COMIENZA EL JUEGO

«Y entre nombres que no siente,

se pierde y se descuelga

de las sogas que le aprietan,

de migajas en la mesa,

de tijeras que no cortan

y de heridas que no cierran».

(«Carreteras secundarias», Zahara)

Damas y caballeros, el Gran Juego Sexual va a comenzar! —Es el vozarrón del Marqués, disfrutando de su rol de director de orquesta—. ¿Estamos todos? ¡El que no quiera jugar que lo diga ahora o calle para siempre!

»Puede que ustedes hayan jugado a los dados del sexo, al Monopoly sexual, a la botella o a cualquier otra cosa. Pero este no es uno de esos juegos que cualquiera puede adquirir en un sex shop. Tampoco es un juego de niños como el conejo de la suerte. ¡Esto es algo que cambiará sus vidas! Yo antes de jugar era esbelto y delgado, con eso lo digo todo.

Los demás nos reímos y le prestamos atención. Javi me mira de reojo y yo le fulmino con mi mirada. Marcos se sienta detrás de mí y entrelaza mi talle con sus brazos, como si de un cinturón de seguridad se tratase.

—¡La última vez que jugamos recuerdo que todavía era heterosexual, Marqués! —bromea un hombre de unos cuarenta que lleva puestos solo unos vaqueros y que luce un torso atractivo, con algo de barriguita. Los aficionados a utilizar la última palabra tonta de moda dirían que es un «fofisano». Yo en cambio diría que es un tío normal que tiene un polvo.

—Sí, en la página has puesto que eres bicurioso. —La chica que se sienta al lado le revuelve cariñosamente el pelo y ríe.

¡Vaya, otra palabra nueva! Supongo que bicurioso será que tiene curiosidad por las relaciones bisexuales.

—Bueno, aquí solo se piden dos cosas: ser sinceros y obedecerme en todo. Este juego, el Gran Juego Sexual, tiene un maestro, y ese soy yo. Se ha decidido por unanimidad. Me lo he preguntado a mí mismo y me ha parecido bien. En cualquier momento puedo expulsar a quien no cumpla las reglas o no realice una prueba.

Todos asienten. Nuestro autoproclamado maestro extiende sobre la mesa unas cartas, dos dados eróticos, varias tarjetas precisamente de un juego de mesa sexual, un iPad encendido que muestra una peli porno, un pañuelo, varios trozos de papel y unas esposas. Y, por último, una ruleta como las de los casinos. Parece que el Gran Juego Sexual es una mezcla de todos esos juegos que el Marqués dice que no es. Nos ordena escribir nuestro nombre en uno de los papelitos y los introduce todos en un bol.

—Necesito una mano inocente.

—Pues la mía no puede ser, que acabo de hacerle una paja de campeonato a Óscar. —Los inevitables chistes sobre sexo se suceden.

—Te va a resultar difícil aquí, Marqués —señalo.

—¡Zoe! ¡Esta chica es inocente y pura, no como vosotros! ¿Quieres hacerme los honores?

¿Para qué habré abierto la boca? El pulso se me acelera, y eso que solo es una tontería de juego. Me levanto y siento las miradas de todos sobre mí. ¡Qué remedio! Saco una papeleta al azar y la abro.

—¿Puedes leernos el nombre, Zoe?

—Javi. —De todos los nombres, tenía que salirme este. Eso me pasa por jugar con fuego y no haberme largado.

—Muy bien, Javi. Tienes que acercarte y sacar otra papeleta —le indica el Marqués. Solo falta que salga mi nombre. O el de Marcos, y ya terminamos de montar el circo.

—¡Laura! —¡Uf, salvada!

Los ojos del grupo se dirigen a una chica alta, con una figura voluptuosa y sexi dentro de un vestido de verano de tonos rojizos. Su melena rubia lisa enmarca una cara agradable. Posee unos ojos chispeantes y simpáticos.

—¿Y yo qué tengo que hacer? —pregunta con una sonrisa cautivadora.

—Ahora coges una tarjeta, que os indicará a Javi y a ti la prueba que tenéis que realizar.

—«Debes practicar sexo oral durante un minuto a la persona que te haya tocado en suerte. Pero no lo harás sola, deberás elegir a otro concursante, el que quieras, para compartir el manjar». —Lee Laura—. Pero ¡bueno! ¿Y si no quiero? —dice riendo.

—Pues expulsada del juego. Este es un juego solo para atrevidos. Y también tiene que querer Javi. Tú te apuntas, ¿no, Javi?

—Bu…, bueno. —Javi me mira como pidiendo permiso, aunque ya no tenga que dárselo, y acepta el reto. Estoy a punto de levantarme e irme, pero creo que las piernas no me responderían.

—A ver a quién elijo yo…, ¿alguna voluntaria? —pregunta Laura.

—No vale pedir voluntarios, en este juego hay que seguir lo que digan las cartas.

—Vale… —Laura mira alrededor, escrutándonos para elegir su víctima. Yo fijo la mirada al suelo y ni respiro, en un intento de hacerme invisible y pasar inadvertida. Desde luego, si me elige no pienso participar.

—¿Puedo elegir un chico?

—Puedes elegir a quien quieras. Y si Javi o el chico no aceptan, serán expulsados. El último que quede en el juego y gane será el más depravado.

—Pues si lo quiero eliminar, con escoger a un chico…, aunque igual le gusta. No sé, no voy a ser mala. Escojo a…, a ver a ver… ¡A ti, que estás muy calladita!

Afortunadamente no se refiere a mí, sino a una mujer de cierta edad, de rostro aristocrático, que se encuentra sentada en el regazo de su pareja, un hombre maduro, de pelo canoso y aspecto interesante.

—¡Ya tenemos ayudante! —anuncia el Marqués—. Mi querida Sonia.

Sonia sonríe y se levanta diciendo:

—¡Qué se le va a hacer, me ha tocado! Pero cuenta bien el minuto, Marqués, que tus minutos son muy largos.

—¡Sobre todo cuando le toca recibir placer a él! —dice alguien. Todos se ríen.

Yo me pregunto una y otra vez qué hago aquí y por qué no me he largado nada más ver a Javi, pero la curiosidad y la posibilidad de verlo haciendo el ridículo pueden más. Sonia se levanta y se acerca de forma sensual hasta un Javi pálido como la cera que trata de sonreír para no demostrar lo nervioso y fuera de lugar que está. Ella le pide permiso en voz baja y comienza a desabrochar los botones de la cremallera del pantalón. Laura le ayuda a la vez que acaricia el pecho de mi ex por debajo de la camisa. El público contempla expectante la escena.

—Empieza a contar, Marqués.

Laura le saca el pene a Javi, en estado de reposo, y se lo introduce en la boca sin miramientos. Sonia colabora lamiéndole los testículos y el perineo, pero el cuerpo de Javi, que como dirían los argentinos, ahora mismo «no tiene todos los jugadores en el campo», no parece responder a los estímulos.

Los segundos pasan y, pese a los esfuerzos de las dos voluntarias, la situación empieza a adquirir tintes tragicómicos. Javi nunca tuvo problemas de erección cuando estaba conmigo, y ahora se supone, que, con dos bellas desconocidas dedicándole todas sus atenciones, el sueño de cualquier hombre, su miembro debería estar mucho más animado. Pero, completamente fuera de su ambiente y rodeado de miradas escrutadoras de desconocidos, no sabe dónde meterse. Me mira con cara de apuro, observa también a su alrededor… Los sesenta segundos que en principio debían ser de los más placenteros de su vida se están convirtiendo en los más largos. Es lógico, para él esta es una situación nueva y con tanta gente observando es normal que no se concentre.

—Tranquilo. Cierra los ojos —le susurra Sonia, mientras le acaricia los párpados—. No pienses en nada, solo disfruta.

Javi obedece y comienza a relajarse. Sonia y Laura se esfuerzan al máximo y por fin el pene de Javi comienza a responder. ¡Y de qué manera! En cuestión de segundos se yergue en todo su esplendor.

Experimento una sensación rara al ver el que hasta hace no mucho era mi juguete exclusivo siendo disfrutado ahora por dos extrañas. Javi, más seguro ahora, abre los ojos, levanta la vista y me mira orgulloso como tratando de provocar en mí algún tipo de reacción, pero yo le dedico un gesto lleno de indiferencia. Aprovecho que me está observando para acariciar por la nuca a mi chico, girarme y meterle un buen morreo. Si Javi quiere jugar con fuego, que se queme del todo.

Cuando vuelvo a mirar, compruebo que Laura y Sonia continúan haciendo su trabajo, con gran dedicación y entusiasmo, y en ocasiones entrelazan sus lenguas e intercambian risitas y miradas cómplices. El personal se va calentando y comienzan las caricias mutuas.

—Yo también quiero —dice una voluntaria.

—Lo siento, pero el juego es el juego. Cuando te toque —dice riendo el Marqués.

Termina por fin el minuto y Laura y Sonia se despiden de Javi con un beso, saludan al público, que aplaude y todo, y vuelven a sus asientos. Mi ex introduce el dragón en su guarida y se queda con una cara de tonto más acentuada de lo habitual.

—¡Siguiente prueba! Acércate, Zoe, y saca otra papeleta. ¡El elegido o elegida deberá contarnos su anécdota sexual más extraña! Y no vale inventársela, tiene que ser real, por favor.

Resignada a mi papel de niña buena e inocente, rebusco entre el bol y al final aparece un nombre:

—¡Marcos!

Resulta increíble pero mi mano parece tener un imán hacia los hombres de mi vida. Y eso que se supone que era inocente…

—Desde luego, Zoe, ya podías haberme sacado antes, y no ahora que no me voy a comer un colín y encima tengo que confesarme —bromea Marcos.

Parece muy tranquilo, yo en su lugar estaría bastante nerviosa. Nunca me gustó demasiado hablar ante más de cuatro personas, y mucho menos de mi vida sexual.

—¡Enhorabuena, Marcos! Mira a ver qué cuentas, que aquí te conocemos muchos y no nos vamos a conformar con cualquier cosa, que sabemos que eres un fuera de serie. Cuando quieras… —le indica el Marqués.

—¿Cuál es el sitio más raro donde lo has hecho? —inquiere una entusiasta de enfrente.

—¿Con quién te arrepientes más de haberlo hecho? —pregunta otra.

—¡Que cuente lo del autobús y las testigos de Jehová! —piden por el fondo.

Veo que Marcos tiene una reputación, y noto a sus fans algo exaltadas. Piensa un rato, sonríe y comienza a hablar:

—¿Era mi anécdota sexual más extraña, no? A ver una que se pueda contar…

—¡Y que no se pueda! ¡Eso no vale! Si se puede contar, es que no es muy interesante…

—Vale, es que no quería contar aquello del cadáver… Es broma, no me miréis así.

Marcos parece dudar por unos instantes mientras hace memoria. Debe de tener un buen repertorio donde escoger. De pronto su rostro se ilumina, su mirada se queda fija un segundo y se decide:

—¡Ya está! Fue hace un montón de años. Con una chica de la que estaba profundamente enamorado. Aunque salimos poco tiempo, porque al final todo resultó bastante extraño y acabó superándome. —Marcos ha conseguido captar nuestra atención. Continúa—: Nunca había conocido una chica tan especial. Era preciosa, muy tímida, extremadamente sensible. Nos conocimos en una librería porque los dos queríamos llevarnos un mismo libro sobre plantas, del que solo quedaba un ejemplar. Decidimos compartirlo y así surgió nuestra relación. Poco a poco fuimos cogiendo confianza, pero a la hora de pasar a la intimidad yo la notaba muy poco receptiva, como sin ganas. Entonces me confesó que no era culpa mía, que yo le gustaba mucho, pero que era algo especial para el sexo, y que la gente no lo comprendía. Después de mucho insistir, me contó de qué se trataba. Resulta que la chica era dendrofílica.

—¿Dendro qué? —lo interrumpe Laura.

—Dendrofílica. Es una parafilia que consiste en que te excitas al frotarte con la corteza de los árboles. Y en el caso de esta chica era algo llevado al extremo. Cuando me lo contó pensé que no era para tanto, pero os juro que no he visto nada igual. Me llevó a un bosque cercano y allí tuvimos nuestra primera relación sexual. Fue un trío con un chopo, concretamente. —La concurrencia ríe—. No sé si era una ninfa de los bosques, pero fue algo extraordinario, difícil de relatar. ¡Llegué a sentir celos de aquel árbol! Poco a poco fuimos ampliando el abanico: un día era un pino, otro una encina, al fin de semana siguiente un castaño, un roble… A la chica le gustaba cambiar.

»Al principio no me importaba, lo veía como una rareza suya, al fin y al cabo cada uno tiene sus manías sexuales, pero el problema era que ella solamente se excitaba si había un árbol de por medio. Y yo ya estaba harto de hacerlo en el bosque, ya tenía complejo de enanito de Blancanieves. Me considero una persona abierta en el sexo, y comprensiva, pero aquello comenzó a afectarme. Llegó un día en que acabamos discutiendo porque ella quería hacerlo con un hayedo y yo prefería un abedul. —Ahora soy yo la que no aguanto la carcajada—. Al final lo dejamos, le envié un ramo de flores de despedida. Espero que no se las tirara.

Todos volvemos a reír y Marcos da por concluida su historia. ¿Será verdad o se la habrá inventado? Al menos nos ha hecho pasar un buen rato y ha conseguido que me olvidase de que estoy en la misma habitación que el imbécil de Javi.

El Marqués continúa:

—De momento todos estáis pasando las pruebas, esto no puede ser, estoy siendo un maestro muy flojo. Voy a tener que traer la fusta y las cuerdas.

De pronto llaman a la puerta. La chica del Marqués sale a abrir y al rato se nos presenta en la entrada del salón con dos moteros.

Cuando nos acercábamos al chalet me fijé en que la casa de al lado era una especie de peña de moteros que estaba celebrando una fiesta. Estos dos deben venir de allí. Llevan el típico look motero, con sus cueros, sus tatuajes, sus cadenas y toda su parafernalia. Son dos tíos de unos treinta, fuertes, con su barriguita cervecera. Al entrar en el salón y ver a muchas chicas semidesnudas sus ojos parecen el dos de oros.

—Estos dos mocetones dicen que se han quedado sin hielo en la casa de al lado y que si les podemos dejar un poco —nos cuenta Leire, la chica del Marqués.

Se trata obviamente de una excusa. Me los imagino en la fiesta de al lado viendo aparecer por nuestro porche mujeres en lencería y con una copa en la mano, riéndose, o bañándose desnudas en la piscina y diciendo: «Vamos a ver qué está pasando allí, que tiene muy buena pinta».

—¿Queréis jugar al Gran Juego Sexual? En mi casa todo el mundo es bienvenido —les pregunta el Marqués, divertido y generoso. Se presenta, les tiende la mano y les invita a tomar algo.

—¡Estupendo! ¿En qué consiste? Suena bien —contestan encantados. Es como si les hubiesen abierto de pronto las puertas del Valhalla.

El Marqués les explica las reglas y por lo que parece les entusiasma. Dos papelitos con dos nombres nuevos engrosan el contenido del bol. Una vez más me toca hacer de mano inocente y el destino se fija ahora en una chica joven y delgadita, elegante, con cuerpo de cisne y rostro de profesora de matemáticas, con sus gafas de pasta negra incluidas.

Le toca realizar una prueba: una mujer, la que determine el bol, deberá introducirle uno de sus pechos en la boca, y ella, con los ojos vendados, deberá adivinar de quién se trata. Si no lo consigue será eliminada. Le concedemos unos segundos para que memorice el tamaño, forma y, si quiere, la textura de nuestros senos. Para esto último obviamente necesita el sentido del tacto, y resulta algo cómico verla recorriendo a la concurrencia femenina y pidiendo permiso para tocarnos las tetas. Los comentarios jocosos se suceden.

Cuando termina la peculiar rueda de reconocimiento, le vendamos los ojos y yo extraigo la papeleta con el nombre de la afortunada: yo misma. Esta vez me ha tocado. Vaya nochecita llevo.

Pienso por un momento en autoeliminarme, pero me fijo en la mirada de Marcos y no quiero decepcionarlo. Javi también está expectante, y eso es lo que me fastidia. Ojalá se volatilizase. Le doy un largo sorbo a mi copa. ¡Venga, Zoe, demuestra que no tienes miedo de nada!

La chica ya tiene los ojos tapados, y todos están pendientes de mí. Descubro con un poco de vergüenza uno de mis senos y se lo acerco ante las miradas de los asistentes. Ella lo palpa delicadamente con las manos y al poco comienza a usar su lengua. A pesar de la vergüenza, o a lo mejor por eso, la situación me ha puesto cachonda, y creo que a todos los demás también. Marcos sonríe. Javi me mira con deseo. Empieza a darme todo igual. Cuando el reloj de arena indica el final del tiempo, la chica tiene que adivinar quién ha sido el objeto de sus atenciones.

Mira a su alrededor, escudriña los pectorales de todas nosotras, y finalmente se decide… por mí.

—¡Has acertado! —le digo sonriendo. Ella me devuelve la sonrisa y una especie de conexión se forma entre nosotras.

El juego continúa, con pruebas cada vez más subidas de tono. Llega un momento en que una de ellas consiste en besarnos todos con todos y el que no lo haga pierde. Javi me mira, nervioso. Marcos tampoco me quita ojo. Es una prueba inocente, en comparación con las que han tenido lugar, pero por nada del mundo voy a dejar que Javi me toque un pelo.

—Ya me puedes ir dando por eliminada porque hay una persona con la que no lo voy a hacer —le digo al Marqués delante de todos.

—Pero, Zoe, si solo es un juego —interviene Javi, que lógicamente se ha dado por aludido. Arrastra un poco las sílabas.

—No vas a volver a rozarme en tu vida. Explícame qué haces aquí.

Me ha salido todo del tirón y en un tono de lo más brusco. De pronto se hace un silencio, le hemos cortado el rollo a todo el mundo.

—No sabía que ibas a estar aquí. De verdad —dice, mintiendo, por supuesto, mientras se termina de un largo sorbo su copa. Creo que lleva un rato bebiendo y empieza a estar borracho—. Además, un beso no hace daño a nadie. Antes bien que te gustaban.

—Ese comentario sobra. Y, como bien dices, eso era antes.

—Pero, Zoe, un beso solo, venga que no meto la lengua. —Javi está perdiendo los papeles, empieza a ser desagradable. La gente lo mira con desaprobación.

—Te ha dicho que no. —La voz cortante de Marcos eleva la tensión. A la vez que pronuncia estas palabras clava su mirada en la de Javi, que no se achanta y le replica mirándole a los ojos.

—Creo que Zoe ya es mayorcita para decidir por sí misma. ¿Eres su portavoz? —le replica Javi en tono desafiante.

—¿Y tú estás sordo? Ha dicho que no dos veces. Incluso alguien no demasiado listo como pareces ser tú se habría dado cuenta de que quiere que la dejes en paz —le contesta muy calmado pero firme Marcos.

—¡Tranquilos, chicos! —interviene el Marqués.

—Yo estoy tranquilo —dice Javi poniéndose de pie—. Es este, que va repartiendo carnets de inteligencia por ahí.

Tenía que haberme marchado nada más verlo, maldita sea. Me levanto yo también. Marcos hace lo mismo. Intervengo antes de que las cosas vayan a peor:

—Mira, Javi, tengamos la fiesta en paz —le pido—. Y tú, Marcos, gracias, pero mejor no te metas. Sé defenderme sola. Vámonos a casa, por hoy ya he tenido bastante. Y a ti no quiero verte más —le espeto a Javi mientras cojo a Marcos del brazo.

—Haya paz. Javi, creo que has bebido demasiado y parece que esta chica no quiere verte. Si alguien se tiene que ir eres tú. Quizá sea mejor que abandones la fiesta. Tengo que pedirte que dejes mi casa —sentencia el Marqués.

—Tranquilitos, que soy inofensivo. Claro que me voy. Seguid con vuestros jueguecitos absurdos y esta vida de degenerados.

—Estamos muy tranquilos. El que está dando la nota eres tú —le espeta Marcos, que da un paso adelante. Hay odio en la mirada que se cruzan ambos.

—Venga, te acompaño a la puerta —interviene en el momento preciso el Marqués, interponiéndose entre los dos y pasando su brazo por encima del hombro de Javi. Su más de metro noventa y su corpulencia imponen, incluso a un tipo tan grande y ahora musculoso como Javi. Dos chicos más también se sitúan en medio, intentando calmar la situación. El resto de la gente comienza a reprocharle a mi ex sus palabras y le pide también que se largue.

—Que ya me voy. Ya te pillaré otro día, Marquitos.

—Cuando quieras. Si puede ser, un día que no estés borracho —le contesta Marcos.

—Ha bebido bastante, no es muy prudente que coja ahora el coche —se preocupa Cristina.

—Ya es mayorcito, y si no que pida un taxi —dice alguien.

El Marqués se lleva a Javi fuera de la casa, mientras el resto logramos convencer a Marcos de que pase de él y se quede dentro.

Al cabo de un rato oigo un ruido de motor arrancando y aparece de nuevo el Marqués, esta vez solo:

—¡Qué tío más cabezón! Me he ofrecido a pagarle el taxi, incluso a llevarlo, y nada. Al final ha cogido el coche y se ha largado. Hasta me ha enseñado una placa de policía para que no le siguiese diciendo nada.

—Lo siento mucho, no sabía que me lo iba a encontrar aquí —me disculpo.

—Tranquila, no pasa nada. No es culpa tuya. ¿Estás bien? —Todo el mundo se preocupa por mí.

—¿Queréis tomar algo para pasar el mal trago? Yo tampoco sabía que esto iba a pasar, lo siento. No tenía que haberle invitado —se lamenta el Marqués.

—No te preocupes. Voy a prepararnos dos copas y nos vamos un rato a la zona de la piscina a tomar el aire y a relajarnos —dice Marcos—. Vosotros seguid con el juego y pasadlo bien, que para eso hemos venido. En serio. Siento la escenita. ¿Qué quieres tomar, Zoe?

Ya en la zona de la piscina, los dos solos y con Javi lejos, nos vamos relajando y poco a poco comienzo a sentirme mejor.

Compartimos una hamaca tendidos boca arriba, con la mirada perdida en las estrellas, que aquí, lejos de la contaminación lumínica de Madrid, lucen en todo su esplendor, ajenas a las pequeñeces de los habitantes de este insignificante planeta llamado Tierra. La quietud de la noche nos acaricia y borra de nuestra mente los pensamientos negativos.

Marcos me coge de la mano. Está terriblemente guapo con esa camisa blanca y esos vaqueros ajustados. Apoya su cabeza en mi pecho y me pregunta:

—¿Estás bien?

—Sí, ya estoy mejor. De todas formas, cuando nos acabemos la copa mejor nos vamos. Se me han quitado las ganas de fiesta. No sé qué hacía el tonto de Javi aquí, no quiero volver a verlo nunca más.

—Sí, lo mejor será irnos. Nos ha estropeado la noche. No sé si es que no sabe beber o es que es así de tonto. ¿Suele ponerse de esta forma?

—Qué va, si no nunca habría estado con él. No ha sido violento durante nuestra relación. Es como si no lo conociera. En fin, vamos a olvidarlo, mira qué cielo tan bonito se ve desde aquí. ¡Y no me empieces a explicar las constelaciones, que te conozco, señor Petete!