PARTE III
Lo que no tenía nombre
Para gozar has de desprenderte del miedo, de la vergüenza y la culpa y aprender a utilizar tu cuerpo como una herramienta sexual.
No sé lo que opinarán los hombres, pero a mi modo de ver ellos lo tienen más fácil. Desde el principio, su pene está ahí, a la vista, aliado y compañero de fatigas. Aunque sólo sea por necesidades fisiológicas, lo tocan varias veces al día y se familiarizan con él. Hay más: no tardan en darse cuenta de su importancia, ¡si hasta los mayores se lo admiran! Ante la considerable virtud de sus hijos (de bebés, el tamaño del sexo en proporción con sus cuerpecillos sorprende), no es raro oír a los orgullosos papás celebrar: «Mira qué bien dotado está el chaval. ¡Este hará feliz a más de una!». Pero dime, ¿alguna vez has oído exclamar: «¡Qué vulva más hermosa tiene mi niña!»? No es que lo eche en falta, lo que pretendo es subrayar la diferencia de trato entre el macho y la nena.
Dicho de otro modo, ellos, los hombres, crecen con su miembro en la mano, ¡y con la aquiescencia de sus felices papás, que entienden y aprueban que su hijo tenga una vida sexual! Son los mismos progenitores que de tener una niña suelen ocultarle —u omitir, lo que es igual de grave—, que ella también tiene un sexo del que enorgullecerse y disfrutar… no vaya a ser que aprenda a utilizarlo y se la tire un desalmado y/o se quede embarazada. (Que no se te escape el detalle: ni siquiera consideran la posibilidad de que sea ella la que quiera tirárselo a él. Ha de ser una buena chica. ¿Y qué decir de los papás del varoncito? También tiene delito: mientras que no deje embarazada a la niña y no contraiga nada, que su machote haga lo que quiera).
Es lógico, pues, que ellos sientan desde temprana edad la llamada del pene y vean la luz: «¡Ajá!, o sea que esto también sirve para pasárselo bien».
A eso se le llama salir con ventaja.
En cambio, nosotras…
¿Por qué estarán nuestros genitales tan escondidos? ¿Por qué nos los esconden? ¿Por qué se menosprecian tanto? Nuestra sexualidad es un misterio, lo desconocido, lo ignorado, y nuestros genitales, peor todavía: una raja, una patata, una almeja, un conejo, el felpudo, el chumino, el chocho, el chichi… ¡No lo soporto! Me duele hasta escribirlo. Pero esa es la consideración que se les tiene a nuestros genitales. Ellos poseen un coloso, un titán, el no va más entre las piernas, nosotras… un vulgar agujero.
Lo siento, este texto está llegando a unas cotas de ordinariez preocupante, pero es que entre nuestras hermosas piernas se esconde algo malsonante, innombrable, vergonzoso, y lo habitual es que lo más educativo que sepamos sobre ahí abajo esté relacionado con la asignatura de ciencias naturales, o sea, un simple tema de reproducción humana: ovarios, útero, vagina, menstruación (otro trauma), ovulación, espermatozoides, fecundación, gestación, nacimiento…
Qué bonito: ¡el ciclo de la vida!
Ni que fuera una película de Disney.
Precioso, sí. ¡Preciosíiiiisimo! Pero y de los genitales desde el punto de vista sexual, ¿qué? Poco, muy poco, o nada de nada, salvo el consabido: «Usa preservativos, no vayas a quedarte embarazada o te contagien algo».
Vamos que… o te preñan o te matan.
Mamás, papás, profesores y sociedad en general, a ver si os enteráis de que lo que no tiene nombre ¡sí que lo tiene!, y que ahí abajo las chicas tenemos otras partes y otras funciones mucho más interesantes.
¡Calla, niña, no seas guarra!
Moraleja:
¡Querida, despabílate tú solita, que a los demás les da mucho corte y les sobran prejuicios para dar y vender!
¿Qué tienes entre las piernas: algo feo, sucio y deshonroso,
o unos genitales hermosos que son la fuente de tu placer?
Estamos hablando exactamente de lo mismo y, sin embargo,
de qué forma tan diferente.
LA DICHOSA MENSTRUACIÓN
Es uno de los tabúes más antiguos; hasta se cree que la palabra tabú puede derivar de tupua, que significa menstruación en polinesio. En fin, que la cuestión se las trae, pero por cuestiones de espacio me permito sólo unas notas:
Primero. Se trata de un tema reservado, secreto, sucio, es decir, mejor que no se note que la tienes y prohibido hablar de ello delante de hombres. No importa si te duele a muerte, tú sigue como si nada, no vayas a molestar a alguien con tus sufrimientos y te acusen de ser mujer, menuda ignominia. Lo mejor: la total solidaridad masculina. Su mayor comprensión de lo vuestro, aparte del rollo reproductivo, se limita al típico «debe de tener uno de esos días», excusa para que cíclicamente puedan ignorarnos o despreciarnos por estar en fase histérica, insoportable, tonta, llorona, borde o como quieran calificarnos ese mes.
Segundo. El punto anterior nos lleva a pedir la entrada directa al cielo para quien inventara los tampones: nos ayudan a pasar inadvertidas, condición fundamental para no molestar. Otro tanto para quien tuvo la genial idea de comercializar las compresas, ¿te imaginas el calvario de tener que estar lavando pañitos?
Tercero. ¿Sabías que varios estudios han demostrado que tener un orgasmo puede aliviar temporalmente o reducir la dismenorrea (dolor menstrual)? Se cree que las contracciones uterinas que se producen durante el clímax y la posterior disminución de la vasocongestión aplacan el dolor de espalda y de la pelvis, así como los calambres abdominales. También influye la actividad hormonal, quizá por descarga de oxitocina durante el clímax.
Cuarto. Es falso que no te puedas quedar embarazada durante el período. Aunque es difícil que suceda, puedes tener una ovulación anómala (normalmente causada por un exceso de tensión) con las consecuencias previsibles. Además, si confundes las «pérdidas» que a veces se producen durante la ovulación con la regla y copulas sin tomar medidas de precaución, es evidente que te la estás jugando. Otro factor que cabe tener en cuenta, sobre todo si tus ciclos no son regulares: los espermatozoides pueden vivir hasta tres días en el interior de tu vagina. Concretando, no te la juegues.
Quinto. ¿Cómo viviste tu primera menstruación? En la cultura occidental no existe un rito, una forma de celebración, que nos facilite el tránsito de niña a mujer. De la noche a la mañana, entramos en un mundo desconocido, el mundo de la sexualidad adulta, con mayor susto, vergüenza o engorro que alegría, y, para colmo, nos cae una responsabilidad enorme, ¡podemos quedarnos embarazadas! Por si con eso no bastara, lo habitual es que todo se reduzca a: «Enhorabuena, ya eres toda una mujer. Toma una compresa y cuidado con los chicos». Si la experiencia de tu primera menstruación fue negativa, te repito lo que recomiendan algunos psicólogos: la próxima vez que te venga haz algo para celebrarlo, para celebrar que eres una mujer.
Sexto. Fíjate qué diferente resulta para ellos. La forma en que toman conciencia de su entrada en la sexualidad adulta se produce, aproximadamente entre los 11 y 15 años, con las primeras eyaculaciones, sea por masturbación o poluciones nocturnas (emisiones involuntarias de semen mientras duermen). Puede que alguno se asuste, pero, en general, ¡cómo gozan! Menuda diferencia respecto a lo nuestro.
Séptimo. Si la tuvieran ellos, la regla sería el no va más. Como advierte Gloria Steinem en su ensayo Si los hombres menstruaran: fanfarronearían sobre su duración y cantidad; habría ceremonias para marcar el inicio de su virilidad; el Instituto Nacional de Dismenorrea gastaría millones en investigar las molestias de cada mes; habría tampones Paul Newman, compresas Muhammed Ali y maxicompresas John Wayne…
Extras: si entras en menstrala.blogspot.com/ podrás ver Menstrala, la serie de cuadros realizada por Vanessa Tiegs con su propia sangre menstrual. También en la red, puedes buscar Twelve Flower Months de Chen Lingyang. La pintora y fotógrafa ha jugado con flores (simbolizan los meses en el calendario chino) y su cuerpo y sangre menstrual para plantarle cara a la tradicional sumisión de las mujeres de su país y los tabúes relacionados con la menstruación. Otra artista que ha investigado en torno a esta cuestión es la española Isa Sanz. Busca en YouTube: «Sangro pero no muero» y verás un reportaje que incluye una entrevista con ella y donde se muestran imágenes de su trabajo. Libros que me han recomendado lectoras: Luna roja, de Miranda Gray, y Tu semana de Venus, de Rebecca Booth. Para adolescentes: El libro de la regla, de Jennifer y Karen Gravelle.
En los apéndices encontrarás uno titulado Uno de esos días, sobre las ventajas de entender cómo nos influye nuestro ciclo menstrual.
Cuerpo de mujer: ¡mira que eres linda!
Conocer tu propio cuerpo es indispensable para ser dueña de tu sexualidad.
Alrededor de los doce años, nunca más tarde de la menarquia (primera menstruación), todas las jovencitas deberían ser invitadas a sentarse junto a un grupo de mujeres adultas en quienes confiaran y mantener una larga conversación de mujer a mujer: sobre la menstruación y la reproducción, claro que sí, pero también para darles unas buenas y sólidas nociones sobre sexualidad y placer.
Finalizado el encuentro, sus mayores deberían regalar a la niña un kit de exploradora (¿acaso el descubrimiento del sexo no es toda una aventura?), porque de nada sirve la teoría sin la experiencia: «Toma, cariño, un espejito de mano y un manual de instrucciones para que aprendas cómo son y cómo funcionan tus genitales. Si necesitas ayuda o tienes cualquier pregunta, no tienes más que decírnoslo». No bromeo. Eso o algo parecido debería ser lo normal: nos ahorraría muchos traumas y mucho sufrimiento.
Tenemos una imagen muy poco realista de cómo son nuestros genitales. Casi todas partimos de la creencia errónea de que son horribles y huelen fatal. ¿Cómo podemos ser tan estúpidas…?, si ni siquiera los hemos mirado ¡y menos aún olido!
¿Te das cuenta de que los hombres/mujeres con quienes has compartido tu cuerpo y tu ginecólogo/a saben mejor que tú cómo son y a qué huelen tus genitales?
Si te sabes de memoria cómo son tus ojos, tu nariz, tus labios, tu pecho, tu vientre, tus manos, tus nalgas, tus pies… ¿no sería lógico que también tuvieras muy claro qué aspecto tienen tus genitales?
Es muy fácil si utilizas un espejo de mano. Para ello ponte cómoda: en cuclillas, sentada (por ejemplo en el retrete o el bidé, ya que el hueco permite pasar el espejo con facilidad) o en la postura que te facilite la observación. No dejes de hacerlo. Si no soportas la idea, si te da asco o vergüenza, pregúntate por qué no aceptas tu propio cuerpo, busca las causas de tu rechazo, de la incomodidad que sientes. No le quites importancia al problema: avergonzarte de tu propia sexualidad es algo serio, y si este libro no te ayuda a avanzar en tu proceso de aceptación, deberías pedir ayuda a un terapeuta sexual[37].
En estas mismas páginas hallarás ilustraciones para ayudarte a distinguir las diferentes partes de tu aparato genital externo, es decir, de tu vulva (o sea, envoltura). Separa tus labios mayores o externos y observa el interior: básicamente tus labios menores o internos, el clítoris, el meato uretral (parte externa de la uretra, por donde expulsas la orina) y la abertura vaginal. Hay terapeutas que incluyen el periné y el ano como parte de nuestros genitales, ya que aunque en principio no sean órganos sexuales y se trate de un tema tabú, tienen enormes posibilidades para el placer (nos ocuparemos de este tema, del que sólo tú puedes decidir tu actitud al respecto).
Utiliza tus dedos para tocarte y acariciarte. ¿Qué sientes al palpar las diferentes partes de tus genitales? Métete un dedo en la vagina y siente su textura. ¿Te la imaginabas así? También puedes contraer la musculatura pubococcígea; no te preocupes si no sabes lo que es, las explicaciones están a pocas páginas de aquí. Cuando hayas acabado, huele y, si quieres, saborea tus dedos. No frunzas el entrecejo, la vagina es más higiénica que el interior de tu boca, ya que se limpia por sí misma. Además, si eres capaz de catar un pene, ahora no me vengas con el cuento de que no puedes hacer esto. Si los hombres no te parecen sucios, ¿por qué tú sí?
¿Qué aspecto tienen tus genitales? ¿Te sorprenden? ¿Los imaginabas así? Para muchas de nosotras su visión supone un shock. La propia Betty Dodson, considerada la gurú de la masturbación femenina[38], recuerda que la primera vez que se los miró le recordaron «la papada de un gallo» y juró que dejaría de masturbarse: «Hice un pacto con Dios. Si él me libraba de esas cosas que colgaban, yo nunca más me tocaría, mantendría mi habitación ordenada y querría a mis hermanos pequeños». Claro que cuando lo dijo tenía diez años, y ya ves: ¡acabó dando lecciones de sexualidad femenina que han inspirado a miles de mujeres en todo el mundo!
¿Por qué nuestros genitales nos parecen tan raros, incluso feos y poco dignos de halago? Por puro desconocimiento. ¿Cuántas veces has observado una vulva? Como no sea en un dibujo como el que aparece en estas páginas y que no deja de ser una simplificación de la variedad de formas, texturas y colorido de los genitales femeninos… Así, es imposible que te parezcan normales, hermosos, adecuados. No estás familiarizada con tu anatomía sexual y para colmo te han enseñado a renegar de ella.
Al igual que cada cara es única, nuestros genitales también lo son.
Hay labios mayores de mil y una versiones: gruesos, no tanto, muy finos, algunos con mucho vello púbico, otros con escaso y de una tonalidad distinta a la del cabello.
La mitad de las mujeres apenas tienen labios menores y la otra mitad los tiene más largos que los mayores, incluso muchas tienen un lado que sobresale más que el otro. Y qué decir de los colores y las formas que adoptan: ahora mismo tengo en mente la fotografía de unos como pétalos morados, ¡impresionantes!
Existen clítoris de todos los colores (rosados, marrones, negros, azulados…), volúmenes y formas; algunos están divididos en dos, otros han sido alargados por métodos artificiales —ya que la tradición tribal lo demanda—; existen capuchones muy sencillos, mientras que otros son arrugados como si tuvieran varias capas de piel…
Podría seguir, pero ya te habrás hecho una idea. Observa el color, la forma, el tamaño de tus genitales. Son únicos, son maravillosos[39].
Aún puedes hacer algo más. En la próxima visita a tu ginecólogo (doy por supuesto que acudes por lo menos una vez al año y te haces las pruebas pertinentes) puedes llevarte un espejo de mano y una linterna y pedirle que cuando te introduzca el espéculo, te deje mirar tu interior. No te avergüence hacerlo. Explícale tus motivos y pídele su apoyo.
Si tienes alguna hermana o amiga de confianza podríais acompañaros mutuamente al ginecólogo (o realizar juntas vuestra autoexploración) para observaros la una a la otra, ya que, por razones obvias, es más fácil ver bien la vagina de otra persona que la propia. Puede que te horrorice la idea (maldita educación), pero has de saber que quienes se han apuntado a la experiencia la consideran enriquecedora, porque ayuda a entender la singularidad de nuestro aparato sexual. Además, cuando oyes que los niños se enseñan el pene e incluso comparten alguna sesión masturbatoria, ¿te escandalizas? ¿Verdad que no? Pues tú tampoco haces nada del otro jueves. Lo único que intentas es normalizar una parte de tu cuerpo, desmitificarla, perderle el miedo.
Última propuesta: compartir la experiencia con tu pareja. Si te sientes cómoda con la idea, pregúntale si le gustaría. En muchos hombres existe un miedo inconsciente a la genitalidad femenina. Puede que hayas oído hablar de las «mandíbulas de la muerte» o la «vagina dentada», ¡como si nuestro cuerpo fuera a mutilar su pene! En fin, este tipo de aproximación a nuestra sexualidad puede acabar con muchos fantasmas y fomentar vuestra compenetración.
Ahora que ya hemos descubierto nuestros genitales, se trata de conocer cómo funcionan y disfrutar de ellos… ¡y de todo nuestro cuerpo! Para lograrlo, hemos de abrir nuestra mente para experimentar toda nuestra capacidad. Nuestro placer lo incluye todo. Se expande por nuestra anatomía, incluso va más allá, porque es algo mental, incluso espiritual. Cometemos un error cuando nos dividimos en partes capaces o no capaces, con derecho o sin derecho a gozar. Hemos de darnos permiso y probar, experimentar y descubrir. Sin obligaciones ni carreras hacia la meta ni récords que batir. Insisto: tan o más importante es el camino, como llegar. Puede que, como algunas mujeres, descubras sensaciones nuevas, puede que, como otras, logres por fin dar nombre a algo que tú sentías, puede que simplemente te hagas con las riendas y sientas que tu sexo es tuyo, lo que, en definitiva, es uno de nuestros objetivos.
Antes de entrar en materia, un consejo: ya sé que lo que sigue es largo, pero léelo de principio a fin. La teoría es muy importante para llevar a cabo una buena práctica. No leas sin más, fíjate en los dibujos, y siente y/o visualiza mentalmente tu cuerpo. (Al final del capítulo, nos ocuparemos también de los hombres).
Monte de Venus, labios mayores y labios menores.
El monte púbico o de Venus, en honor a la diosa romana del amor, es como una almohadilla de tejido adiposo, cubierta de piel y más o menos vello, que con la edad puede convertirse en canoso y disminuir en cantidad. Está situado sobre el hueso púbico y actúa como un colchón en ciertas posturas coitales. Como dispone de terminaciones nerviosas y debajo se encuentra el clítoris, es muy probable que las caricias o la presión en esa zona te resulten placenteras. Es cuestión de probarlo (antes de que me llames pesada, te advierto que esta frase u otra en parecidos términos —prueba, experimenta, intenta…— es la que más veces hallarás en este libro. Es la mejor filosofía: si no te repele, dale por lo menos una oportunidad, incluso más).
Del monte púbico arrancan los labios mayores o externos, que llegan hasta el ano y ocultan la mayor parte de nuestros genitales (insisto: en muchas ocasiones los labios menores sobresalen). Puede que te hayas dado cuenta de que desprenden un sudor oloroso: hay quien sugiere que se trata de un mecanismo para atraer sexualmente a los hombres. Aunque los labios mayores tienen una función básicamente protectora, también suelen responder al tacto y a la presión y se hinchan cuando nos excitamos.
Los labios menores «son como pétalos curvilíneos» (hermosa descripción de Masters y Johnson) que se unen por arriba formando el capuchón del clítoris y se juntan bajo la apertura vaginal (área que recibe el nombre de fourchette y es muy sensible). Muy ricos en terminaciones nerviosas, son muy sensibles y cuando nos excitamos cambian de color, aumentan de tamaño, alcanzando en ocasiones hasta dos y tres veces su volumen habitual, y se separan dejando al descubierto la entrada vaginal. Su estimulación puede llevar a algunas mujeres al orgasmo.
Clítoris
El clítoris (del griego kleitoris, es decir, pequeña colina) es el órgano sexual femenino por excelencia; es más, es el único órgano humano que sólo existe para recibir y transmitir estímulos sexuales. ¡Sólo existe para gozar! No es cuestión de bromas. Los penes, además de dar placer, tienen fines reproductivos y fisiológicos. Y, sin embargo, nosotras no rendimos pleitesía ni mimamos nuestro clítoris como los hombres a su idolatrado apéndice. ¡Muy mal!
Si no lo has hecho ya, comprobarás que es muy fácil de localizar. El glande del clítoris está situado donde se unen los labios menores por su parte superior y se esconde bajo un capuchón o prepucio, que es el equivalente al que existe en el pene. Por ahora —sólo por ahora y porque hablamos del glande— diremos que es pequeño, algo así como del tamaño de un guisante (cada mujer es única, no lo olvides). De tejido eréctil, semejante a una esponja, se llena de sangre cuando te excitas, lo que hace que se agrande y se tense, en definitiva, que entre en erección, igual que el miembro masculino.
A medida que te excitas y el orgasmo se acerca, los labios mayores y sobre todo menores se hinchan considerablemente (lo dicho: pueden doblar, incluso triplicar su grosor), y también lo hace el glande del clítoris, que se retrae contra el hueso púbico y bajo el prepucio. ¿Por qué se esconde? Para protegerse de una excesiva estimulación, ya que al estar sembrado de miles de terminaciones nerviosas, es extremadamente sensible y corre el riesgo de irritarse, produciendo el efecto contrario al deseado[40]. Esta es la razón por la que cuando muchas mujeres se masturban no lo hacen estimulando el glande, sino que masajean el capuchón o el área circundante, presionan la zona con la mano o colocan un vibrador por encima de los labios mayores para mitigar su vibración.
Puede que las siguientes explicaciones parezcan algo complicadas, pero si te ayudas de las ilustraciones tus dudas se disiparán. No dejes de leerlas, porque es importante que sepas cómo es y cómo funciona realmente tu clítoris.
Lo que generalmente llamamos clítoris es sólo su parte visible, la punta del iceberg. En 1998 la doctora Helen O’Connell[41] realizó una serie de disecciones de genitales femeninos que demostraron que nuestro clítoris es una estructura mucho más grande y compleja de lo que siempre se había asegurado. Te lo explico. Si al tocar el glande clitoriano intentas seguirlo hacia el interior, notarás que tiene un cuerpo elástico de dos o más centímetros de largo cuya base está unida al hueso púbico. Pues bien, lo que no puedes palpar (para eso tienes la ilustración) es cómo luego se bifurca, como una letra V, en:
- Dos extremidades o raíces (llamadas crura, crus en singular) de tejido eréctil, que se extienden hacia atrás y pueden alcanzar hasta nueve centímetros de longitud.
- Dos bulbos de tejido eréctil que también se expanden a cada lado de la vagina y envuelven la uretra. Aunque se les llama vestibulares, por situarse a ambos lados de la abertura o vestíbulo vaginal, la doctora O’Connell propone que se les llame bulbos clitorianos[42].
Cuando nos excitamos, las raíces y bulbos clitorianos entran en erección, o sea se llenan de sangre, y cuanto mayor sea nuestra excitación, más aumentan de tamaño y más sentimos.
Importante. Es bastante común que la penetración vaginal se produzca mucho antes de que la mujer esté lo bastante excitada, porque se suele pensar que estamos preparadas para el coito cuando estamos lubricadas (húmedas o mojadas, como se suele decir). Pues no, no necesariamente es así. La verdadera señal de excitación sexual en la mujer es, al igual que sucede en los hombres, una buena erección, es decir, que la vulva, sobre todo los labios menores y clítoris, esté turgente, es decir, congestionada de sangre (por supuesto, las raíces y bulbos clitorianos también, pero eso no se puede notar desde el exterior). Cuanto más volumen, más sensibilidad y, por tanto, más posibilidades de placer. De hecho, el orgasmo no es más que la consecuencia de liberar la tensión que se acumula por la congestión sanguínea en la zona pélvica. Atención: esa excitación no es garantía de que una mujer vaya a alcanzar el clímax mediante el coito. Puede perderla si deja de ser estimulada en la zona que le está produciendo dicha excitación (generalmente, parte exterior del clítoris y alrededores), lo que suele suceder cuando se produce la penetración y el hombre o ella olvidan hacerlo.
NO PARES HASTA QUE TE LO DIGA
Una vez han alcanzado lo que se conoce como el punto de inevitabilidad eyaculatoria, los hombres no dejan de correrse aunque se detenga la estimulación. Por el contrario, las mujeres necesitamos que esta sea constante para llegar y para que no se interrumpa nuestro clímax. Es decir, si en pleno orgasmo dejamos de ser estimuladas, este se corta o pierde gran parte de su intensidad.
Como las personas tendemos a pensar que lo que nos va a nosotros les va a los demás, es importante que los hombres entiendan que no somos iguales, tampoco en este aspecto, y que cuando nos estimulan no han de detenerse hasta que les demos el alto.
Otra falsa creencia que hay que desterrar es la de que el hombre ha de aguantar mucho rato para que así a la mujer le dé tiempo de acabar. Como comprenderás, se trata de otro mito perteneciente a la colección supermacho (la dichosa perspectiva masculina). El error es creer que si la mujer no alcanza el clímax es porque él no aguanta lo suficiente. No es verdad. De nada sirve que él haga un alarde de duración y se pase dos horas penetrándola si ella no es estimulada en el lugar adecuado.
Después de alcanzado el clímax, el clítoris (en realidad, todo el aparato genital femenino) necesita unos diez minutos (a veces hasta media hora) para recobrar su volumen normal, que es el tiempo que tarda la sangre en dispersarse, motivo por el que muchas mujeres pueden tener más de un orgasmo por sesión. Pero ¡atención!, si una mujer está muy excitada y no llega, es decir, no descarga la tensión acumulada, la vasocongestión puede permanecer durante horas en los genitales y causarle una desagradable sensación, además de frustración, irritabilidad, incluso rabia, más o menos soterrada, hacia su pareja.
¿A qué te suena eso? ¿Cuántas veces nos han venido con el rollo de que si los hombres no descargan sufren «dolor de huevos»? Pues a nosotras puede pasarnos algo parecido y, como siempre, qué poco se habla de ello. Hace años que se sabe que las mujeres que no llegan tras un largo período de excitación sexual pueden sufrir un malestar físico comparable al de los hombres que no logran eyacular. Dicho de otro modo, cuando estamos excitadas, también necesitamos orgasmos. No vale eso de que «a ellas les basta con la proximidad emocional».
CON LA CABEZA EN OTRA PARTE
A diferencia del hombre, a nosotras nos cuesta bastante desconectar del mundo y eso perjudica seriamente nuestro placer. El ruido de los tacones de la vecina del piso de arriba, el timbre del teléfono, los padres que están al caer o el bebé que tose en la habitación contigua, nuestros miedos e inseguridades (ya hemos hablado de ellos) y toda la retahíla de preocupaciones cotidianas («Me he olvidado de apagar la luz del comedor», «Aún tengo que acabar un informe para mañana») nos desconcentran fácilmente y pueden cortar abruptamente nuestra excitación, incluso nuestro orgasmo. ¡Qué estrés! ¿Solución? Ya sabes, aprender a darse permiso. En este caso, permiso para desconectar y centrarte sólo en tu placer. Querer controlarlo todo es malo para la salud.
Es más, cuando esto sucede a menudo, es decir, cuando una mujer se queda a las puertas de con regularidad, sufre lo que se conoce como congestión pelviana, un síndrome que se caracteriza por la sensación de pesadez, incluso molestias, en la zona de la pelvis —en los casos graves, intenso dolor durante el coito—, además de producir alteraciones emocionales en quien la sufre: depresión, irritabilidad, angustia, ansiedad…
En definitiva, espero que si alguna vez albergaste dudas, se hayan disipado y tengas muy claro ¡y para siempre! que lo que causa tu placer es tu clítoris. Y de pequeño nada de nada. Tan grande y tan o más poderoso que un pene, sólo que no se ve. Así que, con tu permiso, recapitulemos lo dicho casi al principio de este capítulo: Ellos tienen un coloso, un titán, el no va más entre las piernas. ¿Y nosotras? Nosotras ¡también! Y haz el favor de rendirle la debida pleitesía.
Orificio uretral y uretra
Cuando estamos excitadas —puedes comprobarlo—, el área comprendida entre los labios menores adquiere una gran sensibilidad y se convierte en una importante zona erógena. Alrededor del orificio uretral o meato urinario existen muchas terminaciones nerviosas y su estimulación puede resultarnos placentera. ¡Ojo!, cada mujer es diferente y no es obligatorio que nos guste. Si no te va, olvídate de ello.
La uretra (o conducto que une la vejiga con el exterior) no se considera una zona erógena, sin embargo, está rodeada de tejido eréctil (la llamada esponja uretral) y, por lo tanto, cuando nos excitamos, se congestiona y puede causarnos placer al ser presionada externamente a través del meato urinario y sus alrededores (hay quien lo llama el punto U, de uretra) o internamente a través de la vagina (en concreto, el famoso punto G). Asimismo, esta esponja uretral contiene glándulas que producen fluidos similares a los de la próstata masculina y que son los causantes de que algunas mujeres eyaculen —por la uretra— al ser estimuladas en esta zona. Hablaremos de ello en el apartado dedicado al punto G.
Vagina
Hay quien la califica de orificio virtual, porque sólo cobra vida en el momento del coito o el parto. Dicho de otro modo, en estado de reposo las paredes vaginales se tocan, es decir, se apoyan la una contra la otra. Sin embargo, la vagina tiene una enorme elasticidad y cuando nos excitamos, despierta: se lubrica, se hincha y se agranda, es decir, se convierte en un auténtico conducto para acoger el pene (su elasticidad queda demostrada en el momento del parto). Por cierto, muchas mujeres creen que su vagina es muy frágil, incluso se preocupan en exceso por ella. Se equivocan. No es nuestro punto débil. Es más, puede que te sorprenda, pero has de saber que es mucho más fuerte y menos delicada que el pene.
Nuestra sensibilidad vaginal no es homogénea. El vestíbulo, es decir, la apertura exterior (también llamada introito) suele ser muy sensible a la estimulación y si dividiéramos en tres partes nuestra vagina, la primera, es decir, la más cercana a la entrada, suele considerarse la más excitable debido a que está flanqueada por las raíces y bulbos clitorianos y tiene numerosas terminaciones nerviosas. Además, esta es la parte que se contrae involuntariamente durante los espasmos orgásmicos. Más allá de ese primer tercio, vale la pena prestarle atención al punto G, del que nos ocuparemos en seguida, y, en la parte superior de la vagina, al cérvix o cuello uterino y al fondo de saco vaginal posterior, también llamado cul-de-sac (callejón sin salida en francés).
Es cierto que a muchas mujeres les molesta que el miembro masculino toque su cuello uterino, sobre todo si lo golpea, pero también lo es que otras disfrutan cuando les estimulan el cérvix, incluso hay quien alcanza el orgasmo. A mediados de los años noventa, la doctora Beverly Whipple, una de las redescubridoras del punto G, llevó a cabo una serie de investigaciones en pacientes con la médula espinal totalmente dañada que aseguraban sentir orgasmos. Para ello, a las mujeres que participaron en el estudio se les ajustó un diafragma en el cérvix, que podían estimular mediante un tampón. Los resultados vinieron a confirmar la enorme sensibilidad del cuello uterino. Incluso tres de las dieciséis pacientes que participaron en la prueba alcanzaron el clímax. En el grupo de control (mujeres sin ninguna lesión) los resultados fueron proporcionales: una de las cinco participantes llegó. Esto no viene sino a confirmar lo mucho que queda por investigar acerca de nuestra sexualidad.
Puede que jamás hayas oído hablar del cul-de-sac y que, no obstante, te haya causado un gran placer. De hecho, quienes lo han experimentado dicen que merece tanta o más publicidad que el punto G. Cuando se alcanza un alto grado de excitación sexual, los músculos del útero se tensan y este se eleva, dejando al descubierto el fondo de saco vaginal posterior, habitualmente cubierto por él. Entonces el hombre puede abandonar el movimiento de vaivén y presionar con empujes cortos —repito: presionar, no embestir— esta zona con su pene. Incluso puede acoplarse y establecer un balanceo rítmico con su pareja, jugando ambos a friccionarse el uno contra el otro y/o movilizar su musculatura PC (a la que nos referiremos en breve).
Las tres posturas coitales en que resulta más fácil estimular el cérvix o el cul-de-sac (a la par que el clítoris manualmente) son:
- La cópula desde atrás.
- Nosotras boca arriba, abrazando nuestras piernas (de forma que nuestras rodillas toquen nuestro pecho) o apoyando las pantorrillas sobre los hombros de nuestra pareja.
- Nosotras encima (esta postura nos permite una gran movilidad y hay quien sugiere que es mejor colocarse mirando en dirección hacia sus pies).
Recuerda: cada mujer goza de distinto modo. Lo recomendable es, como siempre, que te escuches a ti misma. Experimenta tantas veces como quieras y observa cómo reacciona tu cuerpo: si te gusta, bien, si no, desiste, pero sin olvidar que tus necesidades o gustos pueden ir cambiando con el tiempo.
Podemos aprender a sensibilizar aún más nuestra zona genital, fortaleciendo nuestros músculos pubococcígeos (PC), también llamados músculos o musculatura del amor. Son esenciales para gozar, porque rodean la parte inferior de nuestra uretra, vagina y recto, y, junto con otros músculos, se contraen involuntariamente cuando nos excitamos y alcanzamos el clímax. Dicho de otro modo, se ha demostrado que existe correlación entre la fuerza de estos músculos y la capacidad de alcanzar orgasmos y la intensidad de estos: cuanto más tonificados están, más sentimos[43].
Si nunca has oído hablar de ellos, lo primero que tendrás que hacer es localizarlos: mientras orinas, corta el flujo en varias ocasiones. Los PC son los músculos que comprimes para detener la micción. También puedes introducir un dedo en tu vagina e intentar apresarlo. Puede que al principio no te resulte fácil. Atención: sólo debes apretar tu musculatura PC, no el abdomen, ni los muslos ni las nalgas ni cualquier otra parte de tu cuerpo.
Muchas mujeres ya han fortalecido su musculatura PC utilizando los ejercicios de Kegel[44] y están de acuerdo en que, tras mes y medio de práctica continuada, aumenta su sensibilidad vaginal y por lo tanto su placer. Además, el control de las paredes vaginales durante la penetración se incrementa, lo que, por supuesto, también beneficia al hombre, ya que nuestra capacidad de sujetar y presionar su pene es mayor.
Son de lo más sencillo y puedes practicarlos casi en cualquier momento del día: mientras hablas por teléfono, trabajas, ves una película, estás atrapada en el atasco de cada día, preparas algo para cenar… Una advertencia: algunas mujeres se excitan al hacerlos. Si es tu caso, que lo disfrutes.
Existen dos tipos de ejercicios y han de combinarse:
- El primero consiste en contraer (tirar hacia arriba) y relajar (dejar ir, soltar) rápidamente la musculatura de 10 a 15 veces. Lo recomendable es hacerlo tres veces al día: mañana, tarde y noche. Puede que al principio te cueste un poco, incluso que no sepas cuándo estás tensándola y cuándo relajándola, pero no desistas. No te extrañe si los primeros días sientes ciertas molestias, es lógico, tus PC están en baja forma y reaccionan como lo haría cualquier otro músculo del cuerpo que no hubieses ejercitado durante mucho tiempo. Pero si te cansas en exceso e incluso tienes agujetas (abdomen o nalgas), es que estás haciendo mal los ejercicios: recuerda que sólo has de movilizar la musculatura PC y eso indica que aún no has aprendido a dominarla. Para lograrlo, durante unos días realiza los ejercicios metiendo un dedo en tu vagina para comprobar que los haces correctamente. Por favor, no empieces con las manías… ¡es tu cuerpo!
- Cuando ya controles el primer ejercicio, tómate unos días de tiempo, debes combinarlo (que no cambiarlo) con este: tensa tus PC, cuenta hasta tres y relájalos durante otros tres segundos (a medida que controles, aumenta hasta contar diez segundos) y así repetidamente hasta haberlo hecho de 10 a 15 ocasiones tres veces al día. No olvides que debes respirar con normalidad.
Puedes aumentar gradualmente el número de veces que haces cada ejercicio hasta alcanzar, si lo deseas, unas 150 contracciones diarias (repartidas como mejor te convenga). Sin embargo, dos advertencias: primera, la práctica excesiva puede provocar irritación o molestias (si es tu caso, haz menos); segunda, lo importante es que seas constante. La musculatura PC debe ejercitarse a diario; de nada sirve hacerlo durante un mes si luego pasas. ¿Un truco para no olvidarte? Bien simple: elige tres momentos claves del día. Por ejemplo, durante tu ducha matinal ¡o en el atasco!, mientras tomas el postre a la hora de comer y tras cepillarte los dientes antes de meterte en cama. Así los convertirás en parte de tu rutina.
¿Te atreves con un ejercicio más? Seguro que sí. Pues, imagina tu vagina (piensa que está inclinada hacia tu espalda, formando un ángulo de unos 45 grados). Ahora intenta contraerla en sentido ascendente, desde la apertura vaginal hasta el cuello del útero, y después en sentido contrario. Hazlo lentamente, efectuando tres paradas. Imagina que se trata de un ascensor que para un segundo en cada planta, tanto cuando sube como cuando baja. No es fácil, pero no desistas.
Estos ejercicios puedes realizarlos colocándote en el interior de la vagina un dispositivo de resistencia, contra el cual poder contraer y relajar tus PC. Esta posibilidad se convierte en condición indispensable cuando están muy débiles, es decir, si tienes dificultades o te es imposible detener la micción[45]. ¿Qué puedes utilizar? En las farmacias comercializan un juego de conos vaginales de diferente peso, pero usarlos adecuadamente necesita de un aprendizaje previo y del control por parte de un fisioterapeuta. ¿Entonces? Te puedes decantar por unas bolas chinas (explicaciones en el cuadro «Sensibilidad con mayúsculas»), que pesan menos y dan óptimos resultados. Si lo prefieres, también puedes utilizar tus dedos, un consolador[46] o un vibrador, aunque sin ponerlo en marcha.
Y si me permites una propuesta, prueba la gimnasia abdominal hipopresiva, una técnica de ejercicios pensada especialmente para la mujer y cuyo objetivo es aumentar nuestro tono muscular abdominal y perineal ¡sin martirizarnos! Este tipo de gimnasia, además de mejorar nuestro físico (tanto en forma como en postura corporal) y ser beneficiosa para nuestra salud (por ejemplo, es fundamental para evitar/combatir la incontinencia urinaria, un problema que afecta al 45% de las españolas, hay estudios que indican que más), influye muy positivamente en nuestra vida sexual (ya que fortalece y sensibiliza aún más nuestra musculatura vaginal) y, gracias a todo ello, refuerza nuestra autoestima. Difícil pedir más. ¿Conclusión? Yo que tú le daría una oportunidad[47].
SENSIBILIDAD CON MAYÚSCULAS
¿Quieres notar un verdadera evolución a mejor en tus prácticas sexuales? Vamos de compras: necesitas unas bolas chinas (hay quien las llama bolas inteligentes… en seguida entenderás por qué). Se encuentran en sex-shops o por Internet. Descripción: dos bolas de plástico, silicona o látex, de unos 3,5 centímetros de diámetro, unidas entre sí por un cordel, y que en su interior contienen otra más pequeña de metal. Cuando las tengas, corta la bola del extremo y el cordel que la sujeta a su gemela, dejando sólo la segunda esfera con el hilo restante (ilustraciones en la página 136). Ya puedes introducirla en tu vagina, con el cordel fuera, como si fuera un tampón. ¿Sorpresa? ¿Desconfianza? Espero que no: los fisioterapeutas especializados en suelo pélvico recomiendan este ejercicio para combatir la flacidez y pérdida de función de esta zona, causantes de la incontinencia urinaria y/o fecal, la caída de la vejiga, útero y/o recto. Asimismo, esta falta de tono vaginal puede agravar ciertas disfunciones sexuales, como algunas anorgasmias.
Si tu musculatura está bien no te costará retener la bola, si se cae con facilidad acude ¡ya! a un especialista. Puedes llevarla media hora al día (si te sientes cómoda puedes llevarla más tiempo), mientras caminas, bailas, haces las tareas de la casa, aeróbic, mejor aún, gimnasia abdominal hipopresiva, es decir, cualquier cosa que implique movimiento (nada de tumbarse o sentarse, salvo en el caso de que estés haciendo tus kegels y el movimiento lo estés provocando tú interiormente). El objetivo es que la esfera metálica se mueva en el interior de la otra, estimulando y tonificando tu vagina, que se ve obligada a ajustarse continuamente a lo que está sucediendo en su interior. Y todo esto sin que tengas que estar pendiente, ya que lo hace de forma refleja. Más fácil, imposible (incluso, algunas mujeres dicen sentir cierto placer).
¿Por qué te has de apuntar? Lo dicho: para evitar patologías y mejorar tu goce. En unas semanas, cuando hayas tonificado tu musculatura vaginal, sentirás mucho más y controlarás mejor el juego coital. Hay más: los hombres viven con una clara sensación de tener un pene, en cambio, ¿cuántas mujeres vivimos conscientemente la existencia de nuestra vagina? Salvo durante el coito, poquísimas. Pues bien, con estos ejercicios, ¡nos apropiamos de ella! Y por si eso no bastara, hacerlos tiene implicaciones psicológicas: adoptar una actitud positiva y activa a favor de nuestra sexualidad y nuestro cuerpo de mujer genera autoestima, también sexual, y con ello animamos nuestro deseo.
Ejercicios recomendables, aparte de los kegels: primero, ponte de cuclillas lentamente y si notas que la bola se quiere escapar, procura retenerla; segundo, mientras estiras del cordel para extraerla, intenta impedirlo para ganar en fuerza. Cuando domines esto último, prueba a apresar el glande de tu pareja (su zona más sensible) durante el coito, es posible que le cause placer.
Detalle final: si usas tu bola a diario, reemplázala como mínimo cada dos meses, incluso antes si la notas deteriorada. Por ejemplo, si el cordel empieza a cambiar de color. De hecho si las cortas bien, de cada juego de bolas, te saldrán dos[48].
No podemos dar por terminado el apartado dedicado a la vagina sin hablar del himen. Se trata de una membrana muy fina que cubre total o parcialmente (puede tener uno o varios orificios) y cuya inutilidad no discute ningún científico… salvo que queramos considerar útil o positivo que nos hayan tenido acoquinadas durante siglos. El himen se va deteriorando poco a poco desde nuestro nacimiento (la verdad es que algunas recién nacidas ni siquiera lo tienen). De hecho, su desgarramiento —que puede causar un ligero sangrado— puede producirse antes de que una mujer practique el coito por primera vez, debido, por ejemplo, a un accidente. Por cierto, en contra de la creencia generalizada, las actividades deportivas o el uso de tampones no tienen por qué desgarrarlo. Un detalle más: lo de que la rotura del himen duele es un bulo, lo que puede doler son los primeros coitos, si estos se producen de prisa, sin delicadeza, y la mujer está nerviosa y, por ello, tiene la vagina como agarrotada.
Punto G, ¿y otros puntos?
Descubierto a mediados del siglo XX por el ginecólogo alemán Ernst Gräfenberg (de ahí que se llame G), cayó en el olvido hasta que, en 1982, tres investigadores estadounidenses (Beverly Whipple, John D. Perry y Alice Khan Ladas) lo redescubrieron, sin imaginar la polémica que iba a suscitar su hallazgo: que si existe, que si no, que si sólo lo tienen algunas mujeres… Controversia que sigue ¡treinta años después! Por poner un ejemplo, que en su momento provocó cierto revuelo, un estudio realizado por un grupo de científicos del King’s College de Londres (2010), concluía que «la idea del punto G es subjetiva», producto de la imaginación de mujeres influenciadas por los medios de comunicación y los terapeutas sexuales. Lo más sorprendente es que el 56% de las mujeres que participaron en el estudio afirmaron haberlo localizado. ¿Acaso tenían todas una imaginación desbordante?
En serio, ¿cómo es posible que llegaran a esta conclusión cuando la mayoría de las participantes aseguró haber localizado su punto G? Según explicaron los investigadores, las 1800 mujeres, de entre 23 y 83 años, que participaron eran gemelas o mellizas, lo que implicaba que, si una de las gemelas idénticas afirmaba tenerlo, a causa de su total similitud genética, la otra debía decir que también, y el patrón no se cumplió. Tampoco sucedió con las mellizas, donde la similitud genética es del 50%. Lo que no tuvieron en cuenta, como bien señalaron entonces numerosos terapeutas, entre ellos Whipple, fue la experiencia, conocimientos y técnicas sexuales utilizadas por las entrevistadas (y sus parejas, de tenerlas), la dificultad de encontrar el punto G y el hecho de que, incluso encontrándolo, no tiene por qué satisfacer a todas las mujeres por igual.
Hay que aclarar que en realidad no se trata de un punto, sino de una pequeña zona eréctil, situada en la pared anterior de la vagina, a unos 3-5 centímetros de su apertura (quizá algo más, cada mujer es única), bajo la cual se encuentra la llamada próstata femenina, formada por las glándulas parauretrales y la esponja uretral. Esta aumenta su tamaño cuando nos excitamos, y es entonces cuando, presionándola, puede causarnos placer[49].
Si quieres buscarla, imagina que tienes un reloj en el interior de tu vagina y que marca las doce en dirección a tu ombligo. Debes explorar entre las once y la una. Ten en cuenta que es difícil, si no imposible, localizar el punto G si no estás previamente excitada, porque es la excitación lo que hace que sobresalga, como un tejido rugoso. Muchas mujeres sienten la necesidad de orinar al ser estimuladas en esa zona y por eso contraen su musculatura vaginal y/o frenan la estimulación. Error. Cuando se produce esta sensación de tener que hacer pis, hay que empujar hacia afuera, incluso intentar miccionar, lo cual facilitará la respuesta orgásmica.
En todo caso, calma. Y por favor, no te obsesiones si no lo logras a la primera, segunda, tercera… Hay quien jamás lo encuentra y no por ello deja de disfrutar de su vida sexual. Pensar «tengo que encontrarlo», convertirlo en tu principal objetivo, sólo logrará ponerte nerviosa, incluso amargarte la experiencia sexual. La mejor actitud es planteárselo como un juego más, un aliciente más. Si lo localizo, bien, y si no, no pasa nada, porque puedes disfrutar igual gracias a la estimulación del clítoris.
Si vas a intentarlo sola, es recomendable que utilices algún objeto que puedas introducir en tu vagina para estimularte. Puedes ayudarte de un dildo o un vibrador. Incluso hay unos especialmente diseñados para la estimulación del punto G, que pueden encontrarse en sex-shops (no dudes en pedir consejo a los vendedores). Si no te sientes cómoda entrando en una de estas tiendas, puedes comprar esta clase de artilugios (y muchos otros) por correo o por Internet y, si no, siempre puedes utilizar lo que algunos sexólogos llaman pene ecológico, es decir, un pepino. Basta con que lo laves a conciencia y lo enfundes en un preservativo. Lógicamente, también valen los plátanos, zanahorias y calabacines, por citar otras posibilidades comestibles. ¡Lo que he escrito! Sé que más de una/o se llevará las manos a la cabeza y habrá quien diga que es antinatural siquiera pensarlo. ¡Bobadas! Insisto: «Tenemos derecho a disfrutar de nuestro cuerpo como queramos y con quien o lo que queramos (sin utilizar a nadie, tampoco a nosotras mismas)». Es así de simple. Grábatelo entre ceja y ceja: ¡tu vida sexual es cosa tuya! No te dejes influenciar por los prejuicios de los demás.
Si tienes pareja y quieres experimentar con ella, tiéndete boca arriba con las piernas separadas y pídele que te introduzca uno o dos dedos en el interior de tu vagina, arqueándolos hacia arriba. ¿Conoces ese gesto que solemos hacer con el dedo índice para indicar a alguien que se acerque? Pues, más o menos, esa sería la forma en que tu pareja ha de colocar los dedos que, por cierto, deben estar limpios y tener las uñas cortas y bien limadas. Teniendo en cuenta que debes estar excitada, es importante la estimulación clitoriana previa y durante el proceso. Aunque suena muy técnico, no te lo tomes como una maniobra militar: el sexo es un juego.
Las primeras veces no es recomendable intentarlo con el pene por dos razones obvias: los dedos son más sensibles al contacto —estáis buscando una pequeña zona rugosa— y, además, son más fáciles de dirigir y controlar que el miembro masculino. En cuanto a la forma de tocarte, tú debes guiarle, indicándole cómo hacerlo, si frotándolo en un movimiento de vaivén o rotación, o presionando más o menos fuerte, y el ritmo que ha de seguir.
Más adelante podéis intentarlo durante el coito. Las posturas más utilizadas, en ese caso, son:
- En primer lugar, la penetración superficial desde atrás, es decir, sin que el pene se hunda totalmente en la vagina, sino buscando frotar la zona donde se encuentra.
- Otra posibilidad es que te coloques encima de tu pareja, tanto mirándole como de espaldas a él (dependerá de la forma de su pene), porque así puedes controlar el ángulo de entrada y la profundidad de la penetración.
- Tal vez prefieras la postura del misionero, colocando almohadones bajo tus caderas para elevarlas. También puedes conseguir esta elevación si recoges tus piernas contra tu pecho o las cuelgas de su cuello o de sus brazos. Si tu pareja tiene el pene un tanto arqueado hacia arriba, puede favorecer la estimulación del punto G en esta postura, en cambio, la dificultará si te penetra desde atrás[50].
Hay mujeres a las que les basta esta estimulación para alcanzar el orgasmo, pero lo habitual es tener que combinarla con la del clítoris (sea manual u oral). Hay quienes explican que primero necesitan excitarse mucho acariciando su clítoris y después dejan de hacerlo y se concentran en el punto G, y eso es suficiente. Estamos en lo de siempre, cada una de nosotras es distinta y tú debes descubrir lo que te va a ti. En cualquier caso, la estimulación del punto G es uno de los métodos preferidos por las mujeres multiorgásmicas para encadenar varios clímax (incluso hay quienes informan de que la intensidad de estos puede ir en aumento).
Muchas mujeres expulsamos un líquido transparente o blanquecino por la uretra cuando, a través de la vagina, se nos estimula el punto G. Es lo que se conoce como eyaculación femenina o jugo del amor, según el Kamasutra[51]. No es orina, sino un fluido distinto, parecido al semen masculino, sólo que sin espermatozoides. ¿Cantidad? A veces importante —hasta el punto de mojar la cama o tener que pasar la fregona—, otras muy poco, por lo que ni siquiera somos conscientes de ello. De hecho, es posible que todas o casi todas las mujeres eyaculemos durante la experiencia orgásmica variando la percepción subjetiva de la emisión y la cantidad de la misma. En cualquier caso, se trata de un fenómeno natural. No hay que asustarse ni preocuparse.
¡La de sinsabores estúpidos que genera la búsqueda del punto G! Por ello, no puedo dar por terminado este apartado sin recoger el testimonio de una mujer que, por su profesión, relacionada con la salud de la mujer, está muy bien informada y puede servirnos para ilustrar los interrogantes que surgen en torno a este tema: «Hace años, algunas mujeres me hablaban de una zona en el interior de su vagina que les causaba un gran placer e incluso algunas decían hacerse pipí cuando tenían un orgasmo. Yo intentaba tranquilizarlas, pero la verdad es que no sabía a qué se referían. Luego, cuando se empezó a hablar del punto G, pensé “debe ser esto de lo que hablan” y yo misma encontré el mío y disfruté mucho con mi descubrimiento. Sin embargo, desde hace un tiempo no he vuelto a disfrutar de él. No lo encuentro». Moraleja: no te obsesiones[52].
Puede que al leer el título de este apartado te hayas preguntado por los otros puntos a los que hace referencia; tal vez hasta te hayas puesto nerviosa pensando algo así como: «Oh, no, otra cosa que no sé», y tonterías por el estilo. ¡Prohibido agobiarse! Te recuerdo que en lo que se refiere a la sexualidad femenina no existen versiones definitivas, que los estudios sobre cómo somos y cómo funciona nuestro placer llevan muchos años de retraso respecto a los equivalentes masculinos, o sea que… Además, recuerda lo dicho en el capítulo anterior: infórmate, cuestiónatelo todo, prueba y, sobre todo, aprende a tu favor.
Quizá hayas oído hablar del llamado punto A o zona EFA, es decir, la zona erógena del fórnix anterior. En 1996, unos científicos que estudiaban la sequedad vaginal en un grupo de mujeres explicaron que al estimular esta zona sus pacientes consiguieron una rápida y cuantiosa lubricación, que el 95% de ellas aseguró excitarse mucho, incluso algunas dijeron haber alcanzado su primer clímax, y las que ya los tenían normalmente afirmaron que estos mejoraban en intensidad y frecuencia, posibilitando la consecución de orgasmos múltiples.
No existen estudios concluyentes sobre el punto A o sea que te propongo que investigues por cuenta propia, mejor dicho, en beneficio propio. Con otras palabras, siéntete libre de intentar localizarlo, eso sí, siempre y cuando no te acongojes si no obtienes el resultado esperado. Para ello, debes buscarlo a mitad de camino entre el punto G y la parte superior o final de la vagina. Por lo demás, adapta las instrucciones que acabas de leer en relación con la búsqueda del punto G y ten en cuenta que la mejor forma de estimular esta zona, según los citados investigadores, es frotándola de arriba abajo y viceversa o con movimientos circulares.
Advertencia importante: los terapeutas sexuales explican que no debemos pretender funcionar como, ni intentar cumplir a rajatabla lo que dicen los manuales, sino que cada mujer debe experimentar e ir descubriendo qué partes de su vagina (esto es válido para todo el cuerpo) le causan placer y cómo estimularlas. Puede que tú notes sensaciones vaginales en algún lugar que no esté descrito en ningún libro. ¿Y qué? Qué suerte la tuya. ¡Que lo disfrutes! Insisto: lo importante es que tu sexualidad te satisfaga a ti.
REMEDIOS CONTRA LA SEQUEDAD VAGINAL
Aunque el fenómeno de la sequedad vaginal es más común a partir del climaterio, debido al descenso de los estrógenos, también hay mujeres no menopáusicas que al ser estimuladas sexualmente tienen dificultades en lubricar, por lo que pueden sentir dolor e irritación durante el coito. El miedo, la ansiedad, los problemas de pareja (sean o no de cama), la píldora, los antidepresivos y otros medicamentos, el alcohol, la lactancia materna, llevar mucho rato copulando, la fase del ciclo menstrual en que nos encontremos (sobre todo justo después de la regla) son algunos de los posibles causantes de nuestra escasa lubricación e incluso pueden inhibirla totalmente. Esto puede afectar seriamente nuestras relaciones, por lo que si se trata de un problema persistente, es mejor consultar con un especialista para que nos ayude a decidir lo que podemos hacer.
Soluciones más habituales: utilizar lubricantes; terapia hormonal sustitutiva cuando es indicado (consulta a tu ginecólogo), y terapia psicológica, cuando hay problemas, sean personales (depresión, ansiedad…) o de pareja. Importante: independientemente de todo ello, para luchar contra la sequedad vaginal, sobre todo al llegar a la menopausia, es fundamental mantener la musculatura genital tonificada, porque la lubricación es el resultado del aumento de la afluencia sanguínea en la zona pélvica, presión que provoca que la humedad se filtre a través del revestimiento de la vagina. ¿Cómo lograr esa tonificación? Además de haciendo tus kegels y asistiendo a clases de gimnasia abdominal hipopresiva, ¡practicando el sexo a menudo! Igual te has llevado las manos a la cabeza: ¡«Si eso es precisamente lo que duele»! ¿Quién ha dicho que me refiera al coito? Si la cópula te resulta dolorosa, destiérrala momentáneamente, y dedícate al sexo manual u oral. Es más, autoestimúlate a menudo, aunque tengas pareja, porque cada vez que lo hagas estarás revitalizando tu vagina.
Para acabar, un consejo que suelen dar los terapeutas sexuales por sus buenos resultados durante el coito: cuando la mujer está tumbada boca arriba, la lubricación vaginal suele almacenarse cerca del útero. Colocándose de rodillas o ligeramente incorporada, dicha lubricación se traslada a zonas más externas de la vagina.
Periné y ano
El mero hecho de considerarse territorio prohibido convierte al periné (o perineo), la zona que va de la vagina al ano, y también, a este, en algo muy excitante para muchas mujeres. Prohibiciones y prejuicios aparte, la verdad es que ambas zonas erógenas pueden generar intensas sensaciones de placer (independientemente de que una sea hetero u homosexual), ya que están fuertemente inervadas, se congestionan por la excitación sexual y, cuando llegamos al clímax, no sólo se contraen el tercio exterior de la vagina y el útero, también lo hace nuestro esfínter anal. Por lo tanto, periné y ano son susceptibles de formar parte de nuestras prácticas eróticas si así lo deseamos. Las caricias y la presión de estas zonas pueden ser muy estimulantes y bastantes parejas también practican la penetración anal, sea utilizando los dedos, el pene, vibradores o similares (tanto en ella como en él). Dedicaremos unas páginas al sexo anal (sean simples caricias o con penetración) en el quinto capítulo.
DESBLOQUEAR LA PELVIS
Al igual que es bueno ejercitar la musculatura PC para aumentar la sensibilidad de nuestros genitales, es bueno liberar la pelvis para permitir que fluya nuestra energía sexual. Una forma muy sencilla —que seguramente ya has experimentado— consiste en bailar moviendo sólo las caderas. Además, son recomendables estos ejercicios, algunos basados en enseñanzas tántricas:
- De pie y con las piernas separadas (paralelas a los hombros) y ligeramente dobladas, mueve la pelvis hacia adelante y hacia atrás, de lado a lado, dibujando un círculo y/o un ocho. El resto del cuerpo ha de permanecer inmóvil. Inspira profundamente y haz que el aire fluya hacia tus genitales. ¿Lo notas?
- Desnuda, arrodíllate y coloca un almohadón doblado (no muy blando) o una manta o toallas enrolladas entre tus piernas. Manteniendo la espalda recta, balancea suavemente tu pelvis —sólo ella— hacia adelante y hacia atrás, pero sin levantarla: tu vulva, perineo y ano deben estar en contacto con lo que hayas colocado entre tus piernas. Inspira y empuja el aire hasta tus genitales, y si lo deseas, contrae rítmicamente tu musculatura PC.
- Tumbada sobre la espalda, coloca bajo tu trasero una toalla o manta que te permita resbalar o si lo prefieres usa un pantalón de gimnasia que no te importe rozar. Balanceando las caderas, que han de estar constantemente en contacto con el suelo, paséate por la habitación. Siente tu ligereza.
Al hacer cualquiera de estos ejercicios, es muy posible que notes durante un rato cómo fluye la energía. Si te excitan, no hagas nada para evitarlo. Déjate ir.
Otras zonas erógenas
La obsesión por la genitalidad hace que muchas veces descuidemos otras partes de nuestro cuerpo. Salvando los pechos, labios y boca, hay otras zonas erógenas a las que no solemos sacarles el suficiente partido. Por ejemplo: lóbulos de las orejas, párpados, cuello, hombros, espalda (atención a la zona justo encima del coxis), axilas, alrededor del ombligo, cintura, caderas, nalgas, cara interior de los muslos, detrás de las rodillas, dedos de las manos y los pies… De hecho, toda nuestra piel es susceptible de provocar excitación sexual.
Cada una de nosotras debe, pues, descubrir sus zonas erógenas favoritas y cómo prefiere estimularlas: con las manos, la boca, los labios u otra parte de nuestro cuerpo o el de nuestra pareja. Asimismo, debemos decidir lo que más nos gusta: las caricias suaves, las presiones más o menos fuertes, los mordiscos, los pellizcos, las succiones… Y tampoco nos privemos de otras posibilidades de estimulación: ¿qué tal usar plumas, pieles, tejidos de diferentes materiales, pinceles de todos los grosores, geles que dan frío o calor, agua a diferentes temperaturas o cubitos de hielo, por poner ejemplos? Usa la imaginación.
Una advertencia: a casi todas las mujeres nos gusta nos toquen los pechos (lo que, por cierto, no tiene nada que ver con sus dimensiones), incluso ya hemos dicho que existe un pequeño porcentaje (quizá 1%) capaz de alcanzar el orgasmo. Pero es erróneo pensar que a todas nos excita por igual: a algunas nos molesta (sobre todo, durante el período) y a muchas no nos basta para tener ganas de algo más o sólo nos apetece cuando ya estamos muy excitadas. Sucede algo parecido con los lóbulos de las orejas y los dedos, hay quien odia que siquiera se los rocen. Es cuestión de probar. Siento repetirme con lo de la necesidad de experimentar, pero es lo que hay: no existen reglas fijas, cada una tiene que decidir lo que le gusta.
Cuerpo de hombre: ¡no sólo tienen un pene!
Frente a lo complejo de los órganos sexuales femeninos, los del hombre pueden parecernos un simple juego de niños. Pero no es así. También ellos tienen sus secretos y sus partes no publicitadas. Además, aunque su pene sea su mejor amigo, ellos saben tan poco de sus genitales como nosotras de los nuestros. Polla y, a lo sumo, huevos: ahí se acaba la historia.
Pues bien, como lo que más les preocupa es el tamaño de su miembro y su efectividad en provocar orgasmos femeninos (ellos también creen en el mito vaginal), pocos se dan cuenta de que, como nosotras, una parte de su aparato sexual está escondido en el interior de su cuerpo y que sus posibilidades de gozo no acaban en su falo. Y hay más, ni siquiera suelen sospechar (nosotras tampoco) que las semejanzas entre los genitales masculinos y femeninos son mayores de lo que su aspecto permite suponer, ya que hombres y mujeres nos formamos a partir del mismo material original, sólo que este se desarrolla de diferente forma en función del sexo del futuro ser humano.
Pene
El pene está perfectamente diseñado para la cópula y la reproducción, es decir, para penetrar en el interior de la vagina y depositar el semen en el fondo, de forma que facilite su entrada en el útero y, con ello, las posibilidades de fecundación. En cuanto a su aspecto, no hay dos iguales: no sólo varían la longitud y el grosor, también se diferencian en su color y su forma (muchos se curvan hacia arriba, abajo o a un lado), cambian si están o no circuncidados, y qué decir de los que van decorados con tatuajes y piercings.
¿Tamaño? Tema peliagudo este, que, por cierto, dicen que es hereditario. Parece lógico, ¿acaso no lo son los ojos, la nariz, los pies… y hasta algunos remolinos del cabello? Aparte de esa posible pista, he decidido no hacerme eco de ningún estudio sobre medidas del pene. Me niego a fomentar los complejos y orgullos mal entendidos que el tema ocasiona en no pocos varones. Eso sí, me permitiré una advertencia para quienes se tuestan en playas nudistas y/o creen que «la primera impresión es la que cuenta»: ¡no hay que fiarse de las apariencias! Habitualmente, los penes que más aumentan cuando entran en erección son los menos grandes en estado de reposo, por lo que un falo aparentemente pequeño puede crecer espectacularmente, mientras que uno mayor, no.
Insisto: aunque ellos den suma importancia a esta cuestión, nosotras no deberíamos caer en la misma trampa. Para empezar, a nuestro clítoris le tienen sin cuidado sus centímetros fálicos y, en lo que respecta a nuestra vagina, ya hemos dicho que el tercio inferior suele ser el más sensible, o sea que a eso suelen llegar. Además, nuestras paredes vaginales son elásticas, por lo tanto, suelen adaptarse, y Masters y Johnson comprobaron que, cuando nos excitamos y estamos a punto de llegar, nuestra abertura vaginal se estrecha en un 30% o más y así «atenaza» (son sus palabras) el pene. Lo cierto es que la vida real demuestra que es más fácil encontrar mujeres quejándose por «su» exceso de tamaño que por defecto: un Hércules tiene muchas probabilidades de causar molestias, irritación y/o dolor. En definitiva, no importa tanto el tamaño como la sintonía genital de la pareja y lo que de verdad marca la diferencia —lo que hace que les demos matrícula o un suspenso y puerta— es la forma en que ellos utilizan su pene y juegan con nosotras, y nosotras con ellos.
Debido a la gran cantidad de terminaciones nerviosas que tiene, el glande del pene suele ser la zona más sensible (se corresponde al glande del clítoris, sólo que extendido). Está cubierto por el prepucio, un pliegue de piel que lo protege y lo mantiene lubricado, salvo que el hombre haya sido circuncidado. Esta práctica, obligación sagrada entre los judíos y musulmanes, sólo suele realizarse en nuestro país cuando existe fimosis, es decir, cuando la abertura del prepucio es muy estrecha, porque hay un exceso de piel y no deja descubrir completamente el glande. En caso de no estar circuncidado y para evitar la aparición de hongos e infecciones en el tracto urinario, es primordial mantener una buena higiene. ¿Cómo? Tirando del prepucio hacia atrás para evitar que se quede pegado al glande (adherencias) y lavando la zona para retirar las secreciones del pene y los restos de semen, orina y fluidos vaginales, lo que evita malos olores, picores y/u otras molestias.
Existen diferentes puntos de vista acerca de cómo afecta la circuncisión a la sensibilidad masculina. Hay quien defiende que para nada, que incluso aumenta, y hay quien asegura que sí, porque, al estar siempre expuesto, el glande pierde algo de sensibilidad. En todo caso, quienes mejor pueden dilucidar esta cuestión son aquellos varones que habiendo sido circuncidados de adultos pueden comparar su antes y su después. Por ello, me hago eco de uno de los pocos estudios realizados al respecto. Se hizo en Uganda, como parte de una investigación más compleja en torno a los efectos de la circuncisión en la prevención de infecciones de transmisión sexual realizada por un equipo de la John Hopkins University. La mitad de un grupo de 4456 hombres fueron circuncidados. Al cabo de dos años, se les preguntó sobre su placer y su satisfacción sexual y se compararon sus respuestas con las de quienes no fueron intervenidos. No hubo diferencias sustanciales: el 99,9% de los incircuncisos dijo estar satisfecho, el 98,4% de los circuncisos afirmaron lo propio.
Eso sí, los médicos han observado que el cáncer de pene, infrecuente de por sí, cuando se da lo hace casi exclusivamente en hombres incircuncisos. De hecho, entre los judíos y musulmanes, se trata de una enfermedad casi inexistente[54]. A esta innegable ventaja, quizá se pueda añadir otra (todavía en discusión): algunos estudios realizados, además de en Uganda, en Sudáfrica y Kenia apuntan que la circuncisión podría ser una nueva vía (un cortafuegos, lo han llamado) para evitar la transmisión del VIH (virus de la inmunodeficiencia humana) y del VPH (virus del papiloma humano). Atención: eso no implica, de ninguna de las maneras que, si a un hombre le haya sido extirpado el prepucio, sea inmune y pueda dejar de usar preservativos. Los expertos subrayan que la circuncisión sólo es un método más que cabe tener en cuenta en las regiones subdesarrolladas del planeta, ya que, de ser cierto lo que apuntan ciertas investigaciones, ayudaría a reducir la incidencia de las cifras de transmisión en lugares donde a menudo es difícil obtener otro tipo de profilaxis preventiva.
SU PUNTO FLACO
Puede que los hombres no sean tan sensibles como nosotras, pero en lo que se refiere a su pene lo son, y mucho. Por eso, salvo que quieras hundirlo en la miseria, hay comentarios que jamás deben salir de tu boca. Algunos ejemplos:
- ¿Acaso tienes frío?
- ¿Eso es todo?
- ¿Estás seguro de que funciona?
- Las he visto más grandes.
- ¿Sabes que existe una asociación para los talla pequeña?
- Conozco un médico que las agranda. Por suerte tienes otras virtudes.
- ¡Qué mona!
Ahora en serio, muéstrale el lado bueno de la vida. ¿Desde qué ángulo suelen mirar los hombres su pene? Desde arriba, y esa visión lo empequeñece. Basta que, en plena erección, le animes a colocarse ante un espejo o, mejor aún, colocarle el espejo de forma que se vea desde abajo. ¡Esa sí que es una buena perspectiva! Otro truco: que se afeite el vello púbico.
Que el glande (o cabeza) sea la zona más sensible del pene (sobre todo la corona, es decir, donde se une al tronco, y el frenillo, que es el trozo de piel que lo une al prepucio) no significa que haya/s de renunciar a tocar o jugar con el resto de su miembro y demás partes de su cuerpo. Y atención, hay hombres con un glande tan sumamente sensible que no soportan la estimulación directa de este y prefieren jugar con su tronco.
Ten en cuenta que el pene no es sólo un órgano externo, sino que continúa en su interior (casi el 50% está dentro de su cuerpo). Puedes comprobarlo: si presionas su periné, es decir, la zona que va del escroto al ano, notarás cómo sigue. La raíz del falo tiene una gran sensibilidad y puede ser estimulada a través del periné o el recto, lo que explica, entre otras cosas, el placer que obtienen muchos hombres a través de la penetración anal. Recuerda lo dicho: cometemos un error cuando nos dividimos en partes capaces o no capaces, con derecho o sin derecho a gozar. Prueba a tocarle todo (lo que él te permita), cada hombre es único (no iban a ser menos que nosotras) y lo excitante es descubrirlo. (Más ideas en el capítulo dedicado a «Sexo en compañía»).
En contra de lo que a veces pueda parecernos, el pene no tiene huesos ni musculatura, sino tres cilindros de tejido eréctil (mira las ilustraciones): dos que recorren el miembro por su parte superior y reciben el nombre de cuerpos cavernosos, y, en la parte inferior, el cuerpo esponjoso, que rodea la uretra y forma la cabeza del pene.
La erección se produce cuando, por estímulos psíquicos o físicos o ambos a la vez, el hombre se excita y sus cuerpos cavernosos se llenan de sangre y se hinchan hasta quedar presionados por la membrana protectora que los rodea. La tensión imposibilita la circulación de la sangre, lo que hace que se ponga duro. El cuerpo esponjoso también se llena de sangre, pero no se endurece tanto, lo que permite liberar el semen durante la eyaculación. (Por cierto, en respuesta a quienes temen que durante la eyaculación también se les escape la orina, decir que es imposible: salvo que exista un trastorno orgánico, cuando el pene se endurece, el cuello de la vejiga se cierra para evitar que el semen pueda entrar y así siga su camino hacia el exterior).
Una erección puede producirse en cuestión de segundos o de forma gradual, sobre todo a medida que el hombre se va haciendo mayor. Aproximadamente, a partir de los cuarenta años, y progresivamente, un varón puede necesitar de una mayor estimulación e incluso notar que cuando se excita su falo no se endurece tanto. Esto es normal y no tiene por qué afectar su capacidad de sentir y dar placer.
Otra cuestión es la falta de erección o la dificultad para mantenerla. Puede deberse a causas físicas y psicológicas. Aquí no vamos a ocuparnos de ellas, sólo decir que se ha avanzado mucho en este campo y lo mejor que se puede hacer en estos casos es acudir a un terapeuta sexual para que analice el origen del problema y actuar en consecuencia. Si las causas son orgánicas (diabetes, problemas cardiovasculares, arterioesclerosis…), el sexólogo derivará al paciente a un urólogo o andrólogo para que le someta a las pruebas y el tratamiento pertinentes. Es importante que se acuda a consulta en compañía de la pareja, porque se trata de un problema que afecta a los dos.
PROBLEMAS QUE NO LO SON
Una cosa es tener dificultades reales para lograr erecciones o mantenerlas (un problema, que merece una visita a un especialista) y otra, bien distinta, que de vez en cuando el pene no responda o se endurezca y se ablande varias veces durante vuestro encuentro sexual (algo muy normal). Una gripe, un alto grado de estrés, haber comido y bebido mucho, los nervios por estar con una nueva pareja, por ejemplo, pueden impedir una erección. Se trata de un episodio esporádico al que no hay que otorgarle importancia. En cuanto a la pérdida momentánea de la erección durante el acto, pongamos un ejemplo. Imaginemos que tú le has hecho un comentario sobre tu ropa interior y te has desnudado lentamente delante de él. Es probable que él se haya excitado y haya entrado en erección. Empezáis a jugar el uno con el otro, pero te gustan tanto sus caricias que te tiendes y te dejas hacer. A él le encanta acariciarte, pero su pene se ablanda. ¿Hay que alarmarse? En absoluto. Puede que él disfrute tocándote, pero eso no implica que su pene se mantenga erecto. Pero no te acomplejes ni te sientas culpable: es natural. Ya verás que a la que le hagas algo —le acaricies, le digas algo excitante, juegues con su miembro— volverá a despertarse. Y ten en cuenta que esto puede ocurrir varias veces por encuentro. Ninguno de los dos debe sentirse frustrado.
Al igual que nosotras, ellos pueden ejercitar su musculatura PC y lograr así una mayor sensibilidad, erecciones más fuertes, orgasmos más intensos y un mayor control eyaculatorio, además de una larga vida sexual. Para ello, primero habrán de localizarla, utilizando el mismo sistema que nosotras, es decir, orinar y detener la micción en varias ocasiones. Una vez encontrados, toca gimnasia. El primer ejercicio consiste en contraer y soltar los PC varias veces seguidas: el pene se moverá ligeramente o esa debería ser la intención de su dueño. Pueden empezar por quince, pero han de esforzarse en ir aumentando el número de contracciones hasta llegar a 75. Una vez alcanzada la maestría, puede ser cosa de varios días, ya pueden retarse al segundo ejercicio: contraer los PC, contar hasta tres, y relajarlos otros tres segundos, y vuelta a empezar… El objetivo es hacerlo cincuenta veces, lo que, por supuesto no se logra a la primera. Los resultados empiezan a notarse al mes y medio y la perseverancia es clave, por lo que han de hacer uno de los dos ejercicios (si lo desean, ambos) dos veces por día. La recompensa vale el esfuerzo.
Variantes del mismo tema: para comprobar la fortaleza de su musculatura PC, Whipple, Perry y Ladas (los redescubridores del punto G) proponen la «prueba de la toalla» (de hecho, es otro tipo de ejercicio), consistente en colgar una pequeña toalla —de tocador— sobre su miembro erguido y levantarla y bajarla utilizando los PC. Añaden que si su musculatura es débil puede empezar por una más pequeña o, si lo desea, con un pañuelo. Modalidad más placentera: mientras copuláis ha de hacer latir su pene en tu interior.
Aunque el pene no tenga huesos, puede romperse, aunque es algo improbable y, de suceder, tiene solución. La fractura se produce cuando, estando en erección, es doblado de tal forma que el tejido que rodea los cuerpos cavernosos y llamado túnica albugínea se rompe. Eso puede suceder, por ejemplo, a causa de un golpe contra el hueso púbico femenino. ¿Síntomas? Aparte del crujido y la pérdida de la erección: dolor, hematoma en la zona dañada y, si la uretra ha sido afectada, sangrado por el meato urinario. Otra cuestión es el desgarro del frenillo. Este puede causar una hemorragia abundante, además de dolor. En ambos casos, hay que acudir rápidamente al hospital.
Escroto y testículos
El escroto es la bolsa que cuelga bajo el pene, con numerosas glándulas sebáceas y algo de vello, en cuyo interior se encuentran los testículos, dos glándulas ovoides —generalmente uno cuelga más que el otro— encargadas de la producción de las hormonas masculinas, básicamente la testosterona, y los espermatozoides. La razón por la que cuelga se debe a que su temperatura ha de ser inferior a la del cuerpo en dos o tres grados centígrados para posibilitar la adecuada formación del esperma. De ahí que se haya denunciado en más de una ocasión que la ropa interior y los pantalones ajustados perjudican su producción. En el momento de la eyaculación, los testículos se acercan al cuerpo, por eso una de las técnicas que se suele utilizar para retardarla es estirarlos de forma que se alejen de él.
Es probable que al masturbarse el hombre utilice casi siempre la misma técnica y puede que jamás o pocas veces se haya tocado esta parte de su cuerpo. Lo habitual es que se autosatisfagan en escasos minutos —dos o tres a lo sumo— y vayan directamente al grano. Prueba a estimularle los testículos y proponle que haga lo mismo la próxima vez que se masturbe. Convéncele de que no vaya a saco, ya que se ha demostrado que cuanto más largo sea el camino y la fase de excitación, mejor.
A algunos hombres les encanta ser estimulados en los testículos. A veces prefieren ser suavemente acariciados, otras prefieren un toque más fuerte o que se los estiren o estrujen. Incluso los hay capaces de alcanzar el orgasmo de esta manera, sin necesidad de estimular el pene. Para que veas… y a nadie se le ocurre diferenciar entre orgasmos peneales y orgasmos testiculares ni distinguirlos en función de su supuesto valor o autenticidad.
Próstata
Situada detrás del hueso púbico, encima del periné y bajo el cuello de la vejiga, la próstata produce el líquido seminal que se mezcla con el esperma e interviene activamente en el acto de eyacular. La sola mención de su nombre causa pavor a muchos hombres ya que suelen relacionarlo con problemas y enfermedades, sobre todo el tan temido cáncer. Sin embargo, puede ser una fuente de gran placer —lo es para muchos varones— y hay quien la considera el punto G masculino, también llamado punto P (inicial de próstata, por supuesto).
¿Cómo localizarla y estimularla? En primer lugar, como sucede con las mujeres, su búsqueda debe iniciarse cuando él esté relajado y mejor si está excitado, nunca en frío, y si no entiendes por qué, pregúntale a un hombre si le gusta la exploración rectal cuando acude a la consulta de su urólogo. Porque, de hecho, es por el recto por donde se suele acceder a la próstata.
Salvo que sea muy flexible, a un hombre le cuesta mucho estimularse la próstata con sus propios dedos; otra cosa es que use un juguete sexual. En cualquier caso, es más fácil que lo logres tú. Para eso, pídele que se tumbe boca arriba con las piernas dobladas o, mejor aún, colgando al borde de la cama. Tú te colocas entre sus piernas (sentada en la cama o en el suelo, según el caso) y juegas con él. Tiene que perder el miedo, relajarse y si lo excitas sexualmente será más fácil que te/se permita experimentar. Dile que respire lentamente, intentando soltar toda la tensión corporal cada vez que expulsa el aire. Colócate un guante de látex y embadúrnalo con lubricante (mejor pasarse que quedarse corta). Sigue acariciándole, estimulándole el pene (también puede masturbarse él) o haciendo aquello que sabes que le excita. Cuando sientas que está preparado, pídele permiso e indicaciones y, con la palma de la mano mirando hacia arriba, introdúcele lentamente un dedo limpio y con la uña perfectamente limada (índice, corazón… el que te resulte más cómodo). Una vez en el interior, siempre con delicadeza, curva tu dedo hacia adelante para palpar la pared anterior o frontal. A unos 2,5 centímetros (más o menos), notará/ás una masa firme del volumen de una castaña, aunque puede aumentar progresivamente a partir de los cuarenta (aún no se ha determinado la causa, pero se cree que puede deberse a los cambios hormonales que se producen en la madurez).
¿Cómo estimular su próstata? Prueba diferentes formas hasta encontrar la adecuada: haz que vibre en un movimiento rápido, acaríciala en un vaivén dentro-fuera-dentro o trazando círculos, intenta presionarla con más o menos intensidad y, por supuesto, pídele instrucciones. Esta estimulación puede causarle sensaciones desconocidas hasta entonces. A muchos hombres les resulta muy agradable, incluso algunos llegan al orgasmo con o sin estimulación del pene, y la eyaculación suele ser más suave. (Una vez más, es imposible resistir la tentación de comparar: para que veas… y a nadie se le ocurre diferenciar entre orgasmos peneales, orgasmos testiculares ¡y orgasmos prostáticos! Y menos juzgar cuál es el mejor).
Cuidado: no a todos los hombres les gusta. Hay quien siente irritación, incluso dolor. Estamos en lo de siempre: si él quiere, tú quieres y hasta donde ambos queráis; es cuestión de probar. Y no lo olvides: nada de lo que se introduzca por el recto debe entrar en contacto con la boca, la vulva o la vagina sin haber sido lavado escrupulosamente con agua y jabón. Existe otra forma de estimular el punto P desde el exterior, aunque probablemente no tan efectiva para neófitos: a través del periné. En este último caso tendrá/ás que hacerlo a través del hueco que encontrarás entre la raíz del pene y el esfínter anal. Puede que te preguntes qué hueco. Instrucciones: si palpas el perineo y buscas la raíz del pene, notarás que a continuación hay una parte, digamos, vacía. Por ahí.
REIVINDICACIÓN DE UN PENE ALGO QUEJICA
Yo, el pene, pido aumento de salario por las siguientes razones:
- Ejecuto trabajo físico.
- Realizo mi labor a grandes profundidades.
- Trabajo de cabeza.
- No gozo de descanso semanal, ni de días de fiesta
- El local es extremadamente húmedo.
- No me pagan horas extras ni plus de nocturnidad.
- Faeno en un local oscuro y sin ventilación.
- Sobrevivo a altas temperaturas.
- Estoy expuesto a enfermedades contagiosas.
Respuesta de la Administración: Después de lo planteado por el solicitante y considerando los argumentos expuestos, la Administración rechaza las exigencias del mismo por las siguientes razones:
- No trabaja ocho horas consecutivas.
- Se duerme en el puesto de trabajo después de una corta actividad laboral.
- No siempre responde a las exigencias de la jefatura.
- No siempre es fiel a su puesto de trabajo; se mete en otros departamentos.
- Descansa mucho antes de tiempo.
- No tiene iniciativa. Para que trabaje hay que estimularlo y presionarlo.
- Descuida la limpieza y el orden del local al terminar la jornada de trabajo.
- No siempre cumple con las reglas de uso de los medios de protección e higiene en el trabajo.
- No espera a la jubilación para retirarse.
- No le gusta doblar turnos.
- A veces se retira de su puesto de trabajo cuando aún tiene faena pendiente.
- Y por si fuera poco, se le ve entrar y salir constantemente del puesto de trabajo con dos bolsas sospechosas.
(Correo recibido por Internet. Desconozco su autor).
Periné y ano
Lo dicho en el apartado correspondiente a las mujeres sirve también aquí. Hay que destacar que también el esfínter anal masculino se contrae durante el orgasmo y que, debido a que se encuentra muy cerca de la próstata y a que tiene numerosas terminaciones nerviosas, puede ser fuente de mucho placer. De hecho, hay hombres que contraen repetidamente el esfínter anal para aumentar su estimulación durante el coito u otras prácticas sexuales. De esta forma, masajean indirectamente la próstata.
Otras zonas erógenas
La obsesión por la genitalidad es aún mayor en el caso de los hombres. Pero a muchos también les gusta ser estimulados en los pezones o tetillas (a algún hombre hay que ayudarle a superar sus miedos homosexuales), espalda, nalgas, cara interna de los muslos, hombros, cuello, orejas, dedos… Es cuestión de ir probando, preguntando y ajustándose a sus gustos.
Mi enhorabuena si has llegado hasta aquí. Ya sé que ha sido un largo camino, pero físicamente eso es con lo que contamos y hemos de tenerlo muy claro. Además, no me negarás que es gratificante descubrir que nuestro clítoris es mucho más grande de lo que suelen, aún hoy, decirnos. Siempre nos han hecho sentir poquita cosa y sin embargo, ya ves… Ahora bien, no se trata sólo de saberlo o de descubrir que los músculos PC son importantes, o que el cérvix o una zona llamada cul-de-sac son capaces de darnos grandes alegrías, o que ellos tienen un equivalente a nuestro polémico punto G. Se trata —¿qué voy a descubrirte a estas alturas?— de ¡experimentar!
En pocas palabras
- Coge un espejo y mira tus genitales. Aunque no te resultará fácil, haz todo lo posible por ver tu interior. ¿Y si le pides ayuda a tu ginecólogo/a? Siempre puedes pactar con una hermana o una amiga y miraros la una a la otra. No descartes esta propuesta sin pensarlo bien.
- Para la aplastante mayoría de las mujeres, la clave del placer está en el clítoris. Y nuestro clítoris es muy grande y efectivo. Nada que envidiar a los hombres.
- Ejercita tu vagina para ganar en sensibilidad. Los ejercicios de Kegel deberían ser obligatorios. La gimnasia abdominal hipopresiva también.
- Localizar el punto G debe ser un juego. Nada de obsesionarse por él.
- ¿Qué sientes en tu cérvix? ¿Y en tu cul-de-sac? Recuerda que es probable que debas estimular tu clítoris a la vez.
- Todo tu cuerpo es susceptible de sentir placer. No te centres sólo en la vulva y la vagina.
- Ayuda a los hombres a lograr una mayor amplitud de miras, no sólo respecto a nosotras sino también respecto a sí mismos. El mundo no se acaba en su pene.
- No basta con saber, hay que probar. No practiques el sexo sin más, toma conciencia de lo que sientes, y experimenta.