DESPUÉS DE LA TORMENTA
«Habrá que inventarse una
salida,
ya no hay timón en la deriva».
(«La Deriva», Vetusta Morla)
Perdona por escribirte una vez más, Zoe. Esta será la última vez que tengas noticias mías. No tenía fuerzas para decirte todo esto a la cara. Además comprendo que verme sea lo último que quieras hacer en tu vida.
Te escribo esta carta de mi puño y letra para que quede constancia de todo. ¿Recuerdas cuando nos conocimos y nos escribíamos cartas? ¡Qué diferente es todo ahora! Y por mi culpa.
Si me dirijo a ti no es para pedirte perdón, pues no creo que lo merezca, sino para decirte al menos que siento muchísimo todo el daño que te he causado y que nunca más volverás a sufrir por mi culpa, porque desapareceré de tu vida.
Echo la vista atrás y no sé cómo pude perder la cabeza de ese modo. Me dolió mucho nuestra separación, pero cuando me enteré de que salías con Marcos, los celos se apoderaron de mí y afloraron facetas de mi personalidad que ni yo mismo conocía.
Esta mañana he ido a comisaría y he realizado una declaración de todo lo que te hice. Aquí te adjunto la copia. Va dentro de este otro sobrecito porque quiero que leas primero esta carta.
Reconozco en ella que fui yo quien entró en tu casa (antes nuestra), sabedor de lo descuidada que eres. La primera vez que entré no lo hice con el propósito de instalar nada, ni siquiera se me pasaba por la cabeza. Simplemente echaba de menos la casa, tu olor en la almohada, tus cosas en el baño… Entraba cuando sabía que tú no estabas y me tumbaba en el salón a ver la tele y a tomarme una cerveza. Así me engañaba y me hacía a la idea de que nada había cambiado. Mi cerebro esperaba verte aparecer como siempre, sonriente, guapísima, con tu alegría habitual, preguntándome qué tal el día… Sí, es una locura. Lo hice por primera vez una noche que estaba borracho, y sabía que estabas fuera de Madrid… Y luego lo repetí tres veces más mientras tú estabas en el trabajo.
Una de las veces cerraste con llave la puerta y no pude entrar. Temí que hubieses notado algo, pero a la vez siguiente la puerta estaba cerrada manualmente, como siempre.
Esos momentos eran los únicos felices que tenía. Para mí era algo inofensivo. Siempre procuraba dejar todo como estaba para que tú no te asustaras.
Después llegó la noche del robo. La casualidad quiso que yo estuviese dentro de mi coche en esa misma calle a esa misma hora. Acababa de dejar a una amiga en su casa, justo en ese mismo lugar, y ya iba a arrancar cuando te vi saliendo del coche con Marcos. Os observé mirando a ambos lados de la calle y entrando en el Ateneo. Me quedé impactado por verte de nuevo, y más acompañada, y entrando en ese sitio y a esas horas. Encendí la radio y monté guardia, como si estuviese de dispositivo. Tampoco tenía nada mejor que hacer. Cuando salisteis, mientras cerrabais la puerta, os hice la foto con el móvil. En el momento no sé ni por qué. Quería tener una imagen tuya, pero luego la usé mal.
Cuando al día siguiente me enteré de la noticia del robo, jamás pensé que pudieras ser tú. De hecho, os vi salir sin nada en las manos, y mucho menos un cuadro tan voluminoso. Pero, dadas las circunstancias, mi enferma cabeza pensó que me serviría para chantajearte.
Tampoco vi salir o entrar a nadie más del Ateneo esa noche. Y estuve bien atento. Tranquila, los ladrones no accedieron por la puerta principal. Lo sé porque, ya sabes, tengo contactos. Hicieron un butrón en un local que estaba en desuso al lado. Y entraron y salieron por allí. Así que estabais fuera de toda sospecha desde el principio. La policía guardó el máximo secreto y ocultó lo del butrón para facilitar la investigación. Vosotros no lo sabíais y yo lo utilicé en vuestra contra.
Habrás tenido noticia de que el tío de Marcos ha sido detenido junto a la banda que perpetró el robo. Si bien él no les facilitó las llaves, lo cual habría sido demasiado evidente, porque todo el mundo sabía que era el guardián del Ateneo, sí les dio la información de que esa noche las alarmas no funcionarían.
Se trata de una conocida banda criminal, experta en robos de arte. Al parecer, ahora también se dedicaban a la trata de blancas, y tenían bajo su control a la novia del tío de Marcos. La pobre chica había contraído una importante deuda con ellos y tenían amenazada a su familia. Beltrán, el tío de Marcos, acordó facilitarles el robo del cuadro a cambio de su libertad. A veces el amor nos lleva a cometer actos que jamás habríamos pensado. Ahora pienso que lo que hizo Beltrán fue mucho más noble que lo que he llegado a hacer yo.
Hago especial hincapié en mi declaración policial en que vosotros no tenéis nada que ver con el robo, y de mis grabaciones se desprende que vuestra visita fue del todo inocente. Y me pongo a disposición de la policía para facilitárselas si las requieren. Al menos han servido para algo bueno.
Como ves, el que estuviera yo allí esa noche fue pura casualidad.
Continúo…
La siguiente vez que entré en tu casa después de la noche del robo ya no pude resistir la tentación: encendí tu ordenador y probé a abrir tu correo. Sabía que eres muy confiada y sospechaba que ni siquiera habrías cambiado la clave. Leí uno a uno todos tus correos. Por si me quedaba alguna duda, comprobé que no tenías nada que ver con el robo del cuadro. Y también de este modo fue como me enteré de que estabas saliendo en serio con ese chico. Ahí enloquecí. Algo hizo clic en mi interior y perdí el control.
Pensando en cómo podía mantener algún contacto, se me ocurrió lo de los micrófonos y descubrí entre los trastos de la comisaría el aparato de escucha. Fantaseé con la idea de poder oír tu voz cada día, escuchar tu risa, tu respiración…
Al principio lo deseché, claro, pero me llevé el equipo a casa. Cada día lo contemplaba en el rincón de mi habitación. Prácticamente me hablaba y me decía que era el instrumento que me acercaría a ti, que lo usase. Decidí hacer más deporte, me apunté a un gimnasio y todo, para despejarme la cabeza y olvidar esas locuras. Al principio funcionó, pero al poco, a pesar de machacarme con las pesas y los partidos, de salir a correr una hora, de quedar con amigos y procurar no estar ni un segundo solo en casa, si no era para dormir, la idea de escuchar tu voz se fue haciendo cada vez más fuerte.
Tú me habías denegado todo acceso a ti: me habías bloqueado de tu correo, de tu teléfono, de tus redes sociales, de tu vida. Y con ese aparato yo podría compartir, aunque fuera a modo de espectador, tu día a día.
Investigué en Internet el funcionamiento del aparato. Era muy sencillo, la única pega era que el radio de acción era muy limitado, unos pocos metros tan solo. Así que volví a desechar la idea. Me conformaba de nuevo con entrar algún día furtivamente en tu casa, leer tu correo, acariciar tus sábanas… Siempre con cuidado de que no me vieran los vecinos, escondiéndome bajo una gorra y unas gafas y mi nueva apariencia más musculada. Incluso modifiqué mi forma de vestir para que no me reconocieran.
En una de esas visitas me topé de bruces con la buena de Susana en la escalera. Y me reconoció, claro. Tú no te dabas cuenta, pero siempre había estado colada por mí. Por eso rechazaba a todos los chicos que le presentábamos y nunca se echaba novio. Me lo dijo un día. Pero me hizo prometer que no te lo diría, y así lo hice. Nunca pasó nada entre nosotros mientras estuvimos tú y yo juntos. Y, te lo creas o no, la única vez que hice la estupidez de ponerte los cuernos fue justo aquella en que me pillaste. Dos malditos polvos con una tía que no me importaba lo más mínimo. Pero bueno, no te torturo más con el tema.
Empecé a ver en Susana un recuerdo tuyo, una forma de acercarme a tu mundo, y comencé a salir con ella con la esperanza de volver a entrar en tu vida. Pero ella no quería que volviésemos a salir los tres. Lógicamente, sabía que yo seguía enamorado, hablábamos de ti todo el tiempo. Era algo enfermizo. Susana te admira mucho, muchísimo. También estaba obsesionada contigo a su manera.
Continué mi relación con Susana, pero ella siempre evitaba que pudiéramos coincidir contigo. Dejamos de frecuentar los sitios a los que íbamos antes los tres, y me hacía dejarla siempre cuatro calles más allá de la tuya.
Yo miraba cada día mi móvil a ver si me habías levantado el bloqueo, pero nada. Lo entendía, pero no lo aceptaba. Me enfurecí contigo por alejarme de ese modo tan brusco de tu vida.
La situación se hizo cada vez más dañina para todos. Susana trataba de conquistarme y de que te olvidara, a pesar de que no parábamos de hablar de ti, y yo volcaba más en ella mi rabia y frustración de no verte. Pero Susana, lejos de abandonarme, se mostraba cada vez más sumisa. Era un círculo vicioso.
Llegó un momento en que comprobé que Susana estaría dispuesta a hacer lo que fuera si yo se lo pedía.
Y entonces, con la excusa de ayudarte a superar una supuesta adicción sexual, le pedí que instalara el aparato de radioescucha en su casa y te grabase, y que me informase de cada paso que dabas. Ya estaba en una pendiente de locura, cuesta abajo y sin frenos.
Y Susana lo hizo. Siempre ha sido una persona de escasa personalidad. Fue muy fácil instalarlo todo. ¡Y funcionaba! Elegí los cuadros para esconder los micros y listo.
Cuando escuché tu voz por primera vez después de tanto tiempo, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Quería más. Ya era un adicto. Tú seguías siendo muy casera y pasabas gran parte del tiempo en el piso, y los micrófonos, pese a su antigüedad, recogían fielmente cada palabra tuya pronunciada en el salón o el dormitorio, que es donde pasabas la mayor parte del tiempo.
Pronto ya no me conformé solo con escucharte. Quería verte. Saber dónde estabas en cada momento y no poder hablar contigo se convirtió en una verdadera tortura.
La pobre Susana era ya un alma sin voluntad en mis manos. Seguía haciendo todo lo que le decía. Grababa las cintas, me las pasaba y me informaba al momento de tus movimientos. Yo no comprendía esa sumisión tan servil, pero tampoco lo que estaba haciendo yo.
Poco a poco empecé a perder el control, y más sabiendo que llevabas ese tipo de vida. Los celos, la soledad, mi obsesión contigo…, hicieron un cóctel explosivo en mi mente y comencé a escribirte esos mails. Realmente nunca habría dicho nada de tu vida privada en tu trabajo, solo quería presionarte, a mi manera. Y a tu madre solo le di a entender algo, pero tampoco afirmé nada.
Un día no aguanté más. Escuchaba cómo decías que hombres que no conocías de nada te poseían, os escuché a Marcos y a ti haciendo el amor y creí morir de celos. Fueron los únicos momentos en que no pude escuchar la grabación completa.
Afortunadamente vuestros encuentros eran casi siempre fuera del piso, o de lo contrario no habría aguantado. Necesitaba tu cuerpo, tocarte, olerte, sentirte.
Me hice un perfil en la página de contactos de parejas, y cultivé la amistad de la gente que movía las fiestas, como el Marqués. Y así logré coincidir contigo aquella noche en su casa. Fue todo una locura. Estaba tan nervioso que me tuve que tomar un ansiolítico y media botella de vodka. Es lógico que me comportara de aquella manera tan penosa.
Luego los acontecimientos se precipitaron, hasta aquel desgraciado día en el hospital.
Como te he dicho, no te pido perdón, porque no lo merezco. Solo quería contártelo todo. Y decirte que soy la peor persona del mundo y que ni yo mismo me perdonaré todo el daño que te he hecho. A ti, a la persona que más quiero.
Espero expiar parte de mi culpa con mi declaración ante la policía y por escrito de todo lo que ha sucedido, y que mi expulsión del Cuerpo y seguramente pena de cárcel sirvan para mitigar este remordimiento que no me deja vivir.
Y cuando termine de pagar mis culpas me iré lejos de aquí, lejos de tu vida.
Te quiere.
Javi.