LA CARTA
«No hace mucho que leí tu carta,
y, sin fuerzas para contestar,
mil pedazos al viento nos separan.
Pondré casa en un país
lejano para olvidar
este miedo hacia ti, este miedo hacia ti».
(«La carta», Héroes del Silencio)
Martes. La tarde de ayer fue perfecta. Y la noche más. Tras nuestro interminable café con las gotas de lluvia acompañándonos cómplices en la ventana, Marcos y yo nos metimos a ver cogidos de la mano una película en versión original en un viejo cine. Después me acompañó a casa, lo invité a subir e hicimos el amor de mil maneras. Cuando nos hemos despedido esta mañana he sentido como si volviera de repente de un lugar lejano e increíble.
He llegado de trabajar hace un rato y estoy comiendo una ensalada mientras Perico me mira desde la nevera. Le he pegado un imán y lo he puesto ahí, para que me dé conversación todos los días. De momento solo sabe hablar de ciclismo, pero nos vamos entendiendo.
Si volviese algún día a ver al doctor Encinar tendría que contarle que, además de Tere, ahora mi mejor amigo es una chapa de la vuelta ciclista pegada a un frigorífico. También le diría que soy feliz.
Bajo al portal a mirar el correo y, cuando me pongo a ojear los sobres, mi semblante cambia. ¿Recordáis esa frase que dice «Hace un día estupendo, verás cómo viene algún tonto y lo jode»? Pues ha aparecido el tonto: Javi, mi ex. Había cortado todas las vías de comunicación con él y ya me creía a salvo, pero, en la era de las redes sociales, los mails y los wasaps, había olvidado el método más tradicional y casi en desuso: el correo postal.
Es una carta de esas de plañidero en la que me suplica que le dé una oportunidad, me dice que la vida sin mí no tiene sentido y mil y un topicazos más y, tras multitud de intentos de dar pena y chantajes emocionales varios, me pide que si puedo hacerme cargo de Genaro, nuestro perro, durante este fin de semana. Genaro, a ti sí que te echo de menos. El muy maldito se lo llevó y tiene la cara de utilizarlo para intentar volver conmigo.
Tengo que cortar esto por lo sano. Lo de utilizar a Genaro es una hábil estratagema para que, con la excusa de cuidarlo, establezcamos un contacto continuo. Que si ahora te lo dejo, que si vengo a recogerlo, que si tomamos un café… Ya me lo estoy imaginando.
Busco un folio y un bolígrafo y comienzo a redactar: «Espero que esta sea la última carta que me escribes…».
Cuando la deslizo dentro del buzón experimento la sensación de que el sobre pesa mil kilos.