PARTE IV
Sexo a solas

Los amantes vienen y van, pero tú puedes mantener un constante idilio contigo misma.

BETTY DODSON, terapeuta sexual

Cuando Julia tenía nueve años, le encantaba jugar a médicos con su prima Alicia, y por alguna razón sus malestares siempre estaban relacionados con lo que (entonces) no tenía nombre. Jamás mencionaban sus juegos. Por temor a que alguien se enterara (sobre todo, Santi y Pepe, los hermanos de Alicia, que siempre intentaban fastidiarlas), pero también por vergüenza y culpa: una vez que su abuela sorprendió a Matilde, la hermana menor de Julia, frotándose la vulva contra el brazo de un sofá, le dijo que era una marrana por tocarse su pipí y que si seguía haciéndolo iría al purgatorio. Pero ni siquiera así Julia podía evitarlo. Por las noches abrazaba con sus piernas la almohada y apretaba y frotaba su pipí hasta quedarse dormida.

Con miedo, con vergüenza, con culpa, pero a pesar de todo inocente.

Con miedo, con vergüenza, con culpa, pero a pesar de todo gozando.

Todo cambió a partir del que debería haber sido un tranquilo y feliz verano. Como cada año, mientras sus padres seguían trabajando en la ciudad, los primos se instalaron en la casa de campo que sus abuelos tenían en las afueras de un pueblecito. Una tarde, mientras las niñas jugaban en la huerta —los mayores estaban de paseo y los chicos se entretenían en su cuarto—, se les acercó un hombre y les preguntó si sabían cómo se llegaba a la iglesia del pueblo. Confiadas por su beatitud y seducidas por la perspectiva de la invitación a un helado, decidieron acompañarle.

A mitad de camino, él dijo que quería enseñarles su mascota: «La llevo en el bolsillo del pantalón porque es muy miedosa. No quiere que la vea nadie, pero seguro que vosotras le gustáis mucho. Vamos a escondernos para que no se asuste». Se apartaron del camino, ya de por sí poco transitado, y se ocultaron tras unos arbustos. Fue Matilde la que, animada por él, metió su mano para cogerla. Su sorpresa fue mayúscula —¿qué era eso?—, la retiró rápidamente y se quedó muda del susto. Sus primas no captaron su azoramiento: no tenían idea de lo que estaba pasando.

Él se bajó el chándal: «Mirad, acariciadla, veréis cómo os gusta». Las tres se quedaron petrificadas: nunca habían visto un pene y nadie les había hablado claramente de sexo, de exhibicionistas ni del peligro que podían correr, pero su instinto les advirtió que lo que estaba ocurriendo no era normal. Él se tocaba, lo tenía erecto, cogió la mano de Julia y la acercó a su miembro. Entonces Alicia recordó a su abuela y gritó ¡«Marrano»!, y le pegó un manotazo para que soltara a su prima. Incluso Matilde reaccionó y las tres corrieron como alma que lleva el diablo hasta llegar a la finca.

Cuando se atrevieron a contar lo sucedido a Juana, la mujer que cuidaba de la casa, ya habían pasado unas horas. Por supuesto, del exhibicionista ni rastro, pero ¡la que se lio!: prohibido traspasar la verja, nada de hablar con extraños y, cuando pasaban diez minutos sin que las vieran, se iniciaba una batida —habitación por habitación, la finca de cabo a rabo— hasta dar con ellas. Se acabó lo de esconderse en la buhardilla y jugar a médicos: demasiada vigilancia para arriesgarse.

Julia y Alicia no comentaban nada, pero ambas lo echaban de menos. La verdad, no aguantaron mucho, apenas una semana. Un día Alicia anunció que se caía de sueño y que se retiraba a su habitación a dormir la siesta. Lógicamente le faltó tiempo para proponerle a Julia que la acompañara: «Finge que estás cansada y así Matilde no te molestará»… Habían encontrado la forma de retomar sus juegos. Diariamente, después de comer y tras varios bostezos dignos de un escenario, se retiraban al cuarto de Alicia. Todo fue bien hasta una tarde en que Santi y Pepe andaban muy aburridos y decidieron hacer una trastada a las chicas. Treparon por el árbol que daba a la habitación de su hermana con la intención de colarse en ella, robarle las muñecas y exigir un rescate a cambio de su liberación.

Cuando llegaron a la ventana y se asomaron al interior, a Santi y a Pepe se les cortó la respiración. Julia y Alicia estaban semidesnudas y se acariciaban mutuamente. No podían dar crédito a sus ojos, pero en seguida se dieron cuenta de su suerte. «Serán guarras… Pues lo tienen claro: o nos dan todas sus pagas semanales o nos chivamos». Pero, para desgracia de las niñas (lees bien: para desgracia de las niñas), el plan se torció al instante. Juana había salido a tender la ropa y los sorprendió. «¿Cuántas veces os he dicho que no os subáis a los árboles? Ahora mismo llamo a vuestros abuelos».

Le faltó tiempo. Al cabo de un minuto, ya estaba el viejo dando voces. Julia y Alicia se vistieron a toda prisa y bajaron corriendo al salón para enterarse de lo que pasaba, qué gozada presenciar cómo abroncaban a los chicos. Poco les duró la alegría, Santi y Pepe, acorralados, largaron lo que habían visto: «Nos subimos al árbol porque sabíamos que estaban haciendo algo malo». A partir de ahí no hubo forma de que callaran. Ni en un interrogatorio policial se canta tanto.

A las niñas se les cayó el mundo encima. Puedes imaginar el griterío de la abuela: que si habían cometido un pecado, que si arderían en el infierno, que si eran la deshonra de la familia. «¡Qué vergüenza! ¡Dos fulanas, eso es lo que sois!», repetía una y otra vez. Durante las interminables horas que siguieron, Julia, aterrorizada e incapaz siquiera de llorar, se martirizó preguntándose qué le dirían sus padres, si iban a encerrarla de por vida en su habitación, qué sería eso de fulana y, sobre todo, le rogaba a Dios que la perdonara: «No dejes que el demonio se me lleve». No entendía la mitad de las cosas que le había dicho la abuela, pero sí lo esencial: Eso no se hace. Eso está muy mal.

Al día siguiente Julia regresó a la ciudad, y Alicia fue enviada a casa de la tía Laura. No se vieron durante meses, ni osaron preguntar la una por la otra, y cuando se reunieron por primera vez —en Navidad—, se sintieron vigiladas: ese día y cada vez que se reencontraron. Nunca más volvieron a jugar a hospitales. Nunca más se habló de lo ocurrido. Ni siquiera ahora, con la de años que han pasado y con lo mucho que han cambiado las cosas. Todos, incluidas ellas, han preferido olvidarlo.

Pero eso no fue lo peor, lo peor fue lo que le pasó a Julia —no sé lo que sucedió con Alicia; ellas no hablan del tema y yo no tengo la suerte de conocerla…—. Julia, mi querida Julia, perdió su feliz y privilegiada inocencia, se olvidó de su cuerpo —se avergonzaba de ser una fulana; Juana le había explicado a su manera el significado— y, muy a pesar suyo, dejó de abrazarse a la almohada y de frotarse su pipí hasta quedarse dormida.

Y así pasaron los años, demasiados, sin jugar a médicos y sin tocarse, hasta que, a los dieciséis, por primera vez hizo el amor (y lo cuento así, porque estaba enamorada). El chaval era casi tan experto como ella (vamos, un negado) y, claro, Julia se pegó tal batacazo que empezó a echar de menos sus juegos con Alicia y, sobre todo, con la almohada. No llamó a su prima —aquello está enterrado, qué remedio—, pero por supuesto le faltó tiempo para abrazarse a su cojín y, tras hacerlo unos minutos, alcanzar el primer orgasmo de su vida.

Aunque ella me odiará por revelar esto (no me fastidies Julia, con lo que ya llevo dicho), he de contarte que, desde entonces, no ha dejado de masturbarse. Lo único que ha cambiado es que ahora no solo se da placer con la almohada, a veces también usa la ducha. ¡Ah!, y lo más importante: no se siente culpable. En absoluto. Y no, no te preocupes, que a Luis no le molesta: él también se masturba y piensa seguir haciéndolo cuando compartan techo; se me pasó decirte que se lo están planteando. Ambos lo tienen claro: tener una pareja o vivir con ella no significa renunciar a uno mismo.

SEXO Y PELIGRO

Para nosotras el sexo no solo es igual a placer, también equivale a peligro.

No conozco a una sola mujer que no haya pasado por una mala experiencia: habladurías que machacan tu reputación y tu autoestima; exhibicionistas, como el que se topó Julia («Ven, nena. Mira qué bonito. Bésalo»); familiares, amigos y desconocidos que te meten mano o te violentan con cara de no haber roto un plato (el primito que, jugando, al cuarto oscuro aprovecha para darte un buen repaso; el viejo verde que, escudándose en la oscuridad del cine, te acaricia la pierna, el guarro que aprovecha que bajas del autobús —él se queda dentro— para plantarte la mano en el pecho…).

¿Acaso nunca te ha pasado nada? Es muy probable que no te hayas librado. Me sorprende que se hable tan poco de estas cosas, cuando basta con que sondees a cualquier mujer para que te des cuenta de que casi todas, si no todas, tienen algo que denunciar. Yo misma he sido machacada por las habladurías en varias ocasiones. Te explicaré solo una. Tal vez te parezca una tontería, hasta que recuerdes cómo eras a esa edad. Tenía once años cuando mi profesora de ciencias me pidió que preparara un tema de sexualidad para exponerlo en clase. No veas la que se lio cuando aparecí con un libro sobre el tema… La maestra no pudo más que anular el trabajo, pero para entonces mi fama ya era inapelable (¡y ni siquiera sabía lo que era besar a un chaval!). Por si eso no bastara, también he tropezado con dos exhibicionistas (lo recuerdo como si fuera ahora) y los tres ejemplos que te he dado —el del primo, el viejo verde y el desconocido del autobús— los viví en carne propia.

Y, para colmo, aún he de dar las gracias porque no haya sido peor.

¿Sabes que se calcula que en España el 23% de las mujeres y un 15% de los hombres han sido víctimas de abusos sexuales durante la niñez[55]?, ¿que el 18,3% de las trabajadoras españolas ha sufrido, al menos una vez, un episodio de acoso sexual y que más de la mitad afirman que en algún momento han padecido acoso ambiental (léase, por ejemplo, miradas, chistes obscenos…)[56]?, ¿que en el 2009 se denunciaron en nuestro país 6573 delitos de abuso, acoso y agresión sexual[57]? (¡Y los que no se denuncian…!).

No tengo palabras.

Masturbación…

Los chicos se masturban.

Solos o en grupo; lenta o rápidamente (por desgracia, esta última es la manera habitual, más que nada para que no los pillen y, con esas prisas… luego surgen los problemas)[58]; en una postura u otra (hay pocos, pero algunos son contorsionistas, capaces de metérsela en la boca)[59], pero el caso es que los chicos se masturban.

Pero ¿y las chicas?

Fíjate que las animaladas que en el pasado corrían de boca en boca —alentadas por la Iglesia y la clase médica—, como que masturbarse provocaba la caída del pelo y de los dientes, causaba impotencia y esterilidad, volvía loco a quien lo hacía y demás estupideces, se propagaban pensando sobre todo en los hombres. ¿Y nosotras?, te preguntarás. ¿Nosotras? Pues se suponía que poco o casi nada, mejor aún, que nosotras no lo hacíamos. La masturbación era cosa de hombres. Y dale.

De hecho, aún hoy parece que lo sea. Apenas se habla de masturbación femenina y, cuando se hace, todavía resulta incómodo o, peor aún, se convierte en un chiste fácil que suele girar en torno al uso del vibrador.

Es como si no tuviéramos derecho a autosatisfacernos…

Como si tuviéramos que esperar a la aparición de un hombre para acceder a la sexualidad, ¡a nuestra sexualidad!

Y observa el detallito:

Como ellos suelen masturbarse, la primera vez que se acuestan con una chica, además de tenerlo más fácil para gozar, ya saben lo que es tener un orgasmo y eyacular. Por el contrario, las adolescentes no suelen masturbarse (no muchas —menos de la mitad— a la edad en que se pierde la virginidad), y cuando practican el coito por primera vez, y con tan falsas expectativas, ¿cómo no iban a decepcionarse?[60]

LA PRIMERA VEZ

A cada una de nosotras le llega su momento: esa edad en que tenemos un cuerpo de mujer, deseos que muchas veces no entendemos de mujer, las posibilidades de gozar como una mujer, corremos los peligros que afronta cualquier mujer, y nos dejan sueltas por el mundo, nos abandonan, con la ignorancia de una niña.

Y así solemos llegar a nuestra primera vez.

Con desconocimiento, muchas veces con miedo (¿dolerá?, ¿me cabrá?, ¿sabré qué hacer?) y deseando creer que caerán flores del cielo y oiremos sonar violines cuando él, ese chico que muchas veces sabe menos que nosotras (o solo piensa en sí mismo), nos transporte al paraíso.

Próxima parada: el paraíso.

Próxima parada: la cruda realidad del sexo patriarcal.

Solo que entonces, igual que le sucedió a Julia la primera vez, no solemos entender mucho y lo único que acertamos a pensar es:

¿Ya está? ¿No hay más? ¿Esto es todo?

Sí, cielo, eso es todo. Tanto tiempo esperando, imaginándote un argumento digno de cuento de hadas, para esto. Probablemente te lo pasabas mejor cuando solo te metía mano o te masturbabas tú solita —si es que lo hacías— escondida bajo las sábanas.

La primera vez no suele ser precisamente

una historia que contemos con alegría.

¿Hasta cuándo no va a serlo?

¿Hasta cuándo la aplastante mayoría de las mujeres tendrá que pasar por el penoso aprendizaje que implica enderezar nuestra mala educación sexual?[61]

Salvo que se generalice la información y formación sexual, el sexo seguirá siendo territorio masculino.

Lectura recomendada: La primera vez, de Esther Porta (Aguilar, Madrid, 2006).

¿Qué hay de malo en procurarse placer a una misma? Nada. Nada de lo que avergonzarse, nada de lo que sentirse culpable. Sin embargo, hasta las personas más abiertas, más sexualmente liberadas, parecen pasar apuros a la hora de abordar esta cuestión[62]. Lo de siempre, maldita educación. Es una pena. Masturbarse debería considerarse algo natural, algo primordial que forma parte de nuestras vidas, exactamente igual que comer o dormir. Hay muchas razones para autosatisfacerse, aunque luego no se lo cuentes a nadie. Básicamente es liberador, divertido y sano, muy sano (hasta la Organización Mundial de la Salud ensalza sus virtudes). Pero si necesitas más razones, he aquí unas cuantas, algunas muy serias, otras, digamos que para hacerte sonreír, pero todas ellas válidas (al menos para las mujeres que las hemos propuesto):

  • Para aprender a sentirte cómoda en tu piel.
  • Para descubrir lo que más te va (indispensable para compartirte mejor).
  • Porque conocer cómo reacciona tu cuerpo te da seguridad en tus relaciones de pareja.
  • Porque es la mejor escuela. ¿Cómo pretendes enseñarle lo que te gusta o lo que no te gusta si no lo sabes ni tú?
  • Nunca has disfrutado de un orgasmo y quieres descubrirlos. (Masters y Johnson averiguaron que el 94% de las mujeres que nunca se había masturbado tampoco había sentido un orgasmo de otra manera).
  • Para probar cosas nuevas (luego, si quieres, ya las harás con alguien).
  • Porque no tienes pareja.
  • O la tienes, pero en este momento no te apetece compartirte, prefieres centrarte en ti misma.
  • O la tienes, pero ahora no tiene ganas, no puede o no está y tú no quieres renunciar a tu sexualidad[63].

CÓMO NOS AUTOSATISFACEMOS LAS MUJERES

Existen cinco formas básicas de masturbación femenina:

  • Estimulación de la zona clitoriana/vulvar, normalmente con la mano aunque también con vibrador (alrededor de un 78,5%).
  • Frotación de la zona clitoriana/vulvar con un objeto blando (4%).
  • Presión rítmica de los muslos (3%).
  • Masaje con agua en la zona clitoriana/vulvar (2%).
  • Solo inserción vaginal (1,5%).

El restante 11% alternamos diferentes métodos en función de nuestras preferencias del momento.

Te habrás fijado en que somos pocas las que utilizamos la penetración vaginal sin más. Eso sí, entre las que nos estimulamos el clítoris directamente hay algunas que, en ocasiones, nos insertamos los dedos o algún objeto o juguete sexual en la vagina[64].

Aunque las formas de autosatisfacerse se agrupen en cinco grandes grupos, Masters y Johnson descubrieron que, entre las mujeres que participaron en su estudio, ¡centenares!, no hubo dos que se masturbaran exactamente de la misma manera. Igual que todos los orgasmos son válidos, también lo son todas las formas de masturbarse. No hay mejores ni peores métodos de autosatisfacerse.

  • Porque no has llegado durante el coito o cualquiera que fuese la forma de vuestro encuentro sexual.
  • Porque sí has llegado, pero quieres más.
  • Para aumentar tu libido. El sexo llama al sexo. (¿Verdad que cuando algo te gusta quieres repetir? Lo mismo ocurre con el sexo. Si sientes placer, querrás más).
  • Estás nerviosa o estresada y te relaja.
  • No tienes sueño y suele ayudarte a conciliarlo.
  • No existe mejor forma de practicar sexo seguro.
  • Para aliviar tu dolor menstrual.
  • Porque cuanto más lo haces, más fácil te resulta gozar.
  • Porque la gente que lo hace tiene una vida sexual más larga.
  • No tienes ganas de liarte con el primero que pasa.
  • Para desconectar de algo que te preocupa.
  • Quieres aumentar tus dosis de autoestima.
  • Te hace sentir independiente, fuerte, libre…
  • Para romper la rutina laboral (Sí, has leído bien).
  • Para fortalecer tu musculatura pélvica.
  • Para mantener a raya el índice de natalidad.
  • Porque, al no necesitar de nadie, puedes hacerlo en cualquier momento.
  • Necesitas quemar calorías y pasas de hacer gimnasia (aunque, no te engañes, se queman pocas).
  • Para verte mejor (después irradiamos belleza y no de revista, sino auténtica).
  • Porque eres una chica lista (Diferentes estudios apuntan a que los porcentajes de masturbación son más altos entre las personas de mayor nivel cultural).
  • Quieres premiarte o hacerte un regalo.
  • Porque, sencillamente —tú no necesitas excusas—, te apetece.

Cuando te masturbas, estás dándote un gustazo, o lo que es lo mismo, velando por ti misma. ¿Por qué no habrías de hacerlo?, ¿por qué habrías de avergonzarte?, ¿por qué habrías de sentirte culpable?, ¿por qué? Vale, vale… No voy a pedirte que vayas por ahí contándolo, pero sí que no te prives de este placer. ¡Y la de malos humores (nuestros y de los demás) que nos ahorraríamos! No exagero: ¿cómo te encuentras después de una noche de buen sexo? Y ¿quién ha dicho que para obtener buen sexo haga falta tener y/o practicarlo en pareja? Cuando una quiere, se basta para gozar. Así pues…

JAMÁS HE TENIDO UN ORGASMO

La única diferencia entre una mujer que tiene orgasmos y otra que nunca ha tenido uno es que la primera sabe qué ha de hacer y la segunda no lo sabe o, de saberlo, aún no lo ha probado. Salvo fuerzas de causa mayor (enfermedad física o mental grave), todas las mujeres pueden llegar: no hay mujeres frígidas sino preorgásmicas, es decir, que aún no han conocido el clímax, problema que se calcula que afecta a entre un 10 y un 15% de la población femenina occidental; algunos terapeutas llegan a hablar del 25%.

¿Cómo conseguirlo? Si has abierto el libro por aquí y aún no has leído el apartado dedicado a nuestra anatomía sexual, hazlo ahora y apúntate a los ejercicios de autoexploración, a los de Kegel y a las demás propuestas que se hacen ahí y que sirven para lograr un mayor conocimiento y sensibilización de nuestros genitales. Se trata de apropiártelos.

Luego, resérvate una hora; si puedes, más. No vale decir que no la tienes. Seguro que la tendrías si una amiga te dijera que necesita hablar contigo, ¿cómo no vas a tenerla para ti? Busca un momento de tranquilidad, asegúrate de que nadie pueda interrumpirte, así no estarás preocupada porque puedan pillarte, y sigue las siguientes instrucciones a tu ritmo. No quieras correr.

En principio nos vamos a olvidar del sexo en pareja y vamos a ocuparnos de lograr un orgasmo a través de la masturbación en solitario. Eso no significa que renuncies a las relaciones sexuales; si lo deseas, puedes mantenerlas, pero sin pretender, por ahora, aplicar lo que estás haciendo durante tu aprendizaje a solas. Ya lo harás más adelante. Tú misma te darás cuenta de cómo pueden mejorar tus relaciones de pareja… siempre que sepas pedir. Pero ya llegarás a eso. Ahora, entremos en materia:

  • Los sexólogos suelen recomendar iniciar la sesión con ejercicios para despertar sensaciones en todo el cuerpo. Se trata de que, salvo los genitales, te acaricies donde más te complazca. Si quieres, puedes embadurnarte de crema, mirarte en un espejo y/o hacerlo metida en un baño de espuma. Lo que te apetezca, pero que te sientas a gusto.
  • Importante: puedes utilizar la imaginación; su poder es inestimable. Recrea alguna escena que te haya excitado o recurre a alguna fantasía.
  • Después, sin esperar que ocurra nada especial, empieza a acariciarte la zona genital: el monte de Venus, los labios mayores, los labios menores (externa e internamente), la apertura vaginal, el clítoris. ¿Dónde te gusta más? Es probable que sientas más en el clítoris, pues sigue estimulando esa zona. Si notas que te molesta masturbarte directamente el glande, inténtalo por encima del capuchón o en el área circundante. Ve probando. Sin miedo.
  • No uses los dedos sin más: para evitar irritaciones utiliza la saliva, mejor aún, un lubricante (lee el recuadro dedicado a ellos, lo encontrarás unas páginas más adelante). Empieza con una estimulación suave, luego, si lo deseas, puedes aumentarla. Cambia de ritmo (más o menos rápido), intensidad (más o menos fuerte), movimiento (círculos, arriba-abajo-arriba, de lado a lado), postura corporal. Sin agobiarte, ve probando para descubrir lo que más te excita. Si te gusta algo, sigue haciéndolo.
  • Si lo dicho hasta ahora no acaba de funcionar (no dimitas a la primera), quizá desees intentar otras formas de autoestimulación. Por ejemplo, puedes cruzar las piernas y presionar tus muslos entre sí, es más, si te apetece, coloca algo blando entre ellas (por ejemplo, una almohada) y haz lo propio. ¿Quizá desees experimentar con un vibrador o con el agua de la ducha? Prueba lo que te apetezca. Lo importante es que encuentres tu forma de autosatisfacerte.
  • La ansiedad, la incomodidad, los sentimientos de culpa o de vergüenza dificultan, si no impiden, el placer, porque evitan que nos concentremos en las sensaciones placenteras que estamos prodigándonos. Ten paciencia y date tiempo. Además, no hace falta que alcances el clímax la primera vez. Si estás nerviosa, te duele o sientes irritación (tal vez estés estimulándote directamente y con demasiada fuerza), detente y vuelve a intentarlo en otro momento u otro día. Sin embargo, si después de probarlo varias veces y en días diferentes nunca logras llegar, es aconsejable que acudas a un terapeuta sexual para que te ayude a averiguar cuál es el problema. Cuidado: hay mujeres que siendo orgásmicas creen no serlo, porque sus clímax no son como piensan que deberían ser: por ejemplo, no tienen necesidad de gritar ni se arquean como en las películas; sus contracciones no son muy fuertes o no sienten lo mismo que dicen sentir otras mujeres.

Cuando hayas alcanzado el clímax (mejor que lo hayas logrado en diferentes ocasiones: tendrás más seguridad en ti misma), puedes intentarlo con tu pareja.

  • Si te corta hablar del tema con él, tal vez prefieras cogerle la mano y llevarla a donde quieras que te toque, o hacerlo tú misma. Puede que luego él se anime a intentarlo.
  • Si, por el contrario, te sientes cómoda hablando de sexo con él, enséñale los dibujos del capítulo anterior y explícale todo lo que has aprendido. Quizá quiera leerlo. Anímale a hacerlo, pero no le presiones, es posible que se sienta incómodo. Recuerda: a ellos se les hace creer que deben tener un doctorado cum laude en teoría y práctica sexual. Ya sabes que es una tontería, pero él puede sentirse herido en su virilidad. Trátale con la consideración que desearías para contigo.

Quizá quieras masturbarte delante de él para mostrarle lo que te gusta. Los hombres suelen excitarse ante este tipo de visiones y si le enseñas con delicadeza, sin hacer que se sienta estúpido o culpable por no saber cómo hacerlo, le encantará hacerte feliz. Si lo deseas y él también, cuando lleve un ratito observándote déjale probar a estimularte. Pero recuerda que no debéis esperar demasiado: si las primeras veces no llegas, no debéis preocuparos. El objetivo inicial es que ambos aprendáis: él a tocarte, tú a dejarte hacer y sentir en compañía.

Cuando practiques el coito, ten muy presente que la mayoría de las mujeres necesitan estimularse el clítoris para alcanzar el orgasmo. Explícaselo a él, es probable que aún crea que la penetración ha de bastarte para llegar. Evidentemente tampoco esperes lograr un orgasmo a la primera. Es una cuestión de tiempo, de que te sientas cómoda tocándote en su presencia o dejándole tocarte. No lo dudes: cuando una mujer sabe alcanzar el clímax masturbándose, sabe cómo hacerlo durante la cópula. Otra cosa es que no se atreva.

Lecturas recomendadas: Camino al orgasmo, de Sonia Blasco, y Disfrutar del orgasmo, de Julia R. Heiman y Joseph LoPiccolo.

Masturbarse: no solo existe una forma

¿Cómo te masturbas? ¿Siempre de la misma manera? Típico: adoptamos un método que nos va y nos apalancamos… Lo mismo sucede en nuestras relaciones sexuales (y no sexuales) de pareja. Dirás que si siempre te satisfaces igual es por algo, que te va bien así. Nada que objetar, pero ¿por qué no permitirse cierta variedad? Dos motivos de peso para planteárselo:

  • Con más de lo mismo difícilmente descubrirás sensaciones nuevas. Experimentar con tu cuerpo te permite conocerlo, sentirte cómoda en él y, sobre todo, sacarle el máximo partido. Valor añadido: es probable que te permitas licencias que en pareja no osarías.
  • Cuanto más versátil seas en tu forma de gozar sola, más probabilidades tendrás de hacerlo en compañía. Recuperemos a Julia: ella se masturba frotándose contra una almohada. Así alcanza el clímax con extrema facilidad. Sin embargo, cuando copula tiene dificultades para llegar si la postura adoptada le obliga a separar las piernas. Aunque su clítoris logre la estimulación adecuada, la separación de sus extremidades inferiores se lo pone muy difícil. Evidentemente podría decirle a Luis que prefiere mantenerlas siempre juntas, pero ¿no sería mejor para ella que se ejercitase en lograrlo de cualquier forma? Dicho de otro modo, si cuando te masturbas disfrutas y alcanzas el orgasmo con posturas diferentes y utilizando distintos modos y ritmos de estimulación, además de no caer en la rutina, multiplicarás tus posibilidades de gozar en pareja.

¿Convencida? Si tu respuesta es afirmativa, aquí tienes algunas ideas para inspirarte. Hay muchas, o sea que no te dejes apabullar. Estamos hablando de placer, no de pruebas que haya que superar. Elige la que más te atraiga o aquella con la que te sientas más cómoda, luego —en otro momento u otro día— ve por la siguiente.

(Antes de seguir, una advertencia: puede que algunas de las cosas que hayas leído y que leas a partir de ahora te incomoden o incluso te produzcan rechazo. Pero sería hipócrita no hablar de lo que les gusta a muchas, algunas o pocas mujeres, ¡da igual cuántas sean!, independientemente de tu opinión o la mía. En todo caso, si algo te desagrada o no te convence bastará con que no lo pongas en práctica. Eres libre para decidir «esto no me va y paso», pero también lo son otras mujeres de apuntarse a lo que más les apetezca. Tanto unas como otras somos de lo más normal. Y, no lo olvides, siempre que no utilicemos a nadie, tenemos derecho a disfrutar de nuestros cuerpos como queramos y con quien o lo que queramos).

Estas son las propuestas:

  • Antes de siquiera rozarte, puedes utilizar tu imaginación. Dedícate un buen rato a visualizar algo que te excite, a leer un cuento erótico, hojear una revista o ver una película que te inspire. Cuando ya estés a tono, empieza a acariciarte.
  • ¿Eres de las que van directamente a por el clítoris? Pues no lo hagas. Primero acaríciate un rato: la cara, el cuello, los pechos, la cintura, el estómago, la parte interna de los muslos, las ingles, el monte púbico, los labios mayores, los labios menores, la apertura vaginal… Lo que quieras, hasta que no puedas más. Luego, mastúrbate como sueles hacerlo. ¿Un aliciente? Colócate delante de un espejo y observa cómo juegas contigo misma.
  • ¿Utilizas los dedos para masturbarte (es el método más común)? Varía la forma en que los usas. Una propuesta: si habitualmente lo masajeas, la próxima vez coge tu clítoris entre los dedos índice y corazón o pulgar e índice y estimúlalo mediante, por ejemplo, un movimiento de rotación. También puedes cambiar de ritmo: más rápido, menos, alternando. ¿Qué sientes? (Encontrarás dibujos en el apartado sobre masturbación femenina del capítulo V).
  • ¿Quieres alargar tu placer? Cuando estés a punto de alcanzar el clímax, detente unos segundos y vuelve a empezar. Hazlo tres o cuatro veces y luego déjate ir, es probable que aumente la intensidad de tu orgasmo.
  • Si no usas ninguna clase de lubricante, toca descubrirlos.

Lubricante. Tal vez te preguntes para qué lo necesitas y/o que tu pareja se sienta culpable o mal por creer que no logra excitarte. Falso. Totalmente falso. Que estés excitada, incluso muy excitada, no implica que tengas que estar muy mojada, puede que sí lo estés, pero puede que no. Ya sabes que tras la menopausia las mujeres lubricamos menos, pero esto también sucede tras un parto o según el momento de nuestro ciclo menstrual. Y hay otros motivos que no tienen que ver con nuestras hormonas, por ejemplo, haber bebido, el consumo de ciertas drogas y medicamentos, estar nerviosa… Además, el contacto con el aire y el uso de condones seca nuestros genitales. Es probable que lo hayas comprobado. Y por si eso no bastara, algunas prácticas sexuales necesitan de lubricante o mejoran con su uso. Y no solo para las mujeres, también para los hombres, que esa es otra: los lubricantes no deberían ser solo cosa de chicas. Cuando ellos los prueban, suelen apuntarse.

¿Cuál es el mejor? Depende de para qué lo uses. Probablemente hayas oído hablar o hayas probado la vaselina, ya que es fácil comprarla. Si solo la quieres para masturbarte los genitales externos, puede servir. Pero no deberías utilizarla en tu vagina: puede alterar el pH de tu piel y, al ser muy grasienta, se pega a la paredes vaginales, convirtiéndose en un foco de bacterias e infecciones. Y ni se te ocurra usarla con condones. La vaselina lleva derivados del petróleo que destruyen los de látex. Imagínate el peligro. Lo mismo cabe decir de la mantequilla, las cremas y los aceites, aunque sean de bebé.

Los condones solo admiten lubricantes de base acuosa o base de silicona, es decir, ingredientes que no destruyen el látex. Los primeros son más baratos y fáciles de eliminar del cuerpo, aunque se secan con mayor rapidez. Truco por si te sucede: añade agua en vez de emplear más lubricante, así evitarás pringarte. Los de silicona no se secan ni evaporan porque no contienen agua, pero son más difíciles de eliminar (necesitarás jabón). ¿Ventaja? Se pueden usar en la ducha, en la bañera, en el mar… Si tienes la piel sensible, son la mejor selección. Una advertencia: son incompatibles con los juguetes sexuales hechos de silicona.

Este tipo de productos suelen comprarse tanto en farmacias como en sex-shops (en estas encontrarás mayor variedad) y los hay de diferentes texturas e incluso con sabores. En cualquier caso, es cuestión de probar y decidir cuál te gusta más.

  • ¿Eres esclava de una postura? Pues desengánchate. Por ejemplo, si sueles hacerlo boca arriba y con las piernas juntas, empieza a estimularte así, pero cuando estés excitada sepáralas un poco. En la siguiente ocasión, distáncialas aún más y antes, y así hasta que consigas masturbarte desde un principio con las piernas abiertas. Puede que de entrada te cueste un poco, es difícil renunciar a los hábitos adquiridos, pero insiste y date tiempo. Tal vez te pongas nerviosa, al fin y al cabo, cuando una se conoce sabe qué teclas pulsar y es fácil llegar: menos de cuatro minutos pueden ser suficientes cuando recibes la estimulación adecuada.

Menos de cuatro minutos. Prácticamente lo mismo que suelen necesitar los hombres —de dos a tres minutos— para correrse. ¿Qué? ¿Acaso no nos han dicho siempre que nosotras siempre tardamos más? Pues ya ves: ¡otra mentira! Nuestra supuesta tardanza suele deberse a una deficiente estimulación durante el coito. Cuando nos ocupamos de nosotras mismas somos de lo más efectivo. Tanto los estudios de Kinsey como los de Masters y Johnson corroboraron que hombres y mujeres tardan prácticamente el mismo tiempo en alcanzar el clímax cuando se satisfacen a sí mismos.

Hay mujeres que tardan más y otras menos (como ellos), dependiendo de diversos factores como la capacidad para darse permiso (tú o tu pareja podéis hacer virguerías, de nada sirven si no te lo permites), la situación y el grado de aprendizaje. En realidad, el tiempo es lo de menos. Lo importante es disfrutar.

  • ¿Estás cansada de la postura habitual y quieres probar otra? Pues adelante: de lado, boca abajo, sentada, a cuatro patas, de rodillas, lo que se te ocurra, y cruza las piernas, levántalas, apóyalas en la pared, dóblalas y presiona la planta de los pies contra el suelo para generar más tensión muscular… Nadie te ve. ¡No te cortes! Es probable que aumente tu placer, y recuerda lo útil que puede resultar para darle variedad a tus encuentros sexuales.
  • Si siempre te autosatisfaces con los dedos, ¿qué tal una incursión en otra de las técnicas más comunes? A saber:
    • Presión o frotación contra un objeto. Un ejemplo: túmbate boca abajo en la cama y presiona o frota tu pubis contra ella. Si lo deseas, coloca un cojín. Puedes cambiar de ritmo según lo que sientas y variar cuanto quieras tu balanceo: arriba-abajo-arriba, izquierda-derecha-izquierda, rotaciones. Tal vez no lo consigas a la primera (y tengas que acabar utilizando tu método habitual), pero repite y quizá te sorprendas.
    • Presión de los muslos. Junta las piernas o crúzalas y presiona rítmicamente los muslos a la vez que contraes tu musculatura PC.
    • El chorro del agua de la ducha/bañera/bidé no solo sirve para cuestiones higiénicas. Estando de pie, sentada, de rodillas o tumbada puedes probar a dirigirlo hacia tus genitales y ver qué sucede. Juega con la temperatura del agua y la fuerza y forma en que sale. Las alcachofas más modernas tienen muchas posibilidades.
  • Cuando te masturbes, intenta contraer los PC. También puedes jugar con los balanceos pélvicos y tu respiración (se supone que aprendiste todo esto en el capítulo anterior). ¿Te parece demasiado complicado? Solo en apariencia. Una propuesta de mi amiga Z: «De pie en la ducha, piernas juntas, chorro de agua contra el monte púbico, presiones de PC y vagina, respiración profunda. Y si te gusta, cuéntaselo a una amiga». Tiene más, pero si la dejo acaba escribiendo ella el libro.
  • Respecto a la respiración, prueba a inhalar y exhalar muy lentamente, sintiendo cómo esa energía recorre todo tu cuerpo. Es más, imagínate que el aire llega hasta tus genitales. Si nunca lo has probado, te costará, puede que pierdas el hilo e incluso que te marees un poco, pero insiste y con el tiempo notarás la diferencia. Lo ideal es acompasar respiración y cuerpo. Por ejemplo, prueba esto: cada vez que inspires presiona tus PC, cada vez que espires, déjalos ir. Incluso puedes detener tu respiración un instante entre ambas fases. Ahora aplícalo como mejor te convenga mientras te autoestimulas.
  • Ha llegado el momento de retomar el tema de los orgasmos múltiples. En principio, todas las mujeres somos susceptibles de tenerlos, o sea que si tras lograr uno sueles poner punto y final, intenta ir a por otro. ¿Cómo? Bien simple: no te conformes y sigue masturbándote. Supongamos que te estimulas manualmente el clítoris. Una vez hayas alcanzado el clímax, sigue haciéndolo y si te molesta, detente unos segundos —de 10 a 15— y vuelve a empezar, desplaza tus dedos en busca de un nuevo punto de placer o varía tu técnica masturbatoria. Por ejemplo, presionando tu monte púbico con la mano, o juntando tus piernas y realizando kegels.

¿Más ideas? Prueba con la ducha. Cuando hayas llegado, mueve el chorro de agua en busca de otro punto de placer (¡no en el interior de la vagina!) y un nuevo orgasmo. Y sigue hasta que te sientas saciada.

Una técnica que no suele fallar: presiona rítmicamente tu punto G (con un dedo o, mejor todavía, un juguete sexual), sin dejar de estimularte el clítoris. De hecho, para muchas mujeres este último es el método más efectivo para lograr orgasmos múltiples, tanto a solas como en pareja.

Presta atención a lo que te indica en cada momento tu cuerpo y experimenta. No tires la toalla a la primera, pero, ya sabes, si empiezas a obsesionarte, olvídate del tema al menos durante una temporada.

A partir de aquí, usa tu imaginación (o lee las «Propuestas para las más lanzadas»). Los límites los pones tú.

Una aclaración final. Si eres de las que se preocupan por considerar que se masturban demasiado, debes saber que lo extraño sería que si disfrutas autosatisfaciéndote no lo hicieras a menudo. Mientras no te hagas daño, te masturbes compulsivamente o hacerlo te impida mantener relaciones con otras personas, no hay de qué preocuparse.

PROPUESTAS PARA LAS MÁS LANZADAS

  • ¿Alguna vez has utilizado un vibrador o dildo? Puedes estimularte el clítoris o toda la vulva con él. Prueba varias posturas (boca arriba, boca abajo, de pie, sentada y con las piernas cruzadas…) y colócatelo de diferentes formas y a distintas velocidades. Consejo: si te da vergüenza acudir a una sex-shop para comprártelo, hazlo por Internet. ¿Tampoco? Pues adquiere uno de esos pequeños aparatos para masajes corporales que se comercializan en las tiendas de electrodomésticos. Hay terapeutas sexuales que no los tienen en gran estima, porque si nos acostumbramos a la fuerza de su estimulación corremos el peligro de que nuestra/su mano nos sepa a poco. Moraleja: si te apetece, no renuncies a usar un vibrador, pero no lo conviertas en el único modo de autosatisfacerte y así no tendrás problemas. Si este último consejo te llega demasiado tarde y tienes dificultades para gozar de otra forma, tendrás que desengancharte poco a poco. Para ello, empieza usando el vibrador, pero apágalo cuando ya estés excitada y llega al orgasmo manualmente. La próxima vez reduce el nivel de vibración y apágalo aun antes. La idea es ir valiéndote cada vez más de tu mano.
  • Puedes estimular tu clítoris con una mano a la vez que metes uno o varios dedos de la otra en la vagina. Te resultará más cómodo usar un vibrador, un dildo o un pene ecológico, que podrás mover, por ejemplo, imitando el típico vaivén del coito, trazando círculos o presionando donde más placer te produzca. Recuerda que si deseas estimular tu punto G o tu cul-de-sac, has de estar muy excitada.
  • Prueba a acariciarte la vulva con una pluma, un pincel, pieles…
  • Hay quien usa su cepillo de dientes ¡eléctrico! Para mitigar la fuerza de su rotación basta colocar una barrera (¿una toallita?) sobre el clítoris.
  • Intenta autosatisfacerte sin quitarte la ropa, ya sea frotándote, presionando desde fuera, introduciendo la mano o un vibrador entre los pantalones.
  • No olvidemos la técnica de Matilde, es decir, montar algo contra lo cual rozar la vulva: el brazo de un sofá, la esquina de una cama, el borde de la bañera, incluso la cremallera de los pantalones.
  • ¿Algo más ingenioso? Hay quien se arrima a la lavadora y utiliza el centrifugado para darse placer.
  • Si quieres, a la vez que te estimulas, puedes jugar con el periné y el ano. Ya sea con los dedos o utilizando un dildo, un vibrador o algún tipo de juguete anal, como las bolitas que venden en las sex-shops (los dependientes te explicarán todo lo que existe y cómo utilizarlo). En cualquier caso, si optas por la penetración no olvides usar mucho lubricante —es imprescindible— y lavar lo que hayas utilizado (tus dedos o un juguete) con agua y jabón antes de que entre en contacto con otra parte del cuerpo. En los casos en que sea posible, es mejor utilizar un preservativo.
  • ¿Te van las emociones fuertes? Si es así, date placer en un lugar público: en un aseo, mientras comes en un restaurante, en tu mesa de trabajo, en el cine… Si eres capaz de masturbarte presionando los muslos, puedes hacerlo de forma muy discreta, pero, si te apetece, prueba a usar los dedos e incluso un pequeño vibrador escondido en tu ropa interior. Ojo: se supone que nadie debe darse cuenta; podrías meterte en un buen lío.

Una mente para pecar

Solo hay una cosa por la que envidio a los hombres. ¡Y mucho! Y no, no se trata de su pene, señor Freud. Lo que envidio es su mente hipersexuada, esa capacidad que tienen tantos caballeros de pasarse 25 horas al día pensando en sexo (y sí, ya sé que el día solo tiene 24 horas).

Aunque apenas se haya estudiado la cuestión[65], creo que te resultará fácil convenir conmigo que ellos suelen pensar en sexo bastante más que nosotras y no estaría mal que las mujeres hiciéramos algo por avivar nuestros pensamientos eróticos. Al fin y al cabo se supone que nuestra mente es el más poderoso órgano sexual de nuestro cuerpo, ¡y qué poco solemos estimularla! (desde ese punto de vista, se entiende). Eso sí, montándonos películas romanticonas no nos gana nadie, pero claro, el sexo no funciona exactamente así. ¿No crees?

¿Cómo motivarnos? Erotizar la mente requiere un esfuerzo ciertamente agradable. Nada que ver con hacer flexiones. Si quieres intentarlo, aquí tienes unas cuantas propuestas. Evidentemente, eres libre de hacer lo que te plazca, como si dices «¡Menuda chorrada!» y pasas de largo, pero ¿tanto cuesta probar por lo menos una de ellas? Tal vez te des cuenta de que es mucho más divertido fantasear sobre sexo que soñar con el buenazo, pero aburridísimo, príncipe azul. Tú misma.

  • Lee novelas eróticas o con fuerte componente carnal. No hace falta que tengan una gran calidad literaria, lo importante es que te pongan a tono y estimulen tu coco. Ahora bien, si tu intelecto no te permite leer cualquier cosa, tampoco tienes excusa porque hay mucho bueno donde elegir. Algunos títulos que pueden inspirarte: Las edades de Lulú, de Almudena Grandes; Elogio de la madrastra, de Mario Vargas Llosa; El hábito del amor, de Anne Cumming; Ada o el Ardor, de Vladimir Nabokov; Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, de Haruki Murakami; Crash, de J. E. Ballard; Historia del ojo, de Georges Bataille; Los amantes, de Pierre Bisiou; El carnicero, de Alina Reyes; El cuento de la criada, de Margaret Atwood; Mandarina, de Susana Pérez-Alonso; Ligeros libertinajes sabáticos, de Mercedes Abad; El hombre sentado en el pasillo o El amante, de Marguerite Duras; Hot line, de Francesca Mazzucato; Decamerón, de Giovanni Bocaccio; El amante de Lady Chatterley, de D. H. Lawrence; Filosofía en el tocador, del Marqués de Sade (cualquiera de sus obras valdría); Las amistades peligrosas, de Pierre Choderlos de Laclos; El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell; En brazos de la mujer madura, de Stephen Vizinczey; Fanny Hill, de John Cleveland; Delta de Venus, de Anaïs Nin; Trópico de Cáncer o Trópico de Capricornio, de Henry Miller; La historia de O, de Pauline Reage, o Miedo a volar, de Erica Jong. ¡Y hay más!
  • Si te va más lo visual, puedes optar por libros de imágenes. Algunos ejemplos: Erotica Universalis (dos volúmenes de ilustraciones); el Kamasutra ilustrado; cualquier obra sobre la tradición erótica japonesa; 1000 nudes (historia de la fotografía erótica); Men/Women, de Herb Ritts; Digital diaries, de Natacha Merritt (considerado una obra maestra del género); The male nude, de varios autores, o algunos de los trabajos de Gian Paolo Barbieri, Helmut Newton, Robert Mapplethorpe, Jan Saudek, Nobuyoshi Araki o Roy Stuart.
  • Más material: numerosas revistas (puedes escoger entre decenas y las hay muy especializadas) y, mejor aún, los cómics (los ilustradores pueden permitirse cualquier cosa y sus dibujos son de lo más sugerente). Para adentrarse en el mundo del cómic, vale la pena echarle un vistazo a dos clásicos: la trilogía Lost Girls, de Alan Moore y Melinda Gebbie, y Fresa y chocolate, de Aurélia Aurita. Asimismo puedes probar el manga erótico japonés o hentai, palabra que significa «perversión» o «transformación», una mezcla de inocencia y perversión de alto voltaje. Escribe hentai en un buscador de Internet y lo comprobarás.
  • ¿Por qué no probar películas de tinte erótico? Si no has visto filmes tan aptos como Belle de jour, El imperio de los sentidos, Historia de O, Nueves semanas y media, La Dolce Vita, Las amistades peligrosas, Henry y June, Calígula, Salon Kitty, Emmanuelle, El cartero siempre llama dos veces, En brazos de la mujer madura, Las edades de Lulú, Secretary, Lucía y el sexo, Fóllame, El amante, Portero de noche o El último tango en París, puedes empezar por ellas.
  • Dale una oportunidad a las porno. Ya sé que generalmente están hechas pensando en los hombres y que incluso a muchas nos disgustan ciertas escenas, pero también las hay para nosotras, sobre todo si nos permitimos curiosear y explorar esa posibilidad. De hecho, ya existe bastante cine X pensado para las necesidades y los gustos femeninos: cuentan una historia, la imagen suele estar más cuidada, las actrices no parecen prostitutas… Les he pedido a mis amigas de la juguetería para adultos Kitsch (www.kitsch.es) una selección de películas para empezar a adentrarse en este mundillo. En realidad, no es una mala idea dejarse guiar por los dependientes de las sex-shops (suelen tenerlas por la mano). Si les explicas lo que buscas (lenguaje soez, romanticismo, ciencia ficción, vídeos caseros, orgías, sadomasoquismo, light o no, lo que sea que te excite), seguro que encontrarán algo que te satisfaga. Recomendaciones: Aria, Close Ups o cualquier otra cinta de Andrew Blake, por ser de una gran belleza visual; El perfume de Matilde, de Marc Dorcel; la trilogía Concetta Licetta, de Mario Salieri, un drama a la italiana un poco más fuerte, pero con mucho argumento. Y Eyes of Desire o cualquier trabajo de Candida Royalle, una estrella del género que decidió montar una productora de porno pensado para mujeres y cuyo triunfo demostró que el cine para adultos también tenía un público femenino. ¿Quieres productos made in Spain? Pues también los tienes: Erika Lust, sueca afincada en Barcelona, ha recibido numerosos premios internacionales por sus filmes para mujeres. Cinco historias para ella y Life, love, lust son dos de sus títulos. Entra en su web (www.erikalust.com) para ver sus tráileres y sus cortos Handcuffs y Love me like you hate me. Asimismo, es autora del libro-guía Porno para mujeres, muy útil para adentrarse en el cine X desde una óptica femenina. Otro director con películas para mujeres es Conrad Son: Laura está sola, La memoria de los peces y El mar no es azul. También ha ganado varios premios por la calidad de sus producciones. Asimismo, puedes probar los filmes de dibujos animados, igual has oído hablar de los trabajos de Milo Manara o quieras probar con un vídeo de hentai. Y si te gustan estas propuestas, ya sabes que hay muchas más.

PORNOGRAFÍA, ¿SÍ O NO?

Difícil tema, ante el que reconozco tener, algunas veces, sentimientos contradictorios. Sin embargo, creo que mientras no se haga apología de la violencia (es difícil trazar límites y muchas fantasías giran en torno a ella, como comprobaremos en breve)[66] y no se utilice o fuerce a nadie, no se debe prohibir nada que tenga como objetivo algo tan sano y liberador como proporcionar placer.

Pensamientos varios:

  • No toda la pornografía es violenta y/o degradante. De hecho, abre los ojos: numerosos anuncios publicitarios o argumentos de películas supuestamente aceptables lo son mucho más.
  • Si la pornografía es sexo y se ataca la pornografía, ¿no corremos el riesgo de estar sesgando nuestra libertad sexual?
  • ¿Hasta qué punto rechazas la pornografía por miedo o vergüenza a reconocer tus propios deseos? Sinceramente, ¿no pretenderás hacerme creer que cuando fantaseas durante tus relaciones sexuales tu mente funciona con la ingenuidad de la de Heidi?
  • Y, no es por nada, pero si te filmaran a ti practicando el sexo (a solas o en compañía), eso, según la mirada, podría ser porno. ¿Entonces?
  • A las sex-shop comienzan a llegar buenos CD educativos. A destacar los del sello estadounidense Loving Sex, con versión en español, que tratan todo tipo de temas: «Qué quiere la mujer», «Qué quiere el hombre», «Masaje sensual», «Cómo hacer un striptease», «Seducción erótica», «Juguetes sexuales», etcétera. También la firma alemana Erotic tiene material educativo, como el CD que ayuda a descubrir el punto G u otros dedicados a lugares y formas de hacer el amor. Problema: no están traducidos, pero, en este caso, las imágenes deberían ser más que suficientes, ¿no te parece?
  • Crea tu propio material erótico. Escribe tus propias fantasías, ¿quizá cuentos o, por qué no, una novela? Se trata de una actividad altamente terapéutica, sobre todo porque te permite conocerte a ti misma y porque eres tú quien elige lo que te excita, no los demás. Si eres hábil con el lápiz puedes dibujar y, si eres muy lanzada y te va, nada te impide coger una cámara fotográfica o la videocámara y convertirte en la protagonista de tus propias historias. (Si tienes pareja, igual le animas a participar).
  • Cibersexo. Explora las inmensas posibilidades de Internet. Hay webs picantes, otras totalmente serias sobre sexualidad, sex-shops virtuales, chats donde el anonimato te permite dar rienda suelta a la imaginación…
  • ¿Escribes un diario? ¿Sí?, pues por qué no incluyes tus andanzas eróticas o, si lo prefieres, inicias uno exclusivamente sobre el tema. (Los psicólogos ensalzan los beneficios que conlleva volcar nuestros sentimientos en un papel. Ayuda a afrontar nuestros problemas, conocer otras caras nuestras, superar traumas, etcétera). Si no lo haces ya, cómprate una libreta que te guste —invierte en ella— e inténtalo, independientemente de que hables o no sobre tu vida sexual.
  • Cierra los ojos, inspira y espira tres veces profundamente y empieza a imaginar que eres una mujer tremendamente sensual. ¿Cómo te comportas? ¿Cómo te vistes, mueves, hablas? ¿Cómo te sientes? Crea una imagen lo más real posible. Sumérgete en ella e intensifícala. Puedes hacerlo añadiéndole luz, brillo, color, enfocándola aún más. Y ahora, ¿qué sientes, ves, oyes? Quédate allí un rato, lo suficiente —puede bastarte medio minuto— para que notes cómo lo vivido forma parte de ti (lo integras en ti). Inspira lentamente por la nariz mientras anclas esa experiencia en tu mente y espira por la boca con calma. Ya puedes abrir los ojos. Siempre que quieras, respira hondo y recupera lo que acabas de vivir. Ya forma parte de ti. Haz la prueba ahora mismo.
  • Los cinco sentidos. Observa y busca la belleza de las cosas. Los colores, la luz, las formas… Toca, acaricia, palpa diferentes texturas: las sábanas de tu cama, la toalla con la que te secas, tu crema facial, los diferentes tejidos de tu vestimenta, el cristal frío de una mesa, la corteza de un árbol, las velas, los penes ecológicos del puesto de verduras, el roce de tu lengua contra tu paladar… ¿Cómo los sientes? Haz lo propio con tu olfato. ¿Cómo huele tu mundo? ¿Adónde te transportan los olores? No olvides el oído. Juega con tu voz y escucha los sonidos de la vida. Cierra los ojos y presta atención. Busca los detalles. ¿Y el gusto? Saborea lentamente los platos con los que te deleitas… y ese beso que les vas a robar.
  • Mima y juega con tu cuerpo. Haz tus kegels para sentirte, acaríciate el clítoris a diario y sin intención de llegar, juega con tus pechos cuando te pongas la leche corporal, mírate en el espejo y coquetea contigo misma, baila, date un masaje… Vibra.
  • Desnuda mentalmente a los demás. Imagina cómo es el cuerpo de ese chico tan atractivo que está delante de ti en la cola del cine. Da igual si tienes pareja, no estás haciendo nada malo. Digamos que solo estás motivándote para cuando lo veas a él.

¿A qué huele? ¿Cómo es el tacto de su piel? ¿Qué sentirías si lo acariciaras? ¿Y si te acariciara él? Bésalo mentalmente. ¿Cómo lo hace? Sigue y déjate ir hasta donde tú quieras. Si no quieres ser la que se líe con él, imagina cómo son sus juegos sexuales con otra persona. Y si te apetece, no te limites a ellos, desviste y juega también con las mujeres (Supongo que sabrás que ese hombre aparentemente tímido puede ser el mejor amante que una pueda conocer. Y muchas mujeres aparentemente virginales se tornan tigresas una vez despojadas de sus vestidos).

  • Ya puestas… ¿cómo se lo montan tus amigas? No solo debes imaginarlo, también puedes compartir historias, fantasías y trucos con las de confianza, que para esto también pueden serlo. De hecho, a más de un hombre se le pondrían los pelos de punta si nos oyera hablar a algunas buenas amigas. Dicen que ellos solo hablan de sexo, pero a la hora de la verdad, difícilmente sorprenderás a uno haciendo confidencias del calibre de las de algunas mujeres. Si te sientes cómoda, tampoco descartes compartir historias con amigos varones, pero cuidado con crear falsas expectativas (hay quien piensa que las confidencias significan una invitación a algo más) o con los que van largando por ahí, porque, no nos engañemos, la doble moral sigue existiendo. Disculpa mi repentino y tal vez exagerado acceso de proteccionismo.
  • Cualquier situación puede ser un hilo del que tirar. Vas por la calle: ¿qué sucede detrás de esa ventana? Estás en la oficina: ¿qué ocurre tras la puerta cerrada de ese despacho? Comes en un restaurante: ¿qué pasaría si no pudieras pagar la cuenta? Necesitas un aumento de sueldo: ¿cómo convences a tu jefe? Te doy un ejemplo: Suelo nadar en una piscina de hotel. Un día encontré en el agua la llave de un huésped, se la di, me dio las gracias y se fue. Yo seguí nadando, pero los restantes largos fueron la continuación de una fantasía que comenzó conmigo diciéndole: «Lo menos que puede hacer es invitarme a tomar un café». Lo que viene después me lo guardo para mí. Está claro: si quieres, cualquier situación es capaz de motivar tu cerebro.
  • Piensa en lo que te gustaría hacerle a un hombre (tu pareja, si lo deseas) y lo que te gustaría que te hiciera él a ti. Recréate en ello. De las fantasías sexuales nos ocupamos en seguida.
  • Haz algo fuera de lo habitual. Ponte algo muy sexy debajo de un traje chaqueta de lo más espartano, sal a la calle sin ropa interior o cambia tus panties por un liguero. Visita sex-shops en busca de nuevas ideas y estimulación mental. Métete en un cine porno, en una cabina, un peep-show o un espectáculo subido de tono. Cítate en un hotelito de esos que acostumbran acoger relaciones ilícitas y prepárate para ella a conciencia. Juega a interpretar diferentes personajes con tu pareja. ¿Te sabe a poco? Pues tú misma, no hay más límites que los que te impongas tú (y tu sentido común).

Insisto: de nada sirve leer todas estas propuestas de corrido si luego no pones alguna en práctica. Ya sé que es más cómodo el inmovilismo, pero resulta más divertido retarse y jugar con una misma. Es uno de los mejores afrodisíacos. Pruébalo por lo menos una vez: la próxima ocasión en que salgas a la calle imagina cómo sería un encuentro con algunos de los hombres con los que te cruzas. Tal vez se convierta en uno de tus pasatiempos favoritos. Y salvo que lo cuentes, nadie se enterará.

DE VIBRADORES Y OTROS JUGUETES SEXUALES

Quienes utilizan juguetes sexuales (y disfrutan mirando revistas eróticas, vídeos porno, van a peep-shows, etcétera) no son necesariamente personas enfermas, adictas al sexo, frustradas o cualquier calificativo negativo que se te ocurra. Fíjate que he escrito necesariamente, porque haberlas haylas, pero tantas como puedan existir entre quienes no usan esta clase de alicientes. Y, por supuesto, tampoco tienen por qué ser mejores amantes que los demás. Simplemente se valen de estos recursos para obtener placer y punto. Y así es como hay que abordar esta cuestión: sin interpretar, ni calificar ni juzgar. Si te va, bien; si no, también.

Aquí solo encontrarás un pequeño resumen de los juguetes sexuales más comunes, pero si te interesa obtener más información y/o comprarte alguno, puedes acudir a una sex-shop, asistir a una sesión de tapersex (venta a domicilio de juguetes sexuales) o entrar en alguna web especializada.

Dildos. Se llama así a cualquier objeto utilizado para la penetración vaginal o anal (también hay quien disfruta succionándolos) y existen desde siempre: se han encontrado ejemplares del paleolítico (¡…!). Los utilizan tanto hombres como mujeres y, no, no son consoladores, es decir, sustitutos del pene cuando se carece de pareja masculina. Esa es una visión demasiado simplista y tremendamente machista de la cuestión.

Hay mujeres que los utilizan cuando se masturban porque les gusta presionar las paredes vaginales o anales contra algo, y a veces se penetran por ambos sitios a la vez. También los usan hombres para darse placer anal ¡y no necesariamente son homosexuales! Y, por supuesto, también sirven para usar en pareja, tanto para él como para ella.

Existen de muchos tamaños (ojo con el diámetro y la longitud), materiales (látex, silicona, cristal, plástico, madera, cuero, más o menos rígidos…) y colores (hasta fluorescentes y metalizados). En cuanto a las formas, hay variedad: no tienen por qué asemejarse a un falo, aunque lo habitual es que se parezcan; existen dobles para usar a dúo, generalmente en relaciones lésbicas; algunos llevan arneses para sujetarlos al cuerpo e incluso a la barbilla, permitiendo practicar el sexo oral y penetrar a la vez, y los hay especiales para la penetración rectal (como los plugs anales con forma piramidal). O sea, que lo mejor es dejarse aconsejar. Si no quieres adquirir uno, puedes utilizar una hortaliza o una fruta, que puedes esculpir a tu gusto (problema: se pasan), u otro objeto al que le colocarás un preservativo. No obstante, ha de ser algo que no pueda cortarte, astillarse, romperse dentro, crear el vacío… Por favor, usa tu sentido común.

Importante: se han de untar con lubricante, sobre todo en caso de penetración anal, y nada de pasarlos del ano a la vulva, vagina u boca sin lavarlos antes con agua y jabón. La mejor idea: usarlos con preservativos (se pueden cambiar). Aun así, extrema la higiene.

Vibradores. Son dildos que, como indica su nombre, vibran. Son una invención más reciente. Fueron ideados a finales del siglo XIX por médicos estadounidenses para inducir el «paroxismo histérico» (léase, orgasmo) mediante el masajeo genital de las pacientes con problemas para alcanzar el clímax. De hecho, aunque su imagen va unida a la penetración vaginal y anal, lo cierto es que se utilizan sobre todo para la estimulación externa. Las mujeres los usan preferentemente en la vulva, especialmente el clítoris, pero también en vagina, periné, esfínter anal y recto; los hombres, para estimular pene, escroto, periné, esfínter anal y recto.

Actualmente, su éxito es tal que prácticamente han desbancado a los dildos. No es de extrañar: cada año lanzan modelos más sofisticados, como la lengua cuyo tacto no tiene nada que envidiar al de una auténtica ¡y para colmo se cimbrea enloquecida!, o aquellos que ya no solo vibran a diferentes intensidades, sino que son capaces de funcionar a impulsos (probablemente pensados para una mejor estimulación del punto G).

Valen tanto para disfrutar a solas como en compañía y pueden funcionar con pilas (lo habitual) o enchufarse o recargarse a través de la corriente, e incluso algunos se alimentan de energía solar. Al igual que sucede con los dildos, los hay de muchos tamaños, colores, materiales, formas y prestaciones. La variedad es tal y algunos diseños son tan originales que decidirse por un modelo cuesta. Por eso hay muchas coleccionistas.

Los vibradores más conocidos son los que se asemejan al pene tipo natural, pero también los hay cuyos glandes se tornan en cabezas de carneros, perros, delfines… ¿Qué tal un pene-pez en color verde y rosa? Pues eso y más existe. Hay modelos especiales para el punto G; con arneses para sujetarlos en el interior de la vagina y así tener las manos libres, y con un segundo vibrador más pequeño (a veces con forma de conejito) que permite estimular el clítoris a la vez que se realiza la penetración vaginal. Otras posibilidades: en forma de huevo; imitando una vagina (solo para hombres), y especiales para el ano.

Además, existen toda clase de ingenios diseñados exclusivamente para los genitales externos (no aptos para la penetración): las mariposas que se sujetan mediante tiras elásticas sobre el clítoris; los dedales que se conectan a un portátil; la esponja para el aseo diario… y algo más si la pones en marcha; el pícaro patito de goma para jugar en la bañera; las bragas estimulantes, y mariposas que se accionan por control remoto; los anillos vibrantes para penes; los especiales para pezones, o unos pensados para masajear el cuerpo con uno o dos cilindros pero a los que las mujeres han dado un uso mejor.

Instrucciones de manejo: las mismas que para los dildos, solo que al limpiarlos no deben sumergirse en agua para no estropearlos. Además, si es eléctrico, ni se te ocurra usarlo en la ducha o la bañera.

Bolas. De las virtudes de las bolas chinas —las llamamos así, pero su origen no está nada claro[67]— nos hemos ocupado al hablar de la importancia de tonificar la vagina. Otra cosa es afirmar que llevarlas implique automáticamente placer y orgasmos: es difícil alcanzar el clímax por el mero hecho de insertarse unas bolas. Lo que sí es cierto es que algunas mujeres dicen usarlas cuando se autoestimulan el clítoris, porque notan mucho más en su interior. Otras explican que les da mucho morbo llevarlas por la calle y juguetear: «Un café, un cruce de piernas y varias presiones. Solo tu sabes lo que está pasando. Ummm»). También hay un factor psicológico. Una buena amiga me confesó haberlas utilizado para pedir un aumento de sueldo, porque «me daban valor: si era capaz de plantarme ante mi jefe con eso puesto, era capaz de cualquier cosa».

Las bolas anales (hay quien las llama tailandesas) también van unidas por un hilo o un material más rígido. Llevan un dispositivo de seguridad en la parte que queda fuera del cuerpo —a veces una simple anilla—, para evitar que se escapen hacia adentro. Normalmente, las bolitas son más pequeñas que las chinas y/o tienen diversos tamaños.

Anillas o aros. Los hombres se los colocan en la base del pene y, según el modelo, también en el escroto. Sus adeptos explican que la presión acrecienta su placer (hay quien no lo soporta), su erección es más potente (porque la sangre no puede escaparse) y que retarda la eyaculación. No es bueno llevarlas puestas durante mucho rato (no más de media hora).

Además… ¿Qué más hay? Aceites con diferentes olores para masaje, polvos para lamer, geles que dan calor, todo tipo de lubricantes y preservativos, lencería para jugar, zapatos, disfraces, máscaras, mordazas, esposas, látigos, cinturones de castidad, vídeos, libros, revistas… Mejor lo descubres tú misma.

Fantasías sexuales

Puede que seamos mayorcitas, pero también hay fantasías sexuales que por nada del mundo relataríamos en voz alta. Sin embargo, por muy fuertes que te parezcan y por muy avergonzada o culpable que te sientas, no es malo fantasear con que eres una prostituta de lujo, te acuestas con alguien que, ¡chist!, no es tu pareja, te lo montas con otra mujer, das lecciones a un jovencito, o eres una hermosa princesa, por descontado virgen, que está siendo seducida por ¿un apuesto guerrero, tal vez? Simplificadas así, nuestras fantasías pueden parecer hasta ridículas, pero en nuestra mente —a todo color, en estéreo y rebobinando tantas veces como queramos— hacen maravillas: si lo sabrá nuestro cuerpo…

Entérate: eres de lo más normal. Tanto cuando nos masturbamos como cuando practicamos el sexo en compañía, hombres y mujeres solemos utilizar nuestra fantasía para excitarnos, ya se trate de una historia más o menos larga y complicada, o algo muy concreto (imaginar que te hacen un cunnilingus, por ejemplo). De hecho, la incapacidad de fantasear podría —repito, podría— indicar cierto grado de represión sexual. Eso no significa que si tus fantasías son muy sencillas, tengas algún problema. Si funcionan, son perfectas[68].

Supongo que no te sorprenderé si te digo que mujeres y hombres enfocamos nuestras fantasías de formas algo diferentes: mientras nosotras somos más imaginativas, emotivas y románticas —vamos, que nos va el argumento—, solemos elegir un papel más pasivo (preferimos que nos hagan a hacer) y nos recreamos más en las sensaciones que en las acciones concretas (somos menos de mirar); a ellos les van los aspectos visuales (unos pechos, un trasero, los genitales), la acción (sea haciéndose o dejándose hacer) y suelen adjudicarse tanto papeles activos (ellos como héroes sexuales) como pasivos (son seducidos y/o sometidos).

Y ¿cuáles son los temas favoritos de cada sexo? Coinciden bastante. Diferentes estudios indican que los habituales son los siguientes:

  • Películas que se montan ellos:
    • Voluptuosidades varias con su pareja; dicho de otro modo, cosas que ya han hecho o les gustaría hacer con ella. Ya ves, son más fieles de lo que suponíamos.
    • Voluptuosidades varias con otra mujer. Retiro lo dicho.
    • Voluptuosidades varias con dos o más a la vez. Incluye sexo lésbico y, por supuesto, él satisface a ambas/todas y de qué manera. Consuélate, es más que probable que tú seas una de ellas. Los tiempos cambian y la variante él, tú y otro hombre (y no necesariamente solo para ti) es una fantasía al alza.
    • Ser sometido.
    • Ver cómo lo hacen otras personas, cómo se masturba su pareja, cómo ella se enrolla con otro u otra, etc. Dos mujeres juntas es de lo más fantaseado.
    • Ser visto (evidentemente, su pericia deja a todos boquiabiertos).
    • Practicar el sexo oral, tanto activa (ella se vuelve loca: ¿acaso lo dudabas?, él es el mejor) como pasivamente (ella cae rendida ante su espectacular miembro).
    • Ser agresivo o dominante. No implica que lo sea realmente, y en su imaginación la chica acaba extasiada por su maestría amatoria.
    • Revivir una experiencia sexual pasada que le gustó.
    • Montárselo imaginando que es una celebridad o con alguien que lo sea.
    • Sexo anal, tanto siendo el que penetra como siendo el penetrado.
    • Mantener relaciones homosexuales, lo que no implica que sea gay.

Ser sometido. Es aquello de lo que apenas se habla, porque parece ir contra natura que un hombre desee ser dominado y sometido por su pareja (u otra persona o personas). Sin embargo, es una de las fantasías más recurrentes en ambos sexos, ellos y nosotras (abordamos lo nuestro en seguida). El psicoterapeuta británico Brett Kahr, autor de una de las mayores investigaciones en torno a las fantasías eróticas (ha recogido datos de más de 19 000) lo sabe de primera mano y asegura que, «según un cálculo conservador, cerca del 30% de la población adulta» disfruta de las de carácter sadomasoquista. Otros estudios, como el de la psicóloga Patricia H. Hawley, hablan del 50% de prevalencia para ambos sexos[69].

¿Por qué se tienen? Las causas pueden ser diversas y es primordial aclarar que no necesariamente son consecuencia de haber sufrido abusos a temprana edad y, por supuesto, casi nunca implican patología. Tal vez sean el resultado de su necesidad de bajar la guardia, no tener que tomar siempre la iniciativa y olvidarse del rol de hombre fuerte y varonil que ha de asumir en la vida cotidiana. O puede que sea su forma de librarse de la culpabilidad que le generaría ser sexualmente agresivo o poner coto a su temor a ser una amenaza para su pareja. Si él es el sometido, no puede dañarla y puede entregarse a cualquier juego sexual sin responsabilizarse de ello ni causarle mal alguno.

  • Películas que nos montamos nosotras:
    • Sexo con nuestra pareja. ¿Lo dudabas?
    • Sexo con otro hombre, por ejemplo, un actor, músico o deportista famoso. Con que éramos más fieles, ¿verdad? Pues ya ves, mentalmente poco… tal vez será mejor que no se lo digas.
    • Probar algo nuevo o hacer algo que consideremos sucio o prohibido: ser atada o atar, recibir o dar azotes, que te digan guarradas y decirlas, sexo en un lugar público, en grupo, anal…
    • Revivir una experiencia sexual pasada.
    • Practicar el sexo oral, más bien dejándonos hacer que haciendo.
    • Hacer el amor en plan romántico con un príncipe azul en un lugar idílico (cuanto más alejado de nuestra realidad cotidiana, mejor). Somos y seremos siempre unas cursis, qué se le va a hacer… Por favor, que nadie haga nada, que en el fondo nos encanta.
    • Ser forzada a mantener relaciones.
    • Ser una prostituta.
    • Ser considerada irresistible por un hombre (mira por dónde: aparecieron nuestros traumas de belleza).
    • Ser dominante y agresiva, o sea lo que no solemos o podemos ser en la vida real.
    • Mirar cómo otros hacen el amor y ser observada (evidentemente nuestra pericia y, cómo no, nuestra belleza, deja a todos boquiabiertos).
    • Mantener relaciones lésbicas, lo que no implica que lo seamos[70]

Ser forzada. En 1986, dos investigadores estadounidenses presentaron en el Journal of Sex Research —revista clave entre los terapeutas sexuales— los resultados de un interesante estudio para desterrar la falsa creencia de que nosotras anhelamos ser sometidas. Habían mostrado a un grupo de mujeres dos vídeos. En el primero, se veía una fantasía erótica de violación. Respuesta femenina: interés y excitación erótica. En el segundo, se escenificaba una violación de una forma mucho más realista. Respuesta femenina: disgusto, miedo, enfado, dolor y depresión. Estos sentimientos fueron tan intensos y afectaron tanto a las espectadoras que los investigadores concluyeron que sus reacciones se asemejaban a las de las víctimas reales de violación y aconsejaron extremar el cuidado si se hacían estudios similares en el futuro.

Si está claro que ninguna de nosotras desea realmente ser violada, ¿por qué tantas mujeres fantasean con escenas en las que se las somete de una u otra forma? Es posible que tenga mucho que ver con nuestra educación. No nos han enseñado a vivir activamente nuestra sexualidad. Al contrario, en la cultura patriarcal se ha fomentado nuestra pasividad, se nos ha enseñado que es el hombre el que inicia, hace, dispone y que una mujer no debe tener iniciativa. Es cierto que las cosas han cambiado mucho, pero no olvides que tantos siglos de represión no se superan de la noche a la mañana. ¿Qué pasa cuando imaginas que un hombre te obliga a chupársela o te penetra a la fuerza? Básicamente, que te estás permitiendo hacer algo que deseas hacer sin ser responsable de ello y, por lo tanto, sin ir en contra de lo que te han inculcado. Así no te sientes culpable. ¡Ah! Y, por supuesto, la mayoría de las veces el violador suele ser un tipo de lo más excitante. Nada que ver con la imagen de uno real.

Extra: cuando Hawley estudió las fantasías de 900 universitarios de ambos sexos y apuntó que un 50% giraban en torno al dominio y la sumisión, también pudo comprobar que las mujeres que fantaseaban con ser sexualmente sumisas no padecían ninguna patología ni lo eran en la vida cotidiana. Al contrario, eran más dominantes e independientes y tenían una mayor autoestima que otras mujeres. Además, según la profesora de la Universidad de Kansas, en realidad, su fantasía refleja su poder: el débil es el varón, incapaz de controlarse ante su atractivo sexual.

Ser una prostituta. Lo de ejercer de prostituta puede ir por el mismo camino: te pagan por un determinado servicio y estás obligada a hacerlo, no lo haces porque quieres. Así evitas el sentimiento de culpa. Otra posible explicación: el placer de que haya alguien que esté dispuesto a pagar por ti. Te sientes atractiva, deseada, guapa… la típica necesidad femenina de gustar a los demás, de ser valorada y aceptada.

El contenido de nuestras fantasías puede generar sentimientos de culpa, sobre todo si soñamos con actos prohibidos y/o tenemos pareja y el protagonista no es él. Si te excitan y no dañan a nadie, para qué perder el tiempo preocupándote. Las fantasías suelen distar mucho de lo que haríamos o nos gustaría que pasara en la vida real; por eso son lo que son: fantasías. Nos ayudan a conocernos, a saltarnos las prohibiciones, a dar salida a nuestra agresividad, a plantar cara a los tabúes y, sobre todo, mejoran nuestra vida sexual. No lo dudes, el mejor afrodisíaco está en nuestra mente, y no debes culpabilizarte por ello. Ahora bien, si lo que imaginas te causa ansiedad o te desagrada, tiene que ver con algún episodio de abuso sexual que hayas sufrido, o después de utilizarla —incluso de gozar con ella— te sientes fatal, atenta a esa señal. Cuando no puedes asumir aquello que te excita, mejor acudir al terapeuta. Te ayudará a desangustiarte y afrontar tus problemas[71].

Antes de compartirlas…

Las fantasías sexuales son buenas —no lo dudes— y en la mayoría de los casos compartirlas sirve para enriquecer la vida sexual de una pareja, porque podemos excitarnos juntos con ellas o, por ejemplo, escenificar alguna, incluso convertirla en realidad. Eso sí, antes de lanzarte a la piscina, hay algunas cuestiones que conviene que tengas en cuenta:

  • Mejor empezar por explicarle algo inofensivo. Por ejemplo, «imagino que me vendas los ojos y empiezas a acariciarme». Seguro que tienes algunas pistas sobre qué le excita a tu pareja, pues, como estreno, mejor elegir algo que sepas que le va a gustar. ¿Cómo reacciona? ¿Se pone? ¿Os ponéis los dos? Pues sigue tirando de este hilo. Poco a poco, os iréis atreviendo con temas más arriesgados.
  • Compartir tiene sus riesgos. Puede que lo que a ti te excita a él le disguste, le provoque celos y/o inseguridad. ¿Y cómo te sentarán a ti las suyas? Por ejemplo, tan probable es que no te guste enterarte de que alguna vez fantasea con tu mejor amiga como que a él no le entusiasme que te lo hagas mentalmente con su compañero de trabajo. ¿Y si te cuenta que fantasea con montárselo con otro hombre? ¿Lo asumirás tranquilamente o dejarás de mirarlo con los mismos ojos? Usa la cabeza y sé juiciosa. A veces, no hay que ser del todo sincero. Y no, no estás siendo hipócrita, estás cuidando de tu amado y de tu relación.
  • ¿Hasta qué punto una fantasía materializada puede alcanzar el grado de intensidad que genera cuando solo sucede en nuestra mente? La escritora experta en fantasías sexuales Nancy Friday cree que al hacerlas realidad son menos gratificantes, ya que en nuestra imaginación todo está controlado y sucede a nuestra medida: «Por cada persona que me ha hecho partícipe del goce que le procura hacer realidad sus fantasías sexuales, hay tres o cuatro que sabían de antemano que el intento no daría resultado o, habiéndolo probado, se llevaron un desengaño». Masters y Johnson comparten su opinión e incluso advierten que «en ocasiones, la fantasía pierde todo su valor erótico».
  • Cuidado: al contaros ciertas fantasías acabéis hablando de poner en práctica algo que en vuestra mente no es peligroso, pero que, en la vida real, si no estáis preparados para afrontarlo, os haga daño. No me refiero solo al daño físico —apelo a tu sentido común—, sino, por ejemplo, al típico trío —él, tú y otra/o más— por el que suspiran casi todos los hombres. Si por el mero hecho de que compartáis su/tu fantasía piensa que vais a hacerla realidad y tú no quieres o no estás preparada, ¿qué puede suceder?

En pocas palabras:

  • Que la masturbación nos avergüence es lo que debería avergonzarnos. Masturbarse es liberador, divertido y sano. Tiene la bendición de la Organización Mundial de la Salud y, por descontado, los terapeutas sexuales recomiendan su práctica.
  • La autosatisfacción debería ser algo comúnmente aceptado y enseñado. Cuántas mujeres se librarían del desengaño que suele suponer la primera vez y del penoso aprendizaje que a menudo implica enderezar nuestra mala educación sexual.
  • Existen muchas buenas razones para masturbarse, pero que tengas ganas de hacerlo es más que suficiente.
  • Si siempre te satisfaces de la misma manera, intenta probar nuevos métodos. Si logras disfrutar y alcanzar el orgasmo con posturas diferentes y utilizando distintos modos y ritmos de estimulación clitoriana, además de no caer en la rutina, multiplicarás tus posibilidades de gozar en pareja.
  • La única diferencia entre una mujer que tiene orgasmos y otra que nunca ha tenido uno es que la primera sabe lo que ha de hacer y la segunda no lo sabe o, de saberlo, aún no lo ha probado. Solución: cuidar de una misma y aprender.
  • Si no los usas ya, da una oportunidad a los lubricantes.
  • Los juguetes sexuales son eso, juguetes. Tan respetable es utilizarlos, como no. Es cosa tuya.
  • Nuestra mente es nuestro mejor afrodisíaco. Motivémosla, y no solo cuando estemos en la cama.
  • Las fantasías sexuales son normales, nos ayudan a conocernos, a saltarnos las prohibiciones, a plantar cara a los tabúes… En general, mejoran nuestra vida sexual. Disfrútalas sin complejos.