APRENDER A TOCAR Y TOCARSE
Tocarse o tocar al amante por el simple placer de hacerlo, sentir su reacción y percibir el tacto de una piel más firme, elástica o tierna, despierta percepciones que mueven a la ternura, perturban o excitan. Pero sobre todo, tocar es el goce intenso de conocerse y conocer al otro sin tener como objetivo preciso el coito o el orgasmo.
El gran secreto es convertir los toques en un propósito en sí mismos, un juego creativo, libre y sin reglas, en el que todo vale, no hay zonas permitidas o prohibidas. La flexibilidad y desinhibición que esto procura es difícil de equiparar a cualquier otra forma de conocimiento. Es el más puro disfrute que complace a la sensibilidad y al excitable territorio de la piel.
EL ROL ACTIVO Y EL PASIVO
El placer de ser tocado no es menor que el que se siente acariciando al amante. Por eso, el intercambio dúctil y natural de los roles aporta un cariz lúdico al erotismo. Resulta intensamente sensual asumir, aunque sea por unos momentos, una actitud activa buscando estimular al otro, que se entrega al placer de la caricia disfrutando gozoso de la situación. Asimismo, la actitud inversa es igual de excitante. De esta manera, no estar pendiente ni ser rutinario en el rol que se asume permite que cada encuentro entre amantes contenga una expectativa subliminal.
Ella entrelaza los brazos en torno al cuello o la cintura de él, le sostiene las caderas estando de pie y frente a frente, jugando un rol activo y transmitiendo su necesidad de sentirlo muy cerca, lo mismo que al estar estrechamente abrazada, atrapada y protegida por él en un papel pasivo, percibe también sensaciones estimulantes.
Aunque se suele identificar el rol activo con la masculinidad, lo cierto es que esto depende del perfil psicológico de cada persona, sea hombre o mujer. Por ello es importante dejarse llevar por la espontaneidad sin falsos pudores.
AUTOACARICIARSE
Autoacariciarse con las manos untadas en una loción suavizante y perfumada añade goce. Algunas mujeres disfrutan tocando su cuerpo mientras se bañan, utilizando la espuma para deslizar mejor lasmanos.
A la mujer, por más liberada que sea, le resulta difícil dejar de asociar las caricias en su propio cuerpo con la masturbación; asimismo le cuesta mucho hacerlo delante del amante. Acariciarse por puro placer es el primer paso para descubrir nuevas sensaciones y en cada centímetro del propio cuerpo.
Preocuparse por la perfección estética a menudo limita el placer que se siente, ante la posibilidad de sentir rechazo porparte de él. En realidad, el hombre no da demasiada importancia a esta cuestión, sino que su sexualidad despierta ante todo un conjunto de factores.
La imaginación es una buena aliada para
transmitir caricias a ciertas partes del cuerpo poco
corrientes.
Los sentidos «hablan» con claridad: calor
febril en la piel, sonidos inarticulados, ojos cerrados, a veces
tensión y manos que vuelan en busca del cuerpo del
otro.
La desnudez comunica entre la piel de los amantes un contacto no
sólo sensual sino también de una granemotividad.
Las sensaciones más excitantes se despiertan cuando una caricia o toque casual encuentra un punto exacto de sensibilidad quepermanecíaoculto y que, una vez estimulado, proporciona una sorpresa y un placer inesperado.
Al comienzo, las autocaricias deben ser suaves y lentas. Los brazos o las piernas son un buen punto de partida. La piel irá respondiendo a los toques expresando, a su manera, cuándo necesita que varíe el ritmo o la intensidad. Entonces se experimentan y alternan distintos tipos de roce: con la mano abierta, con las yemas de los dedos, con mayor profundidad, como si se dieran pequeños golpecitos, con los nudillos, el dorso de las manos, con las uñas o recorriéndole con tejidos de diversas texturas tales como plumas, terciopelos y sedas.
DESPERTAR LAS SENSACIONES
Una vez que se inicia el juego de las caricias,
éstas van combinándose, se encadenan y responden al ritmo que fluye
libremente.
Él va a tocar los senos o la espalda, pero roza el cuello por azar
y eso cambia el recorrido previsto, oye un murmullo de placer que
lo enciende y siente la promesa de goce que ofrece ese punto a sus
manos, sus labios y su lengua; a ella, ese excitante contacto la
incita a responder acariciando el cuerpo de él o estrechándolo para
sentirlo más cerca.
Él la besa suave y cariñosamente, sólo quiere confortarla pero ella
lo incita besándolo, mordiendo y chupeteando su boca; una vez
disparado el instinto no resiste y desciende por el cuerpo excitado
hacia puntos más vulnerables que esperan sus toques con profunda
ansiedad.
La imaginación es una buena aliada para transmitir caricias a
ciertas partes del cuerpo poco corrientes, que en el contacto
sensual ofrecen desconocidos placeres. Sentir la firmeza de una
rodilla entre las ingles acariciando el suave interior de los
muslos, las tetillas de él deslizándose por el vientre o la espalda
femenina, la mano que, sin acariciar, encierra el pubis y la vulva
entera en una apretada y caliente envoltura íntima, son algunas
sugerencias para no caer en la repetición.
El verdadero despertar que se consigue al tocar y tocarse es una de
las mesetas del goce, un punto en el camino del placer.
SER ACARICIADA DE FRENTE Y DE ESPALDAS
A veces, las caricias se inician con ropa de la que, poco a poco, uno se va despojando. La desnudez comunica entre la piel de uno y otro un contacto no sólo sensual sino también de una gran emotividad.
Algunas partes del cuerpo femenino son grandes olvidadas, generalmente por las posturas que se adoptan. Es el caso de la espalda que, por las múltiples terminaciones nerviosas que la recorren por el centro y a lo largo de la columna vertebral, al ser tocada, responde vivamente.
Ella está tumbada boca abajo y su espalda está a la vista; él se la acaricia alternando los toques, primero la recorre con las palmas de las manos, luego la roza con los nudillos, intercala golpecitos, besa y lame entre los omóplatos, en el centro, hasta llegar al borde de la cintura, sin avanzar en principio más allá; ella se mueve sensualmente, se siente relajada y estimulada al mismo tiempo.
Él continúa tocando en sentido descendente; palpa las nalgas y recorre su contorno con un dedo sin imprimir a la caricia pasión, como si dibujara su forma, llega hasta las piernas, pasa con levedad las yemas de sus dedos por el interior suave de los muslos y alcanza las pantorrillas, que acaricia, y luego toma uno a uno los sensibles dedos de los pies y los besa cálidamente.
Si ella parece complacida y él nota su cuerpo relajado, la incorpora suavemente hasta que quede sentada y, situándose por detrás, le acaricia los senos, iniciando el toque suave y muy lento al principio sin buscar directamente los pezones; sus movimientos son envolventes y giratorios, o simplemente sostiene los senos entre las palmas de las manos.
Después de una prolongada e intensa sesión de caricias de él, ella desea participar autoacariciándose o devolviéndole las caricias.