Con voz propia
«Las invitamos a cenar, les alegramos el oído, les tocamos el clítoris ¡y aún se quejan!». Hora del aperitivo. Estoy sentada en una terraza soleada, pensando en mis cosas, cuando me interrumpe la voz de un hombre que se eleva insolente por encima de las demás. Es obvio que disfruta siendo el centro de atención.
Sus amigos le ríen la (maldita) gracia, las mujeres se remueven incómodas en sus sillas. Él, ufano ante el impacto de sus palabras, insiste aún más fuerte: «En general, no hay quien os entienda, pero es que en la cama… ¿Se puede saber qué más queréis?».
Menudo gilipollas, me digo. Comentarios como el suyo me sacan de mis casillas y, para colmo, individuos como este me obligan a hacer un soberano esfuerzo por no meter a todos los hombres en el mismo saco. ¡La de trabajo que requiere, a veces, ser justa con los del otro sexo! Sin embargo, camino de casa, empiezo a darle vueltas a lo sucedido y descubro que lo que más me revienta es que el muy cretino no anda desencaminado. ¡Lo que faltaba! Sí, he de admitirlo: llevo tiempo preparando este libro, he hablado con muchas mujeres y no pocos hombres, incluidos destacados profesionales (de ambos sexos) de la psicología o la medicina especializados en terapia sexual y, desgraciadamente, me he dado cuenta de que muchas de nosotras jamás nos hemos planteado cómo vivimos nuestra sexualidad y qué esperamos de ella, o de hacerlo, no hemos profundizado lo suficiente.
¿Qué queremos?
¿Lo sabes tú?
Yo tuve miedo. Mejor dicho, me entró pánico. Cuando hace unos años me propusieron escribir este libro, lo vi muy negro: ¡«Ni que estuviera loca»! Ponte en mi lugar. Hablar puede que hables de sexo pero, dime, ¿hasta qué punto te confiesas de verdad? Es fácil reírse ante un chiste o un comentario de carácter sexual, pero pregúntale a una mujer si se masturba y ya verás la cara que pone. No nos engañemos: a la mayoría de las mortales el sexo sigue pareciéndonos terreno de arenas movedizas. Así las cosas, comprenderás que a mí tampoco me resultase fácil.
Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo y gracias al apoyo de mi pareja —que lo vio claro desde el principio: ¿«Cuántas veces has dicho que deberíais hablar claro»?—, la idea empezó a tentarme. Como periodista he escrito numerosos artículos sobre sexo y en mi vida cotidiana no tengo inconveniente en abordar el tema, pero nunca había disfrutado de tal oportunidad para emplearme a fondo contra nuestra ignorancia —la mía también, no te vayas a creer— y sobre todo contra lo obsoleto de algunas reglas del juego aún vigentes.
El sexo no es algo que se acabe en la cama, que sucede durante un rato y cuando se termina, se terminó y punto.
Es mucho más.
Si te sientes realmente satisfecha, perfecto. Pero si no es así o tienes tus dudas, no te conformes, no mires hacia otro lado o te cuentes que no tiene importancia, que solo es un aspecto más de tu vida o de tu relación.
El sexo es importante.
Salvo que seas una asceta cuyo crecimiento espiritual pasa por la abstinencia (y eso también es materia discutible), estar satisfecha no debería ser el último punto de una larga lista de reivindicaciones femeninas. Es cierto que existen desigualdades aparentemente más injustas, más flagrantes, que claman al cielo. Puede ser, pero lo dicho, solo aparentemente, porque si renuncias a vivir con plenitud tu sexualidad, renuncias a una parte esencial de ti misma[0].
No sé tu edad, ni tu experiencia sexual.
Si estás satisfecha o no o según el día.
Si vas con el freno puesto o pruebas lo que te apetece cuando te apetece.
Sin embargo, si estás leyendo estas páginas es porque algo bulle en tu interior y te cuestionas ciertas cosas. Lo mismo que yo.
No voy a andarme con rodeos, cuanto antes lo tengamos claro mejor: se desconocen muchas cosas acerca de la sexualidad femenina. Cuesta creerlo, pero la verdad es que ni siquiera existe un acuerdo, una versión definitiva, sobre nuestros genitales o nuestros orgasmos. Hay ciertas lagunas, no pocas dudas, o sea que no esperes, pues, verdades absolutas o recetas únicas. No existen. Has de encontrar las tuyas propias y no dejarte engañar por esas falsas creencias de que el sexo es algo espontáneo y natural o que hay una forma correcta de hacerlo. No es cierto, y sobre todo no lo es para las mujeres. Primero, porque nuestra forma de relacionarnos es producto de la cultura patriarcal en que vivimos, y segundo, porque no es lo mismo practicar el sexo que disfrutar de él.
Cada mujer es un mundo, y nuestra sexualidad, un puzzle muy complejo, incluso con algunas piezas muy distintas queriendo ocupar el mismo lugar. Por lo tanto, no existe una única forma de sexualidad femenina (masculina, tampoco). Lo que a una le gusta puede que para otra sea insuficiente, desagradable, e incluso cuestionable. No en vano somos diferentes: nuestra edad, nuestra educación, nuestras experiencias infantiles, la época en que nos ha tocado vivir, el mayor o menor temor a perder el control, las ganas de probar cosas nuevas, incluso nuestra religión y nuestra etnia (¿y cuántas cosas más?) pueden influir en nuestro placer. Lo que importa es que descubras lo que quieres tú.
Por eso, a lo largo de estas páginas he intentado abarcar todo lo que es indispensable saber sobre nuestra sexualidad, realizar una sincera reflexión sobre algunos de los temas que nos preocupan a muchas mujeres y exponer (no imponer) algunas ideas, hilos de los que tirar. Es probable que estemos de acuerdo en muchos temas, en otros discreparemos, pero, en cualquier caso, espero que la lectura de este libro te estimule tanto como a mí el escribirlo, porque ese es su objetivo principal: hacernos pensar en nuestra sexualidad y no vivirla sin más o con miedo, vergüenza, culpa o insatisfacción.
De lo que se trata, en definitiva, es de encontrar nuestra propia voz, la de cada una de nosotras.
La tuya.