a veces hasta tres días y episodios de sonambulismo en los que veía claramente con la mano y leía en la oscuridad».
Como en el caso de la niña sentada, existe un conflicto inicial entre el deseo y su prohibición, pero en esta ocasión es violento, como la crisis de pubertad en cuestión. Irresoluble, el conflicto conduce de manera inevitable al rechazo del sexo, a su proyección en el ojo, en la oreja y la nariz: proyección o desplazamiento que nos explica —en la base misma del fenómeno— la valorización hiperbólica de los órganos de los sentidos, la dramatización de sus funciones.
Pero esta primera transferencia, supuestamente análoga a la fusión «Sexo-axila», ¿no habría podido bastar?
Para captar el motivo manifiesto de la segunda transferencia, la del ojo a la mano, por ejemplo, será preciso creer que el ojo, un doble de la imagen condenada del sexo, era incapaz de disimular completamente la dimensión comprometedora de su contenido suplementario: no sería demasiado arriesgado pensar que los hechos de orden íntimo hubieran sido vistos, oídos, sentidos (de modo que, bajo la influencia del choque, de la repugnancia y del sentimiento de culpabilidad, la transferencia, o al principio, simplemente, la pérdida de la vista, significa: «no quiero ver nada, ya no quiero ver más»). De este modo, el ojo, la oreja, la nariz, expuestas a medidas de represión, se convierten a su vez en un «foco real», al que se opone necesariamente —la mano, el talón— un «foco virtual de excitación».
Esta explicación conduce a otra, más general, que la contradice un poco pero la completa. Al haberse deslizado la imagen del sexo bajo la del ojo, no existe obstáculo para que la sexualidad (el amor), disfrazada de facultad visual, no cumpla sus célebres promesas. Pues el sentimiento de inferioridad, de disminución psicológica, causa y efecto de la neurosis, reclama una compensación y, además, una auténtica superación, que consistiría aquí en las pruebas más o menos objetivas de una capacidad supranormal: «poder ver con la mano». Y conviene subrayar