EL FENÓMENO DEL BAREBACK
El bareback, follar a pelo, es un fenómeno social que ha vuelto a poner en el candelero el tema del sexo anal y, en concreto, el culo del marica. Para entender esta práctica, conviene hacer un pequeño recorrido histórico. Podemos señalar tres etapas en la historia del sida:
- en los años 80 se daba una alta mortalidad de las personas seropositivas, había poca información para la prevención, y se produce el fenómeno que ya hemos comentado de asociar el sida a los gays[82];
- en los años 90 aparecen mejores tratamientos para el VIH, hay menos mortalidad, una mayor concienciación social y un activismo fuerte de la comunidad gay en la prevención y en la práctica del sexo seguro;
- en la década 2000-2010, aparece el fenómeno del bareback —sexo sin preservativo—, se produce un abandono del sexo seguro en una parte importante de la comunidad gay (y un abandono de hacerse la prueba de VIH), lo que está produciendo actualmente un notable repunte en las infecciones por VIH entre hombres que tienen sexo con hombres[83].
Para empezar, conviene diferenciar muy distintas experiencias relacionadas con el bareback. Podemos distinguir, al menos, tres niveles o tres acercamientos a eso que se llama bareback[84].
En primer lugar, existen ciertas comunidades que practican el bareback de forma activa y clara, pero insistiendo mucho en la prevención de la posible infección por VIH. Se trata de personas que deciden negociar su sexualidad sin utilizar el preservativo, pero no de una forma inconsciente, sino tomando medidas de seguridad. Para ello, insisten en que se conozca el estado serológico de cada persona (serosorting). Es decir, proponen que se tengan encuentros sexuales de forma segura de dos maneras diferentes: por un lado entre personas que saben que son seronegativas, y, por otro lado, entre personas que saben que son seropositivas. Esta es la actitud más extendida en la práctica del bareback, sobre todo en ciudades donde hay altas tasas de personas seropositivas (en San Francisco, por ejemplo). Existe el debate sobre los riesgos que puede entrañar la relación entre personas seropositivas por la posibilidad de reinfecciones con cepas nuevas del virus que podrían empeorar la salud de la persona, pero parece ser que hasta ahora se han detectado muy pocos casos de reinfección. En todo caso, este tipo de práctica del bareback al menos plantea una toma de conciencia de los riesgos, y algunas medidas para minimizarlos[85].
Otro acercamiento diferente al bareback se basa simplemente en la ignorancia. Es decir, aquí el no saber es el principio básico. Hay personas que deciden no conocer su estado serológico, ni saber el estado de la otra persona, y no preocuparse por las consecuencias que pueda tener para su salud o la de los demás el practicar sexo sin preservativo. Obviamente, esta actitud entraña graves riesgos porque muchas de ellas son seropositivas sin saberlo, y no reciben un tratamiento médico que podría impedir el avance de la infección y el riesgo de padecer enfermedades graves. Según los datos del Ministerio de Sanidad español, en 2007 el 57% de los gays a los que se les diagnosticó sida no sabían que eran seropositivos. Otro riesgo evidente es que, a su vez, estas personas han podido transmitir el virus a otras. Esta situación explica el notable aumento de infecciones entre personas gays en muchos países occidentales en los últimos años.
El periodista de EL PAÍS Emilio de Benito publicó en 2010 la siguiente noticia: «Los últimos datos del Plan Nacional sobre Sida (PNS) sobre diagnósticos de VIH son concluyentes: un 38,8% de los nuevos diagnósticos de VIH se da en hombres que han tenido sexo con hombres. O, más crudamente aún: si se tienen en cuenta solo los infectados varones, los gays (y otros hombres que tienen sexo con hombres aunque no se identifiquen como homosexuales) son el 50%[86]».
En Francia, la situación es aún peor: de todos los nuevos casos de sida detectados en 2008 (6.940), casi la mitad (3.300), el 48%, se habían producido por relaciones sexuales entre hombres, cuando en realidad los HSH representan una pequeña parte de la población general. Según el Institut de Veille Sanitaire, la situación de infección entre la población gay francesa está fuera de control.
Y en Estados Unidos las cosas no están mejor: según un estudio publicado en septiembre de 2010 elaborado por la División de Prevención del VIH/sida de los Centros para el Control de Enfermedades y Prevención (CDC) de los Estados Unidos, uno de cada cinco hombres que tienen sexo con hombres en ciudades estadounidenses es seropositivo (el 20%). Además, alrededor de la mitad de los infectados no estaría al tanto de ello, y la más afectada sería la comunidad afroamericana[87].
El tercer enfoque sobre el bareback es mucho más polémico y quizás no está suficientemente contrastado. Se trata de una práctica que se ha difundido en algunas revistas y que consiste en la búsqueda intencionada de la infección, en inglés bug chaser, es decir, «el que busca el bicho». Se supone que en esta práctica se celebran fiestas donde algunas personas son seropositivas y donde otras personas que no lo son acuden para jugar con la posibilidad de ser infectados, o incluso buscando deliberadamente la infección. Esta práctica, que se supone que es muy minoritaria o que incluso algunos consideran que no existe, saltó al espacio público (y al espacio sensacionalista) a partir de un artículo publicado en la revista Rolling Stone en enero de 2003 escrito por el periodista Gregory A. Freeman[88] con el título «Buscando la muerte», donde exponía, a partir del testimonio de una persona gay, esta práctica que encuentra excitante el ser infectado por el virus VIH.
Ese mismo año, la directora Louise Hogarth filmó la película The Gift sobre el mismo fenómeno. A partir de entonces han circulado muchos rumores sobre esta práctica; recientemente, en marzo de 2010, el periódico El Mundo se hacía eco (un eco muy lejano) de ese artículo y de esa película, después de siete años. El artículo de El Mundo, titulado «Yo jugué a la ruleta rusa del sida»[89], se publicó sin duda con un afán sensacionalista dado que no aportaba información nueva respecto a la aparecida en 2003, ni datos concretos sobre su posible práctica en España. El estilo amarillo del artículo se aprecia en frases como esta:
«Pero mientras los expertos debaten qué mueve a los cazadores de virus, mientras las autoridades recopilan datos y piensan en cómo frenar esta práctica, los “bug chasers” que se esconden en el anonimato que permite Internet seguirán chateando para organizar su próxima ruleta rusa».
Como hemos indicado anteriormente, creemos que el fenómeno del bareback debe ser analizado a partir de un conjunto de factores muy complejo. Algunos especialistas en prevención de VIH señalan que una de las razones del abandono del uso del preservativo en la comunidad gay es el cansancio, tras 30 años de pandemia, de estar siempre alerta y utilizando constantemente el preservativo. Otra causa que podemos encontrar a partir de algunas declaraciones de personas que no utilizan preservativo es el morbo, el saber que se está haciendo algo prohibido, peligroso o transgresor. Otro factor importante tiene que ver con la edad: los jóvenes gays no han vivido los efectos devastadores de la pandemia en los 80, cuando morían muchas personas cercanas a causa del sida. Gracias a los nuevos tratamientos antirretrovirales, por suerte hoy en día mueren pocas personas en los países occidentales a causa del sida, y esto ha llevado a muchos jóvenes a pensar que vivir con VIH no es algo tan grave, y que con la medicación se puede vivir sin problema. También hay otra lectura del bareback que tiene que ver con una especie de retorno al sexo «natural», al sexo verdadero, como si el uso del preservativo redujera la intensidad o el valor del acto sexual. Incluso podemos escuchar en ocasiones la idea de que el sexo sin preservativo es un sexo de machos, un sexo duro, fuerte, y es esta idea la que en este libro hemos puesto en relación con la masculinidad tal y como se construye en la actualidad. En esta misma línea, se escucha a veces la opinión de que el sexo sin preservativo es un sexo «real», como si el hecho de poner un látex de unas micras de grosor nos separara de una especie de «realidad absoluta» del sexo.
Esta reflexión es bastante absurda si tenemos en cuenta que la propia piel humana es una barrera, una protección, una especie de condón contra las infecciones del exterior. Se diría que para tener un sexo «auténtico, real» tendríamos que hacer como el cantante Robbie Williams en su divertido videoclip Rock DJ, donde comienza quitándose la ropa, para arrojarla a sus fans, y continúa quitándose la piel, los músculos… hasta terminar bailando como un simple esqueleto.
Hay también personas que consideran el bareback como «una prueba de amor», como si el preservativo supusiera introducir un elemento de desconfianza hacia la pareja. Según esta lógica, practicar sexo sin preservativo sería una especie de retorno a un amor verdadero, puro, sin trabas. Como decía Chenoa, en una de las canciones que más daño ha hecho a la prevención contra el VIH entre los jóvenes: «Y no me hables de sexo seguro, ni plastifiques mi corazón». Según este absurdo planteamiento, el condón de pronto se traslada del sexo al «corazón», al amor, y lo convierte en algo que obstaculiza su pleno desarrollo.
Algunos defensores del bareback sitúan la discusión en el terreno de las opciones individuales, de la libertad personal. Si dos personas adultas y de mutuo acuerdo deciden hacer sexo no seguro, se supone que cualquier condena o prohibición de ello sería una injerencia en su libertad individual. Este planteamiento parece bastante sólido, pero no se tienen en cuenta aquí las consecuencias para la comunidad, por ejemplo, que si una de estas personas, en ese ejercicio de su libertad, se infecta, el Estado tendrá que pagar su caro tratamiento antirretroviral para toda la vida. De todos modos, los críticos del bareback no plantean la prohibición del mismo, sino simplemente desarrollar una cultura colectiva más consciente de los riesgos para la salud, y poner de relieve las importantes consecuencias de esa práctica entre la comunidad gay, unas consecuencias que ya están a la vista.
Dentro de un régimen heterocentrado y machista como el que vivimos, la masculinidad sigue vinculada a valores como el riesgo, la fuerza, la violencia, la muerte, el peligro. Todos los hombres, incluyendo los varones gays, son educados en estos valores: por los padres, por los medios de comunicación, por los videojuegos, por el cine y la televisión. En algunos foros de bareback en Internet encontramos ese tipo de expresiones: «ven a tener sexo auténtico, sexo crudo, sé un hombre de verdad», vinculadas al sexo sin preservativo[90].
También se da un fenómeno muy particular en algunas comunidades de hombres afroamericanos en Estados Unidos, que practican sexo entre ellos, pero sin ningún tipo de identidad gay y sin ninguna referencia a la homosexualidad. Para ellos, lo «gay» es una cuestión de blancos, y su masculinidad está construida por un rechazo a los gays a pesar de que tengan relaciones con otros hombres. Un interesante artículo[91] publicado en 2009 señalaba el alto porcentaje de varones negros infectados por VIH en EEUU, muy por encima de su representación porcentual respecto a la población seropositiva en general. Entre otros factores importantes, como la pobreza, la falta de información, etc., el texto señala que hay una fuerte homofobia en muchas comunidades afroamericanas, lo que hace que muchos de los hombres que tienen sexo con hombres no se identifiquen nunca como gays, y que, además, no adopten las medidas de prevención necesarias a la hora de practicar sexo (precisamente porque eso es algo de gays, no de hombres de verdad).
Por supuesto, este fenómeno no es solo propio de las comunidades afroamericanas. En nuestro país encontramos también hombres que tienen sexo con hombres que participan de ese mismo criterio, según el cual su masculinidad no se ve en entredicho si follan a pelo, y sobre todo si son activos en la penetración. Parece que nos encontramos ante un mecanismo de defensa, bastante homófobo, donde se mete en el mismo saco a los gays, al sida y al preservativo, de forma que no se quiere saber nada de ello con tal de dejar a salvo una masculinidad trasnochada, machista y, en última instancia, casi suicida. Por supuesto, esto tiene también consecuencias para las mujeres. Se ha constatado tanto en el caso de los hombres afroamericanos mencionados de EEUU, como en muchos casos en España, que estos hombres que practican sexo con hombres sin preservativo a su vez practican sexo con sus mujeres, pues muchos de ellos están casados. La consecuencia de esta política de secreto, vergüenza y machismo es la infección por VIH de muchas mujeres por sus maridos.
Hay otro aspecto del bareback que es importante señalar. Es una idea que circula a menudo cuando se habla de prevención, según la cual son las personas seropositivas las que tienen que poner los medios a la hora de practicar sexo seguro, las que son responsables de la infección de los demás, las que tienen que avisar de su estado, etc. Esta perspectiva es injusta e irresponsable. En el año 1999, se abrió un debate muy interesante y muy violento en el seno de ACT UP París[92], el conocido grupo activista antisida francés; en algunos de sus textos se acusaba a los seropositivos de ser una especie de bombas ambulantes, dado que podían infectar a otras personas, sobre todo en el caso de que no informaran previamente a sus parejas sexuales sobre su estado de seropositividad.
Dos escritores y activistas gays, Erik Rémès y Guillaume Dustan, contestaron a estos textos explicando que la prevención era una responsabilidad de todos, algo compartido, y algo que debía ser negociado en todo momento por todos, no solo por los seropositivos. En este sentido, Rémès señalaba que, a menudo, algunas personas le proponían tener sexo sin preservativo sin preguntar por su estado serológico. Es decir, planteaban una relación bareback basada en el silencio y en la falta de información. Aunque Rémès era seropositivo, él se hacía la siguiente pregunta: ¿por qué tengo que ser solo yo el que plantee la cuestión? ¿No es responsable de su posible infección alguien que no conoce su propio estado serológico y que, además, no quiere saber nada del estado serológico de la otra persona? La pregunta abrió un largo debate que todavía no se ha cerrado, pero que plantea aspectos clave de la prevención hoy en día, y también nos hace pensar sobre esa masculinidad que se construye en el silencio, en la vergüenza, en la falta de diálogo y de negociación.
Este aspecto de la pandemia del VIH es muy importante para entender una de las posiciones que hemos señalado, la de la persona que prefiere «no saber», no conocer su estado serológico. Conversando con algunas personas que adoptan esta posición (y que tienen relaciones no protegidas), aparece una lógica interna bastante compleja, que tiene que ver con la «responsabilidad» y que es la siguiente: si uno conoce su estado serológico, está sujeto a tomar decisiones sobre sus prácticas. En el caso concreto de una persona seropositiva, que sabe que lo es, este saber le va a condicionar mucho en sus prácticas sexuales en el sentido de que deberá plantearse si debe informar a sus contactos sexuales, tomar medidas de sexo seguro, tener mala conciencia si practica sexo sin protección, etc. En cambio, si uno «no sabe» si es seropositivo o no, se supone que no tiene ninguna responsabilidad en este sentido, es decir, no tiene que tomar ninguna medida porque no sabe nada de sí mismo.
El «no saber y no querer saber» para algunas personas es una especie de coartada moral que se «estropea» con la llegada del saber. Saber implica responsabilidad. Por supuesto, este razonamiento no explica por completo las motivaciones de las personas que no se hacen la prueba del VIH y tienen relaciones de riesgo; hay muchas otras razones, muchas posiciones personales, contradicciones, miedos, ignorancia y, en muchos casos, no se trata de una práctica que tenga un discurso elaborado detrás. Las prácticas sexuales en muchos casos no parten de una reflexión previa o de una decisión consciente y coherente. Sería un reduccionismo sociológico o antropológico intentar «explicar» el bareback como un fenómeno coherente, homogéneo o con una lógica interna. Como hemos visto, se trata de una práctica muy variada, compleja y difícil incluso de definir. De hecho, ya desde los años iniciales de la pandemia existían personas y comunidades que se negaban a utilizar el preservativo por muy diversas razones. En ese momento no existía el término bareback, pero eso no debe hacernos olvidar que el sexo sin preservativo es algo muy anterior a esta especie de «moda» o movimiento que parece haber surgido a finales de los 90 como algo más o menos articulado, o al menos con un nombre particular.
Lo que sí parece claro es que, detrás de este fenómeno, se encuentran prejuicios y mecanismos de estigmatización sobre el sector sodomita de la población. Otra forma de prevención que daría al traste con los intentos de criminalizar y excluir a los practicantes del coito anal sería la generalización de los nuevos descubrimientos sobre la transmisión del VIH.
La llamada declaración suiza dice que una persona con VIH que está tomando tratamiento antirretroviral con una viremia suprimida en su totalidad no es sexualmente infecciosa, es decir, no puede transmitir el VIH a través del contacto sexual siempre que la persona siga de forma rigurosa la terapia antirretroviral y vea a su médico especialista en VIH a intervalos regulares; siempre que la carga viral se mantenga indetectable (menos de 40 copias) durante al menos los últimos seis meses; y siempre que no haya otras enfermedades de transmisión sexual[93].
Sin embargo, en respuesta a esta declaración, ONUSIDA (Programa conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/SIDA) y OMS (Organización Mundial de la Salud) hicieron hincapié en la importancia del uso continuado del condón y de su uso consistente y correcto como método primordial de la prevención del VIH.
La reducción de riesgos puede suponer una nueva forma de prevención basada en la propia conciencia sobre la propia salud y la de los demás, creando las habilidades y actitudes para promover un verdadero orgullo anal.