DÍA 1
Acabo de despertar en mi cama. Me duele la cabeza. Hacía mucho tiempo que no sabía lo que era una resaca. Por no hablar de lo otro…
Poco a poco mis pensamientos comienzan a ordenarse. A ver, Zoe: ayer encontraste a Marcos, viviste un concierto de Interpol de ensueño con él, después el muy sinvergüenza te llevó a un local de intercambio de parejas y finalmente, para rematar, acabasteis follando en el sillón presidencial del Ateneo. Lo normal, vamos.
Entre el alcohol y la cantidad de experiencias y sensaciones vividas, me siento descolocada, algo confundida. Solo tengo clara una cosa: quiero volver a verlo. Esto…, ¡no apunté su número, ni una dirección ni nada! No puede ser. Con lo fácil que habría sido decir: «¿Me das tu WhatsApp?». O al menos haberle preguntado dónde trabajaba…, o dónde vive… Tranquila, Zoe, recuerda que él sí fue un poquito menos imbécil y te pidió el número. Pero ¡ahora dependo de si me quiere llamar o no, y yo no puedo hacer nada! ¿Y si para él he sido un polvo de una noche?
Miro el reloj. Son las dos de la tarde. Voy a la nevera, me preparo una ensalada y un zumo y poco a poco voy recobrando las constantes vitales. Me encantó estar con Marcos, me encanta Marcos. Pero en mi cabeza no paran de sucederse las escenas del pub liberal. Necesito salir a tomar el aire. Un café con la loca de Tere estará bien. Así me contará qué tal le fue a ella con su ligue. Está desatada. Bueno, yo tampoco me aburro.
Cojo la ensalada y me siento enfrente del televisor. Están dando las noticias. No les hago demasiado caso, absorta como estoy en todo lo vivido anoche. Pero de pronto un titular me saca de mis pensamientos: «Roban durante la noche un valioso retrato del Ateneo de Madrid».
Clavo la vista en el televisor y ante mí aparece la imagen del retrato de Azaña que tuve ayer a dos palmos. Me quedo helada. Nosotros no hemos sido. Bueno, yo no al menos. Y a Marcos no le vi coger ese pedazo de cuadro, desde luego. Espera…, ¿y el rato que desapareció a ver qué eran los misteriosos ruidos y yo curiosamente me desmayé? ¿Qué estuvo haciendo? ¿Había más gente en el Ateneo? Nunca me desmayo, ¿por qué ayer?
La locutora amplía la noticia: «Se sabe solamente que durante la noche desapareció el cuadro y que la policía baraja diferentes hipótesis». Lo que dicen siempre, acompañado de varias imágenes de archivo del Ateneo y otras de la policía entrando a la mañana siguiente en busca de pruebas. Inmediatamente dan paso a los deportes y ahí queda la cosa.
Empiezo a sentir miedo. Miedo de que alguien nos viese entrar y me acusen del robo. Miedo de que venga en cualquier momento la policía a mi casa a interrogarme. Miedo de equivocarme con Marcos y que él esté en el ajo. Según me dijo, solo él y su tío tenían las llaves. Y sabía que esa noche las alarmas no funcionaban. ¡Dios mío, espero que nadie me hiciese nada mientras estuve desmayada!
Necesito llamar a Marcos. Pero no tengo su teléfono. Me agobio. Debo salir a la calle, caminar, relajarme, no pensar. Me conozco y como empiece a darle vueltas…
¿Debería ir a comisaría y declarar que estuve anoche en el Ateneo? Me dejo caer encima de la cama y decido no pensar en nada. Quizá una de las pastillas mágicas del doctor Encinar me ayude…
A las siete de la tarde, y después de una buena siesta producto del trankimazin, estoy con Tere en uno de nuestros lugares favoritos de Madrid: la plaza de Santa Ana, en pleno centro.
Admiramos la silueta del hotel Reina Victoria, con su característico pináculo, justo enfrente del Teatro Español. Varias terrazas dotan de vida al espacio, aportando el bullicio, el aroma del café y la plasticidad de los gestos que adornan las múltiples y animadas conversaciones. Y en un lateral, deleitando a la concurrencia con sus conciertos de jazz durante más de dos décadas, el Café Central, habitual escenario de mis quedadas vespertinas con Tere. Hacia allí nos dirigimos.
Sentadas a una mesa al lado del piano, saboreamos dos cafés con leche (sí, lo sé, no debería mezclar café con trankimazin) que despiertan nuestra mente y sueltan nuestra lengua, aunque a nosotras no nos hace falta mucha ayuda para que pronto un torrente de palabras nos envuelva. Y mucho menos hoy, con la de cosas que tenemos que contarnos. Yo sigo todavía alucinada con la historia del robo del cuadro. De momento he decidido no hacer nada.
—¿Te acuerdas cuando siempre confundías este café con el Café Comercial de Bilbao? —Me recuerda Tere. Se la ve feliz, con buena cara. Cara de haber follado.
—Sí, es que se llaman de forma muy parecida, y los dos eran unos clásicos de Madrid. El Comercial ya ha cerrado y a estos les han subido el alquiler un montón y están aguantando como pueden. Hay gente movilizándose en la red para que no chape también.
—Espero que no. Y bueno, ¿qué tal con Marcos? ¿Mereció la pena abandonar a tu mejor amiga? Bueno, seguro que fue bien, ¿no? Cuenta, cuenta…
Le cuento todo, excepto lo de la visita al Ateneo y la noticia del robo. No quiero pensar en ello. Quizá no esté usando más que la táctica del avestruz, esconder la cabeza y hacer como que la amenaza no existe. Pero no quiero hablar de ello, quiero olvidarlo, hacer como que no pasó. Además conozco a Tere y no haría más que ponerme más nerviosa.
—Joder, tía. Yo quiero ir a un sitio de esos. ¿Encuentros dices que se llama?
—Sí, pero hay muchos más en Madrid, por lo visto. Ese es solo uno. Oye, pero ¿tú no tenías marido? ¿Víctor qué opina de todo esto?
—A ver, a Víctor lo de la francesita le encantó, claro, pero de compartirme con otro hombre, ni hablar. Lo conozco y es que ni se lo planteo. A ese sitio tenemos que ir tú y yo juntas.
—Si no sé si quiero volver. Fue una experiencia muy muy fuerte. Oye, y hablando de experiencias fuertes, ¿tú que tal ayer?
—De ma-ra-vi-lla. Un chulazo que estaba buenísimo, y encima en la cama tremendo. Y yo que llevo toda la vida con Víctor… ¡Lo que me estaba perdiendo! ¿Tú has hecho alguna vez el helicóptero?
—¿¡Te lo has tirado!? ¿Le vas a decir algo?
—Pero ¿cuántos añitos tenemos, Zoe? Pues claro que no le voy a decir nada. Las infidelidades no se cuentan. Es más, si es preciso, se niegan hasta la evidencia. Mira, a mí me parece tremendamente egoísta eso de confesar una infidelidad: para que tú te quedes con la conciencia tranquila le echas el marrón y la mierda al otro. Al contárselo puede que tú te sientas mejor, pero te aseguro que la otra persona no. Mejor se lo traga una solita, y aquí paz y después gloria.
—Curiosa teoría. No lo había pensado así. Eres pura generosidad, vamos. Pensaba que nunca le habías puesto los cuernos a Víctor, pero te veo con mucha soltura.
—Y es la primera vez que estoy con alguien distinto a Víctor, de verdad. Pero te voy a decir una cosa: no va a ser la última. No voy a repetir con este, prefiero no volver a verlo porque estaba muy bueno pero no había nada más, aunque he visto lo que me estaba perdiendo y yo quiero vivir la vida. Que estamos en una edad que luego todo se cae y no podemos andar eligiendo.
—No se te puede sacar de casa.
—Habló doña orgías.
—Ja, ja, ja.
Tere está describiéndome a su ligue cuando me llega un wasap de un número desconocido. Miro la imagen del perfil: ¡es Marcos! Lo leo a la velocidad de la luz. Es el texto de una canción de Love Of Lesbian: «Si de todos mis delirios y mis cuentos… solo el tuyo ha mejorado el argumento. ¿No serás tú? ¿No serás tú?».