Introducción
Susana estaba furiosa. Era cierto que les había pedido un bebé varón de tez oscura, con buen olfato y aspecto de estrella de cine, pero aquello era ridículo.
Hoy en día nos enfrentamos a situaciones y circunstancias relacionadas con el sexo que nuestros antepasados nunca conocieron. Podemos alterar nuestra fertilidad con hormonas, inseminaciones y fecundaciones in vitro (FIV); podemos encontrar pareja a través de agencias y en Internet; podemos mejorar nuestro aspecto mediante cosméticos o cirugía; y podemos crear una nueva vida en un plato. Ninguna otra especie es capaz de hacer todo esto.
En cuanto humanos, somos expertos en el estudio del apareamiento de otras especies. Podemos predecir su comportamiento, e incluso modificarlo, así como alterar genéticamente las especies para cambiar su aspecto. Sin embargo, cuando se trata del emparejamiento dentro de nuestra especie, pocos son los humanos que parecen acertar en la elección, por no hablar de llegar a comprender el propio proceso. La mayoría de especies no parecen tener demasiados problemas para elegir pareja y establecer relaciones. Para ellas, la hembra se pone en celo, el macho se aparea con ella y este cuento se ha acabado.
“La especie humana es la única que experimenta confusión en el juego del apareamiento”.
El estado de nuestras relaciones con nuestra pareja —o la falta de pareja— es una fuente constante de discusión y uno de los principales temas de las conversaciones de las mujeres en todas partes. Pocas cosas pueden producirnos tanto gozo y euforia y, a la vez, tanto dolor y desesperación. El amor ha sido siempre el tema más recurrente en canciones, comedias, novelas románticas, literatura, cine y poesía. El amor es algo que experimenta la gente de todas las culturas y cada cultura lo expresa con sus propias palabras.
Entonces, ¿qué es el amor? He aquí la pregunta que llevamos formulándonos miles de años. Investigadores de casi todas las disciplinas han tratado de descubrir la naturaleza del amor y convencer a los demás de sus hallazgos, pero ninguna de sus respuestas ha sido concluyente. Por su naturaleza esquiva, el amor se presta siempre a nuevas definiciones e interpretaciones.
¿Por qué practicamos el sexo? ¿Qué lleva a los hombres a buscar sexo constantemente? ¿Qué empuja a las mujeres a pedir compromiso a los hombres? En este libro responderemos muchas preguntas de este tipo. Explicaremos por qué surgen el sexo, el amor y los idilios, presentaremos la ciencia que sitúa el amor en una parte del cerebro y, lo que es más importante, le diremos cómo puede enfocar todo este contenido. Hemos empleado estudios científicos, sondeos, ejemplos y un punto de humor para ayudarle a recordar.
En busca de «nuestra media naranja»
Muchos hemos crecido con la creencia de que algún día encontraremos a «nuestra media naranja», esa persona especial con la que estamos destinados a pasar la eternidad. Sin embargo, para la mayoría de gente, la vida real no llega a cumplir con esta expectativa. La mayoría de los que se casan creen que será «hasta que la muerte nos separe», pero el índice de divorcios en muchos países ya supera el 50% y el de relaciones extramatrimoniales se estima entre el 30% y el 60%, con los hombres en la franja más alta y las mujeres en la más baja.
“El índice de divorcios entre parejas que antes convivieron y se casaron después va del 25%, en Canadá y España, al 50%, en Suecia, Noruega y Francia”.
La mayor parte de gente interpreta el fracaso en una relación como un fracaso personal y eso hace que millones de nosotros acudamos al terapeuta, cuando, en realidad, el conflicto en las relaciones es la norma para casi todas las especies, incluida la humana.
“El sexo es como el aire: no se le da importancia hasta que te falta”.
En la década de 1980, se solía creer que la mayor parte del comportamiento humano era aprendido y se podía modificar, pero ahora sabemos que la mayor parte de ese comportamiento nos viene predeterminado. De hecho, desde finales del siglo XX, los investigadores dedicados al estudio del comportamiento humano han desvelado gran cantidad de conocimientos científicos con el fin de demostrar que nacemos con un sistema de circuitos cerebrales predeterminados que influyen en nuestro modo de actuar. También sabemos que los factores culturales y una miríada de fuerzas del entorno, como nuestros profesores, amigos, padres y jefes, influyen en nuestro modo de pensar y actuar. El resultado es que naturaleza y cultivación están intrínsecamente relacionadas. Imaginaos que vuestro cerebro cuenta con un sistema operativo como el de un ordenador. Habéis nacido con él y tiene unos parámetros por defecto a los que recurre cuando se encuentra bajo presión. Ésa es nuestra parte de naturaleza. La parte de cultivación corresponde a nuestro entorno, siendo éste el software que se ejecuta en nuestro hardware.
“Naturaleza = hardware de nuestro cerebro
Cultivación = nuestro entorno”
Esto no significa que estemos totalmente a merced de nuestro ADN. El cerebro humano ha desarrollado los lóbulos frontales para permitirnos escoger nuestras acciones, pero es importante que comprendamos que llevamos a cuestas el equipaje formado por nuestro pasado primitivo. El desarrollo de la corteza cerebral —la parte del cerebro que recibe información de todos nuestros órganos sensoriales y aloja la memoria y los procesos de pensamiento— nos ha permitido pensar, hacer elecciones y sobreponernos a nuestra naturaleza hereditaria en muchos aspectos. Sin embargo, cuando se trata de sexo, amor e idilio, nuestro circuito ancestral predeterminado nos sigue empujando a mostrar las mismas preferencias y llevar a cabo las mismas elecciones que nuestros antepasados. Y, como veremos, no hay modo de escapar a esa fuerza. Nuestro cerebro cuenta con un sistema operativo con posiciones por defecto. Si nuestro ordenador se bloquea o se estropea, funciona con sus valores por defecto. Nuestro cerebro actúa del mismo modo. El entorno artificial llamado de «igualdad» que hemos creado, donde se espera que nos hagamos creer los unos a los otros que deseamos las mismas cosas, no es más que un software políticamente correcto.
En cuanto que hombres y mujeres seguimos queriendo cosas distintas del sexo y el amor —ni mejores ni peores, diferentes—, y esas cosas vienen en gran medida predeterminadas por nuestro hardware. Podemos escoger conscientemente lo que creemos que queremos, pero nuestra parte predeterminada seguirá empujándonos exactamente hacia donde quiere que nos dirijamos.
Este libro demostrará que las mujeres están tan interesadas en el sexo (o en «hacer el amor», como ellas dicen) como los hombres y pondrá de relieve las diferentes circunstancias, condiciones y prioridades que desatan los impulsos sexuales de hombres y mujeres. Estudiaremos por qué hombres y mujeres desean y buscan sexo ocasional y relaciones esporádicas, y revelaremos algunas cosas sobre el sexo y el amor que mucha gente desconoce. También le propondremos estrategias para aumentar su valor de mercado en el juego del emparejamiento.
“¿Qué es «hacer el
amor»?
Es lo que hace la mujer mientras el hombre le da caña”.
Por qué la sociedad occidental es tan escrupulosa con el sexo
La mayoría de bloqueos ante el sexo pueden tener su origen en la reina Victoria de Inglaterra y su esposo, Alberto. El reinado de Victoria, entre 1837 y 1901, se caracterizó por unos estrictos valores morales, la represión sexual y una baja tolerancia frente al crimen. Se negaba la existencia de la homosexualidad femenina, y la masculina era ilegal. Gracias al Imperio Británico, los valores victorianos se expandieron por todo el mundo.
En el punto álgido de la era victoriana, era muy común ocultar las patas de los muebles, como en el caso de pianos o mesas, para evitar cualquier excitación sexual. Los trajes de baño de la época cubrían casi todo el cuerpo tanto en hombres como en mujeres. La reina Victoria llegó a decretar que una sociedad educada debía llamar «seno» a la pechuga de pollo, y prohibió los anuncios que mostraban ropa interior de mujer. Entonces, como ahora, la mayor parte de la sociedad consideraba sinónimos el desnudo y la excitación sexual.
“El pudor victoriano consideraba impropio decir ‘pierna’ en presencia del otro sexo; se prefería el término ‘extremidad’”.
A las mujeres victorianas se les enseñaba a no dar pie a acercamientos sexuales ni a ceder ante fantasías, así como a vivir en devota sumisión a su esposo, su familia y su país. El éxito social de un hombre dependía en parte de la pasividad de su esposa y se daba por supuesto que la mujer no tenía necesidades sexuales. La sabiduría popular de la época consideraba que a las mujeres no les gustaba el sexo y que el apetito sexual de los hombres las obligaba a «ceder». Los libros de la época sugerían que un marido decente no debía esperar obtener sexo de su esposa más de una vez cada seis meses y sugerían a los maridos varios métodos para suprimir un apetito sexual más recurrente. Dicho de otro modo, el consejo popular para las mujeres era tumbarse, cerrar los ojos y «pensar en Inglaterra».
“¿Cómo sabe un caballero inglés que su esposa ha muerto? Sigue teniendo el mismo sexo, pero los platos se amontonan en el fregadero”.
Es probable que sus abuelos o bisabuelos nacieran en esa época y que, aunque usted no sea consciente de ello, le llegaran algunas de estas actitudes victorianas a través de sus padres. Si alguna vez siente incomodidad cuando se habla de sexo o vergüenza ante las bromas sexuales y trata de cambiar de tema, seguramente puede atribuir esa incomodidad a la influencia de los valores victorianos. Por eso, los países anglófonos, y especialmente Gran Bretaña, tienen muchos más tabúes sexuales en comparación con los países europeos que no recibieron la influencia de la moral victoriana. Si no tiene ninguna conexión cultural con la era victoriana, pero, aún así, siente cierta incomodidad al hablar de algunos aspectos del sexo o la sexualidad, puede que el rastro de estas actitudes le remita a la religión o a algún líder que inculcó a sus seguidores su particularmente retorcido sentido de la moralidad.
Las estadísticas
Hoy en día existe un 50% de probabilidades de que un matrimonio fracase y un 85% de que la esposa sea la instigadora del fracaso. Se estima que, sólo en el Reino Unido, se suicidan cada día tres hombres que se enfrentan al agobio de pagar pensiones por sus hijos. El sistema se sustenta en el principio de que cuanto más ganas, más pagas. Estos hombres consideran imposible avanzar y se abandonan. Tener una relación y tener hijos puede hacer que la vida sea maravillosa, pero cuando esa relación acaba mal, puede llevarte a la enfermedad y hasta al suicidio. Por eso es tan importante entender cómo elige el cerebro a nuestras parejas.
“Ahora, en Europa, por cada matrimonio hay un divorcio. Esto significa que se casa menos gente y que los matrimonios existentes terminan. Cerca del 30% de segundas nupcias también acaban en divorcio”.
Este libro se basa en investigaciones actuales, y no en el folclore, los mitos, la astrología, las nociones románticas o los ideales políticamente correctos. La mayor parte de lo que trataremos aquí está avalado con pruebas. Hemos puesto en práctica una gran variedad de métodos de investigación, desde estudios empíricos y experimentos científicos a sondeos sobre relaciones a partir de diversas fuentes, incluida nuestra experiencia, y otros datos sobre por qué nos comportamos como nos comportamos o por qué pensamos las cosas que pensamos. Si lo que analizábamos no se sustentaba en alguna base científica o prueba creíble, lo descartábamos. La mayoría de datos de investigación a los que nos referimos se listan al final del libro.
Durante los seis años que hemos invertido en la investigación y redacción de este libro, los dos (autores de mediana edad) hemos traído al mundo a dos niños gracias a la fecundación in vitro, nos hemos enfrentado a un cáncer de próstata (Allan) con todas sus consecuencias y nos hemos topado con muchos de los obstáculos que pueden hacer tambalear o terminar la vida amorosa de una pareja. Por ello, no sólo nos basamos en la investigación pura y dura, sino que también nos basamos en nuestras propias experiencias, observaciones y estrategias personales, y en las de otros con los que nos hemos ido encontrando en el transcurso de este viaje.
¡Disfrutad!
Allan y Barbara Pease