en la que cada cual puede descifrar la realidad del imaginario, pero donde, además, la documentación se limita a las pruebas subjetivas: la cosa viva y tridimensional sugiere su metamorfosis sin padecerla; ésta se encuentra fuera del alcance de la fotografía.
Para disponer de pruebas objetivas, habrá que recurrir en consecuencia al artesano criminal mediante la pasión humanamente más sensible y más bella, la que suprime la pared que separa a la mujer de su imagen. Según el recuerdo intacto que conservamos de un cierto documento fotográfico, un hombre, para transformar a su víctima, había atado fuertemente sus muslos, sus hombros, su pecho, con un alambre apretado, entrecruzándolo por si acaso, que producía abultamientos de carne, triángulos abultados irregulares, que alargaban los pliegues, desfiguraban los labios, multiplicaban los senos que aparecían en lugares inconfesables.
Notas. La estatua de la Diana de Éfeso era un cono negro, lleno de pechos puntiagudos. La Nuestra: la fusión práctica de lo natural y de lo imaginado. Del mismo modo que el jardinero obliga al boj a cobrar forma de bola, de cono, de cubo, el hombre impone a la imagen de la mujer sus certezas elementales, los hábitos geométricos y algebraicos de su pensamiento.
«Glorificar el culto a las imágenes: culto de la sensación multiplicada. El goce de la multiplicación del número. La ebriedad es un número. El número se encuentra en el individuo». (Baudelaire)
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A quien le gusten las demostraciones con fines principalmente oscuros, estará tentado de atribuir a la multiplicación anatómica el siguiente sentido: representar a la mujer móvil en el espacio excluyendo el factor tiempo. Es decir, oponer a la noción clásica de la unidad del tiempo y del espacio, que desemboca en «lo instantáneo», la idea de una proyección humana sobre un plano temporalmente neutro, donde se coordinan y se conservan el pasado, el presente y el futuro de sus apariencias. Si en vez de escoger sólo tres o cuatro momentos de un gesto (como se hace