Para la moderna antropología, el sexo original es el femenino. El macho no es sino una modificación posterior de la hembra. Una derivación necesaria o innecesaria. La ciencia, pues, también está empezando a ver el mundo a través de la mujer. La concepción femenina del universo no es nueva, como bien sabemos, y está en las más diversas y remotas culturas, pero ha tenido siempre un carácter sagrado, inevitablemente. Lo característico de nuestro tiempo es estar volviendo a la cosmovisión femenina sin connotaciones sagradas. La antropología parece que acabará dando la razón a aquellos teocentrismos feministas, sólo que ya no serán teocentrismos.
Averiguar que el Universo es de sexo femenino no será nada demasiado nuevo, pero sí lo será el conseguir la reeducación del hombre, malversado por muchos siglos de cultura masculina. ¿Cómo volver a mirar el mundo femeninamente? Decíamos antes que a través de la mujer. Quizás habría que llegar más allá y llevar la mujer dentro de uno, disponer de la óptica femenina como el que dispone de dos idiomas natales, y por lo tanto de dos circuitos de pensamiento.
¿Ha llegado ya a esto el homosexual? Me temo que no por cuanto el homosexual, como hemos dicho, está luchando constantemente contra su masculinidad, huyendo de ella, escapándose. No ejerce un sincretismo sexual, sino que es un tránsfuga de los sexos. Todo lo contrario. Sin embargo, como esa huida es siempre precaria, hay que decir que muchos de los grandes logros culturales de la homosexualidad, a través de los tiempos, hasta hoy mismo, nacen en buena medida de ese doble sistema óptico, receptivo y creador que de alguna manera posee.
Sostienen algunos psiquiatras —lo he dicho hace un momento— que el individuo bilingüe disfruta de dos circuitos de pensamiento, lo cual le hace más comprensivo y tolerante. Del mismo modo, debiéramos llegar a dos sistemas ópticos, incorporándonos el del sexo contrario, con notable enriquecimiento de nuestras percepciones y quién sabe si de nuestras creaciones.
Al hablar de Virginia Woolf dijimos que su literatura supone nada menos que la aportación de la óptica femenina a la visión del mundo, óptica de la que hasta ahora ha carecido la cultura en gran medida. Un machismo o un igualitarismo mal entendidos luchan contra las diferenciaciones sexuales en el arte. Se trata de una monstruosa y simplista amputación. Más que anular las diferencias por decreto, lo que habría que hacer es asumirlas e incorporarlas todas en cada individuo.
Y esto es, seguramente, lo que se proponen, sabiéndolo o no, todas las experiencias contraculturales que, mediante la psicodelia, la alucinación, la promiscuidad sexual y la música buscan un más allá. No pretenden pasar al otro lado de las cosas, como Rilke, sino al otro lado de los sexos (que es el único «otro lado» posible). La homosexualidad voluntaria, compulsiva, experimental, seguramente va también en esa dirección.