BUSCANDO UNA LUNA
«Bajé las escaleras, sí, de
dos en dos,
perdí al bajar el norte y la respiración;
¿y por las noches qué harás?
Las paso descosiendo, aquí hay un arco por tensar».
(«Buscando una luna», Extremoduro)
Marcos pisa a fondo el acelerador de su A3. El hospital no está muy lejos, afortunadamente.
Por el camino me pregunto a mí misma cómo es posible que todo esto se haya salido tanto de madre. He estado varios años viviendo con un acosador y yo sin saberlo. Y lo de Susana… Tras su aparente y aburrida normalidad se escondía una frágil marioneta. Supongo que Dios los cría y ellos se juntan. Son de traca, la verdad. Si los pillara el doctor Encinar les endosaría una buena cantidad de sus pastillas mágicas.
No sé cómo he podido estar tan ciega. Nunca fui demasiado perspicaz, eso es cierto. En fin, ahora lo principal es comprobar que Susana está bien y hablar con ella para que no vuelva a cometer ninguna tontería.
Llegamos en diez minutos y subimos corriendo a su habitación, en la tercera planta. Susana está tumbada en la cama, despierta y de su brazo derecho cuelga una vía. Su rostro, cansado, demacrado, revela el oscuro trance por el que acaba de pasar. Su madre se mantiene de pie, a su lado, cogiéndole la mano, con el disgusto reflejado en todas y cada una de sus algo ajadas facciones.
Al vernos aparecer, Susana sonríe como una niña pequeña que hubiese cometido una travesura.
—No paro de dar problemas, Zoe —murmura con un hilo de voz.
—¿Qué dices, tonta? —Me acerco y le doy un cálido y largo abrazo. Noto cómo tiembla debajo de mí y me alegro de que ese cuerpo siga lleno de vida. Intento transmitirle toda la fuerza y energía del mundo.
Cuando nos despegamos ella tiene lágrimas en los ojos. Las hago desaparecer de forma tierna y cuidadosa con la yema de mis dedos y le riño amistosamente.
—No lo vuelvas a hacer. Nunca. ¿Vale? ¿Me lo prometes?
—Vale. Lo prometo —afirma obediente.
—Os dejo un rato solas para que os contéis vuestras cosas, Zoe. Muchas gracias por venir—dice de forma oportuna su madre. Nos saludamos y le presento a Marcos, que también riñe cariñosamente a Susana:
—¿Te crees que estas son formas de conocernos?
Susana sonríe y bromea:
—Si llego a saber que iba a venir un chico tan guapo, me habría arreglado un poco. Tengo días mejores.
—Oye, este no intentes quitármelo —bromeo para animarla. Aunque el paralelismo quizá no haya sido muy afortunado.
—Nunca volveré a hacerte daño, Zoe. No me he sentido tan mal en mi vida. Nunca pensé que sería capaz de hacer algo así. Me sentía como un estorbo, alguien estúpido, dañino, que te había causado un dolor que no merecías… Solo quería desaparecer.
—Afortunadamente no has desaparecido y vas a seguir dándome guerra, pero ahora de la buena.
Charlamos sobre el hospital, que está viejísimo, recordamos algunas anécdotas, bromeamos sobre el menú de la cena… Parece que todo vuelve a la normalidad. Incluso Marcos ironiza con invitarla a la próxima fiesta swinger que celebremos. «Sin máscara, por supuesto».
Va pasando la tarde y debemos irnos. Tenemos que ir a comisaría, estoy deseando soltarlo todo.
Nos despedimos de Susana y de su madre con la promesa de regresar pronto al día siguiente y la sensación de que hemos logrado curar un poquito su malogrado corazón.
—Eres genial, Zoe. Esta tía intentó fastidiarte y tú en cambio no haces otra cosa que ayudarla. Y no tienes ni una sombra de rencor. —Me coge del talle como sabe que me encanta que lo haga y me dice —: Te quiero.
Yo lo rodeo con mis brazos y me fundo con él en un beso. Todo está en paz. Es perfecto. Cuando estoy con Marcos tan cerca, a un milímetro, los problemas desaparecen, nada importa.
Cogidos de la mano, nos dirigimos hacia el ascensor. Entonces, al doblar la esquina, al final del pasillo, aparece quien no tendría que estar allí. Se me hiela la sangre cuando veo que de frente viene… Javi. No sé cómo, pero ha debido enterarse del intento de suicidio de Susana poco después que nosotros.
Agarro con fuerza la mano de Marcos, que ha torcido el gesto.
—Aquí está otra vez este gilipollas —dice mientras cierra el puño.
—Tranquilo, Marcos.
Javi nos ha visto también y avanza decidido, altivo, con los brazos separados del cuerpo y la cabeza erguida. Es un chulo. Un gilipollas, Marcos tiene razón. Ha estado haciendo más pesas desde que nos separamos, se nota. Habrá decidido cultivar el cuerpo en vista de que el cerebro no le daba para más.
Es imposible esquivarlo. Cuando llegamos cara a cara no puedo más y exploto:
—¡Has visto lo que has conseguido! ¡Susana ha estado a punto de morir!
—¿Yo? Pero ¿qué dices? —me responde de la forma más borde, masticando cada palabra con desprecio y rabia. Cruza una mirada con Marcos que no presagia nada bueno.
—¡No te hagas el idiota, que se te da muy bien! ¡He descubierto los micrófonos que pusiste en mi casa! ¡Y sé que has estado siguiéndome! ¡Por eso tienes esa foto! Pero ¡ahora mismo voy a ir a la policía! —Presa de los nervios y la rabia he desvelado todas mis cartas, pero ya es tarde.
—¿Has hablado con Susana? —pregunta inquieto.
—¡No metas a Susana en esto! ¡Ha estado a punto de morir por tu culpa!
—¿Cómo se encuentra? ¿Qué ha dicho? —Javi prefiere hacer preguntas en lugar de dar respuestas. Y yo, tonta, se las voy dando. Da igual, no soporto tenerlo a un metro y no decirle todo lo que siento.
¡Eres un desgraciado, te voy a denunciar ahora mismo por instalar micrófonos en mi casa y usar a una pobre chica para espiarme! ¡Y por los mails, y por seguirme!
—Primero tendrás que demostrar que todo eso lo hice yo, y dudo que puedas. Susana no dirá nada. Eso te lo aseguro. —Su tono es ahora amenazante—. Y los mails no prueban nada, solo que me preocupo por ti. Además, no están enviados desde mi correo ni desde mi ordenador.
—¡Te va a dar igual. Vas a acabar en la cárcel! —interviene Marcos, que da un paso adelante. Los dos chicos quedan frente a frente. Javi es ligeramente más alto que Marcos y sus músculos están más hinchados por las horas de gimnasio.
—¡El que va a acabar en la cárcel vas a ser tú! ¡Te voy a destrozar la vida! ¡Has convertido a Zoe en una puta!
Marcos no aguanta más y sin mediar palabra estrella un puñetazo en la cara de Javi. Ha sido tan rápido que este no ha tenido tiempo ni de pestañear. La fuerza del impacto casi lo tira al suelo, y cuando se endereza, enfurecido, de su pómulo abierto mana un reguerillo de sangre.
Quiero detener esto, pero a la vez he disfrutado con el castigo que Marcos le ha propinado. Sin embargo, tengo miedo de que Javi le haga daño, es muy fuerte y lleva toda la vida asistiendo a artes marciales y cursos de defensa personal.
—¡Eres un hijo de puta! —brama Javi, y se lanza con toda su fuerza hacia Marcos. Yo trato de interponerme pero Marcos me aparta con el brazo izquierdo, lo que le da el tiempo justo para esquivar medianamente el primer puñetazo de Javi, que impacta en su hombro derecho.
—¡Que alguien avise a seguridad, por favor! —grito desesperada.
Aparecen algunos pacientes y acompañantes en el pasillo, pero nadie se atreve a meterse en la pelea. Alguien grita: «¡Enfermeras!».
Ahora Marcos y Javi son una bola de puñetazos, patadas, agarrones… Se atacan con una furia terrible, con verdaderas ganas de acabar el uno con el otro. Yo corro hasta el cuarto de enfermeras, para pedir ayuda, y mientras mis piernas vuelan, giro la cabeza horrorizada para seguir la pelea. Odio a Javi. Lo odio.
El maldito cuarto parece estar más lejos que ningún sitio. Mientras, Marcos y Javi están destrozándose mutuamente. Javi es más fuerte e intenta mantener agarrado a Marcos, mucho más rápido, y este prueba a zafarse del brutal agarre de mi ex e impactarle con alguno de sus fulgurantes golpes. Algunas personas les gritan que se detengan, pero nadie se atreve a parar la pelea.
Marcos logra descargar tres fuertes puñetazos sobre el rostro de Javi, pero este es muy buen encajador y parece un roble imposible de derrumbar. En cambio Marcos acusa mucho más los ataques de Javi.
Por fin llego al cuarto de enfermeras. Una de ellas me dice que ya han avisado a seguridad, que no tardarán en presentarse los vigilantes y que una compañera ha ido a buscar a los médicos. Vuelve a reclamar la presencia de seguridad y se dirige conmigo hacia la pelea.
Javi tiene a Marcos con la espalda contra el suelo. Está subido encima de él y le está propinando varios puñetazos. Marcos patalea y se protege como puede con los codos… Algo arde dentro de mí y me abalanzo a toda velocidad hacia mi ex. Le propino una patada en la espalda para que suelte a Marcos pero ni se inmuta. Tiene unas dorsales de hierro. Se gira y de un manotazo me estrella contra la pared.
Entonces los ojos de Marcos expresan una furia como no había visto nunca y propina un cabezazo a Javi que lo tumba para atrás. Ambos acusan el golpe, no solo Javi, y quedan desorientados. Y seguridad que no llega. Ni los médicos. ¿Dónde está el personal de este maldito hospital?
—¡Te voy a matar, cabrón! —ruge Javi.
Pero Marcos no está por la labor. Esquiva el intento de puñetazo de Javi y le asesta una patada en las costillas. Javi se tambalea. Marcos aprovecha y le lanza dos puñetazos, esta vez al estómago.
Esta nueva estrategia parece dar sus frutos: Javi está muy tocado. Marcos parece investido de una fuerza sobrehumana. Su camiseta rota deja ver sus músculos y sus venas trabajando a toda máquina. Agarra por el cuello de la camisa a un maltrecho Javi y lo estampa contra la pared. Javi trata de escapar, rehúye el enfrentamiento. Se da la vuelta e intenta llegar hasta la escalera. Pero Marcos está ciego de ira.
—¡Déjalo, Marcos, es suficiente! —le digo.
Pero no me oye, no me ve siquiera. Su nariz sangra, su camiseta está hecha jirones, tiene un ojo morado y golpes por todas partes. Y quiere que Javi pague un precio muy alto por ello. Por todo esto y por todo el daño que nos ha causado.
Marcos toma impulso. Quiere asestar a Javi un golpe definitivo que lo atraviese, que lo rompa en mil pedazos, que lo convierta en un maldito recuerdo. Se lanza a por mi ex como un poseso, en el instante mismo en que aparecen dos vigilantes acompañados de un policía. Pero ya es tarde. Mi chico vuela hacia Javi, que se aparta en un último reflejo de supervivencia. Marcos continúa su trayectoria presa de la inercia y entonces mis ojos dejan de ver, mi corazón deja de latir, mi pecho deja de respirar.