerlo, llamé a Jorge para que se comunicara con la agencia. Programaron mi viaje a Milán para un mes después.

***

En ese mes tenía algunos compromisos que cumplir antes de salir, uno de ellos era el certamen en Florida, para el que me habían elegido. Dos noches después de recibir la noticia de Milán, tuve que regresar a un evento en Caracas por lo del Miss Venezuela. Iría mucha gente importante, incluyendo periodistas y otros venezolanos famosos. Llegué por la mañana y me registré en el hotel. Estando allí, no había pasado una hora, cuando sonó el teléfono.

—Hola —dije.

—Patricia. —Yo conocía esa voz.

—Es Ernesto.

—¿Cómo me encontraste? —Le pregunté—. ¿Acaso eres experto en localizar personas que se hospedan en un hotel? —Nos reímos.

—Llamé a tu apartamento. Tu hermana me contó dónde estabas. Me gustaría verte. Claro, si no eres demasiado famosa ahora.

—¡Oh! ¿Has oído hablar de mí?

—¿Qué si he oído hablar de ti? ¿Me estás tomando el pelo? Por supuesto. Estoy en Caracas por unos días —dijo.

Estaba tocando en la banda de un gran cantante.

—Después vuelvo a España.

—¡Qué bien! Escucha, tengo un evento esta noche. Ven. Tráete un amigo si quieres para que no vayas solo.

—Claro que sí.

Le di los detalles de la fiesta y colgué. Extrañamente, los papeles se habían invertido. No había pensado mucho en ese hombre en todos esos años, no desde que me había dicho que tenía una novia. Pero estaba claro que él sí había pensado en mí. Casi ni siquiera me había preocupado por saber de él; la emoción en mi vida, todo lo que estaba pasando, era más abrumador que mi enamoramiento adolescente. La vida había cambiado mucho en ese tiempo. Ahora era una mujer, lucía diferente, me sentía diferente; de pronto, era el centro de atención del público.

Esa noche en la fiesta, lo reconocí de inmediato, pero mi reacción no fue la misma de antes; lo vi caminando con su amigo y pensé para mis adentros que estaba algo viejo. No me gustó mucho o, más bien, no estaba nada impresionada. Se acercaron y les presenté a mi amiga Mónica; la atracción entre su amigo y ella fue inmediata, era como si para ellos el resto de la gente en el salón hubiera desaparecido. Se alejaron de nuestro lado casi al instante. Me sentía algo atrapada en aquella fiesta; mientras Ernesto se esforzaba por impresionarme esa noche, podía ver en la forma en que me miraba que tenía sentimientos por mí; pero yo ya no sentía lo mismo.

Hubo un momento en el que puso su mano en mi espalda y trató de alejarme de la gente para tener privacidad. Lo dejé hacer, quizá, movida por su ternura. Lo escuché, pero en mi imaginación yo ya estaba en Milán. No iba a volver con Ernesto ni con ningún otro hombre, sobre todo porque no quería distraerme del objetivo de ganar dinero para ayudar a mi mamá, tampoco quería salir lastimada de nuevo. Ernesto, después de todo, había roto mi corazón, años atrás y, con la guardia en alto, más que nunca, estaba segura de no querer dejar entrar a nadie jamás. Él me había rechazado, y ese tipo de daño nunca desaparece. De todos modos, en lo profundo de mi mente pensaba, él va a estar en España. Eso significa que voy a tener una persona conocida en Europa. Alguien con quien podría contar. Lo escuché, prevenida, por supuesto, pero le atendí todo lo que tenía que decir.

—No podía hacer nada contigo, en ese entonces, Patricia. Eras tan joven, ¿sabes? Yo intentaba ser respetuoso, pero eso no significaba que no sintiera algo por ti.

—Lo sé. He tenido tiempo para pensar en eso, y está bien, no hay resentimientos.

—¿Y ahora? —Preguntó.

Hice una pausa y miré dentro de mi copa por un momento.

—Me dirijo a Italia muy pronto. Me temo que nuestro tiempo ya pasó.

—Entiendo. Sé que ha transcurrido demasiado tiempo, pero no ha habido un solo día en el que te hayas apartado de mi pensamiento. Lo que ahora me importa es que Italia está cerca de España. Te ayudaré allí si alguna vez me llegas necesitar. De verdad, quiero hacerlo.

—Tal vez, sí. Ya veremos. Mi atención estaba en otra parte, no era capaz de sentirme cerca de él en ese momento.

Hablamos un poco más esa noche, y nuestros amigos terminaron siendo novios, pero Ernesto y yo, después de todo el tiempo que había pasado y mi desesperación de ese día en el aeropuerto, no hicimos nada más que compartir un beso al final de la noche. Me acompañó al vestíbulo del hotel y nos despedimos. Cuando estaba a punto de irse, dijo:

—No ha pasado y tú lo sabes.

—No ha pasado ¿qué?

—No ha pasado. Nuestro tiempo aún no ha pasado.

Al decir esto se fue.

Después, empezó una época de gran revuelo, una mezcla de emoción ante lo desconocido, miedo a irme, y tristeza por la pérdida de una amiga, ya que nunca volví a saber de Rossana. A pesar de mis esfuerzos durante ese último mes en casa, Rossana nunca devolvió mis llamadas. No poder hablar con ella antes de irme fue una de las experiencias más dolorosas que tuve que sobrepasar; me sentía muy emocionada por mi futuro y triste por lo que estaba dejando atrás, desesperada por no poder oír su voz.

David todavía seguía presente en mi memoria; había hecho algo maravilloso al patrocinarme; además, gracias a su posición prominente como abogado, ayudó a mi mamá a llevar su proceso de divorcio. Fue extraño porque cuando finalmente mis papás se divorciaron, el impacto en nosotros, los hijos, no fue tan duro porque estábamos acostumbrados a que mi papá no estuviera presente por su trabajo, pero para mi mamá sí lo fue. Estaba en deuda con David para siempre. Y a la vez, tácitamente podía vislumbrar a Ernesto al otro lado del océano cuando llegara a Europa.

No quería sentir lo que mi mamá había tenido que experimentar la mayor parte de su vida. No quería dejarme afectar por la gente ni hacer mi camino tan atada a los demás. Dolía demasiado. Así que, mientras que esta vida nueva se me presentaba, con todo tipo de lazos del pasado dando vueltas a mi alrededor, yo solo tenía la esperanza de una cosa con el viaje a Milán: cuidar de mi mamá y darle una mejor vida.