ROSEN MIT VIOLETTEM HERZ

Hortensie reitet zum Olm

Sie loht im Zorne, meutert

Hoer’Untier, Mimose lenzt

Entroete sie im Holzturm

Lunte her, zittere im Moos

Turmotter ziehe mein Los

Immer zeitlose Totenuhr

Romhure zotet mit Eselin — Listviehmormone zetert

Nimm Lottes Eiterzeh’vor — Lusttote nimm rohe Reize

Heize Monstrumteile rot — Los, hetze mir vier Motten

Vorzeiten-Himmel rostet

Ins leere Ruhm-Motto Zeit

Zieht Reim vom ersten Lot

Im letzten Ei Rest vom Ohr

Violetter Zenith-Sommer[8]

No pretendemos enumerar las incontables posibilidades de integración y desintegración, a partir de las que el deseo da forma a la imagen del deseo; sin embargo podemos prever una deriva de esos sueños interanatómicos en la superficie de la conciencia, incluso colectiva, de donde se seguiría que los aspectos del sex-appeal femenino se encuentran a las puertas de ricas vías de aplicación en el dominio de la moda, de los cuidados estéticos, de las relaciones poéticas y prácticas de los dos sexos y de las cartas de amor, de las que proponemos algunos modelos:

I

«Cómo quieres que te llame cuando el interior de tu boca deja de parecerse a una palabra, cuando tus senos se arrodillan tras tus dedos y cuando tus pies se abren o buscan la axila, con tu bello rostro encendido…

»Tu vestido debería, pues, hacer coincidir con tus senos la imagen de tus nalgas, impresas en el tejido en tres colores. Las piernas se ladearían así a derecha e izquierda a lo largo de las mangas abultadas, y las medias blancas, largos guantes a rayas rosas, incitarían a tus dedos a ser dos veces los botines, cuyo tacón sería el corsé del pulgar, y cuya punta roja sería el índice.

»Los hombros tienen el contorno de tus caderas: sobre la espalda de tu vestido figura, invertido, tu cuerpo desnudo por delante, de modo que asciende naturalmente entre tus nalgas la vertical, que en la imagen separa los senos.

»El pie derecho se repite varias veces en tu cabellera, pero en dimensiones arbitrarias, porque tu cabellera es negra, de color alquitrán con reflejos de vaselina, peinada con moños irregulares, cada uno de los cuales parece tu pie derecho y se funde de nuevo en la profundidad de tu cabellera, en ciertos puntos donde se oculta una mirada.

»No más pequeñas que un gran ojo, tus orejas son las manos de la niña que ocupa tu cabeza, que meces en tus manos en las que la niña no es más grande que tú que me amas…».

II

«Preciosa mía, tu pasión por descomponerte escrupulosamente delante de mí, anoche, tu confusión, no podrían ser más triunfantes, hasta el extremo de ignorar —y eso no es más que un detalle— que el rompecabezas blanco de las cien tabas de tu pie destacaba de maravilla sobre el terciopelo de tus intestinos.

»¿Te gustaría que mañana nos ocupáramos del sombrero de tulipas negras de tu matriz y que intentáramos esta vez levantar tu piel a partir de la grupa por toda la espalda hasta cubrir tu rostro, salvo la sonrisa? Así quedaría preparado para el domingo al mediodía. Para el lunes propondría el doble-sombrero, sosias de tu rostro según la naturaleza; para el martes: el sombrero-manos, y el miércoles: el sombrero-pechos. Para el jueves, pondremos a punto esa forma cuyo aspecto te encanta, el ala izquierda del hueso iliaco de tu pelvis, cuidadosamente adornada con un hilo de coser negro, que hará resaltar la superficie resiguiéndola, inclinada