PARTE V
Sexo en compañía

La verdadera revolución sexual se producirá cuando las mujeres practiquemos el sexo cómo y cuándo queramos.

«Algún día todas las mujeres tendrán orgasmos —como todas las familias tienen televisor en color— y todas podremos ocuparnos de los asuntos que realmente importan en la vida». Son palabras de la escritora Erica Jong escritas hace muchísimo tiempo, y ya ves: hoy, ni siquiera nos hace falta tener marido para poseer un televisor en color, nos lo compramos con nuestro propio dinero, y si quieres, hasta un modelo de última generación. Nos hemos emancipado y sin embargo…

¿Por qué cuesta tanto que nos satisfaga nuestra vida sexual?

Responderemos a ello con otra cuestión: ¿Cuántas mujeres conoces que realmente tomen cartas en este asunto? ¿Las tomas tú?

¿Qué haces tú por tu placer?

Ya sabes: No somos víctimas inocentes; nuestra sexualidad es responsabilidad nuestra y solo adoptando una postura activa, velando por nuestras necesidades, podremos vivirla de forma placentera y liberadora, sin miedo, vergüenza, culpa o insatisfacción.

El buen sexo no es algo que te sucede, sino algo que tú haces que suceda.

(Un inciso. Admito que podamos sentir miedo, vergüenza, culpa o insatisfacción de vez en cuando, pero siempre por motivos sanos. Es normal sentir temor a probar algo nuevo cuando nos parece muy osado y nos infunde cierto respeto, o sonrojarnos hasta la médula cuando hablamos de estos temas desafiando nuestra timidez, o padecer ciertos remordimientos por habérnoslo montado con nuestra pareja en la mesa de juntas de la oficina o por aparcar a los niños para pasar un fin de semana loco con él, o tal vez desilusionarnos un poquito porque el orgasmo no ha sido tan intenso como se presagiaba. ¡Ya lo será mañana! Todos estos sentimientos son normales: nada de lo que preocuparse. Lo malo es cuando nos coartan o nos hacen vivir el sexo fatal).

Solo tú puedes lograr que tu vida sexual sea como tú quieres.

¿Qué haces o piensas hacer para conseguirlo?

Ya hemos hablado de nuestros cuerpos, de la importancia de conocerlos, acomodarse a ellos y gozarlos a solas. Pues bien, ahora aprenderemos a compartirlos en las mejores condiciones posibles. En las páginas siguientes vamos a hablar de cuestiones llamémoslas técnicas (posturas coitales, formas de practicar el sexo oral, estimulación anal, etcétera) y de otras no menos cruciales, como la comunicación.

Como comprenderás, no vamos a ocuparnos de la típica tríada juegos preliminares-coito-lástima que terminó; nuestro objetivo es superar el antediluviano modelo de sexualidad patriarcal, porque para que hombres y mujeres se entiendan y disfruten aún más en la cama (o donde sea) hay que superar esa estúpida convicción de que el sexo equivale a «pene dentro de la vagina». No es así: el sexo puede ser cualquier cosa que una persona, dos o más quieran siempre que se respeten a sí mismos y entre sí.

Trataremos básicamente de sexo manual, oral, coital y anal, porque de ahí surgirán las diferentes prácticas que puedan mejorar nuestros encuentros. Nadie —tampoco yo— es quién para decidir qué es lo primordial, lo imprescindible o el no va más —si es que existe algo que lo sea—, eso lo decides tú. Por cierto, aunque normalmente me dirija a ti, supuesta lectora, en otras ocasiones te indico que, si tienes pareja, le dejes leer lo escrito o que lo leáis ambos.

Antes de entrar en materia, he aquí varias ideas clave. Algunas ya las he expuesto —insisto, porque son fundamentales—, las demás son nuevas:

  • Llegar no es el objetivo. El orgasmo no es lo único que importa, el camino y cómo te sientes son tan o más importantes. Los terapeutas sexuales suelen distinguir dos formas de vivir la sexualidad: la primera tiene como objetivo alcanzar el clímax y todo lo que se hace busca ese fin. Los besos, las caricias, todo, va dirigido a lograr el orgasmo. La segunda tiene como objetivo el placer, es decir, los besos se dan para gozar de ellos, al igual que las caricias; en definitiva, cada cosa que sucede durante el encuentro es un fin en sí mismo. Son dos formas muy diferentes de vivir la sexualidad y sin duda la segunda es mucho más gratificante que la primera.
  • Cualquier forma de esperar algo es un gran enemigo del placer. Prohibido idealizar. Olvídate de las ideas preconcebidas y los mitos inalcanzables. No dejes que el temor al desempeño, la obsesión por alcanzar unas metas —por ejemplo, la mirada puesta en echar un polvo parecido a los de cine— estropeen tu gozo. No creas ni la mitad de lo que veas en las películas, ni la mitad de lo que te vendan por ahí. La realidad es lo que te sucede a ti.
  • No necesitas ser una experta en sexualidad atlética, sentir es lo más importante.
  • Cuando las cosas no resulten como esperabas, no caigas en una espiral de recriminaciones y/o sentimientos de fracaso o culpa; ya habrá otra ocasión. Sé benevolente contigo misma (y con tu pareja, si vale la pena) y date (daos) otras oportunidades.
  • Tener amplitud de miras, eso sí que es imprescindible. Seguro que de pequeña eras muy curiosa. No estaría de más recuperar parte de ese espíritu infantil a la hora de vivir nuestra sexualidad. Abrir la mente, querer conocer, atreverse, retarse…
  • Siete de cada diez mujeres (hay sexólogos que afirman que más) necesitan de la estimulación directa del clítoris para alcanzar el orgasmo. De hecho, la mayoría de quienes lo logran durante el coito sin necesidad de autoestimularse (o de que lo haga su pareja) lo consiguen porque la postura adoptada permite que el monte púbico (y con ello, el clítoris) sea constantemente estimulado durante la cópula.
  • A diferencia de los hombres, que una vez alcanzado el punto de inevitabilidad eyaculatoria no dejarán de correrse aunque se detenga la estimulación, las mujeres necesitamos que esta sea constante para llegar y para que no se interrumpa o pierda fuerza nuestro clímax. Es fundamental tenerlo en cuenta.
  • No te obsesiones por lograr el orgasmo simultáneo. No resulta tan automático como en las películas: tenéis que saber leer muy bien o daros directrices para lograrlo y si te pones en este plan, puedes desconcentrarte y/o frustrarte, y adiós placer. Si sucede, bienvenido sea, si no, no hay que darle mayor importancia. Además, ¿hasta qué punto vale la pena? Por ejemplo: ¿quieres decirme qué sucede si eres multiorgásmica? ¿Con cuál de tus clímax ha de coincidir el de él?
  • La rutina acaba con la pasión. Hay que ser más creativos. No se trata de probar posturas imposibles, salvo que os guste, sino más bien de no hacerlo siempre el sábado por la noche, siempre de la misma manera, siempre siguiendo los mismos pasos o siempre diciéndose las mismas cosas.
  • Habla de sexo con tu pareja. Es primordial (nos ocuparemos de este tema en seguida).
  • Sé tolerante: acepta las diferencias, tanto las suyas ¡como las tuyas![72]. Y esto no solo en cuanto al sexo. Una buena convivencia requiere de mucha flexibilidad.
  • Si tienes alguna duda o algo te preocupa, consulta con un terapeuta sexual. No solo hay que recurrir a ellos cuando se tiene un problema, también puedes hacerlo para aclarar tus ideas.
  • No dejes que tu placer dependa de otros. Huye de la pasividad como de tu peor enemigo. Si el buen sexo es algo que hacemos que suceda, hemos de ser activas: pedir, participar, hacer, probar… Ponle pasión. Con todos mis respetos: no te comportes como una muñeca hinchable. Muy al contrario: ¡haz que ocurra!

Si no hablas, ¿cómo pretendes que te entienda?

Tú no eres igual que las demás.

Ni él, una copia de los otros hombres que hayas conocido.

En ningún sentido.

Por supuesto, tampoco en la cama.

Puede que hayas mantenido relaciones con muchas personas y entiendas mucho de sexo, pero también es cierto que el hombre con quien estás ahora quizá se parezca a cualquiera de tus parejas anteriores tanto como el tacto de una sábana de seda al de una mullida manta de cachemir: ambas pueden ser agradables, pero son diferentes.

La mejor actitud, pues, es pensar que lo tienes todo por descubrir de él (y no solo en los primeros tiempos, sino siempre. Así, entre otras cosas, tendrás más puntos para evitar la rutina). Y si esto es así para los hombres, aún lo es más para las mujeres: entre nosotras las diferencias pueden ser abismales. Él, como Luis, puede haberse instruido mucho gracias a tus predecesoras, pero aún tiene mucho más que aprender de ti (a fin de cuentas, es contigo con quien está). Y como lo más probable es que no tenga una bola de cristal, no te queda más remedio que darte a conocer.

¿Y cuál es la mejor forma de lograrlo? Cuál va a ser: hablando. Y no. No nos engañemos: susurrar cosas como: «Uumm», «Aaah», «Aay», «Oooh», «Síiiii», «Noooo», «Fuufff» y similares, no es hablarle. Esto me recuerda una tarde en que tres amigas (Z, cómo no, estaba presente) nos dedicamos a imitar los sonidos y monosílabos que las mujeres solemos emitir para indicar a nuestra pareja que así sí, sigue, sigue o así no, cambia, cambia y que, para más recochineo, pueden ser exactamente los mismos. Ponte en situación: tu hombre está buceando entre tus piernas, en plena sesión de sexo oral. Tú sueltas: «Aaaaaay». ¿Aaaaaay? ¿Qué significa eso? Él, cuyas orejas están selladas por tus muslos, no acierta a oír bien y empieza a preocuparse (infeliz, se suponía que lo hacía para gozar): «Me temo que no le está gustando. Quizá estoy siendo muy brusco. Aunque el tono parecía de placer. No sé…», y aguza las antenas mientras intenta no perder el punto. Entonces tú largas un: «Síiiii, uummm, nooooo». ¡Y todo seguido! No te explico la cara que se le pone al pobrecillo, mientras se devana los sesos y sigue intentando no perder el punto: «¿Cómo que no? Pero si acabas de decir que sí. Joder, a las mujeres no hay quien las entienda. ¡Si es que dicen que no les pasa nada cuando están cabreadísimas! Pero si no le gustara, ya me hubiera apartado, ¿no? Mierda. Que me lo explique alguien… Por favor, háblame. Anda, nena, di algo». En fin, menuda joya de hombre, ¡qué paciencia! Yo de él ya te hubiera regalado un manual de cómo hablar en público.

Conclusión: por mucho que os queráis, tu pareja no sabe leer tu pensamiento ni tú el suyo, por lo tanto, comunicarse verbalmente es indispensable para que cada uno obtenga lo que desea. Obvio. Sí, muy obvio, pero qué difícil resulta, ¿verdad? Por poner un ejemplo: ¿cuántas veces has anhelado que te hiciera algo o dejara de hacértelo y no te has atrevido a verbalizarlo? Sin embargo, dime: ¿qué has obtenido callándote? Quedarte con las ganas o seguir jorobándote, claro. Así pues, ¿no sería mejor intentar decírselo?

Puede que te parezca imposible, pero ¡créeme!, todo es empezar. La primera vez te costará muchísimo, pero, a medida que te lances al ruedo, te irá resultando más fácil. Aunque solo sea porque te des cuenta de que atreverse redunda en tu beneficio: obtienes lo que deseas (o quizá te enteres de que nunca lo obtendrás y puedes decidir en consecuencia).

Más fácil. ¿A que no te acuerdas de lo que te costó aprender a andar? Fíjate en cualquier pequeñaja que intenta ponerse de pie y dar un pasito. Con lo fácil y seguro que le resultaría limitarse a gatear. Pero no: ella se levanta —se pasa semanas luchando por conseguirlo— y se esfuerza en estirar una piernecita hacia adelante aun a sabiendas de que puede caerse. Y se la pega, vaya si se la pega, a veces los batacazos son monumentales, pero vuelve a levantarse y a dar otro pasito. Lo intenta de nuevo. Una y cien veces, hasta que lo consigue. Si esa pequeñaja puede hacerlo, si tú pudiste hacerlo, no me digas que no puedes con esto. La próxima vez que no te atrevas a hablar cierra los ojos y visualiza a la cría valiente que fuiste. No la decepciones (acuérdate de tu hazaña siempre que algo te dé miedo).

Si cuando intentas hablar con él se cierra en banda, no tires la toalla. Dale tiempo y vuelve a intentarlo recordando las técnicas comunicativas explicadas aquí. No te conformes si tu vida sexual no es como tú quieres. Las mujeres que son capaces de expresar sus deseos y necesidades practican más el sexo y sienten más placer.

Algunas sugerencias para comunicarse mejor:

  • No inicies una conversación sexual de calado si no tienes las ideas muy claras acerca de qué quieres decirle a tu pareja y cómo lo vas a hacer. Quizá te ayude escribir sobre ello e incluso practicar en voz alta cómo vas a hablar de la cuestión.
  • Busca el momento. No inicies esta clase de conversaciones cuando estéis cansados, enfadados o tensos; si la inicia él, pide un aplazamiento. Vuestra receptividad y empatía estarán bajo mínimos y vuestra susceptibilidad tocando techo. También es importante que dispongáis de tiempo, de forma que no os veáis obligados a dejar la conversación a medias. Algunos sexólogos proponen hablar después de un encuentro: ¿Cómo ha ido? ¿Qué os ha gustado? ¿Qué puede mejorar? ¿Qué podéis probar la próxima vez? Otros, en cambio, sostienen que hacerlo impide relajarse y desconectar, incluso que alguno de los dos podría tomárselo como un examen, por lo que mejor dejarlo para un poco más tarde o para el día siguiente. Totalmente de acuerdo si la cuestión que cabe tratar es grave: en estos casos, mejor hablar fuera del campo de juego. Por ejemplo, durante un paseo o en el sofá.

LIGAR EN LOS TIEMPOS DEL SIDA

Si se trata de una nueva relación, hay que hablar antes del primer encuentro sexual. Es horrible, claro que lo es: ¿hay algo peor que preguntarle a un tipo con el que estás ligando si le admitirían como donante de sangre? Pero expones tu salud, o sea que aborda la necesidad, mejor dicho, la inevitabilidad de usar preservativo ¡con toda la naturalidad del mundo!: tienes derecho a velar por ti. De todos modos, si te jura que está perfectamente, no te fíes: diferentes estudios advierten que quienes padecen infecciones de transmisión sexual (ITS), sean hombres o mujeres, no suelen contárselo a sus nuevas parejas (deplorable) y, peor aún, no suelen tomar precauciones (de juzgado de guardia). Además, muchas personas ignoran que están infectadas, ni siquiera sospechan haber podido mantener relaciones de riesgo (¿Podría ser tu caso?). Deducción: hay que usar siempre preservativo. No te dejes manipular por esos hombres que aseguran sentirse incómodos o sentir menos si los usan. Con la de modelos que hay en el mercado no tienen excusa. Tampoco admitas explicaciones del tipo: «No hace falta que me lo ponga. Me hice la prueba y estoy limpio». ¡No cedas!

Una advertencia más: tampoco permitas que solo se ponga el condón cuando esté a punto de eyacular; que solo se lo coloque en el glande, dejando el pene al descubierto, o que dependáis de la marcha atrás (es decir, la retirada antes de correrse). Todas esas técnicas son inseguras tanto como método anticonceptivo como de protección contra las ITS. Piensa que antes de eyacular los hombres segregan (muchos sin enterarse de ello) un fluido transparente, llamado preeyaculatorio, que puede contener espermatozoides y que el sida no solo se transmite a través del semen: las secreciones vaginales y la sangre (podríais tener heridas) son los otros dos principales vehículos de transmisión.

  • Hablar de sexo implica entrar en terreno personal, lo cual nos hace extremadamente vulnerables. No lo olvides, es fácil herir al otro y sentirse herido. Esto implica dos cosas: primera, ponte en su lugar. Piensa en lo que quieres decirle y cómo te sentaría a ti, ¡sobre todo cuando sea negativo! No lo juzgues, destierra las recriminaciones e intenta siempre buscar la forma positiva de explicarle lo que te preocupa. En seguida insistiremos en esta cuestión. Y segunda, no reacciones de forma visceral ante sus peticiones o comentarios, ni te sientas rechazada si responde que no a una de tus demandas sexuales. Intenta entenderle y no dejarte llevar por el momento ni por tu inseguridad.

A veces respondemos con rabia y atacando cuando nos hieren. Tenlo en cuenta tanto para comprender sus reacciones como las tuyas. Recuperemos a Julia. Poco después de que ella masturbara a Luis por primera vez, este le comentó que le gustaba ser tratado con mucha suavidad. Julia cayó en la cuenta: «¡Por eso me pidió que dejara de tocarle el pene y le acariciase el cuerpo mientras él se masturbaba! Seguramente, le estaba estimulando demasiado fuerte; igual hasta le hice daño». A pesar de que Luis midió muy bien sus palabras y no la juzgó ni recriminó, Julia se molestó y buscó una excusa para enfadarse con él. En realidad, no estaba enojada con su chico, sino consigo misma, porque se sentía estúpida y avergonzada por no haber sabido masturbarle. Reacción inútil: más le hubiera valido aceptar las explicaciones de Luis y comprender algo tan sencillo como que él no era (es) como los otros hombres con los que había estado y tenía que conocer sus gustos y necesidades.

  • ¿Cómo decírselo? El cómo es tan esencial como el qué decimos. O sea que antes de abrir la boca, plantéate la mejor forma de expresar tus opiniones, exponer tus quejas o hacer tus peticiones. Los terapeutas suelen recomendar:
    • Hablar de lo que sientes o necesitas (yo quisiera, me gustaría, deseo, me excita…), no de lo que él hace (mal) o deja de hacer. Mejor decir «Disfruto cuando me besas», incluso «Echo de menos tus besos», a soltar «Tú nunca me besas»; optar por «Me encanta cuando me acaricias suavemente» en lugar de «Eres muy brusco y siempre me haces daño», o sustituir «Vas a la tuya» por un menos agresivo «Me gustaría que nos tomáramos nuestro tiempo». Si tus frases se refieren a él («Ya no eres cariñoso», «No sabes tocarme», «Siempre acabas en seguida») corres el riesgo de que acaben sonando a recriminaciones y se ponga a la defensiva o pase directamente al contraataque, y ¿qué habrás logrado?
    • Convertir lo negativo en positivo. Los ejemplos anteriores demuestran que es posible. Y no, no estás siendo hipócrita, sino evitando herir sus sentimientos. La mayoría de los hombres anhelan satisfacer a sus parejas; si no lo logran es porque no saben. Si él es poco hábil estimulándote o todo acaba en pocos minutos, dale una oportunidad: indícale lo que necesitas y verás.

    LE ADORO, PERO ES UN DESASTRE

    Ni se te ocurra decírselo. No quieres hundirlo, sino mejorar vuestra relación. Este caso requiere mano izquierda. Explícale, ¡poco a poco!, lo que necesitas (dónde y cómo, incluso durante cuánto tiempo te gusta que te besen, acaricien, estimulen), y durante vuestros encuentros anímale con tus comentarios y gemidos de placer (sí, a pesar de lo dicho, ayudan). Cuando se lo creen, se crecen. Más cosas: propón, experimenta, sorpréndelo, dale ejemplo y él acabará por aprender de ti. Un último consejo: déjale este libro, de hecho, hazlo aunque sea el mejor amante del mundo; si lo es, les sacará aún más partido a sus habilidades.

    • Ser explícita. Si durante la ovulación te molesta que te penetre profundamente o te cuesta mucho llegar después de una noche de copas, díselo con claridad. Si le sueltas «Me irrita» o «No me apetece» sin especificar más, de nada servirá: él no sabrá qué te pasa ni cómo solucionarlo. Tampoco vale soltar una queja genérica tipo «Esto ya no es lo que era» y quedarse tan ancha. Debes saber explicarle por qué o, por lo menos, algunas hipótesis y sugerencias sobre lo que hacer al respecto.
    • Dar opciones. Siempre que puedas propón soluciones. Retomemos los casos del apartado anterior: 1)«¿Qué te parece si cuando ovulo (se supone que le has explicado el problema) utilizamos la postura de la cuchara[73] me coloco yo encima, así puedo controlar mejor, o, en vez de hacer el amor, nos masturbamos mutuamente o practicamos el sexo oral?», y 2)«Cuando bebo demasiado me cuesta llegar y prefiero pasar de polvo, pero no me molesta que te masturbes, aunque si me dejas (cara picarona), te masturbo yo o, mejor aún, te lo hago con la boca». ¡Problemas solucionados!
    • No abrir varios frentes a la vez. Lo desbordarías. Plantea tus necesidades una a una.
    • Empezar la conversación destacando lo que sí te gusta o elogiándole por algo.
    • Intentar evitar los gritos, los insultos y las amenazas del tipo «Si esto no cambia, no llegaremos a ninguna parte». De hecho, harás bien en evitar lo que John Gottman, uno de los grandes terapeutas de pareja, llama los cuatro jinetes del Apocalipsis, por ser muy destructivos para las relaciones: la crítica (o sea, las quejas y culpabilizar al otro; suelen empezar con un «tú siempre…» o «tú nunca…»); la actitud defensiva (jugar a ser inocente, negar la responsabilidad, poner excusas…); la actitud evasiva (callarse, no dar señales de que estamos por lo que se nos dice), y, lo más nocivo, el desprecio (menospreciar al otro con burlas, insultos y agresividad).
    • Dale tiempo para digerir lo que le dices. Tú llegas con los deberes hechos, pero puede que a él la cuestión le coja desprevenido y necesite unas horas, o unos días, para reaccionar. Pactad un nuevo encuentro.
    • Negociar y llegar a un compromiso o a un acuerdo cuando haga falta. Ninguno debe sentirse utilizado ni creer que siempre sale perdiendo. No sirven los golpes bajos o culpabilizar al otro para lograr lo que se quiere.
    • Muy importante: ¿De qué sirve pasar dos horas dándole vueltas al mismo tema si os estáis malinterpretando mutuamente? Para evitarlo, pídele que te repita lo que le has dicho y explícale lo que crees que ha dicho él. Así podréis comprobar que os estáis entendiendo correctamente. Si no, haceos las aclaraciones pertinentes.
    • Y si te resulta imposible decírselo verbalmente, inténtalo por escrito, teniendo en cuenta todo lo que has leído en este apartado[74].

No renuncies a tus manos, ni a las suyas

Un deseo: algún día cambiaremos nuestra concepción de los genitales femeninos. No solo pensaremos en la vulva y la vagina, también incluiremos nuestras manos y, por fin, estas ocuparán el lugar que merecen en nuestra vida sexual. Para nosotras las manos son esenciales, tremendamente importantes para disfrutar. Para la mayoría de las mujeres estimularse manualmente es la única forma de alcanzar el clímax. Sin embargo, las caricias corporales y la estimulación manual de los genitales siempre han pertenecido al ámbito del juego previo, lo que se hace antes del acto para prepararse; algo secundario y gracias. Hemos de acabar con este prejuicio, asumir que nuestra sexualidad es diferente a la del varón y que

para nosotras la estimulación manual es tanto

o más importante que cualquier otra práctica sexual.

¿No lo ves claro? Pues imaginemos un supuesto extremo, de esos que por suerte jamás deberemos afrontar. Nos preguntan: si tuvieras que prescindir de uno, ¿a cuál renunciarías: a la estimulación manual del clítoris o al coito? Sé sincera, ¿cuál crees que descartaríamos la mayoría? ¿Vacilas? Pues déjame que te ayude recordándote que esta cuestión ya la planteó, hace algún tiempo, el doctor Seymour Fischer. Este investigador estudió las respuestas orgásmicas de trescientas mujeres durante cinco años y cuando les preguntó qué escogerían si se les diera a elegir entre la estimulación clitoriana y la vaginal, los resultados fueron apabullantes: el 64% prescindió de la cópula.

Salvo que así lo desees, no admitas que la estimulación manual sea el peaje previo al coito. No pertenece al apartado juegos preliminares (destierra este odioso concepto de tu vocabulario). Durante la cópula, no renuncies a tus manos ni a las suyas. Es más: si quieres, la estimulación manual puede serlo todo (dos puntos más a su favor: se trata de una práctica sexual bastante segura y difícilmente hay riesgo de embarazo).

¿Qué te impide acariciar su cuerpo, o a él el tuyo, excitaros mutuamente y luego masturbaros: tú a él, él a ti, cada uno a sí mismo, pero en compañía?

¿Acaso algo o alguien os lo imposibilita?

Ni nada, ni nadie.

Solo vosotros.

Solo vuestras limitaciones mentales.

¿CUÁNTAS VECES A LA SEMANA?

¿Por qué a tanta gente le preocupa si la frecuencia de sus relaciones coitales está por encima de la media o no? Para mí no hay duda: mejor calidad que cantidad, y me parece una soberana estupidez la importancia que se otorga a los resultados de ciertas encuestas tipo ¿«Cuántas veces al año copula»?, ¿«Qué tiempo le dedica a los juegos preliminares»? (¡si lo que habría es que desterrar ese concepto!), ¿«Cuántas parejas ha tenido en el último año»? (¡a usted qué le importa!), o cualquier otra pregunta que convierta el sexo en pura cifra… ¿morbosa?

Además, cuando se nos dice que, por término medio, los españoles hicieron el amor X veces al año (me niego a hacerme eco de este tipo de datos), fíjate en el detalle: solo cuentan los coitos, lo demás —da igual si disfrutamos como enanos— no se contabiliza. O sea que si dicho año le regalaste a tu pareja 37 felaciones, él te correspondió con 40 sesiones de sexo oral, le masturbaste 58 veces, él a ti 46, te autoestimulaste a solas en 28 ocasiones, él no tienes ni idea, pero ¡solo! te penetró 53 veces… Mujer, ¡tú no tienes vida sexual! ¡Y él, pobrecito mío, es un desgraciado muerto de hambre! Soberana memez.

Para acabar, como la frecuencia coital genera interminables conflictos, pasemos al terreno práctico. Caso típico: él siempre tiene ganas, a ella su pressing se las quita. ¿Cómo salir de este atolladero? Tú lo has dicho: ¡hablando! Cada uno debe explicar cómo le afecta el tema y qué necesita para sentirse bien y por qué. Igual descubrís que él se siente rechazado cuando le dices «no» y que te presiona cada vez más por su necesidad de reafirmación (lo que, precisamente, provoca el efecto contrario). O que la diferencia se debe a que él siempre quiere copular y tú no, pero que en cambio estarías de acuerdo en aumentar la frecuencia de vuestros encuentros si hicierais otras cosas. O que tú no puedes con tu alma, y que si él te ayudara un poco en casa, te animarías (¿y no le castigarías sexualmente?). O que vuestra relación está pasando por un bache y necesitáis dedicaros más tiempo. O tal vez decidáis que queréis hablar con un terapeuta para que os ayude a resolver vuestras diferencias… Lo que es evidente es que si no habláis de ello, no podréis solucionarlo y el abismo será cada vez mayor[75].

Caricias para volver a conocerse

¿Qué es el sexo sin caricias? Evidentemente, nada.

¿Cómo tocar al otro? Depende de lo que le guste.

¿Cómo saberlo? Probando, preguntando y fijándote en cómo responde su cuerpo (una posible pista: en general, uno acaricia cómo y dónde le gustaría ser acariciado).

Caricias. No solo sirven tus manos. Tienes labios, nariz, pechos, vientre, pies, cabello, pestañas… Y puedes utilizar objetos: plumas, perlas, pinceles, cepillos, pieles…

Nuestro cuerpo es un campo de juego, plagado de áreas sensibles al tacto. ¿Zonas erógenas? Las que quieras. Todo nuestro cuerpo lo es: desde nuestro cabello hasta la punta de nuestros pies. ¡Fíjate cuánta extensión de piel obviamos! Es cuestión de recorrerse el uno al otro y, si aún no las conocemos, descubrir esas zonas. Parece tan de sentido común y, sin embargo, la de hombres que siguen siempre el mismo ritual: dos besos, cuatro caricias en el pecho, tres en el pubis y pene dentro. Y es probable que tú también te comportes de forma parecida con él. O, peor aún, quizá te dejas hacer hasta que te penetra y ya está. Si no te identificas con lo que acabas de leer, te invito a saltarte los próximos párrafos y pasar directamente al apartado «Masturbarse en pareja»; si por el contrario te resulta de lo más familiar, sigue leyendo, tengo una propuesta que hacerte.

Seguro que has oído hablar del Kamasutra, el clásico hindú sobre el arte de amor erótico. Pues ¿sabes lo que recomienda? Que cuando un hombre y una mujer contraen matrimonio (a ella se la supone virgen), deben estar veinte días sin practicar el coito. Las tres primeras noches deben compartir el suelo de la habitación, pero abstenerse de los placeres carnales. Los siete días siguientes han de bañarse juntos, pero sin tocarse: así se acostumbran a la visión de sus cuerpos desnudos. Las últimas diez noches pueden acariciarse, pero nada más. De este modo, pasados esos veinte días, cuando practican el coito por primera vez, todo sucede de una forma más natural, menos brusca, nada traumática.

Qué diferencia, ¿no? Cuán distinta sería nuestra primera vez si las cosas sucedieran de esta forma. La verdad es que se trata de una propuesta tan inteligente (y erótica) que los amantes, independientemente de su experiencia, no harían mal en apuntarse a algo parecido. Es una gran idea… Y da buenos resultados. Los terapeutas sexuales lo saben. Cuando las parejas atraviesan un bache o ante determinado tipo de problemas suelen recomendar unos ejercicios de focalización sensorial destinados a quitar prisas, eliminar el imperativo de cumplir, relajar a ambos y reeducarlos en la senda de la sensualidad y del placer. Nada que ver con las prisas por echar un polvo.

Estos ejercicios, creados originariamente por Masters y Johnson, parten de la prohibición expresa de practicar momentáneamente el coito, así se elimina la tensión que puede generar la obligatoriedad de copular. Suelen utilizarse en terapia, pero en la versión libre expuesta aquí puedes incluirlos como juego en tu repertorio sexual… Para volver a conocerse.

  • Primer día. Ambos debéis desnudaros (si lo deseáis, podéis ducharos previamente). Tú debes tenderte boca abajo y el hombre ha de acariciarte desde la cabeza hasta la punta de los dedos de los pies con la mayor suavidad. Debe poner especial atención en aquellas zonas de tu cuerpo que no suele estimular. Por ejemplo, la parte posterior de las rodillas o la anterior del codo. Prohibido tocar los genitales, esta zona queda excluida durante este primer ejercicio. Mientras lo hace, él debe concentrarse en lo que siente cuando toca tu cuerpo; tú, haz el favor de no preocuparte por él, céntrate en lo que experimentas. Indícale si deseas que te acaricie con mayor o menor suavidad y rapidez, y dónde sientes más placer. Pero no habléis mucho, justo lo indispensable para que comprenda lo que necesitas. Al cabo de un rato, vuélvete, ahora lo mismo en la parte frontal de tu cuerpo, de arriba abajo y evitando los pezones. Cada uno ha de concentrarse en lo que siente. Una vez hayáis terminado, no estéis menos de un cuarto de hora, le toca a él. Exactamente lo mismo, solo que él es quien debe recibir las caricias y tú darlas, ensimismándose cada uno en lo que siente. Una vez hayas terminado de darle su masaje, se acabó. Tenéis vedada cualquier práctica sexual. Ahora bien, si alguno de los dos está muy excitado, hasta el punto de vivir la situación como una auténtica tortura, siempre puede masturbarse, pero en solitario.
  • Segundo día. Podéis incluir los genitales y los pezones, pero sin darles mayor importancia que a una mano, un hombro o cualquier otra parte de vuestro cuerpo. No se trata de llevar al otro al orgasmo, sino de provocarle sensaciones placenteras. Ya sabes, alrededor de quince minutos tú, otros quince él y, una vez hayáis terminado vuestros masajes, se acabó. Por muy excitados que estéis no podéis ir a más, salvo que os produzca una gran frustración. Si es así, ya sabes: se admite la masturbación, pero a solas.
  • Tercer día. Lo mismo: masaje de todo el cuerpo, salvo que ahora ya sois libres de llevar al otro al clímax de la forma que os apetezca, ya sea mediante la estimulación manual, oral o practicando el coito. Es importante que después de cada experiencia habléis de lo que habéis sentido. Podéis adaptar esta propuesta a vuestras necesidades: tal vez deseéis dedicarle más días a los ejercicios uno y dos, o que en la tercera fase solo queráis estimularos manual u oralmente, incluso podéis vetar el coito durante un tiempo para dar una oportunidad a otro tipo de prácticas sexuales. Es cuestión de negociarlo.

MASAJE ERÓTICO, PERO EN CASA

Los masajes no solo existen para relajarse o paliar un dolor, también sirven para gozar del cuerpo y, sin embargo, no mucha gente se vale de sus posibilidades para sus encuentros sexuales. ¿Por qué no darles una oportunidad? Pídele que se desnude (incluyendo relojes, anillos…), se tienda boca abajo, cierre los ojos y se relaje. Todo tuyo. Más tarde u otro día, que te mime él a ti. Bastará con que tengas en consideración unos pocos consejos:

  • Antes de empezar: teléfonos y móviles desconectados; temperatura agradable y sin corrientes de aire; poca luz, tal vez velas (si se desea, incienso); una toalla debajo de tu pareja para impedir que se manche la superficie donde está acostado, y aceite, crema o loción que permita trabajar bien el cuerpo.
  • Desde el momento en que inicies el masaje, procura que una de tus manos siempre esté en contacto con su cuerpo. Si por algún motivo debes separar las dos, utiliza el antebrazo o la pierna para no interrumpir la conexión o el flujo existente entre ambos.
  • No muevas tus manos sin ton ni son. No saltes de una parte de su cuerpo a otra. El masaje ha de ser fluido: por ejemplo, pasar de los pies a las pantorillas y de estas a los muslos, e ir subiendo hasta la cabeza.
  • Prueba diferentes toques y grados de presión, observa cómo reacciona y pregúntale qué es lo que más le gusta en cada zona que trabajas.
  • No le hables, salvo en el caso anterior. Él tampoco debe hacerlo. Es erótico, o sea que, ya sabes, puedes llegar adonde quieras.

Lecturas recomendadas: Aunque parezca que un masaje es algo muy fácil de hacer, lograr cierta pericia requiere aprendizaje. Un libro ideal para iniciarse es Masaje erótico para parejas, del doctor Kenneth Ray Stubbs, ya que contiene muchas ilustraciones y explicaciones fáciles de seguir. También podéis optar por compraros un vídeo como The Joy of Erotic Massage o asistir a alguna clase de masaje.

Masturbarse en pareja

La estimulación manual mutua debería formar parte del repertorio sexual de pareja. Los estudios demuestran la felicidad de quienes la practican. Quizá te sorprenda saber cuánto les gusta a los hombres que simplemente los masturben —sin tener que hacer nada, sin tener que cumplir— y lo mucho que les cuesta admitirlo, porque de ellos se espera el coito. Y en tu caso, qué añadir a lo ya explicado tantas veces: Para ti es probablemente muy importante. Pues si lo es, ¿por qué renuncias a ello? Recuerda lo que dijimos: la mayoría de los hombres anhelan satisfacer a sus parejas, si no lo logran, es porque no saben. Bastará con que se lo hagas entender.

Lo que ha de saber él para estimularte (pásaselo para que lo lea).

  • Si tu fuerte no es la anatomía genital femenina, lee primero el capítulo III. De hecho, hazlo aunque te consideres un especialista en el tema. Te sorprenderá.
  • Pídele que se masturbe delante de ti, nadie mejor para enseñarte sus gustos. Si le da vergüenza, no lo conviertas en motivo de disputa. Aunque hablar puede ayudarle a superar su timidez, no está obligada a hacerlo. Quizá prefiera que esa área de su sexualidad quede para su intimidad personal. Respétala.
  • No tengas miedo a probar cosas nuevas. Pregúntale si le placen y cómo podrían mejorar. Y fíjate en sus reacciones corporales. Caso típico: estás acariciando su monte de Venus y ella levanta la pelvis buscando un mayor contacto con tu mano. Significado evidente: «Quiero más». Otro de lo más común: tus dedos están jugando con su clítoris y ella mueve las caderas de forma que los desplaza. ¿Por qué crees que lo hace? Acaba de colocarte justo donde quiere que le toques. ¿Lo captas?
  • Algunas posturas: tu pareja boca arriba y tú sentado entre sus piernas, tumbado a su lado o encima; ella boca abajo y con el trasero elevado, tú sentado a su lado o entre sus piernas; ella tumbada boca arriba al borde de la cama, tú sentado en el suelo; ambos sentados, tú reclinado en la cabecera de la cama o la pared, ella entre tus piernas dándote la espalda y apoyada en ti. Algunas mujeres se autosatisfacen boca abajo, frotándose contra el colchón. Si tu pareja prefiere hacerlo así, mientras tanto puedes acariciarle las nalgas, los muslos, la vagina, el periné y el ano.
  • No vayas al grano. A las mujeres no suelen gustarnos los hombres que atacan directamente los genitales (así es como lo sentimos, como un ataque). Solemos preferir la insinuación, el coqueteo, los besos, las caricias en otras partes de nuestro cuerpo y luego, cuando ya estamos a tono, adelante. Un ejemplo de aproximación a sus genitales (se supone que lleváis un rato besándoos, jugando, es decir, en situación): mima la parte interna de sus muslos y acércate poco a poco a sus genitales. Posa tu mano en su monte de Venus, mantente quieto unos segundos, no hagas nada más, solo ha de notar tu calor. Después tira suavemente de su vello púbico y acaricia sus labios mayores y menores si sobresalen, pero no los separes ni te deslices en su interior durante un rato. Puedes acompañar estas caricias genitales con otras en diferentes áreas de su cuerpo y besarla. Dale tiempo para el deseo. Solo entonces deberás seguir. Introduce muy despacito —hazte de rogar— tus dedos entre sus labios menores y percibe cómo reacciona. ¿Está húmeda? Mejor aún: ¿están erectos?, ¿abiertos? Separa lentamente sus piernas, solo un poquito y… ya puedes abordar su clítoris.
  • ¿Cómo? Aquí es donde tantos hombres falláis. En vuestro descargo, hay que decir que tiene su lógica: no tenéis idea de cómo sentimos (al igual que nosotras no podemos saber cómo sentís vosotros cuando os tocamos) y, para colmo, no solemos dar explicaciones de lo que queremos. ¿Pistas? En líneas generales, se puede afirmar que la mayoría detestamos que vayáis directamente a por nuestro glande clitoriano, preferimos que nos estimuléis sobre el capuchón que lo protege, bordeándolo en círculos, desde alguno de sus lados, incluso por debajo (donde se unen los labios menores). Como no existen dos mujeres que se autosatisfagan de la misma manera, lo que vale para una puede ser nefasto para otra, o sea que lo más inteligente es preguntar y/o ir probando (es posible que ella aún no haya descubierto lo que más le gusta).
  • En caso de que le plazca la estimulación directa sobre el glande, retira el capuchón con una mano o pídele a ella que lo haga.
  • Diferentes toques. Las siguientes técnicas suelen tener buena acogida (para la mayoría es esencial usar lubricante, de no hacerlo te arriesgas a dañarle)[76]:
    • A dos manos. Desliza tu mano, con los dedos relajados, desde la parte inferior de la vulva hasta el monte púbico. Antes de que llegue al final del recorrido, tu otra mano deberá haberlo iniciado. Se repite varias veces. (Fíjate en la figura 1, página 244).
    • También puedes ocuparte de sus labios menores, deslizando el dedo índice por ellos. No has de presionar mucho, en la ligereza del toque está lo excitante. Otra variante: valiéndote del índice y el pulgar puedes apresarlos, recorrerlos, presionarlos e incluso estirarlos ¡suavemente!
    • Coloca los dedos ligeramente separados sobre su zona clitoriana y ve presionándola, masajéala con movimientos circulares o hazla vibrar moviéndolos rápidamente. Según como estés colocado podrás apoyar la palma de la mano sobre su monte púbico.
    • Con los dedos corazón y anular o, mejor aún, índice y pulgar coge su clítoris y muévelo: arriba-abajo-arriba o con rotaciones (figura 2, página 244).
    • Desliza lentamente la yema del dedo corazón entre sus labios menores (puedes partir desde la apertura vaginal si lo deseas) y estimula su clítoris con movimientos verticales, laterales o en círculos. A veces es más efectivo usar dos dedos: añade el índice. Puedes ayudarte de la otra mano para separar los labios mayores y estimular el pubis (figura 3, página 244).
    • Un toque con gracia: dibuja círculos en la parte interior de sus labios menores. Por ejemplo, de fuera (grandes) hacia adentro (cada vez más pequeños). También puedes hacerlos al revés hasta rozarle el clítoris. Esto es una explicación de libro; da rienda a tu instinto y que tu pareja opine. (Ojo, si llevas un rato estimulando su clítoris y de repente dejas de hacerlo para jugar con el resto de su vulva, el cambio puede echar por tierra su excitación).
    • Y no renuncies a crear tus propios toques.
  • ¿Qué pasa con la intensidad? Ve poco a poco. Mejor pecar por defecto que por exceso, ya que el clítoris es muy sensible y puede irritarse fácilmente. Siempre estás a tiempo de estimularla con más rapidez y/o más fuerza. Prueba y pregunta.
  • No se te ocurra probar todo lo que has leído en una misma sesión. Puedes variar la forma en que la estimulas, la intensidad, la rapidez, una vez, dos, tres veces… Pero no te pases experimentando y, sobre todo, dale tiempo para saborear cada toque. Y, atención, cuando te indique o notes que está disfrutando, que lo que estás haciéndole realmente funciona y se acerca al orgasmo, déjate de experimentos y ¡mantén el ritmo! De romperlo lo único que conseguirás es frustrarla. Volvemos a esta cuestión en seguida.
  • Si te atreves, lo puedes complicar un poquito más, mejor dicho, puedes alcanzar la maestría:
    • Mientras una mano cuida de sus genitales, puedes utilizar la otra para acariciar su cuerpo, incluso para cogerla de la mano, ya sea en plan amoroso o dominante. Y si te sientes capaz de atender varios frentes a la vez, que tu boca no se olvide de la suya ni de su cuello, sus hombros, sus pechos…
    • Puedes ocuparte de su clítoris con una mano y de su vagina, con la otra. Con tu/s dedo/s bordea la apertura vaginal varias veces, pero no la penetres salvo que esté muy excitada, es decir, que sus genitales estén turgentes. Si lo que pretendes es estimular su punto G, lee el apartado dedicado al tema en el tercer capítulo (imprescindible) y fíjate en las figuras 4 y 5 (página 245). Aunque con tus dedos te resultará más fácil (los dominas perfectamente y tu tacto actúa de radar), si lo deseas puedes valerte de un juguete sexual[77].
    • También puedes estimular su periné (acariciándolo, masajeándolo o presionándolo suavemente) y su ano (dibuja círculos alrededor). Si quieres penetrarla con los dedos o con un objeto sexual, nos ocupamos del tema en unas páginas.
  • No olvides que puede ser multiorgásmica. Tras su clímax, invítala a seguir disfrutando. Tres cuestiones que hay que tener en cuenta: algunas mujeres necesitan detener toda clase de estimulación durante unos segundos (de 10 a 15) antes de ir por el siguiente orgasmo. Si le irrita que sigas estimulándola en el mismo lugar, desplaza un poco los dedos en busca de otro punto de placer; la combinación de clítoris y punto G suele dar buenos resultados. Lo de siempre: como no hay dos mujeres iguales, lo ideal sería que ella te diera instrucciones. Y piensa que la búsqueda del punto G o lograr encadenar varios orgasmos no ha de convertirse en una obsesión capaz de empañar vuestra felicidad sexual.
  • Crucial y por eso insisto: cuando se acerque al momento del clímax —su glande se habrá retraído, no lo busques, y su cuerpo se tensará—, recuerda, ¡no cambies el ritmo!, salvo que ella te lo demande. No estaría de más (pídeselo de antemano) que te dé indicaciones. Las mujeres necesitamos de una estimulación constante para llegar, o sea que si cuando está a punto, o incluso cuando ya está en pleno clímax, cambias de tercio, su placer disminuirá drásticamente, si no es que se interrumpe de golpe.
  • Juegos: véndale los ojos, átale las manos y/o los pies, cuéntale una historia antes de tocarla y así la pones en (alguna) situación, o tal vez prefiera contártela ella a ti…

  • Anímale a darte indicaciones del tipo: «Sigue así», «menos fuerte», «un poco más arriba», «más lento»… Si le cuesta expresarse, motívala a definirse preguntando: ¿«Me enseñas cómo quieres que te toque»? ¿«Prefieres que lo haga más rápido»? ¿«Más fuerte»? ¿«Dibujo círculos»? ¿«Prefieres que vaya de arriba abajo»? ¿«De lado a lado»? ¿«Presiono la entrada de tu vagina»? ¿«Sigo así»? ¿«Paro unos segundos»? ¿«Te acaricio el pecho»…?
  • A algunas tímidas les sirve el método del semáforo. Funcionamiento: Si le gusta cómo y dónde la estás acariciando o lo que estás haciéndole, que diga «verde». Si no está segura, «ámbar», y esperas a una nueva indicación (incluso podéis pactar otro significado para este color). Si prefiere que pares y cambies de tercio, bastará un simple «rojo».
  • Otra posibilidad. Usar números para evaluar la fuerza y/o la rapidez con que se quiere ser estimulado. El uno es el mínimo o punto de partida, que puede ir subiendo de tono hasta el máximo, o sea el diez.
  • La higiene es imprescindible. Manos limpias (si no tienes un grifo y jabón a mano, utiliza toallitas húmedas o incluso tu saliva). Uñas: cortas y bien limadas, sobre todo si las introduces en su vagina o su ano.
  • Indicación final para la estrella del evento: mientras que él se ocupa de ti, prueba a hacer tus kegels, jugar con tu respiración (lenta y profunda, imaginando cómo cada inspiración llega hasta los genitales), mover la pelvis, y tensar las piernas u otras partes del cuerpo.

BÉSAME, BÉSAME MUCHO

El beso es otro de los grandes placeres normalmente relegados a un segundo plano. De hecho, hay quien considera que se está perdiendo y ya no se le concede la importancia que se merece; que los jóvenes van de prisa, demasiado de prisa, olvidando el arte de la seducción. Craso error. Para nosotras, el beso suele ser uno de los caminos más rápidos a la excitación. Tampoco renuncies a ellos. Explícale lo mucho que los valoras, lo importantes que son para tu sexualidad, cómo te gusta que te bese y dale buen ejemplo. ¿Cómo se hace un buen boca a boca? Algunas ideas (pásaselo para que lo lea también):

  • Hazte desear. Finge que vas a besarle y retírate. Sí, no, sí, no… Mordisquea tu labio inferior mientras le miras con cara de no haber roto un plato. También puedes pasear la lengua por tus labios.
  • Recréate en sus labios: succiona, lame, mordisquea, tira de ellos…
  • Pasea la lengua por la parte interna de sus labios. Ojo, hay quien no lo soporta, como siempre es cuestión de probar.
  • Prohibido taladrar con la lengua. Tu objetivo no es alcanzar su campanilla, ni inmovilizarla, ni mucho menos ahogarla. La pasión puede ser delicada.
  • Al succionar su lengua, vigila la fuerza con que lo haces. Las aspiradoras son para la moqueta.
  • Labios firmes. Nada peor que los labios indecisos, blandengues, sin fuerza. Qué sosada.
  • Nada de prisas ni movimientos bruscos. Tu lengua no es un elefante entrando en una cacharrería. Un buen ritmo es primordial.
  • Ojo con el aliento que provoca el tabaco, el alcohol, el ajo, la cebolla, las especias picantes… Si bebes agua a menudo, tu boca estará más gustosa. Y gracias por ser tan estricta/o en lo referente a tu higiene bucal (incluida la visita anual al dentista).
  • ¿Qué haces mientras tanto con tus manos?, ¿y con el resto de tu cuerpo? Abrázale, pégate a él/ella, tira de su pelo, cógele de la cara, acaríciale el cuello, el cabello… Actúa.
  • ¿Por qué reservar tus besos solo para los encuentros sexuales?
  • ¿Y el resto de su cuerpo? También necesita de tus besos.

Extra: tres cuartas partes de las mujeres y la mitad de los hombres consideran que besar es más íntimo que mantener relaciones sexuales, según William Cane, autor del libro The art of kissing («El arte de besar»). Aún más: la mayoría de las mujeres dijo que los besos no deberían acabar siempre en encuentro sexual.

Según un estudio realizado por una universidad canadiense, las parejas que cada mañana al despedirse se dan un beso viven una media de cinco años más, ganan entre un 20 y un 30% más, incurren en menos absentismo laboral y sufren menos accidentes de tráfico de camino al trabajo. Razones: el beso nos infunde energía positiva, ya que ese sencillo gesto implica una forma de aprobación, de apoyo por parte de la pareja, que nos ayuda a afrontar la jornada. El doctor Arthur Sazbo, director del estudio, cree que quien no recibe ese beso sale de casa con la sensación de no estar bien consigo mismo.

Lectura recomendada: The science of kiss, de Sheril Kirshenbaum, investigadora de la Universidad de Texas. En inglés. Tiene una web con artículos y vídeos.

Lo que has de saber tú para estimularle a él

  • Repasa lo dicho sobre anatomía genital masculina en el capítulo III y recuerda que la parte más sensible del pene es el glande. Merecen especial atención la corona y el frenillo.
  • Aprende de él. Invítale a autosatisfacerse delante de ti, o cuando tú le masturbes, dile que ponga sus manos sobre las tuyas para enseñarte cómo hacerlo.
  • Experimenta con su cuerpo, no solo con su pene. ¿Le gusta lo que le haces? Pregúntale y fíjate en sus reacciones.
  • Posturas. La mejor: él tumbado boca arriba, tú a su lado o arrodillada entre sus piernas separadas. Si le colocas uno o varios almohadones en la espalda, lo elevarás y podrá disfrutar del espectáculo. A algunos hombres les gusta masturbarse boca abajo, frotándose contra el colchón. Si es su caso, acaríciale los testículos, el periné y el ano o, si lo prefieres, lámele[78].
  • No te lances directamente a por su pene. A ellos tampoco tiene por qué gustarles. Juguetea con otras partes de su cuerpo. Bésale el cuello, acaríciale el torso con tu cabello, mordisquea sus tetillas, desempólvale la espalda con un plumero (pon especial atención al coxis), pasa tus uñas sin clavarlas (solo ha de notarlas, umm) por su trasero y la cara interna de sus muslos, dibuja con los dedos suaves círculos en su bajo abdomen… ¡La de cosas que puedes hacerle!
  • Diferentes toques. No temas por su pene, no es tan frágil como a veces pensamos y existen muchas técnicas para estimularlo, aunque algunas requieren bastante práctica. Mejor si usas un lubricante; de hecho, es indispensable para ciertas propuestas. ¿Cómo? Aplícalo en tus manos y frótalas para que no estén frías. Ya puedes empezar:
    • Desliza tu mano desde el periné hasta el glande. Antes de que llegue al final del recorrido tu otra mano deberá haberlo iniciado. Repite. (Fíjate en la figura 1, página 244, porque es el mismo movimiento, solo que aplicado a los genitales masculinos).
    • Juega con su escroto, ya sabes que es parte importante de sus genitales. Cógelo, acarícialo y hazle cosquillas. Hay quien disfruta enormemente si sus testículos son acariciados y masajeados con cuidado, sobre todo cuando se acerca el clímax y en el momento de eyacular.
    • Pene flácido. Con una mano coge su tronco (puedes apoyar la palma en su monte púbico), pero no la muevas. Con la otra juega con su glande. Para ello puedes colocar la yema de tus dedos alrededor de su corona (como si fueras a exprimir un limón) y rotarlos suavemente de un lado a otro (figura 1, página 253); también puedes cercar la corona con el índice y el pulgar y hacer el mismo movimiento, o acariciar inocentemente su frenillo.
    • Coge su tronco con la mano (por la base, en medio o arriba) y, sin moverla de sitio, presiona rítmicamente.
    • Si cuando le masturbas sueles hacerlo con una mano y con un movimiento de arriba abajo y vuelta a subir, utiliza la otra para sujetar su miembro por la base, suele gustarles y controlarás mejor. ¿Cómo mejorar esta técnica? Presiona un poco más y/o inicia un pequeño movimiento de rotación cuando llegues al glande (si lo deseas, puedes iniciar el giro antes). Suave. No lo estrangules.
    • Otras formas de ocuparse de su glande: coloca tu pulgar en su parte superior, de forma que puedas acariciarlo a la vez que lo estimulas (figura 2, página 253), o utiliza la palma de la mano que te queda libre para masajearlo (figura 3, página 253).
    • Junta las manos y entrelaza los dedos. Ahora separa las palmas (tus pulgares se abren, pero siguen entrelazados) e introduce su miembro por el hueco que ha quedado entre ellas. ¿Movimientos? Arriba-abajo-arriba (al mismo tiempo puedes presionarlas rítmicamente, como si estuvieras haciendo tus kegels con las manos), y hacer semirrotaciones a un lado y a otro.
    • Mano derecha alrededor de la base del tronco; mano izquierda en la parte superior. La derecha se eleva, pasando por debajo de la izquierda, hasta estimular el glande y salir por arriba. Cuando esto sucede, la mano izquierda desciende, pero antes de que llegue a la base, la derecha ya estará ocupando nuevamente su sitio y volverá a iniciar el movimiento. Este toque requiere lubricante y cierta práctica. Pero no te obsesiones por hacerlo al pie de la letra, lo importante es que le guste cómo le tocas.
    • Ambas manos se mueven al unísono de arriba abajo y viceversa: una agarrando el tronco, otra el escroto (para cogerlo, forma un anillo con los dedos pulgar a índice). Presiona más o menos en función de sus indicaciones (figura 4, página 253).
    • Agarra su pene erecto con ambas manos (por ejemplo, la derecha en la base, la izquierda en la parte superior). A la vez que haces el movimiento de subida, las giras en sentidos contrarios (la mano de abajo hacia tu izquierda y la de arriba hacia tu derecha). Cuando hagas el movimiento de bajada inviertes el giro: la mano de abajo hacia tu derecha y la de arriba hacia tu izquierda, hasta colocarlas como estaban inicialmente. Con cuidado.
    • Extiende las manos con las palmas mirándose. Pene ya rígido en medio. A la vez que subes y bajas por su tronco, haz como si quisieras frotarlas (figura 5, página 254).
    • Agarra su pene erecto de forma que tu mano quede boca abajo, con el pulgar en la parte inferior, rozando la base. Empieza a ascender y cuando llegues al glande, gírala por encima de este de forma que lo estimules con la palma, y, al volver a agarrar el tronco para bajar por él, tu mano haya quedado boca arriba, es decir, con el pulgar en la parte superior. Cuando hayas llegado a la base y acabado el recorrido, tu otra mano estará a punto para iniciarlo de forma que sea constante. Es un movimiento difícil de dominar, o sea que calma. Es obligatorio el uso de lubricante.
    • Mira la (figura 6 página 254), ¿te animas a probar? Movimiento de arriba-abajo-arriba.
    • Él tumbado con las piernas separadas de forma que te puedas sentar entre ambas. Coloca una mano a cada lado de la base del pene y ve subiéndolas con un masajeo que realizarás con las yemas de los pulgares, delante, y las de los restantes dedos, detrás. Si te es más cómodo, usa las palmas para sujetar el pene por detrás y masajea solo con los pulgares. Pon especial atención al glande y al frenillo. Mira la (figura 7 página 254).
    • Usa los dedos índice y corazón de cada mano para apresar su miembro empezando desde la base y subiendo hacia el glande (figura 8, página 254).
    • Hay hombres que disfrutan recibiendo ligeros golpecillos en el glande o en todo el pene. Pregunta.
    • Mastúrbale usando tus pechos. No hace falta que sean enormes, ayúdate de las manos. Te resultará más fácil si él se sienta sobre ti (sin dejar caer su peso), colocando su miembro entre ellos. Otra posibilidad es atrapar su miembro entre tus muslos ¡o con tu axila! y motivarlo así.
    • Hay muchas más técnicas. ¿Qué tal si creas las tuyas? Con el lubricante, tus manos se deslizarán y te sorprenderá lo que puedes hacer. Sigue tus instintos[79].
  • ¿Intensidad y rapidez? Ve de menos a más y cuando hayas encontrado el punto adecuado, mantén el ritmo, salvo que te indique lo contrario. Si quieres jugar con él, puedes disminuirlo cuando veas que está muy excitado. De todos modos, ¡es mejor preguntar!
  • ¿Vamos a por nota? Aquí tienes más ideas:
    • Juguetes sexuales. Es verdad que hay hombres que les tienen miedo; creen que no pueden competir con su marcha y que sus penes nos sabrán a poco, pero, superados los prejuicios, también pueden aprender a disfrutar de ellos. Pon en marcha el vibrador, a baja intensidad, y ve probando: pubis, periné, escroto, tronco… Si se siente a gusto, intenta aumentar la vibración. Fíjate en sus reacciones e indicaciones.
    • Para estimular su periné usa la yema de tu dedo pulgar, índice o corazón. Realiza movimientos rotatorios, verticales o laterales. También puedes utilizar los nudillos de tus dedos corazón y anular.
    • Puedes acceder a su punto P desde el exterior, presiónalo a través del hueco que encontrarás entre la raíz del pene y el esfínter anal. Si quieres estimularle rectalmente, hallarás instrucciones más adelante y en el apartado dedicado a la próstata que encontrarás en el capítulo III.
  • Señales físicas de que algo le gusta: además de la erección y sus palabras, gemidos, suspiros y otro tipo de sonidos, puedes fijarte en cómo respira o si cambia el ritmo de la respiración, si tensa la mandíbula, el cuello, las piernas, los puños y/o los pies o los dedos de estos, si mueve la pelvis… Cada persona emite sus propias señales, o sea que aprende a reconocerlas.
  • Está casi a punto, ¿qué hacer? Pues depende. Hay hombres que prefieren que no rompas el ritmo que llevas y en una de esas se dejan ir, otros en cambio necesitan que aprietes un poco más el paso para llegar, también los hay que piden que la estimulación disminuya o casi se detenga cuando están a punto o empiezan a correrse. Imposible saber cómo es tu pareja sin la pertinente consulta. Una vez ha llegado, dada la enorme sensibilidad de su glande, es muy posible que no soporte ser tocado o acariciado. Lo mejor, como siempre, es pedir instrucciones.
  • Juegos (los mismos que sirven cuando tú eres la reina): véndale los ojos, átale las manos y/o los pies, cuéntale una historia antes de tocarlo y así lo pones en alguna situación, tal vez prefiera contártela él a ti…
  • Pídele instrucciones del tipo: «Sigue así», «Más fuerte», «Acaríciame los huevos», «Rápido», «Bésame»… Anímale a hablar haciéndole preguntas: ¿«Me enseñas cómo te gusta estimularte»? ¿«Te apetece que apriete mucho»? ¿«Subo y bajo, o prefieres que presione rítmicamente»? ¿«Más rápido»? ¿«Sigo así»? ¿«Te apetecen caricias en los testículos»? ¿«Puedo jugar con tu periné»? ¿«Deseas que haga algo más»?
  • Él también puede usar el método del semáforo, o sea, puede decir «verde» si está disfrutando, «ámbar» si aún no lo ve claro (entonces le das un tiempo para que vuelva a definirse) y «rojo» si prefiere que pruebes algo nuevo.
  • Si le apetece, que evalúe del uno (mínimo) al diez (máximo) la fuerza y/o la rapidez de la estimulación. Primero que te indique a cuánto estás estimulándole y luego a cuánto quiere subir o bajar.

PLACERES SOLITARIOS… VIVIENDO EN PAREJA

Masturbarse a solas teniendo pareja suele generar sentimientos de culpa, incluso angustia, y lo normal es hacerlo a escondidas y no confesar el pecado. ¿Por qué lo llevamos tan mal? Porque partimos de la falsa creencia de que al convivir con alguien hemos de renunciar a nuestra individualidad sexual. Pero es un error. Hay momentos en que una solo desea ocuparse de su propio placer, centrarse en sí misma, sin molestarse en tener en cuenta los deseos del compañero. ¡Y no hay nada de malo en ello![80].

Asimismo, quienes comparten lecho no suelen tener las mismas necesidades sexuales. ¿Qué pasa cuando uno quiere y el otro no? Si tenemos una mente cuadriculada, o bien uno se queda con las ganas o el otro se ve obligado a mantener relaciones sin desearlas. En ambos casos, mal rollo. Si, en cambio, aceptamos que autosatisfacerse es parte de nuestro repertorio sexual de pareja, se acabó el problema. Insisto, es importante: autosatisfacerse debería ser parte de nuestro repertorio sexual de pareja.

Masturbarse no tiene nada que ver con el hecho de tener o no compañero. Diversos estudios lo demuestran. Se calcula que no menos del 70% de los casados, tanto hombres como mujeres, practican la masturbación, aunque ellos más a menudo. Que lo hagan no significa —también se ha comprobado— que estén descontentos de su vida sexual.

Curiosidad final: Cuando investigadores del Instituto Kinsey preguntaron a 24 parejas si se masturbaban en solitario, los 48 cónyuges contestaron «sí». (¡100%!). Hasta aquí todo normal, lo sorprendente es que el 22 de los hombres no supiera que su compañera se autoestimulaba (¿a escondidas?). Entre las mujeres, solo una creía que su esposo no se masturbaba.

Lenguas y labios no solo sirven para besar

Bocas, labios, lenguas y dientes (¡con moderación!) son capaces de causar los mayores placeres. Besar, lamer, chupar, succionar, mordisquear suavemente… Cuando son ellos los que juegan con nuestros genitales, se llama cunnilingus, menudo nombrecito, que viene del latín cunnus, que significa «vulva», y lingere, «lamer». Cuando somos nosotras las que nos ocupamos de ellos: felatio o felación, de fellare, es decir, «chupar». Y si queremos, practicamos el 69, y nos hacemos felices a la vez (aunque si te distraes fácilmente —que es lo habitual—, no es la mejor opción). Valor añadido: ¡no te quedas embarazada!

Hasta hace poco el sexo oral, de practicarse (quizá ahora te sorprenda, pero era un tema tabú), se consideraba parte de los juegos preliminares. Ya no: muchas parejas saben que puede ser lo principal. De hecho, según diversos estudios, el cunnilingus se está convirtiendo en la práctica sexual favorita de muchas mujeres. Para algunas incluso es la única forma de llegar al orgasmo en compañía. Para otras supone alcanzar el primer orgasmo, luego van a por más durante el coito o la práctica sexual que decida la pareja. Advertencia: si a ti no te va, no te asfixies.

Hay mujeres que nunca llegan mediante el cunnilingus y no por ello son anormales. Cada una sabe, o debe aprender, lo que le va y, jamás lo olvides, no hay una sola forma correcta de alcanzar el clímax. Todo vale.

Antes de entrar en materia, hablemos de sexo seguro. El riesgo de transmisión del virus del sida por contacto bucogenital es moderado, aunque no imposible, sobre todo cuando hay eyaculación (mejor no tragarse el semen), y no olvidemos otras infecciones de transmisión sexual, como el virus del papiloma humano, como la gonorrea, la hepatitis B, la sífilis y el herpes, por ejemplo. Cabe tener en cuenta[81]:

  • Si tienes pareja estable, ninguno está infectado, sois monógamos o tomáis precauciones durante vuestros encuentros con terceros —¿seguro?—, no tendríais por qué preocuparos.
  • Pero si no entras dentro de la categoría anterior, sería muy conveniente que tomaras precauciones. Si practicas una felatio a alguien cuyo historial médico desconoces, utiliza un preservativo. Es comprensible que no te seduzca la idea de meterte un condón en la boca (elige uno sin lubricante o con sabor), pero no te la juegues: mejor pasar que arriesgarse. Si es él quien te lo hace a ti, podéis crear un método de barrera, recortando un condón que no lleve lubricante o un guante de látex, tal como se indica en los dibujos (figuras 1 y 2). Obtendrás algo muy parecido a los parches o barreras que empiezan a encontrarse en nuestras sex-shops (también con sabores: vainilla y fresa). Obviamente, al igual que el condón, son de un solo uso. Otras posibilidades: servirse de los parches dentales que utilizan los dentistas. Hasta hace poco, se admitía que el papel de celofán para envolver alimentos (¡de buena calidad!) era un método de barrera efectivo dada su supuesta impermeabilidad a los virus, pero últimamente vuelve a debatirse la cuestión, por lo que… ¿tanto cuesta cortar un preservativo?

Cunnilingus

Muchas mujeres rechazan el cunnilingus por una mala educación —«Esto no se hace»—, por vergüenza, por considerar fea su vulva, por temor a que al hombre le resulte desagradable su olor y su sabor y/o por miedo a contagiarle algo. En definitiva, por desconocimiento. Si te lavas a diario y no padeces ninguna enfermedad, no hay problema. El mejor consejo: si él quiere saborear tus genitales, no seas puritana, tiéndete y déjale hacer. Quizá te cueste soltarte las primeras veces, pero no te extrañe si acabas desmelenándote: muchas mujeres aseguran que los orgasmos más intensos son aquellos que obtienen mediante el sexo oral. E intenta facilitarle las cosas, no olvides indicarle con tacto lo que te gusta, te desagrada y, si hace falta, dile exactamente dónde debe estimularte.

Olor y sabor. Lo que comemos puede influir en nuestro olor y sabor corporal, incluidos nuestros genitales. Ciertos alimentos, como los espárragos, el ajo o la cebolla, y las especias como la canela, el curry o la pimienta, pueden alterar el sudor, el fluido vaginal o el semen. También el alcohol, el tabaco, las drogas y las medicinas tienen esa capacidad. A las mujeres además nos influye el momento de nuestro ciclo menstrual.

Si, por contra, estás deseándolo y él jamás te lo propone, ¿qué tal pedírselo? ¿Qué dices? ¿Que después de tanto libro sigues sin atreverte a verbalizar tus deseos? Me cuesta creerlo, pero, en fin, mientras encuentras el valor necesario, prueba con alguno de estos cebos: hazle tú una felatio; casi siempre lo mejor es dar ejemplo. Que ya se las haces y él a ti nada. ¿Por qué él sí y tú no? Salvo que tenga una razón de muuucho peso, ¡reacciona! ¿Hasta qué punto te interesa como pareja? Deja un libro de sexualidad sobre su mesita de noche con un punto estratégicamente situado sobre lo que te conviene que lea (puede ser este, y da igual que sepa que lo has hecho a propósito, tiene su morbo); confiésale que «ayer soñé que fulanito se ligaba a menganita y ¿sabes qué le hacía?»; explícale que a su actriz favorita —o a tu mejor amiga o a tu prima— le entusiasma que se lo hagan «y me estaba preguntando qué le verán a eso» (igual hasta le encanta tu descarado intento de llevarle a tu terreno); pregúntale si sabe lo que quiere decir cunnilingus, que el otro día lo oíste por la tele; dile que te han contado algo que te da corte explicarle y su curiosidad hará que te sonsaque… La verdad, ¿tan difícil es decirle «quiero sexo oral» o «cómeme»? (Sinceramente, puede que resulte más fino, pero eso de «me gustaría que me hicieras un cunnilingus» suena tan excitante como pedir que te saquen una muela).

UNA EMPERATRIZ CON CARÁCTER

La emperatriz china Wu Hu, de la dinastía Tang (683-705 a. C.), obligaba a los funcionarios de su gobierno así como a los dignatarios de otros lugares que iban a visitar su reino a arrodillarse ante ella y realizarle un cunnilingus. Era su forma de demostrar su superioridad frente a los hombres en respuesta a quienes osaban cuestionar su autoridad por el hecho de ser mujer. Existen antiguas pinturas en las que se la ve con el batín abierto y un noble arrodillado honrando su clítoris.

Lo que ha de saber él (pásaselo para que lo lea).

  • Déjale bien claro a tu chica que te gusta hacerlo y que tienes todo el tiempo del mundo. Nos ponemos muy nerviosas pensando que lo hacéis por complacernos y que si tardamos os agotáis. Hazle saber que te encanta («Umm», «Me gusta», «Qué bien hueles/sabes»…) y que ya eres mayorcito, o sea que si te cansas se lo dirás. (Niñas, ¿os habéis enterado?)
  • Si no te gusta su olor, proponle un baño o una ducha. Incluso podéis retozar in situ.
  • Busca una postura que te resulte cómoda, puede que estés un buen rato: ella tumbada de espaldas; ella de pie (perfecta para jugar en cualquier sitio); tú tumbado sobre tu espalda y ella a horcajadas sobre tu boca (evidentemente sin dejar caer su peso); ella sentada al borde de la cama o una silla, tú en el suelo…
  • Antes de empezar, pasa suavemente la mano por su pubis para retirar el vello que esté suelto. Atragantarse con uno, aguaría la fiesta.
  • Nada cómo el juego picarón para excitarla. Deseo es la palabra mágica, o sea que no vayas directamente a su clítoris. Dedica un buen rato a su cara, boca, cuello, pecho (¿mientras le explicas maliciosamente lo que está a punto de pasarle?) y cuando empiece a tensarse o a emitir señales de necesitar más, inicias el dulce camino hacia sus genitales (se supone que aún no te has ocupado de ellos). Dos propuestas que tal vez te inspiren. Si empiezas desde arriba, puedes besarle el bajo abdomen, acariciar el monte de Venus con la nariz, espirar aire caliente por la boca sobre sus genitales (no soples en el interior de su vagina)[82], juguetear con sus labios mayores, mordisqueando o presionándolos, pasear suavemente la lengua sobre sus labios menores… Si empiezas desde abajo: salvo que tenga cosquillas, puedes recrearte en sus pies, mordisquearlos o acariciarlos con la nariz o la barbilla, ir subiendo por la parte interna de sus piernas, lamer suavemente sus muslos y soplar por donde la hayas humedecido, jugar con su periné, mordisquear los labios mayores, lamer los menores, presionar con la lengua la zona justo debajo de su glande, sin moverte, un segundo, dos, y te separas para provocar hambre, otro segundo y vuelves a bucear, esta vez espiras aire caliente sobre su clítoris, lo besas suavemente y… ¿Complicado? Más leerlo que hacerlo. En fin, déjate llevar por tu instinto, tu imaginación y, sobre todo, hazlo lentamente, in crescendo y fijándote en sus reacciones o comentarios. Excepción a todo lo dicho en este apartado: que a ella le guste que vayas al grano; entonces no te pierdas en florituras.
  • ¿Cómo abordar su clítoris? Ya sabes: ninguna mujer es igual. Te recuerdo lo dicho cuando hablamos de sexo manual: no suele gustarnos que estimuléis directamente nuestro glande clitoriano; en general, preferimos que lo hagáis sobre el capuchón que lo cubre, rotando alrededor de él, por debajo o a los lados del clítoris. Si a tu pareja le va la estimulación directa sobre el glande, retira el capuchón con una mano o invítala a hacerlo.
  • ¿Cómo usar la lengua? La punta o la parte plana superior o inferior. En cuanto a los movimientos: rotatorios, de lado a lado, de arriba abajo. ¿Rapidez? Desde lentos hasta con la agilidad del aleteo de una mariposa. ¿Intensidad? Primero poca, siempre estás a tiempo de aumentar la rapidez y fuerza de tu estimulación. En cualquier caso, experimenta y/o consulta con tu pareja. Una vez hayas cogido el ritmo, ya sabes, intenta ser constante.
  • No te confíes, la lengua no lo es todo. A algunas ni siquiera es lo que más les complace y preferirán que uses los labios para jugar con el clítoris, incluso succionándolo con mayor o menor fuerza (ponle un dedo en la boca y que te enseñe cómo le gusta) o mordisqueándolo suavemente (mucho cuidado con los dientes). Un truco: ¿Qué se le puede hacer a un pezón? Pues, siempre que empieces suavemente, nada te impide intentar lo mismo con un clítoris.
  • Si introduces la lengua en la apertura vaginal, el tercio externo es el que te interesa; no se trata de alcanzar profundidad. Puedes probar el típico movimiento de vaivén o hacer círculos mientras tus labios presionan o juguetean en el exterior.
  • Pura habilidad: mientras estimulas su clítoris, puedes apoyar tu barbilla (indispensable un buen afeitado) de forma que presione su orificio uretral y su entrada vaginal. Esta presión aumentará su placer, sobre todo durante las contracciones orgásmicas.
  • Si vas a penetrarle la vagina o el ano (o ambos a la vez) con tus dedos y/o un juguete sexual, no lo hagas hasta saber que está muy excitada.
  • Probablemente la combinación cunnilingus-estimulación manual (con los dedos o con un juguete sexual) del punto G es una de las más explosivas. Suele ser el método más efectivo para el anhelado multiorgasmo. Si lo probáis y llega, anímala a ir a por otro. Pero ni se te ocurra presionarla.
  • No olvides que cuando se acerque al clímax el ritmo debe ser constante, salvo que ella te dé otras instrucciones. De hecho, no cambies a cada rato la forma en que la estimulas. Insisto, porque es fundamental: ni se te ocurra intentar todo lo leído en una sola sesión, salvo que pretendas fracasar estrepitosamente. Tendrás otras oportunidades para experimentar.
  • Juegos con muchos adeptos: utilizar un hielo; hacérselo con la boca llena de gelatina, agua fría o templada (incluso combinar líquidos de diferentes temperaturas); comer de su vulva (fresitas, yogur natural, geles especiales de venta en sex-shops…)[83], y dibujarle una letra del abecedario y que la adivine. Hay quien se dedica a escribirlas todas una tras otra, ¡sin que su pareja tenga que averiguar cuál es!
  • Saliva. Evidentemente es importante para que esté lubricada y no le moleste. Sin embargo, hay a quien le gusta estar muy húmeda y hay a quien no. Sondéala. Una propuesta: tener un vaso de agua a mano, indispensable si has estado tomando copas, ya que el alcohol deshidrata.
  • ¿Quieres ejercitar la lengua? Come, mejor dicho, lame helado de un cucurucho o zámpate un yogur o algo similar directamente del envase.
  • Preguntas para inspirarte: ¿«Más fuerte»? ¿«Más lento»? ¿«Prefieres lametazos largos o cortos»? ¿«Lento o rápido»? ¿«Te mojo más»? ¿«Quieres que succione»? ¿«Mordisqueo los labios menores»? ¿«Puedo apoyar mi barbilla en tu vagina y presionarla»?
  • Si eres incapaz de comerte sus genitales, plantéate por qué y habla con tu pareja sobre lo que sientes. De todas formas, no te obligues a hacer algo que te disgusta. Si lo vivís como un problema, consultad con un terapeuta sexual.

Consejos e ideas para ti

  • Julia es el modelo a no seguir. Luis (tu chico) lo hace porque quiere. Intenta desconectar de todo y concéntrate en tu placer. Recuerda: si se cansa, tiene boca para decirlo.
  • Ayúdale, indicándole lo que más te gusta. Si no deseas que te estimule directamente el glande clitoriano, díselo. Si, por el contrario, prefieres que lo haga, puedes ayudarle separando los labios menores y tirando del capuchón hacia atrás. Tus indicaciones serán aún más valiosas cuando te acerques al clímax; ¿tanto cuesta decirle: «Suave», «Más rápido», «Lento», «Arriba» o «Sigue», por ejemplo?
  • Con las manos también puedes mover su cabeza de la forma en que deseas que te estimule: con mayor o menor presión, con un movimiento u otro. No seas brusca, salvo que quieras ahogarle.
  • ¿Qué tal si practicas tus kegels?
  • Juega con tu respiración. Imagina cómo el aire llega hasta tus genitales cada vez que inspires. Hay quien empieza lentamente y va acelerando la respiración para aumentar la tensión sexual. Decide tú lo que te va.
  • Si te apetece mueve la pelvis y tensa las piernas u otras partes del cuerpo.
  • Explícale lo bien que te sientes, lo que te gusta que te haga antes, durante y después. (Al igual que el consejo anterior, tampoco olvides hacerlo durante las caricias y la masturbación manual).
  • Si no soportas recibir sexo oral, pregúntate por qué y habla con tu pareja sobre ello. No te obligues a hacer algo que te disgusta y si, lo deseas, consulta con un terapeuta sexual.

Felación

Dicen que hay hombres a quienes no les gusta, pero por mucho que pregunte no he encontrado a ninguno. De hecho, a muchos les excita más la expectativa de una felación que la de la cópula. ¿Por qué? Algunas razones: «Tenderte y dejarte hacer es la total liberación. No estás obligado a nada, solo a gozar»; «Es algo muy íntimo y, cuando lo hace, me siento totalmente aceptado por ella»; «No hay nada más morboso que ver a una mujer inclinarse ante tu polla y metérsela en la boca». En fin, sea por los motivos que sea, a ellos suele encantarles la felatio, así que no te cortes y adelante. Es, probablemente, uno de los mayores regalos que puedas hacerle. No esperes a que te lo pida.

Sin embargo, si te sientes incapaz de meterte su pene en la boca, no eres anormal ni debes sentirte culpable. Les ocurre a muchas mujeres. Explícale a tu pareja lo que te pasa e intenta averiguar la razón: ¿Temes no saber hacerlo? Se aprende. Pídele instrucciones (la comunicación es clave) y lee lo que viene a continuación. ¿Crees que huele o sabe mal? Pasad primero por la ducha. ¿Te da asco el semen? No tiene por qué eyacular en tu boca ni estás obligada a tragarte el semen. Es cuestión de pactar su retirada previa o que lo escupas después, eso sí, discretamente en una toallita que tendrás a mano o en el cuarto de baño. ¿Has tenido una mala experiencia o tiene que ver con la educación que has recibido? Díselo, quizá logréis solucionar el problema, y si lo deseas, consulta con un terapeuta sexual.

Si el obstáculo es que te dan arcadas —algo común—, bastará con que introduzcas su glande en la boca (hasta la corona, un poco más si puedes). Es su parte más sensible, o sea que no te culpabilices si no vas de garganta profunda. Pon tu mano en el tronco, actuará como freno y al mismo tiempo podrás estimularle. Además, pídele que te avise cuando esté a punto de correrse para que puedas retirarte a tiempo. Al hacerlo, sigue masturbándole manualmente como te indique.

Si aun así no te sientes capaz de hacerle una felación, no te martirices. Para empezar, debes saber que ninguna mujer nace sabiendo y a muy pocas les sale de forma natural. Más bien se trata de una habilidad que se aprende. Date tiempo, si realmente lo deseas es muy probable que lo logres.

Lo que tú debes saber

  • Pon todos tus sentidos en lo que haces. Estás ante su idolatrado (por él) pene, ahora toca que lo idolatres tú. Ironías aparte, es creencia generalizada que a las mujeres no nos gusta hacer una felación, que el sexo oral nos supone un sacrificio. No es cierto. A muchas mujeres nos gusta porque disfrutamos viendo gozar a nuestra pareja, por el grado de intimidad que implica (incluso mayor que en el coito), por la sensación de dominio que otorga saber que él está a nuestra merced, por el morbo de hacerle algo generalmente considerado sucio, por la posibilidad de dar rienda suelta a todo tipo de fantasías de sumisión…
  • Si tienes problemas con su olor o sabor, proponle un baño o una ducha. Divertíos ahí.
  • Antes de empezar, pasa suavemente la mano por su pubis e inspecciona su pene para apartar el vello suelto.
  • Busca una postura confortable —sobre todo, que tu mandíbula lo esté— y que te facilite controlar el ángulo y la profundidad de penetración: él tumbado sobre su espalda, de lado, sentado al borde de la cama o de una silla, de pie, a cuatro patas contigo tumbada boca arriba para recibirle, él de pie, con las piernas dobladas, tu tumbada boca arriba con la cabeza en el borde de la cama…
  • No existen técnicas que garanticen el éxito. Pero, en líneas generales, a todos les gusta que se ocupen de ellos. Dicho de otro modo, prohibido ir directamente al grano. Salvo que te lo pida, nada de metértela directamente en la boca. Como aperitivo, puedes empezar acariciando su cuerpo con el tuyo, con las manos, la barbilla, la nariz e incluso el cabello. Después lámele lentamente, bajando desde su cuello o subiendo desde sus tobillos hasta llegar a sus genitales. Y no solo juegues con la lengua, utiliza la respiración para excitarle (el calor que espiras es muy estimulante). O bésalo: en la boca, en el cuello, en los pezones, en el bajo abdomen, en la parte interior de los muslos, en el escroto, en el pene. ¿Qué tal unas succiones? Déjate llevar y experimenta.
  • Una vez metas su miembro en tu boca, ve siempre de menos a más. Empieza suavemente y, si le gusta, aumenta la intensidad. Un truco: pídele que te succione los dedos con la fuerza con la que quiere que le succiones tú.
  • ¿Cómo estimularle? Ya sabes, experimenta y pregunta si le gusta.
  • Puedes esperar a que su pene esté erecto para introducirlo en tu boca o notar cómo crece en tu interior a medida que lo succionas o juegas con tu lengua mientras acaricias otras partes de su cuerpo con tus manos.
  • Otro comienzo: lame sus genitales. Puedes empezar por su periné y/o su escroto (un lado, el otro, entre ambos testículos, incluso metértelos en la boca) e ir subiendo, o solo ocuparte de su pene: desliza la lengua de la base al glande, en el que puedes recrearte. Recuerda que el frenillo suele ser un punto débil. Si quieres, ayúdate de las manos para sujetar su miembro (incluso por debajo del escroto).
  • También puedes darle besos, succionar y espirar calor. O mordisquearle y jugar con tus dientes (con sumo cuidado). Atención: aunque hay a quien le vuelve loco, no todos se apuntarían a esto.
  • Si no puedes con todo su pene, ¡lo habitual, no te culpabilices!, introdúcete lo que puedas (¡como si solo es el glande!) y cógele el tronco con la mano (esta, además, hará de freno y evitará la penetración profunda y, por tanto, el peligro de arcadas). En estos casos conviene combinar las técnicas de estimulación manual con la estimulación oral. Por ejemplo, tu mano puede presionar rítmicamente el tronco o subir y bajar por él (incluso girándolo como explicamos al hablar de sexo manual), mientras tus labios y tu lengua se concentran en el glande, que también puedes succionar. Ve probando.
  • Solo labios y lengua. Forma una letra O con los labios (cuidado con los dientes) y haz que atrapen su miembro como lo haría tu vagina. Ya puedes hacer el típico movimiento de subida y bajada. Prueba: movimiento largo, movimiento corto, rápido, lento… Mientras, tu lengua ha de jugar con el glande. Muévela dibujando círculos, de lado a lado y más o menos rápido. ¿Difícil? Es cuestión de práctica. Un consejo de Xaviera Hollander, una prostituta cuyos conocimientos la han hecho merecedora del respeto de muchos terapeutas sexuales (de hecho ha trabajado con ellos)[84], que propone que, a medida que pruebes diferentes tipos de estimulación, tu pareja las califique del uno al diez, o sea de suspenso a sobresaliente. Así perfeccionas tu técnica (Si lo deseas puedes colocar una mano en la base del pene para ayudarte a controlarlo).
  • Seguimos sin manos. Gira tu cabeza a medida que bajas y/o subes por el pene o en el momento de llegar al glande.
  • ¿Cómo succionar? Puedes hacerlo con más o menos fuerza y combinar diferentes intensidades. Ejemplo: fuerte succión cuando subes la mano por su tronco, mínima cuando la bajas. Otro: succionar durante equis (decide tú cuántos) movimientos de vaivén, descansar durante uno y volver a empezar.
  • ¿Cansada?, ¿vaga? Pues quédate quieta, abre la boca y que se mueva él ¡con cuidado!
  • Usa las manos. No solo para acariciarle otras partes del cuerpo, como los testículos o el periné (presiones y caricias), también para buscarle el punto P. Consulta primero.
  • ¿Saliva? Más o menos, dependiendo de los gustos de tu pareja. Indaga. Repito propuesta: tener un vaso de agua a mano, indispensable si has estado de copas, ya que el alcohol deshidrata.
  • Garganta profunda, es decir, introducirse todo el pene en la boca. El nombre se debe a una película porno titulada así, en la que una actriz, Linda Lovelace, el sueño de toda una generación de hombres, era capaz de engullir lo que le pusieran por delante. Claves: encontrar la postura adecuada (la más efectiva: tumbada boca arriba con la cabeza colgando al borde de la cama y él de pie), saber mantenerse relajada, sobre todo la boca y su musculatura, y controlar la respiración. Para evitar posibles arcadas puedes colocar la mano en la base del pene para frenar su entrada cuando te moleste. En principio, no aspires a mover la lengua o succionar, se trata de hacer el movimiento de entrada y salida ¡y gracias! Con tiempo puede que logres ser una Lovelace de matrícula de honor, es decir, ser capaz de contraer rítmicamente el glande con la musculatura de la garganta, provocar vibraciones usando tu respiración y sonidos, hacer que tu lengua extendida acaricie la parte inferior del pene… ¿Difícil? Las expertas aconsejan practicar durante un tiempo, ¡hasta que te sientas segura!, con un dildo, vibrador o pene ecológico.
  • ¿Qué tal probar los efectos de los lubricantes y geles con sabores (menta, por ejemplo)? También puedes refrescarle con un hielo, embadurnarle de helado, llenarte la boca de gelatina o de agua fría o templada (incluso combinarlas).
  • ¿Habéis probado a usar un aro para penes? ¿O jugado con un dildo o un vibrador?
  • Déjale mirar. Usa un espejo si es necesario. Para un mayor efecto visual, píntate los labios con un carmín bien rojo.
  • Algunas preguntas que puedes hacerle: ¿«Más fuerte»? ¿«Succiono»? ¿«Puedo lamerte el periné»? ¿«Jugar con tus testículos»? ¿«Qué más puedo hacer por ti»?

Consejos e ideas para él (ya sabes, pásaselo).

  • Ante todo, limpieza. Nada peor que el mal olor o sabor de un pene.
  • Si no le gusta tu semen, no dejes de retirarte a tiempo y/o no te ofendas si no desea tragárselo.
  • Olvídate de las brusquedades. Salvo que ella exprese su deseo de que vayas fuerte, si quieres moverte, hazlo con suavidad. Nada de embestir su boca.
  • Explícale lo bien que te sientes, lo que te gusta que te lo haga antes, durante y después.
  • Y lo siento si eres de los que duran un montón: hacer una felación puede cansar y mucho, o sea que si tu chica lleva bastante rato currándoselo y no has llegado, piensa en ella y dale un respiro. Podéis hacer otras cosas.

Coito, una forma más de sexo

Defender que sexo no es igual a coito no implica renegar de la penetración vaginal: podemos gozar, ¡y mucho!, mediante la cópula. Es cierto que para muchas mujeres resulta frustrante, pero eso suele deberse a que la practican en frío, es decir, sin estar lo bastante motivadas y sin que su clítoris reciba la estimulación adecuada. Dicho de otro modo, el coito puede ser tan placentero como cualquier otra práctica sexual siempre que nos apetezca, estemos excitadas y se produzca la estimulación del clítoris, sea directa o indirectamente (eso, en función de las necesidades de cada una). Y más aún si usamos nuestra imaginación y entran en juego todas esas cosas que se supone que hemos aprendido, como contraer la musculatura PC, jugar con la respiración, mover la pelvis, estimular el punto G o presionar el cul-de-sac o el cérvix.

¿Posturas coitales?[85]. Más de las que crees: si nos da por ser creativos, se calculan cientos de ellas. ¡Puedes elegir una, incluso más, para cada día del año! En las páginas siguientes encontrarás unas decenas; es cuestión de ir probando para descubrir cuáles preferís. Eso sí, como no sois clones, es posible que no coincidáis en vuestras posturas favoritas. En ese caso, el consejo es obvio: que no siempre se salga el mismo con la suya.

Las posturas están divididas en seis categorías básicas (de estas surgen todas las demás) y no voy a extenderme mucho explicando cada una de ellas porque, como suele decirse, una imagen vale más que mil palabras y tienes un montón de ilustraciones en que inspirarte (Si hace falta, deja el libro abierto en la página deseada sobre tu mesita de noche. No serás la primera ni la última en hacerlo).

Antes de entrar en materia, tres propuestas:

  • Practica la cópula activa. Dicho de otro modo, fíjate en cómo os colocáis, la forma de su pene, es decir, si es recto o se inclina hacia un lado, y en qué partes de tu vagina estimula su miembro. Quizá bastará con que variéis la postura, tú muevas un poco la pelvis o él cambie el ángulo de penetración para que frote tu pubis, y con ello tu clítoris o alguna zona de mayor sensibilidad vaginal. Por ejemplo, si su miembro se curva hacia abajo, en la postura del misionero, difícilmente estimulará tu punto G, en cambio, si te sientas sobre él mirando hacia sus pies, es posible que lo haga. Recuerda: haz que ocurra.
  • Las señoras primero. Algunos terapeutas hacen esta propuesta a fin de asegurar el placer sexual de la mujer y restar tensión al acto. ¿En qué consiste? Simplemente, en que antes de practicar el coito, tú ya hayas alcanzado uno (o varios) orgasmos, ya sea manual u oralmente. ¿Por qué? Por varias razones de peso: primera, porque así tu clímax queda garantizado, independientemente de lo que suceda durante la cópula; segunda, porque así el hombre se libera de la presión de tener que cumplir; tercera, porque cuando te penetre, tú estarás erecta y, por lo tanto, sentirás más, y cuarta, porque si eres multiorgásmica, tendrás más posibilidades de llegar varias veces. ¿Te parecen pocas?
  • Consejo para él: salvo que ella te anime a hacerlo, sería de agradecer que no intentaras penetrarla sin que ella esté excitada. Me molesta tener que escribir esto, pero se trata de una descortesía (por decirlo suavemente) tan común que no me queda más remedio. ¿Y cómo saberlo? Una mujer lubricada (mojada) no necesariamente está excitada, el mejor indicador es la congestión de sus genitales (o algo tan simple como preguntar o que ella te dé paso).

SUGERENCIAS PARA NO PONER LA DIRECTA

En cuanto la tienen dentro, muchos hombres colocan la directa, o sea, se dedican al empuje y retirada sin más hasta eyacular. Pues no. Salvo que eso sea realmente lo que ambos queréis, hay otras posibilidades. Se puede variar la profundidad, el tipo de movimiento, la rapidez… Algunos ejemplos:

  • Él puede penetrarte superficialmente, apenas la entrada de la vagina. El primer tercio vaginal se considera la parte más sensible y, como su glande suele ser más grueso que el tronco de su pene, ejercerá mayor estimulación en esta zona. Que pruebe a realizar empujes muy cortos y rápidos. Puedes hacer lo propio cuando tú estés encima o lleves el control: haz que tu vagina solo acoja su glande; si te pide más, juega con él, tómale el pelo, es probable que se excite mucho. ¡Y tú también!
  • Dile que te penetre realizando movimientos rotatorios: que dibuje círculos, más o menos pequeños, incluso que pruebe a hacer ochos. Puede ayudarse con la mano. Lo mismo vale cuando seas tú quien estés encima y desciendas y asciendas acogiendo su miembro. Mueve la pelvis. Estas variaciones permitirán llegar a zonas de tu vagina que habitualmente no son estimuladas.
  • ¿Habéis probado los movimientos laterales? Mueve la cadera: derecha-izquierda-derecha, o que él mueva el pene.
  • Dicen que el roce hace el cariño. Compruébalo. Montada encima, balancea la pelvis de delante a atrás y de nuevo hacia adelante, buscando la presión de tu monte púbico. ¿Tu clítoris está siendo estimulado? De hecho, podéis intentar frotar vuestros cuerpos para generar la estimulación clitoriana en diferentes posturas. Incluso puedes lograr esa fricción si practicáis el coito estando él encima y tú boca abajo, de forma que puedas restregar o presionar tu monte púbico contra la cama o una almohada.
  • Proponle que alterne penetraciones superficiales y profundas. Los maestros taoístas aseguran que la mejor fórmula es la de nueve superficiales, una profunda, seguidas de 8-2, 7-3, 6-4, 5-5, 4-6, 3-7, 2-8, 1-9, aunque admiten que cada pareja debe elegir la combinación que le resulte más placentera. ¿Y por qué no probar ideas propias? Por ejemplo, si habéis estado utilizando una cadencia de nueve superficiales y una profunda repetidamente, cuando ya estéis muy excitados, podéis ir acortando la diferencia: 9-1, 7-1, 5-1, 3-1… ¡Podéis probar lo que os dé la realísima gana!
  • A veces funciona mejor la presión sobre un punto determinado. Al hablar del cul-de-sac y el cérvix ya explicamos la conveniencia de acoplarse todo lo que podáis y presionar el uno contra el otro intentando profundizar aún más. También puedes pedirle que, una vez dentro, todo lo dentro que pueda, intente realizar empujes cortos y lentos mientras tú giras la pelvis dibujando círculos, a fin de aumentar la estimulación. Probar, probar, probar.
  • Poco a poco, la lentitud puede ser de lo más excitante. Nada de clavártela de golpe, que te penetre muy despacito, mientras su pene dibuja una ondulación (los taoístas lo comparan con el movimiento de una serpiente). Lo mismo puedes hacer tú si eres quien lleva la batuta.
  • Y si queréis, trabajáis los dos: mientras él te penetra lentamente, tú puedes contraer tu musculatura PC o hacer movimientos cortos y rápidos o rotaciones con la pelvis. Estos son solo tres ejemplos de cómo podéis combinar vuestras acciones.
  • Si te gusta que mantenga un ritmo constante, harás bien en decírselo. Si, por el contrario, te gusta la variación, díselo o sé tú quien tome la iniciativa.
  • No se trata de que el hombre aguante una hora, sino de que la mujer reciba la estimulación adecuada. Asegúrate de que tu pareja lo entienda. Mejor aún, asegúrate de que tenga unas mínimas nociones de sexualidad femenina (ya sabes, sin herir su orgullo).

Él encima (o misionero)

Forma básica: tú tumbada boca arriba, con las piernas abiertas y las rodillas flexionadas, y tu pareja encima de ti. Es la más utilizada entre los occidentales y tiene cierta mala fama de tradicional y aburrida. ¡Menuda tontería! No permitas que ese tipo de comentarios te afecten. Recuerda, nadie debe decidir por ti. Además, esta postura permite muchas variantes, según la colocación de vuestras piernas: si él carga su peso o no sobre ti, si elevas la pelvis poniendo una o más almohadas bajo tus nalgas, etcétera.

Una curiosidad: ¿sabes por qué se la conoce como la postura del misionero? Porque estos se la imponían a los aborígenes de los Mares del Sur cuando los evangelizaban. Lo cierto es que los misioneros quedaron horrorizados al ver que los nativos preferían la penetración por detrás, sentados, o que la mujer fuera quien montara al hombre.

Hay que tener en cuenta:

  • Esta es probablemente la forma más íntima de copular, porque permite mirarse a los ojos, besarse, tocarse, ver cómo el otro alcanza el clímax… Además, favorece la comunicación verbal. Sin embargo, difícilmente podréis observar la penetración en sí. (Digamos que saca un sobresaliente en romanticismo y un aprobado peladito en morbosidad, salvo que os vaya el diálogo picante).
  • Facilita la introducción del pene en la vagina (ambos podéis dirigirlo con las manos) y su permanencia (que no se salga).
  • El hombre puede controlar fácilmente el ángulo y la profundidad de la penetración, así como sus movimientos y el ritmo de estos. Generalmente, él es quien lleva la iniciativa y trabaja más; sus brazos pueden acabar doloridos.
  • Si estás muy excitada y tu útero se eleva dejando al descubierto tu fondo de saco vaginal posterior o cul-de-sac, su miembro podrá presionarlo si penetra profundamente. Le ayudará que encojas las piernas (contráelas contra tu pecho; puedes sujetarlas con las manos) o las apoyes sobre sus hombros. Esto, unido a la estimulación clitoriana, puede depararte uno o varios orgasmos de gran intensidad. Explícale a tu pareja lo que sientes y cómo ha de moverse. Si te da corte, cógele por las caderas y muévele como más te excite.
  • La misma postura es muy recomendable si gozas cuando su pene estimula tu cuello uterino.
  • Si, por el contrario, te molesta que te penetre profundamente, puedes frenarlo con las manos o colocando los pies contra sus hombros, por poner unos ejemplos.
  • Prueba a levantar la pelvis poniendo un par de cojines bajo tus nalgas. Es posible que entonces él deba arrodillarse. Que tus caderas estén elevadas favorecerá que su pene estimule tu punto G. La penetración deberá ser superficial, ya que aquel se localiza de 3 a 5 centímetros en la pared anterior de la vagina. Guía a tu pareja en función de tus sensaciones. Insisto: ¡su glande no tiene radar! ¡su glande no tiene un radar! Y, atención, que frote o presione tu punto G no implica necesariamente que alcances el clímax, es probable que también necesites masturbarte. Dicho esto, una advertencia: los terapeutas sexuales explican que suele resultar más fácil estimular el punto G manualmente que mediante el coito.
  • Es posible que a él le resulte difícil estimularte el clítoris (salvo que sea capaz, por ejemplo, de aguantar su peso sobre una mano y hacerlo con la otra, ¡y tampoco es cuestión de explotarlo!). Es más fácil que te autoestimules: es estúpido no atreverse a hacerlo. Tal vez quieras utilizar un vibrador; según como lo coloques, él también lo notará.
  • No olvides tu musculatura PC, ya que tus kegels ayudan a aumentar el flujo sanguíneo en tu zona pélvica y, por lo tanto, tu sensibilidad, además de que te permiten notar aún más la fricción de su pene en tu interior. Prueba, por ejemplo, a contraer tus PC en el momento en que sientas que se acerca tu clímax.
  • Beverly Whipple, una de las redescubridoras del punto G, aconseja que una vez el pene esté en tu interior, oprimas la parte inferior de tu abdomen (justo encima del vello púbico), de forma que tu clítoris interno quede presionado entre ambos. Además de apretar con la mano, llevando un corsé o metiendo la tripa, puedes lograrlo si te elevas un poco, como si fueras a hacer una contracción del abdominal bajo.
  • Acaríciale: el trasero, el periné, el pecho, la espalda… Si lo deseas, cógele por las caderas o las nalgas (con las manos o las piernas) y dirige sus movimientos.
  • Ellos suelen correrse más rápido, ya que les resulta más difícil controlarse, o sea que si tiene problemas de eyaculación precoz o deseáis que vuestro polvo dure más, cambiad de postura.
  • Puede que te resulte difícil moverte, incluso que te sientas aprisionada, sobre todo si tu pareja no puede soportar su propio peso y se tiende sobre ti. Si cualquiera de los dos sois muy obesos, no será muy cómodo.
  • La postura básica suele ser la recomendada para quienes buscan el embarazo, ya que si después permaneces acostada y con las rodillas elevadas, facilita la entrada de los espermatozoides en el útero. Sin embargo, no se recomienda cuando la mujer está en avanzado estado de gestación.

QUÉ ES EL ALINEAMIENTO COITAL

Quizá has oído hablar de la técnica de alineamiento coital (TAC), una forma de copular que obtuvo mucha publicidad a principios de los noventa, porque promete orgasmos simultáneos y garantiza que las mujeres lleguemos sin necesidad de estimular directamente nuestro clítoris. En realidad, se trata de una variante de la postura del misionero que permite la estimulación del glande del clítoris mediante la presión del pubis femenino. Creada por el terapeuta sexual Edward Eichel, el alineamiento coital ha dado buenos resultados entre quienes lo han probado, pero no resulta fácil, ya que requiere un esfuerzo de sincronización.

¿Cómo se practica? Separa las piernas doblando ligeramente las rodillas e invítale a penetrarte (pero sin efectuar los típicos movimientos de empuje y retirada). Una vez en tu interior, el hombre debe desplazar su cuerpo un poco hacia arriba, varios centímetros (depende de vuestros cuerpos), de forma que vuestras pelvis queden alineadas y en vez de estar penetrándote completamente, parte del tronco de su pene esté fuera presionando tu monte púbico y tu glande clitoriano. Luego, debe apoyar su torso sobre ti, colocándose a un lado u otro de tu cuerpo, como más cómodo os resulte. Si pesa mucho, te resultará molesto; si no lo aguantas, podéis aplicar la técnica colocándote tú encima. Ninguno de los dos debe estar tenso, porque entonces no lograréis el movimiento pélvico que requiere el alineamiento coital. Si eres tú quien está debajo, envuelve sus muslos con tus piernas y descansa tus tobillos sobre sus pantorrillas. Mira la ilustración.

Ahora ya podéis empezar a moveros. La clave está en acompasar vuestras pelvis, ¡lo único que debéis mover!, en un balanceo rítmico y acompasado que permita la constante estimulación de tu monte púbico y tu clítoris. No resulta fácil y necesitaréis cierto entrenamiento para alcanzar la maestría. Para empezar, eleva ligeramente la pelvis y que tu pareja haga lo propio aunque ejerciendo una ligera resistencia, de tal forma que no perdáis el contacto pélvico en ningún momento. Ahora le toca a él: debe empujar ligeramente su pelvis contra la tuya y tú ofrecer cierta resistencia, pero sin dejar de moverla hacia atrás. Y así sucesivamente, es decir, no se trata de realizar el movimiento de empuje y retirada del pene, sino de balancearos rítmicamente de atrás adelante y viceversa en un juego de presión-contrapresión.

Mientras lo hacéis, concéntrate en que tu clítoris reciba la estimulación necesaria para que alcances el clímax, él deberá concentrarse en el placer que irradiará desde la base de su pene. Es fundamental que el varón no se deje llevar por la necesidad de alcanzar el clímax (nada de empujes) y que mantengáis el ritmo todo el rato. Cuando sintáis que sobreviene el orgasmo, dejaos envolver por él. Quienes practican esta técnica aseguran que los clímax son muy intensos.

¿Vale la pena? Si os apetece, intentadlo y dadle unas cuantas oportunidades, pero teniendo en cuenta que obsesionarse por lograrlo no deja de ser un escollo para nuestro placer. Comentario final: si te crees lo del orgasmo simultáneo, no te arriendo la ganancia.

Tú encima

Forma básica: él yace sobre su espalda, tú montándole a horcajadas (como si fueras a caballo, de ahí la expresión). Esta postura, que es la segunda más utilizada en Occidente, también admite muchas variantes y, en todas, eres tú quien tiene el control, lo que puede resultar fabuloso, salvo que seas muy tímida, no te guste que pueda observar tu cuerpo o prefieras un rol más pasivo.

Técnica de alineamiento coital

  • También es una postura bastante íntima, porque permite mirarse a los ojos, besarse, tocarse casi todo el cuerpo, ver cómo el otro llega. Asimismo, favorece el hablar.
  • Esta es la postura que suelen utilizar las mujeres que alcanzan el orgasmo mediante la frotación o presión de su área púbica contra el pubis de su pareja.
  • Es muy recomendable, más aún si tienes dificultades orgásmicas, porque podrás masturbarte con facilidad y serás tú quien elija el ritmo, el movimiento, el ángulo y la profundidad de penetración.
  • Obviamente, eres quien más trabaja (requiere resistencia física), o sea que descártala si estás muy cansada, a no ser que os guste o no os importe variar de postura durante el acto.
  • Es una buena opción para estimular el punto G, mediante una penetración superficial, o el cul-de-sac, con una muy profunda. Aunque tienes el control y tú decides, es recomendable que le des instrucciones: «Estate muy quieto», «Balancea lateralmente las caderas», «Presiona, pero no golpees», «Tócame el clítoris», etcétera. ¿Por qué? Porque si él —con sus mejores intenciones— se moviera o hiciera algo que digamos no te conviniera, tu excitación podría esfumarse e incluso interrumpir tu orgasmo.
  • Esta postura permite que el hombre se relaje totalmente, adoptando un papel pasivo. De hecho, salvo que seas muy menuda, podrá moverse más bien poco. Esto puede incomodar a quien esté acostumbrado a llevar la iniciativa. Sin embargo, es bueno que lo intente: le ayudará a liberarse de su obligación de cumplir.
  • Según cómo os coloquéis, podrás jugar con su escroto, su periné y su ano (fácil, si estás mirando hacia sus pies), y es evidente que él tiene las manos libres para acariciarte donde y cuanto prefieras, incluido tu clítoris. Si no le resulta cómodo, puedes elevar su espalda con almohadones para que sus manos lleguen más lejos.

  • Los hombres son eminentemente visuales, por lo que le encantará verte jugar con tus pechos. Utiliza aceites o alguna prenda sugerente y verás. ¡Ah!, y si comprendes que eso le excita, también deberías entender que le ponga a tono observar cómo te masturbas. ¡Pues no te cortes!
  • Si tu cérvix es muy sensible, estar encima te permitirá impedir que la penetración sea muy profunda. Por la misma razón también es una postura adecuada para las mujeres que acaban de tener hijos o han sufrido una histerectomía (extirpación del útero).
  • Cuidado, como no es él quien controla, su pene puede salirse de la vagina, por lo que, según tus movimientos y el ritmo que adoptes, deberás tener cuidado para no hacerle daño.
  • Si te apetece, practica tus kegels y prueba a jugar con tu respiración. Parece más complicado de lo que es.
  • Los terapeutas sexuales aseguran que es adecuada para los hombres con problemas de eyaculación precoz, porque les permite concentrarse y controlarse.
  • Si eres menos voluminosa que él, elige esta postura, pero no es la más adecuada si tienes problemas de sobrepeso.

Desde atrás

Tú de rodillas, apoyándote en las manos o los codos, él arrodillado y penetrándote desde atrás. También tiene variantes (por ejemplo, tú totalmente acostada) y, sin embargo, no cuenta con tantos adeptos como merece. Muchas personas creen que es muy vulgar, propia de los animales, demasiado impersonal, etcétera. Es una pena.

  • Es verdad que resulta menos íntima que las posturas anteriores porque impide mirarse a los ojos, sin embargo, ya puedes poner la cara que quieras sin temer ser vista.
  • La falta de contacto visual nos da alas para fabular. Si en tus fantasías sueles imaginarte en papeles de mujer sumisa, seguramente te apuntarás.
  • A ellos suele encantarles la visión de nuestro trasero. Y no, no suelen fijarse en nuestra celulitis.
  • ¿Qué decir del placer que les da ver cómo nos penetran? Si, para colmo, tenéis un espejo delante o a un lado, se volverá loco mirando cómo domina todo tu cuerpo. Es posible que a ti también te guste observar.
  • Aunque es probable que él tenga mayor movilidad, tú también podrás moverte e incluso tener cierto control sobre el ritmo, el ángulo y la profundidad de la penetración.
  • Él podrá jugar con tus pechos, acariciar tu trasero y estimularte el clítoris casi siempre. En algunas variantes, tú también podrás masturbarte con facilidad; por ejemplo, si os arrodilláis en el suelo (almohadones bajo las rodillas) y tiendes la parte superior de tu cuerpo sobre la cama.
  • Si te tiendes totalmente puedes estimular tu monte púbico y clítoris presionando o restregándote contra la cama o una almohada. También puedes optar por colocarte sobre un vibrador.
  • Ideal para estimular el punto G, mediante una penetración superficial. Ayúdale, dirigiéndole verbalmente o moviendo tu cuerpo, sobre todo la pelvis, hasta colocarte bien. Si lo deseas, pídele que te toque el clítoris o hazlo tú misma.
  • Perfecta para estimular el cuello uterino o el cul-de-sac con una penetración profunda. Recuerda que es probable que necesites masturbarte o que lo haga él.
  • Si tus piernas están algo separadas, intenta colar la mano entre ellas y acaricia la parte interna de sus muslos, sus testículos, periné y ano.

  • A ellos suele estimularles la presión de las nalgas de su pareja contra su pelvis, más si ella junta las piernas. Si además juegas con tus PC, tu pareja sentirá aún más. Tú también.
  • Un peligro: el estilo perro es de alto voltaje y suele excitarles tanto que es habitual que se corran más de prisa que en otras posturas.
  • En numerosas ocasiones, esta postura permite la entrada de aire en la vagina, lo que produce ruidos, durante o después del coito. No pasa nada.

PROBLEMAS FEMENINOS PARA PRACTICAR EL COITO

Los dos problemas más comunes son la dispareunia o coito doloroso y el vaginismo, es decir, la contracción espasmódica involuntaria de la entrada vaginal, lo que impide la penetración (a veces, ni siquiera el uso de tampones).

La dispareunia puede deberse a trastornos físicos (infecciones vaginales, sequedad, enfermedades de transmisión sexual, inflamación pélvica, endometriosis, problemas de espalda…), psicológicos (conflictos de pareja, sentimientos de culpa, miedo al sexo, haber sido víctima de abusos…) o ambos a la vez. En cuanto al vaginismo, aunque también puede deberse a trastornos físicos, lo habitual es que la causa sea psicológica: miedo a la penetración, haber sido víctima de abusos, sentimientos de vergüenza y culpa…

En ambos casos hay que acudir al ginecólogo y al terapeuta sexual. El primero determinará si existe alguna causa física y el segundo trabajará los aspectos psicológicos.

De costado

Tanto si él se coloca detrás (variante llamada cuchara), como si os miráis, es ideal para los momentos de cansancio o para tomárselo con calma, ya que ninguno ha de soportar el peso del otro ni el suyo propio.

  • Si estáis de frente, podréis mantener contacto visual, besaros y tocaros. También favorece el hablarse y permite ver al otro alcanzar el clímax.
  • Al estar ambos tumbados, el ritmo suele ser más pausado, lo que favorece un coito largo.
  • Esta postura suele impedir una penetración muy profunda, por lo que es la mejor si su pene es muy largo.
  • Si tú le das la espalda, a él le resultará fácil estimularte el clítoris y los pechos, y tú podrás controlar la profundidad de la penetración. Si cierras las piernas, la fricción será mayor.
  • Moviéndote y colocándote en la postura que te convenga, podrás dirigir su pene de forma que estimule tu punto G o aquellas zonas que mayor placer te causen.
  • Si formas un ángulo de unos 90 grados, puedes acariciarle el escroto e incluso el pene cuando entra y sale.
  • Es ideal para gente mayor y para parejas con grandes diferencias de altura o peso.
  • La cuchara es muy recomendable para la última parte del embarazo.

Sentados

Existen muchas variantes y pueden ser tan perfectas para un polvo rápido (apenas hace falta quitarse la ropa), como para tomárselo con toda la calma del mundo. Ejemplos en las ilustraciones.

  • Si os colocáis frente a frente podréis besaros, tocaros, miraros a los ojos… También hablar.
  • La facilidad para estimular tu clítoris —tanto si lo hace él como tú— dependerá de si os miráis o le das la espalda.
  • Al estar encima, lo habitual es que hagas casi todo el trabajo (sobre todo si usáis una silla) y puede ser agotador e incluso producirte dolores de espalda o de piernas. Para evitarlo, podéis tumbaros o sustituir y alternar el típico movimiento de vaivén arriba-abajo con un suave balanceo de la pelvis (él también puede participar). Otra posibilidad: cambiar de postura en cuanto sientas alguna molestia. Y, desde luego, practicar más ejercicio físico para ganar en fuerza y resistencia.
  • No olvides tus kegels y juega con tu respiración.
  • Si él también ejercita su musculatura PC, es un buen momento para demostrarlo.

De pie

Ideal para un polvo rápido en casi cualquier parte, aunque no está al alcance de todo el mundo, porque requiere agilidad y a veces fuerza. Los problemas de sobrepeso y las grandes diferencias de estatura lo hacen casi imposible.

  • Resulta más fácil para aquellas parejas que tienen estaturas similares. Truco: si hace falta, usa tacones, taburetes, libros. Puedes, por ejemplo, subirte a un taburete de forma que quedes más alta que él.
  • Si deseas estimular o que él estimule tu clítoris, mejor le das la espalda. Esta variante, además, es la más fácil de llevar a cabo.
  • Si lo queréis hacer al estilo Hollywood, es decir, con él cargándote, tu hombre deberá tener una gran fortaleza física, o sea que, salvo que sea muy corpulento, una buena idea es apoyar tu espalda contra la pared. También puedes colocar las manos bajo tus nalgas y que él entrelace las suyas con las tuyas. El efecto «balancín» rebaja el esfuerzo físico y facilita el movimiento.
  • Los problemas de fuerza desaparecen cuando se utiliza esta postura en el agua.

SEXO EN GRUPO

Hay estadísticas poco fiables sobre cuán extendida está esta práctica, pero nadie cuestiona que pocos hombres rechazarían compartir su cama con más de una mujer (otra cosa es compartir a la pareja con otro, aunque parece ser que, como fantasía sexual, se está convirtiendo en la nueva moda). Nosotras, aunque también nos apuntamos, somos más reticentes, básicamente por educación y porque solemos necesitar de una mayor intimidad para entablar una relación sexual.

Es uno de los deseos más difíciles de hacer realidad. Cuando los intercambios no suceden de forma espontánea —amigos o conocidos—, lo normal es recurrir a clubes o revistas de contactos. «En España hay cada vez más amantes del sexo en grupo. Existen locales al alcance de cualquiera, pero también círculos muy exclusivos y es muy difícil formar parte de ellos, ya que se guarda la mayor discreción», explica un experto que prefiere guardar el anonimato.

¿Problemas que hay que afrontar? Sobre todo, los celos y la inseguridad. No es fácil ver cómo tu pareja se lo monta con otra persona y, ¡para colmo!, disfruta. Si ambos no tenéis muy claros vuestros sentimientos y hasta dónde podéis llegar (escarceos/intercambios lésbicos y homosexuales, por ejemplo), cuidado. Este tipo de prácticas suelen afectar la estabilidad de la pareja. Un buen consejo: no te embarques sin estar segura de que confiáis plenamente el uno en el otro y que luego no habrá recriminaciones, celos ni peleas. Otro consejo no menos importante: Es fundamental que sepáis poner límites.

Lectura propuesta: Pasen y vean, de Sonsoles Fuentes y Laura Carrión. Incluye un listado de locales liberales (léase clubs de intercambio) en España. Internet: si tecleas «swingers» o «intercambio de parejas», encontrarás numerosas webs.

«Oscuro y fruncido como un clavel violeta»[86]

Solo hay un secreto mejor guardado que la masturbación: la práctica del sexo anal. Sus adeptos no suelen ir contándolo por ahí, porque desde nuestra primera infancia se nos ha enseñado que esta es la parte más sucia de nuestro cuerpo y que tocarla, peor aún, gozar de ella, es vergonzoso; me quedo corta, es ¡pecado! Pero no lo es. Quienes disfrutan de la estimulación anal (ya sea mediante simples caricias o con penetración) no son anormales o pervertidos. Simplemente, disfrutan de una práctica sexual que incomoda.

¿Por qué gusta? Aparte del morbo de lo prohibido, ya sabes que el ano está ricamente inervado, se congestiona durante la excitación y participa en las contracciones orgásmicas, por lo que es lógico que las caricias y una mayor o menor presión en esta zona causen placer a muchas personas. En cuanto a la penetración rectal: cuando se trata del hombre es la forma más efectiva de estimular la raíz de su miembro y su próstata (el punto G masculino, mejor aún, punto P). A algunos eso les basta para correrse, otros lo logran si se masturban a la vez. Por su parte, las mujeres que se apuntan aseguran sentir sensaciones tanto vaginales como en el interior de su recto y en el periné cuando al mismo tiempo se estimulan el clítoris. Otras, las menos, dicen tener orgasmos anales sin más estimulación que la penetración rectal.

Se calcula que alrededor del 25% de las parejas heterosexuales con menos de 35 años han probado alguna forma de penetración anal, y es probable que el porcentaje no sea mayor por vergüenza[87]. Muchos hombres desearían probarlo (tanto penetrando como siendo penetrados), pero no se atreven a decirlo por miedo a que sus mujeres los tomen por homosexuales[88]. No lo son y, por supuesto, tú tampoco eres un bicho raro si lo deseas (se trata de una fantasía común). Nada te impide iniciarte en esta práctica siempre que sea por decisión propia y no por temor a defraudarle. ¡No participes en nada que no te convenza! Si alguna vez oyes aquello de «Si me amaras, accederías», mejor que te plantees si él te quiere. Por la misma razón, tampoco le presiones para que haga algo en contra de sus deseos.

¿CÓMO AVERIGUAR QUÉ OPINA TU PAREJA

SOBRE LA ESTIMULACIÓN ANAL SIN PREGUNTÁRSELO?

Si hablar sobre sexo, el sexo normalizado —léase coito—, suele resultar difícil, no digamos sobre esta clase de prácticas. Está claro que no hay nada mejor que hablar, pero, como se trata de un tema de difícil abordaje, tal vez prefieras afrontarlo dando un rodeo. Durante tu próximo encuentro, acaríciale el periné y observa cómo reacciona. Es probable que sus movimientos le delaten. ¿Se deja hacer? ¿Se tensa, pero no se aparta? ¿Se restriega contra tu mano? ¿Se mueve de forma que se expone más al contacto anal? ¿Emite algún sonido? ¿Cómo es su respiración? Atente a las señales, y si ves que tu propuesta es bien recibida, juega con su ano e incluso utiliza la lengua si lo deseas. Pero ni un paso más. No es recomendable practicar ningún tipo de penetración anal (incluso con dedos) sin hablar de ello previamente, entre otras cosas porque necesita de cierta preparación. Si tu deseo es ir más allá, explícale lo que sientes, lo que te gustaría hacerle y/o lo que te gustaría que te hiciera a ti.

En cuanto al peligro, sin duda existe. Se considera una actividad de alto riesgo, debido a la facilidad con que uno puede transmitir o contagiarse de alguna enfermedad[89]. Por ello, es imprescindible utilizar preservativos de calidad (elige siempre marcas fiables y comprueba la fecha de caducidad) y no introducir en la vulva, vagina o boca nada que haya entrado en contacto con el ano sin lavarlo previamente, sea un pene, un dedo, la lengua o un juguete sexual. De hecho, aunque tengas pareja estable y os juréis fidelidad, mejor usar condones por razones higiénicas: aunque no tengáis ninguna enfermedad de transmisión sexual y el recto suela estar limpio (las heces fecales no se acumulan en él, solo pasan en su camino al exterior y, como mucho, pueden quedar pequeños restos), es cierto que allí se almacenan bacterias. Aun a riesgo de pasarme de cauta, creo que el sexo anal no es la clase de práctica que, actualmente, una mujer (nadie) deba experimentar con un desconocido.

Analingus

Consiste en la estimulación del ano mediante la lengua, la boca e incluso los dientes. Puede ser muy placentero, pero como tiene sus riesgos (HIV, hepatitis A, herpes…) es conveniente usar un parche (ya sabes cómo fabricarlo), teniendo en cuenta que no te protegerá de nada si, en un despiste, lo giras y tu boca entra en contacto con el lado que ha estimulado el ano de tu pareja. Una posible excepción: la de siempre, es decir, si mantienes una relación estable, ninguno de los dos padece una enfermedad de transmisión sexual y sois monógamos o ambos tomáis precauciones durante vuestros encuentros exteriores. En ese caso, si no usáis ningún método de barrera, una vez finalizado el encuentro, el dador deberá enjuagarse la boca a conciencia, ya que existen variedad de bacterias que pueden provocarle una infección tanto bucal como estomacal. Por descontado, no deberéis besaros durante esta práctica.

¿Qué se puede hacer? Algunas ideas (para ambos)

  • Estimulación exterior. Prueba diferentes formas: el lametazo largo, intenso, muy mojado en nalgas, perineo, orificio rectal (prohibido acercarse a la vagina); el rápido revoloteo lingual, como alas de mariposa, directamente en el ano; succiones de diferente intensidad, mordisquitos delicados… ¿Movimientos de lengua? Rotatorios (rodeando el ano o girando alrededor a la vez que dibujas pequeños círculos), arriba-abajo-arriba, laterales, con mayor o menor rapidez. ¿Quieres más? Espira lentamente aire caliente sobre sus partes prohibidas (no en el interior del recto), juega con agua a diferentes temperaturas, colócate un cubito de hielo en el interior de la boca para que tu lengua esté fría. Experimenta. Todo vale, menos la brusquedad (salvo que te la pida).
  • Beso negro. Introduce la lengua en su ano, moldeándola para acoplarla y con suavidad. De hecho, te costará. Recuerda: mejor empezar poco a poco; siempre estás a tiempo de moverla con más rapidez o mayor fuerza.
  • Y no olvides las manos. Mientras tu boca se concentra en el ano y el periné, tus manos pueden acariciarle otras partes del cuerpo, incluso masturbarle. Si prefieres concentrarte en lo que haces, tu pareja puede, si lo desea, autoestimularse.
  • Si eres quien está siendo estimulado: quien te agasaja siempre agradecerá una palabra de aliento, un gemido complaciente o una indicación de lo que desearías que te hiciera. Y, evidentemente, si no te gusta, dile que pare.

Con dedos, penes y juguetes sexuales

La penetración anal con uno o varios dedos, con el pene o con un juguete sexual (plug anal, dildo, bolas tailandesas, vibrador…) requiere cierta estrategia: hay que hablar previamente del tema para saber lo que cada miembro de la pareja quiere y espera del encuentro, prepararse físicamente —preservativos y lubricante— y tomárselo con calma, mucha calma. El recto no tiene la elasticidad de la vagina, por lo que:

  • La persona que vaya a ser penetrada debe estar relajada. Si está nerviosa o insegura, su ano se agarrotará y cualquier intento de penetración solo le acarreará dolor.
  • Ser generosos en el uso de lubricante. Implica untar el ano del receptor y el dedo o dedos, pene o juguete sexual elegido para la penetración. No os sirváis de cualquier cosa, usa el sentido común. Insisto: es imprescindible el uso de preservativo y, obviamente, el lubricante se extenderá una vez colocado este, es decir, sobre el condón.
  • Actuar con gran delicadeza. No se puede practicar el coito anal con la ligereza o despreocupación con que muchas veces se realiza la cópula vaginal. Prohibido embestir o hacer cualquier otra brusquedad. No estaría de más echar un vistazo a los dibujos del capítulo III para tomar conciencia de cómo se curva el recto, detalle que habréis de considerar para una mejor penetración.

Consejos para el dador (es decir, la persona que penetra)

Antes que nada: la penetración anal no debe afrontarse en frío. Es indispensable que el receptor esté previamente excitado y muy bien lubricado. Si no lo está, es más que probable que le hagas daño.

Aunque pretendáis utilizar el pene o un juguete sexual, prueba primero con un dedo (esto es obligatorio si sois primerizos): al ser más delgado y flexible resultará más fácil. Debe estar limpio, con la uña corta y bien limada, a ser posible enfundado en un guante de látex, y, sobre todo, convenientemente lubricado. Introdúcelo lentamente, tan solo la primera falange, y detente. Es posible que su ano se tense y que tu pareja tenga la sensación de que necesita defecar. Espera un poco para que se acostumbre a la sensación. Si al cabo de un rato no se queja, o bien te dice que sigas, mueve despacio el dedo en círculos, lateralmente o en un vaivén de entrada y salida. No tengas prisa: dale tiempo para que se acostumbre a esta nueva sensación. Pregúntale si está bien, qué necesita, qué le gustaría, y fíjate en sus reacciones: a veces un sutil movimiento puede indicarte que le está gustando y, por lo tanto, que debes seguir. Si se siente cómoda/o y disfruta, puedes hundir tu dedo un poco más y seguir estimulándole, siempre con extremo cuidado.

Si por el contrario le molesta, le irrita o le duele, para de inmediato. ¿Qué sucede? Puede que simplemente no sea lo que esperaba y prefiera dejarlo. En ese caso, respeta su voluntad. O puede que quiera seguir pero necesite de una mayor estimulación genital para excitarse y así estar más receptivo/a. No fuerces la situación: el objetivo de esta práctica es el placer, si el efecto es el contrario, ¿para qué seguir?

Si todo va bien, y cuando tu pareja te dé permiso, puedes meter un segundo dedo, teniendo en cuenta las instrucciones que acabas de leer. Lo habitual es que dos dedos equivalgan al grosor de un pene (o juguete sexual), o sea que, tras jugar un rato en su interior, y si ambos estáis de acuerdo, podréis plantearos dar un nuevo paso. ¿Queréis practicar el coito anal? Pues adelante, pero ante todo tranquilidad. Si eres varón y utilizas el pene, primero introdúcele muy lentamente el glande (solo el glande) y espera un poco para que su cuerpo se adapte. Seas hombre o mujer, si lo que utilizas es un juguete sexual, extrema el cuidado, tendrás que calcular a ojo, pero solo debes introducir despacio uno o dos centímetros y esperar. Después, si ella/él te da permiso, puedes seguir, pero recordando que su recto no es elástico y que se curva. Insisto: ni se te ocurra penetrarle de golpe. Hazlo poco a poco y contrólate en todo momento: nada de entusiasmarte y dar saltos o clavarle el dildo. A la mínima que se queje, ¡detente! Y no aspires a penetrarle en profundidad, salvo que ella/él te dé luz verde.

Una vez finalizado el encuentro, la retirada del dedo o dedos, pene o juguete sexual deberá realizarse lentamente, sobre todo si se ha producido el orgasmo del receptor, porque la musculatura pubococcígea se habrá tensado. Después de quitar el guante de látex o el preservativo, lavaos o limpiad los juguetes sexuales con abundante agua y jabón.

La próstata o punto P merece una mención especial. Por ello, si quieres estimularla, recuerda que las instrucciones las tienes en el tercer capítulo.

Consejos para el receptor (es decir, quien es penetrado)

  • Nunca practiques la penetración anal sin estar totalmente convencida/o de que quieres hacerlo y jamás con alguien que no te inspire total confianza. Hay que sentirse muy seguro para lograr la relajación necesaria para disfrutar. (Algo que llama la atención: muchos hombres que penetran rectalmente a sus parejas o desean hacerlo se niegan en redondo a ser ellos los receptores. Una pregunta inocente: ¿por qué será? Y una reflexión si eres de las que se siente presionada: ¿por qué si él no quiere tú tienes que querer? Si no te va, di que no).
  • No la afrontes en frío: para esta práctica es indispensable que estés previamente excitada/o y muy lubricada/o.
  • Ve explicándole cómo te sientes, lo que te gusta, si te molesta algo…
  • No tiene por qué dolerte; si te duele, dile que pare. ¿Motivos? Pueden ser muchos: falta de relajación, escasa excitación, lubricación insuficiente, ángulo de penetración incorrecto… Solventad el problema antes de seguir.
  • Si eres mujer, estimúlate el clítoris; si eres hombre, el pene.

¿Cuál es la mejor postura? Casi cualquier postura es apta, pero las comúnmente más utilizadas son:

  • Desde atrás. Probablemente, la número uno. Permite que la mujer estimule su clítoris a la vez que está siendo penetrada y que el hombre se masturbe si es él el receptor. Facilita una penetración profunda, ¡con cuidado!
  • Misionero. Posibilita la masturbación del receptor. Favorece la comunicación oral y permite tocar otras partes del cuerpo. Según las necesidades, pueden colocarse almohadones debajo del trasero del receptor.
  • Receptor/a encima. La persona que va a ser penetrada —sea él o ella— se coloca a horcajadas sobre el dador, que estará acostado sobre su espalda. Esto otorga al receptor un mayor control del ángulo y la profundidad de penetración, además de permitirle masturbarse o ser masturbado.
  • Cuchara. Es la postura ideal para parejas de tamaños dispares, para momentos de cansancio o para tomarse el encuentro con mucha calma. No favorece la penetración en profundidad, lo que probablemente es mejor, pero sí posibilita la masturbación del receptor/a.

Advertencia final: aunque hayas accedido e incluso hayas sido tú quien haya propuesto el coito anal, puedes cambiar de opinión. No te sientas culpable por interrumpirlo. Tal vez podáis intentarlo en otra ocasión. Y si decides que nunca más, tampoco sufras: estás en tu derecho a negarte a cualquier práctica sexual que no desees realizar. Es tu placer, es tu cuerpo. Tú y solo tú mandas sobre él.

En pocas palabras:

  • El buen sexo no es algo que te sucede, sino algo que tú haces que suceda. Haz que ocurra.
  • Tu pareja no sabe leer tu pensamiento, ni tú el suyo, por lo tanto, es indispensable que aprendáis a comunicaros.
  • Para nosotras el sexo manual es tan o más importante que cualquier otra práctica sexual. Házselo entender.
  • Sexo oral. Práctica en alza. Si no forma parte de vuestro repertorio, dadle una oportunidad.
  • Coito. Practica la cópula activa y no renuncies a estimular tu clítoris si te hace feliz.
  • Estimulación anal. No es sinónimo de perversión. Si lo deseáis, probadlo.