Paso del erotismo negativo al erotismo positivo. Residencia es el gran libro del erotismo negativo. La mayor apertura al mundo que ha conseguido nunca Pablo Neruda, pero también la más negativa. Veamos el primer poema del libro, «Galope muerto»:
Como cenizas, como mares poblándose,
en la sumergida lentitud, en lo informe,
o como se oyen desde el alto de los caminos
cruzar las campanadas en cruz,
teniendo ese sonido ya aparte del metal,
confuso, pensando, haciéndose polvo
en el mismo molino de las formas demasiado lejos,
o recordadas o no vistas,
y el perfume de las ciruelas que rodando a tierra
se pudren en el tiempo, infinitamente verdes.
Esta primera estrofa nos da magistralmente, definitivamente, densamente, el clima de todo el libro. Acabamos de entrar en una latitud que es la que llena todo. Incluso uno de los poemas del libro se titula «Sonata y destrucciones». Salvo algunos poemas aislados y los «Tres cantos materiales», de que ya hemos hablado, todo el libro es una lentísima destrucción. La materia nos sale al encuentro, nos toca, nos envuelve. La epifanía de la materia es ya un choque, una ola, desde el primer verso. Neruda ha encontrado la materia del mundo de forma mucho más real que Rilke cuando, apoyado en un árbol de Ronda, siente que ha pasado «al otro lado de las cosas». Neruda está de manera natural en el otro lado de las cosas, dentro de las cosas. «Psicólogo de las cosas» es una definición que acuñó alguien, pero no precisamente para Neruda. Neruda no psicologiza las cosas, sino que se transmuta en la cosa misma. La materia aparece en Neruda con la misma evidencia absoluta y auroral que en Einstein.
Pero es una materia claudicante.
Su instinto erótico poderoso le ha permitido comunicarse con las corrientes profundas de la materia, pero su erotismo, como el de Henry Miller, es —tras las primeras exaltaciones románticas— profundamente negativo. Podría haberlo seguido siendo siempre, mas ya hemos esbozado las razones por las cuales se transforma con el tiempo en erotismo positivo, y por eso hemos elegido a Neruda como ejemplo de una visión erótica positiva del mundo, que no es ni más ni menos valiosa que la otra, pero sí igualmente cierta.
Después de Residencia, Neruda va evolucionando moral y estéticamente hacia la utopía, con lo que su erotismo se torna positivo y hasta exultante. El Canto general ha quedado como el monumento al optimismo americano y comunista, como el monumento a esa utopía, El repaso a la Historia y la luz del porvenir. Mas precisamente por ser un libro tan programado, el libro del optimismo conquistado día a día, penosamente, necesariamente, preferimos obviarle a efectos de nuestra demostración, y recoger en cambio cualquier oda elemental, delgada como un grito, para sorprender más desnuda la conversión del erotismo nerudiano a un optimismo cósmico.
Veamos la «Oda al aire»:
Andando en un camino
encontré al aire,
lo saludé y le dije
con respeto:
«Me alegro
de que por una vez
dejes tu transparencia,
así hablaremos.»
Él incansable,
bailó, movió las hojas,
sacudió con su risa
el polvo de mis suelas,
y levantando toda
su azul arboladura,
su esqueleto de vidrio,
sus párpados de brisa,
inmóvil como un mástil
se mantuvo escuchándome.
Yo le besé su capa
de rey del cielo,
me envolví en su bandera
de seda celestial
y le dije:
Monarca o camarada,
hilo, corola o ave,
no sé quién eres, pero
una cosa te pido,
no te vendas.
El agua se vendió
y de las cañerías
en el desierto
he visto
terminarse las gotas
y el mundo pobre, el pueblo
caminar con su sed
tambaleando en la arena.
Vi la luz de la noche
racionada,
la gran luz en la casa
de los ricos.
Todo es aurora en los
nuevos jardines suspendidos,
todo es oscuridad
en la terrible
sombra del callejón.
De allí la noche,
madre madrastra,
sale
con un puñal en medio
de sus ojos de búho,
y un grito, un crimen,
se levantan y apagan
tragados por la sombra.
No, aire,
no te vendas,
que no te canalicen,
que no te entuben,
que no te encajen
ni te compriman,
que no te hagan tabletas,
que no te metan en una botella,
¡cuidado!
llámame
cuando me necesites,
yo soy el poeta hijo
de pobres, padre, tío,
primo, hermano carnal
y concuñado
de los pobres, de todos,
de mi patria y las otras,
de los pobres que viven junto al río
y de los que en la altura
de la vertical cordillera
pican piedra,
clavan tablas,
cosen ropa,
cortan leña,
muelen tierra,
y por eso
yo quiero que respiren,
tú eres lo único que tienen,
por eso eres
transparente,
para que vean
lo que vendrá mañana,
por eso existes
aire,
déjate respirar,
no te encadenes,
no te fíes de nadie
que venga en automóvil
a examinarte,
déjalos,
ríete de ellos,
vuélales el sombrero,
no aceptes
sus proposiciones,
vamos juntos
bailando por el mundo,
derribando las flores
del manzano,
entrando en las ventanas,
silbando juntos,
silbando
melodías
de ayer y de mañana,
ya vendrá un día
en que libertaremos
la luz y el agua,
la tierra y el hombre,
y todo para todos
será, como tú eres.
Por eso, ahora
¡cuidado!
y ven conmigo,
nos queda mucho
que bailar y cantar,
vamos
a lo largo del mar,
a lo largo de los montes,
vamos
donde esté floreciendo
la nueva primavera
y en un golpe de viento
y canto
repartamos las flores,
el aroma, los frutos,
el aire
de mañana.
En esta oda, Neruda trabaja con algo aún más sutil que el vino: con el aire. La más sutil de las materias. La no-materia, diríamos. Y también la vivifica eficazmente sin caer en el mito, el símbolo ni la alegoría, aunque haya unas momentáneas y fulgurantes personalizaciones del aire. Todo el poema está tensado por la utopía. El mundo lóbrego y húmedo de Residencia es ahora un mundo claro, respirable, de «azul arboladura», donde el mal ya no nace de la materia misma, sino que es algo externo, extirpable, que aportan los empresarios, los capitalistas, los yanquis.
La utopía, despojada de doctrina, pero viva, está en este poema como en pocos de Neruda. La materia, despojada casi de sí misma, también está ahí, vivísima. El poeta tiene una comunicación estrecha, profunda, directa y real con el mundo, es un ser muy dotado eróticamente para danzar y cantar con el aire, con las fuerzas naturales. El mundo sórdido de Residencia se ha iluminado y estructurado con la luz venidera de la utopía, que tensa ya todo cuanto escribe el poeta. El erotismo positivo de Neruda, nacido tanto de su optimismo natural como de su adscripción a la utopía, alcanza en esta sencilla oda a lo más sencillo del mundo —el aire— un momento decisivo en su conquista del universo por la alegría.
El paso del erotismo negativo al erotismo positivo supone en Neruda un proceso moral, un salto cualitativo. Antes, el mal estaba en la materia misma, la materia era el mal. Luego, el mal es extrapolado a la política, a la Historia, con lo que la materia tiene una epifanía virginal: el poeta la reconquista pura. Por aliar las razones personales a las históricas, digamos —ya lo hemos dicho antes— que Neruda, un hedonista natural, un epicúreo casi, había de dar, una vez superado el consabido pesimismo de juventud, en cierta visión gozosa del mundo, que apoya sin duda ese salto moral a la utopía.
El erotismo absoluto sería aceptar que el mundo no es malo ni bueno, sino que es ambas cosas y muchas más —por eso es mundo—, y que la dialéctica constante de leyes y transgresiones es lo que hace la vida, lo que nos hace. Pero Neruda, más apologético que dialéctico, se queda en el dualismo apuntado: el mal está en la Historia y el bien en la materia. Hay que trasvasar a la Historia los dones de la materia.
Y el vehículo para ese trasvase es, claro, el hombre.
El hombre revolucionado y revolucionario.